ESPAÑA, PAIS DE MISIÓN

 

· El problema de la reiniciación en España, a trece años del Concilio y después de tres años de transición política.

 

Jesús López Sáez

Departamento de Catequesis de Adultos

Secretariado Nacional de Catequesis

 

PPC. Madrid, 1979

COLECCIÓN “DOCUMENTOS Y ESTUDIOS” Nº 40

 

INDICE

Prólogo (Alberto Iniesta)

El problema de la re-iniciación en España

1. España, mayoría católica

2. España, país de misión

3. La Iglesia invertebrada

4. El último Constantino

5. Una Iglesia equívoca

6. Optar por la comunidad, alternativa eclesial

7. Catecumenado para bautizados, re-iniciación en marcha

8. Como un grano de mostaza

 


PROLOGO

 

El catecumenado cristiano ha resucitado, después de estar muerto o en hibernación, al menos en los países de vieja Cristiandad. Es verdad que se abusa muchas veces de la palabra, y se aplica a realidades muy equívocas, dándole al término una excesiva polivalencia, que puede resultar desorientadora y desconcertante en la práctica. Sin embargo, en general se puede afirmar que en todos los ámbitos de la Iglesia española se va sintiendo la urgente y grave necesidad de que los bautizados sean evangelizados.

En un momento de profundas mutaciones, tanto en la sociedad como en la Iglesia; en un momento de decisivas encrucijadas, la vieja experiencia reaparece como arquetipo perenne, esencial y constante. Es decir: la experiencia simultánea de la luz y de la comunidad. No; no se trata sólo de la luz, de la doctrina, de la verdad. No sería lo mismo si se tratase de un grupo aislado de lectores de un texto, aun haciéndolo con un talante sapiencial y religioso. Eso también será necesario, desde luego. Pero se trata de algo más; de descubrir esa luz entre todos, y también de descubrirse todos a esa luz.

Después de todo, ¿no se trata de un hecho muy frecuente en los ritos de iniciación de todas las religiones? Y esta actitud comunitaria ante la verdad, que obedece al plan de Dios sobre el hombre como comunidad, es explicitada por Jesucristo, puesta como fundamento de su Iglesia, y llevada a la máxima y más profunda realidad, con el envío de su Espíritu, que es lazo de comunión vital entre los hombres y de estos con Dios. El Hijo de Dios no cae directamente del cielo, sino que nace en la familia humana, vive en un pueblo, forma una comunidad de discípulos y da por misión a su Iglesia convocar a todos los hombres a la reunión de la fe para pasar a la comunión del cielo. Iglesia – “convocada” – significa “comunidad”.

Por eso los que llegan a la pequeña comunidad desde una fe esclerotizada y rutinaria, descubren que no han descubierto nada nuevo, pero que, sin embargo, todo se ha hecho nuevo para ellos. De aquí también que el catecumenado, que debe vivirse en comunidad, lleva como espontáneamente a la comunidad, como el ámbito normal donde puede madurar y profundizar la fe cristiana. Y la pequeña comunidad, es luego también fuente de espíritu misionero, motor de servicio de evangelización y catequización hacia fuera.

La Iglesia de hoy, como la de siempre, o será una comunidad de comunidades, preparadas por un catecumenado y después mantenidas en un clima de autocatequesis constante, o seguirá siendo una Iglesia burocrática en vez de carismática; bostezante en vez de confesante; una Iglesia atomizada e invertebrada, pasiva y masificada, en lugar de ser un Pueblo de Dios vivo, alegre y decidido en su caminar, que pueda dar testimonio ante el mundo de la esperanza que da sentido a su marcha por la historia.

Jesús López nos introduce con mano maestra en la necesidad que tenemos de esta pastoral en España (donde, como dice con gracia rotunda: “muchos son los bautizados y pocos los evangelizados”), para posteriormente darnos una visión y orientación de conjunto acerca de las distintas corrientes que existen en este momento sobre un tema tan importante y tan complejo. Dejémosle, pues, la palabra.

Alberto INIESTA  

EL PROBLEMA DE LA RE-INICIACION  EN ESPAÑA

Re-iniciación es aquí sinónimo de re-evangelización. Se alude así a un problema que, cada vez más, se manifiesta como propio de los países de vieja cristiandad: es preciso evangelizar a los bautizados. Y en muchas ocasiones, de forma semejante a aquellos que nunca oyeron hablar de Cristo [1] . En otras, el problema es más arduo, pues hay que superar una imagen deformada del cristianismo.

El problema fue recogido hace unos años por el Directorio General de Pastoral Catequética (DCG) en los siguientes términos:

“La fe cristiana de muchos ha pasado una grave crisis en aquellos lugares donde la religión parecía favorecer demasiado las prerrogativas de algunas clases sociales, o donde se apoyaba más de lo justo en costumbres de antaño y en la unánime confesión religiosa de la región.

Poco a poco las masas van cayendo en el indiferentismo religioso o corren el peligro de guardar la fe sin el necesario dinamismo, sin influjo eficaz en la vida real. Ahora, más que de conservar sólo costumbres religiosas transmitidas, se trata sobre todo de fomentar una adecuada re-evangelización de los hombres, de obtener su re-conversión, de impartirles una más profunda y madura educación en la fe” (DCG 6).

Entendemos que el problema afecta profundamente a España, a la católica España. Cada vez más, vamos tomando conciencia de la contradicción eclesial de la sociedad española, contradicción que podría formularse así: muchos son los bautizados, pocos los evangelizados.

 

1.      ESPAÑA, MAYORÍA CATÓLICA

 

Los últimos acontecimientos políticos, el advenimiento de la democracia y el consiguiente proceso constitucional han venido a replantear una vieja cuestión, sólo aparentemente resuelta durante los últimos cuarenta años: “España ha dejado de ser católica”, dicen los unos; “España, mayoría católica”, dicen los otros. Evidentemente, ambas afirmaciones tienen trascendencia política innegable y su correspondiente dosis de pasión y obcecamiento, pero tienen también su fundamento en la realidad: la contradictoria ambigüedad de la situación religiosa española.

Dejando a un lado la discusión pasional, estudios sociológicos recientes ofrecen datos significativos sobre la situación religiosa en la España de hoy. Sin descartar la comparación con otros, elegimos como base sociológica de nuestro trabajo el estudio realizado por la Fundación FOESSA [2] .

Veamos algunos datos:

1)                 Según las estadísticas oficiales, el número de bautizados en la Iglesia católica no baja del 95 por ciento. Si, por el hecho de estar bautizado, se pertenece, al menos oficialmente, a la Iglesia católica, podemos concluir que España sigue siendo, oficialmente, un país mayoritariamente católico. De hecho, el grupo de creyentes en otras religiones es muy minoritario.

2)                 Con todo, el número de bautizados es superior al de los que, por su actitud ante la religión, afirman pertenecer al catolicismo: 89 por ciento. En España, pues, hay bautizados que no se declaran católicos: su porcentaje no baja del 6 por ciento.

3)                 Más aún, el porcentaje de españoles que se declara creyente es de un 84 por ciento. Según ello, España seguiría siendo “un país creyente, al menos en un nivel de fe teórica”. Pero también se concluye esto: en España hay bautizados que se declaran católicos, pero no creyentes (al menos un 5 por ciento) y hay también bautizados que no se declaran católicos ni creyentes: su porcentaje no baja del 11 por ciento [3] .

    

Supuestos esto datos (ver cuadro 1), es preciso continuar el análisis: ¿Cómo creen los creyentes católicos españoles? Para ello, utilizaremos otros indicadores más precisos. Del estudio sociológico, seleccionamos estos: práctica religiosa (general), concepto de Dios, comportamiento moral y carácter comunitario. ¿Qué sucede a estos niveles en España, en la España mayoritariamente católica y creyente? (ver cuadro 2).

Cuadro 1

Bautizados................................... 95%

Se declaran católicos................... 89%

Se declaran creyentes.................. 84%

Piden los “cuatro sacramentos”... 84%

Cuadro 2

Creyentes no practicantes.............15%

Practicantes habituales................. 44%

Dios, “algo por encima de todo”.. 40%

Dios, “Padre que nos ama”........... 29%

Caridad, norma de vida (no)......... 36%

Justicia, en negocios (imposible).. 44%

Misa, casi todos los domingos...... 55%

Comunión, casi todos los dom..... 11%

Pasivos y marginales..................... 68%

Integrados comunitariamente........ 14%

2.      ESPAÑA, PAÍS DE MISIÓN

 

1)                Si nos referimos a la práctica religiosa general, se destaca, en primer lugar, el grupo de creyentes no practicantes: rechazan el ateismo teórico, pero desde su tibia actitud de fe no surge ningún impulso capaz de animar la conducta diaria. En ningún caso (o rarísimamente) su comportamiento viene determinado por valores específicamente cristianos. Viven esta situación con “buena conciencia”, porque todo el mundo parece encontrarlo normal y, además, porque no observan que haya diferencia entre el comportamiento de los creyentes practicantes y el suyo: “la única diferencia es que aquellos van a perder una hora el domingo durante la misa. Luego son como los demás o incluso peores”. Ello no obsta para que, en su momento, este tipo de creyentes pida la administración de los llamados popularmente “cuatro sacramentos”: bautizos, (primeras) comuniones, bodas y funerales. De entre los que se declaran creyentes, el número de no practicantes alcanza el 15 por 100 [4] .

Y ahora el grupo de los que se declaran practicantes habituales. Su porcentaje alcanza al 44 por 100 de los “creyentes” españoles, con las siguientes características: el porcentaje de práctica es más alto en las mujeres (50 por 100) que en los hombres (36 por 100), en los que tienen más de cuarenta años que en los de menos, en los que no tienen estudios (o sólo primarios) que en los que poseen otro tipo de ellos, en las regiones más subdesarrolladas que en las más desarrolladas, en las clases más altas y medias que en la clase obrera y pobre, en quienes tiene por profesión “sus labores” y en los “inactivos” más que en los demás. Como se desprende de todos estos datos, este tipo de creyentes apenas ha sido afectado todavía por el proceso de secularización (¿qué pasará entonces?) y su práctica predominante es de tipo sacramental y cultual en la línea tradicional [5] .

2)                En cuanto al concepto de Dios, un 40 por 100 de los que se declaran creyentes dicen que Dios es “algo por encima de todo”. Esta respuesta es típica de la mentalidad religiosa natural. Los que se adhieren a ella son ciertamente personas religiosas, pero difícilmente puede afirmarse que sean cristianos. Si a ese 40 por 100, añadimos los que se incluyen en el “providencialismo popular” que se despreocupa de los problemas individuales y sociales (10 por 100), tendríamos que situar a la mitad de los “creyentes” españoles en el tipo de religiosidad natural, cuya disfuncionalidad en relación con la modernidad y el desarrollo integral resulta evidente.

Sólo un 29 por 100 de los “creyentes” españoles concibe a Dios como “Padre que nos ama”, situándose en la línea de la verdadera fe cristiana [6] .

3)                En cuanto a comportamiento moral, un 60 por 100 acepta la caridad como norma de vida, mientras que el 36 por 100 lo rechaza abiertamente. “Si tenemos en cuenta que la pregunta ha sido realizada en base a creyentes católicos, no podemos menos de reconocer que los resultados revelan una fuerte ruptura con el valor más fundamental del cristianismo. Pues el 36 por 100 de los católicos españoles rechaza como comportamiento básico en su vida el amor al prójimo” [7] .

Asimismo, “sólo un 46 por 100 de encuestados creen que es posible cumplir las exigencias de justicia en cuestiones de dinero o de negocios. El 44 por 100 opina claramente que no es posible seguir la moral cristiana. Estos postulados, tanto y más contradictorios que los obtenidos sobre el amor al prójimo, revelan, una vez más, la tremenda ignorancia y deformación del catolicismo tradicional vivido en España” [8] .

4)                En cuanto a comportamiento ritual, nos encontramos en el análisis de la participación en la asamblea eucarística: asistencia a misa y comunión. El 55 por 100 de la población encuestada acude a misa todos o casi todos los domingos. Sin embargo, se observa una clara tendencia a decrecer este porcentaje en la medida en que predomina una cultura de carácter urbano e industrial. La asistencia dominical es mucho más baja en las ciudades, entre los jóvenes, en el mundo universitario, en las zonas industrializadas, en el mundo obrero [9] . En la mayoría de los casos, lo que se abandonan son “unos ritos impuestos obligatoriamente y realizados sin sentido y por temor”.

“La comunión es un indicador de participación cultual más valioso que la asistencia a misa... Ambas deberían ir siempre  unidas. Sin embargo, en la práctica no es así, y nos encontramos con que los porcentajes de comulgantes son mucho más bajos que los de asistencia a misa dominical”.

Aunque entre los asistentes a misa el número de los que comulgan es progresivamente creciente, de hecho los católicos españoles que comulgan “todos o casi todos los domingos” alcanza sólo el 11 por 100 [10] . Este dato es muy significativo, teniendo en cuenta que nos estamos moviendo en el plano cuantitativo de la frecuencia de la comunión y no, todavía, en el plano cualitativo de la autenticidad de la celebración.

5)                En cuanto a la dimensión comunitaria, los porcentajes de pasividad y marginalidad son ciertamente muy altos: un 68 por 100. Sólo un 14 por 100 de los católicos españoles están integrados activamente en auténticas “comunidades cristianas”. Si comparamos estos resultados con el carácter esencialmente comunitario del cristianismo, los datos obtenidos son todavía más desconcertantes [11] .

 

3. LA IGLESIA INVERTEBRADA

 

Por definición, la Iglesia es comunidad. La masificación, el individualismo, la incomunicación, el anonimato, la ausencia de participación, son vicios contrarios a la comunión eclesial. Los porcentajes, desconcertantes, de pasividad y marginalidad, anteriormente aludidos, manifiestan la grave enfermedad que padece la “mayoría católica”, es decir, la Iglesia en España: no está vertebrada en comunidades de fe, con dimensiones humanas, donde cada uno es llamado por su nombre, donde cada miembro mantiene una relación real de fraternidad, donde resulta visible y creíble la comunidad eclesial. Así, de esa manera, la Iglesia no es lo que es: está en juego la identidad eclesial. Se puede recordar aquí lo que Ortega y Gasset decía respecto de la sociedad: “Que una sociedad sea inmoral, tenga o contenga inmoralidad, es grave; pero que una sociedad no sea una sociedad, es mucho más grave. Pues bien: este es nuestro caso” [12] .

Ciertamente, los síntomas de este mal de fondo, de este estado de disolución comunitario, no son exclusivos de nuestro país ni tampoco de nuestro tiempo. En nuestro tiempo, el mal se ha agudizado hasta el paroxismo. Comparemos estos datos: en las comunidades domésticas de los primeros siglos había de 20 a 60 cristianos; en la Edad Media, a su vez, muchas parroquias no sobrepasaban los 300 miembros (las grandes ciudades medievales tenían entre 10.000 y 50.000 habitantes; las medianas, de 2.000 a 10.000 y las pequeñas menos de 2.000); hoy, debido a la explosión demográfica, muchas parroquias son auténticas ciudades medievales [13] .

“Llama la atención que más de una tercera parte de las parroquias (urbanas) tengan una población de más de diez mil habitantes. ¿Es posible que una parroquia de estas dimensiones sea una verdadera comunidad cristiana? ¿Cómo es posible una atención pastoral a grupos humanos tan numerosos, a menos que se constituyan comunidades menores, con responsables de su buen funcionamiento a distintos niveles?” [14] .

Realmente, con los datos precedentes, hemos de decir que, al correr de los siglos, la imagen de la Iglesia ha cambiado sensiblemente.

Con ello, la pastoral de sacramentalización priva necesariamente sobre la de evangelización, a todos los efectos. El número de bautizados supera, como hemos visto, el 95 por 100; el número de los que piden los “cuatro sacramentos” (bautizos, comuniones, bodas, funerales) es mayoritario y puede acercarse (e incluso superar) al número de los que se declaran creyentes (84 por 100). Estos porcentajes son absolutamente superiores y contrastan con el número de los que van a misa todos o casi todos los domingos (55 por 100), de los que a su vez comulgan (11 por 100), de los que conciben a Dios como Padre (29 por 100), de los que creen posible cumplir la justicia en cuestiones de dinero o de negocios (46 por 100) o de los que están integrados activamente en auténticas comunidades cristianas (14 por 100). Este contraste manifiesta elocuentemente el déficit de evangelización que arrastramos, sin entrar todavía en el aspecto más cualitativo de la cuestión: la iniciación en la experiencia comunitaria de la fe, aspecto que rehuye los métodos cuantitativos y que ha de ser discernido en cada caso dentro del proceso comunitario de evangelización y catequesis.

Esta pastoral de sacramentalización, que, por déficit de evangelización, degenera frecuentemente en sacramentalismo, se ve hoy favorecida, por un lado, por el aumento demográfico; por otro, por el descenso del número de sacerdotes. Los sacerdotes (cada vez menos) son atrapados (cada vez más) por el engranaje de la pastoral de consumo: cada vez más han de multiplicarse para “atender” sacramentalmente a la mayoría de la población que se declara “creyente” y pide, por lo menos, los “cuatro sacramentos” (84 por 100).

En efecto, el descenso numérico del clero está tocando el fondo más bajo de la historia de España. En 1768 el número de habitantes por clérigo secular era de 140; en 1868, de 420; en 1968, de 1.220; en 1973, de 1.410; en 1977, de 1.546.

“Este aumento de la relación de habitantes respecto al clero se traduce en el aumento de las diócesis teóricamente infraatendidas por el clero. Tomando por base de esta imposibilidad de atención la relación de 2.500 fieles por clérigo, en 1970 eran 17 las diócesis infraatendidas; en 1974 llegaban a las 25 y, finalmente, en 1977 se calcula en la mitad de las 64 diócesis españolas... A este descenso contribuyen el descenso en las ordenaciones, las secularizaciones y el progresivo envejecimiento del estamento clerical” [15] .

¿A dónde vamos por aquí? Si no se produce un cambio profundo, a una mayor masificación y a un mayor sacramentalismo. Es decir, a una Iglesia más invertebrada todavía.

 

4. EL ÚLTIMO CONSTANTINO

 

Con la muerte de Franco y la restauración de la democracia, se abre en España un nuevo periodo de relación Iglesia-Estado, caracterizado por la autonomía e independencia de ambas esferas. Por parte de la Iglesia, este nuevo periodo se ha gestado en las sesiones del Concilio Vaticano II; por parte del Estado franquista, dicho periodo nunca se llegó a reconocer, provocando en las relaciones Iglesia-Estado de los últimos años un estado de permanente tensión.

Con la nueva situación eclesial y política, “se ha superado definitivamente la configuración político-religiosa anterior a la guerra civil. Es impensable ya toda forma de identificación global del catolicismo con el bloque de derechas”. Hay además una gran pluralidad de comportamientos políticos posibles dentro del actual marco democrático: por primera vez los cristianos están presentes, desde la “extrema derecha” hasta la “extrema izquierda”, en todo el abanico de opciones políticas. Hay también un intenso proceso de “secularización política”, que hace inviable todo intento de resucitar un “partido confesional católico”. Se ha producido, finalmente, un corrimiento muy significativo hacia la izquierda (socialismo) de un sector del catolicismo español: baste recordar que la mayor parte del electorado español se haya encuadrado en uno de los dos grandes  partidos de la actual situación política española, UCD (Unión de Centro Democrático) y PSOE (Partido Socialista Obrero Español).

Podemos hablar del final absoluto del constantinismo: todo tipo de identificación del campo político con el religioso resulta hoy imposible [16] . Al menos por ahora, con Franco ha muerto el último Constantino.

No obstante, pueden surgir nuevas tentaciones de alianza con el poder, formas indirectas, pactos implícitos: “ a cambio no solo de una tolerancia, sino de la ayuda eficaz propiciadora de facilidades para obtener los recursos y crear instituciones, se puede obtener el acuerdo, neutralidad o silencio de la Iglesia en cuestiones ético-políticas, sociales, económicas y en situaciones límites o injustas que todo proceso político-social crea. Este es el peligro que también es entrevisto por muchos y en el que han caído, a juicio de no pocos, las iglesias europeas de uno y otro lado y el que amenaza a la Iglesia en España” [17] .

La mediación del Estado en la cuestión económica de la Iglesia será, mientras persista, un riesgo permanente que hará increíble la mutua autonomía e independencia. El problema económico de la Iglesia es, también, problema de comunidad. Sin comunidad, no hay comunicación de corazones, ni tampoco efectiva comunicación de bienes. Lo que puede una comunidad concreta de cincuenta miembros, a nivel de economía o de acción, no lo pueden comunidades abstractas de quinientos o cinco mil. Sin comunidad, la Iglesia no tiene consistencia propia y necesita protección oficial: necesita de la mediación del Estado para asegurar su subsistencia. Pero entonces corre grave riesgo su independencia y, también, su credibilidad: la primogenitura de la evangelización ha sido puesta en venta “por un plato de lentejas” (Gn 25, 29-34).

 

5. UNA IGLESIA EQUÍVOCA

 

La Iglesia es, por definición, “luz de las gentes” (LG 1), “signo levantado en medio de las naciones” (SC 2), “sacramento universal de salvación” (GS 45). Su misión es como la de Cristo (Jn 20, 21). Más aún, Cristo sigue evangelizando en la misión actual de la Iglesia (Mt 28, 20); los hombres son evangelizados “con la claridad de Cristo que resplandece sobre la faz de la Iglesia” (LG 1).

Ahora bien, para poder cumplir su misión, la Iglesia debe evitar en cada momento histórico, al menos, los grandes equívocos que contradicen su función de “signo”. Un signo debe ser inequívoco, elocuente por sí mismo, sin necesidad de explicaciones suplementarias.

Una Iglesia equívoca es aquella que siendo comunidad, es decir, comunicación, fraternidad, solidaridad, comunión, se presenta bajo el sigo de la masificación, la incomunicación, el individualismo, el anonimato.

Una Iglesia equívoca es aquella que, anunciando un evangelio que es buena noticia para los pobres, aparece como poderosa o vinculada a los poderes políticos o económicos. Una Iglesia, condicionada por el dinero o por el poder, no puede presentar al mundo una imagen de una Iglesia que opta por los pobres y que permanece libre en el cumplimiento de su misión.

Una Iglesia equívoca es aquella que, teniendo como tesoro propio la celebración viva de la fe, ofrece continuamente el triste espectáculo de unas celebraciones marcadas por el aburrimiento, la costumbre, la presión social, el cumplimiento meramente legal, el estipendio: el contrasigno de unos ritos vacíos.

Una Iglesia equívoca es aquella que, siendo depositaria de la luz del evangelio,  no es capaz de superar la propia confusión del tiempo presente de cambio y de renovación por falta de una catequesis creadora de comunidad y de una comunidad creadora de catequesis.

Una Iglesia equívoca es aquella que, siendo testigo de la justicia superior proclamada en el sermón de la montaña, se presenta establecida, acomodada a los patrones de conducta de este mundo, olvidando las advertencias del Apóstol: “no os acomodéis a la farsa de este mundo” (Rm 12, 2).

Una Iglesia equívoca es aquella que, teniendo como misión la evangelización de los pueblos, se presenta ante el mundo como vieja y estéril, incapaz de nuevas fecundidades, y no como madre fecunda que alumbra continuamente a Cristo en el centro de la vida humana, volviendo posible el que Cristo aparezca hoy en el horizonte de los hombres.

Una Iglesia equívoca es una Iglesia destinada a ser rechazada por muchos hombres que buscan: su imagen no es para el mundo una “señal que convoca”, sino un tinglado que repela y espanta. Detrás de cada equívoco, está en juego la identidad eclesial: “Una Iglesia en la que sus miembros no saben decir ya qué es el cristianismo, en la que falta la confianza fundamental en la fecundidad de la fe, en la que sus miembros dudan de que en cuanto tales puedan aportar algo al mundo y donde consideran que la fe es sólo legítima porque comporta una ejemplaridad ética o una rentabilidad social-política: una Iglesia así ha dejado de ser la Iglesia de Cristo y ya no tiene capacidad para ser entre los hombres testigos de Dios viviente y sacramento de su salvación, es decir, signo eficaz de la unidad y fraternidad universales a que Dios nos convoca” [18] .

 

6. OPTAR POR LA COMUNIDAD, ALTERNATIVA ECLESIAL

 

Sea por lo que sea, lo cierto es que la palabra alternativa no deja a nadie indiferente: en unos levanta entusiasmos, en otros infunde miedos. Incluso a veces parece que lo que se trata es de hacer lo mismo, pero evitando la palabra fatal, que pudiera provocar la ruptura. Se trataría entonces de una cuestión táctica.

En el fondo, detrás de cada opción hay una alternativa: “o una cosa u otra”. Si el Concilio Vaticano II optó por la renovación, creó una alternativa eclesial, aunque a algunos partidarios de la conservación se les planteara el problema de la ruptura. La renovación de la Iglesia no era una moda, sino una necesidad pastoral y no podía quedar hipotecada por quienes idolatraban formas caducas del pasado. Pues bien, la renovación conciliar no ha hecho nada más que empezar y, después de trece años, se ve impedida y dificultada por fuerzas y estructuras preconciliares enquistadas en la conservación. Renunciar a la renovación por miedo a la ruptura sería una trampa, un chantaje.

Para un discípulo de Jesús, evangelizar es formar comunidad; para el Concilio Vaticano II, la Iglesia no es escuela de verdad y de contemplación ni ejército disciplinado, sino Pueblo de Dios, comunidad [19] . Optar por la comunidad supone una alternativa eclesial, plenamente coherente con la renovación conciliar (todavía pendiente de aplicación, en gran parte).

“Se trata, dice Mons. Matagrin, de una revolución en el sentido copernicano del término, de un cambio profundo que corresponde a la teología de la Iglesia definida como Pueblo de Dios: es el paso de una Iglesia que descansa abrigada en la pirámide, obispo sacerdote, a una Iglesia que se apoya en la base, la comunidad de los cristianos. Esto ha de ser cotejado con lo que hemos dicho de la necesidad de rehacer el tejido comunitario, multiplicando grupos, equipos, y comunidades. El esquema de una Iglesia que da prioridad a la relación vertical de cada uno con el sacerdote, que es considerado como el único responsable, ha de ser sustituido por el de una Iglesia formada por cristianos que se sienten solidarios en el seno de los grupos, de los equipos y comunidades, creados a partir de la fe común, haciéndose responsables de la vida y de la misión de la Iglesia” [20] .

Optar por la comunidad no resulta viable, ni posible ni  creíble, si no es por una comunidad con dimensiones humanas, donde cada uno es llamado por su nombre, donde cada miembro mantiene una relación real de fraternidad. Todo lo demás resulta demasiado vago, abstracto y equívoco. Como anteriormente se dijo, el anonimato, la masificación y el individualismo son vicios contrarios a la comunión eclesial. Sin comunidad de fe, la identidad misma de la Iglesia queda difuminada, pierde fuerza, densidad y concreción. En realidad, optar por la comunidad supone una alternativa eclesial: la vertebración progresiva de la Iglesia, de las diócesis, de las parroquias..., en cuerpo de comunidades, federación de comunidades, comunidad de comunidades.

La urgencia de esta opción es eludida frecuentemente y de diversas maneras. He aquí una: “eso de la comunidad es para unos pocos, para una élite selecta, no para la masa; para la masa (que hay que atender), lo suyo es la religiosidad popular (que hay que respetar)”. Bien, es preciso decir:

1)   La opción por la comunidad es una opción libre. A nadie, pues, se le va a imponer. La imposición no va con el estilo del evangelio, que deja siempre abierta esta puerta: “si quieres”...

2)   La comunidad no es para unos pocos, para una élite selecta, sino para todos los que la quieran, de cualquier clase y condición.

3)   La comunidad no es un lujo, ni una moda, sino una necesidad. A ella tienen derecho los de dentro (que esperan la renovación, a veces a tientas) y los de fuera (que sin esa renovación no se acercarían). Más aún, está en juego una imagen de Iglesia, significativa para el mundo de hoy, y está en juego una imagen de ministerio: está en juego la identidad sacerdotal (y existencial) de muchos curas. Con ello, estamos tocando el problema de las vocaciones y, lógicamente, el inmediato futuro de la Iglesia.

4)   El Directorio General de Pastoral Catequética, pretendiendo fomentar una adecuada re-evangelización, necesaria en nuestro tiempo, dice lo siguiente respecto al sentido religioso popular, vigente en diversas partes de la Iglesia: “el sentido religioso popular es una ocasión o un punto de partida para anunciar la fe. Tan solo se trata, como es obvio, de purificarlo y de estimar rectamente sus elementos válidos para que nadie se contente con formas de acción pastoral, hoy desajustadas, nada apropiadas y tal vez incluso fuera de lugar” (DCG 6).

Por su parte, la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis dice además en la XVIII Asamblea Plenaria del Episcopado Español: “debe también evitarse a toda costa la manipulación de la religiosidad popular en orden a frenar las necesarias reformas en la vida de la Iglesia o en orden a conseguir determinados objetivos político-religiosos” [21] .

La palabra alternativa sugiere por sí misma que el cambio no es superficial, sino profundo. La opción por la comunidad – y por el catecumenado como medio – está adoptando en la práctica diversas formas según el proyecto pastoral (e imagen de la Iglesia) que en cada caso se tenga:

·        Opción reformista: se trata, no de cambiar, sino de animar la estructura preconciliar de la parroquia. El catecumenado serviría, pues, para animar dicha estructura y para integrar a los neoconversos en ella. El riesgo que se corre con esta opción es evidente: se trataría de echar el vino nuevo en odres viejos.

·        Opción renovadora: a) se trata de cambiar progresivamente la estructura preconciliar de la parroquia y de ir creando una nueva estructura que haga visible una nueva imagen de parroquia y de Iglesia: cuerpo de comunidades, comunidad de comunidades. En este caso, el catecumenado de adultos facilita el proceso de creación de la comunidad o de integración en ella.

b) Se trata de crear la nueva estructura (la comunidad de talla humana) fuera de la parroquia, pero dentro de la diócesis, es decir, vinculada a la Iglesia local. Aquí se sitúan los catecumenados y las comunidades interparroquiales. No hay que cambiar la vieja estructura, sino – simplemente – construir una nueva. En principio, el proceso es más fácil y rápido.

La relación catecumenado-comunidad-parroquia queda profundamente afectada por cualquiera de estas opciones pastorales. Por ello, al comienzo del catecumenado, se impone esta necesidad de clarificación: ¿a qué convocamos?, ¿dónde desemboca el proceso catecumenal? Planteado claramente el problema, los sacerdotes y, también, los seglares pueden decidir lúcida y responsablemente lo que en cada caso o a cada uno convenga.

 

7. CATECUMENADO PARA BAUTIZADOS, REINICIACIÓN EN MARCHA

 

Muchos son los bautizados, pocos los evangelizados. En efecto, los bautizados en España superan el 95 por 100 de la población. Pero si nos preguntamos: ¿quiénes están evangelizados?, ¿quiénes han llegado a reconocer existencialmente que Jesús es el Señor?, ¿quiénes han llegado a confesar personalmente toda la fe de la Iglesia?, ¿quiénes viven comunitariamente su fe?, entonces tenemos que concluir que son ciertamente pocos.

Desde el año 1960, aproximadamente, comienza a plantearse en España la necesidad de evangelizar a los bautizados mediante el catecumenado. En 1961, Casiano Floristán, profesor del Instituto de Pastoral de Salamanca, haciendo una crítica de los cursillos de cristiandad, sugiere la evolución de los mismos hacia un catecumenado [22] . Es un momento en que, debido a los cambios sociales y eclesiales tan ineludibles como necesarios, comienzan a hacer crisis los movimientos de renovación anteriores al Concilio (movimientos especializados de Acción Católica, cursillos de cristiandad, movimiento familiar cristiano, congregaciones marianas, movimiento por un mundo mejor, etc.) De sus filas salen muchos que comienzan a plantearse la evangelización en términos de proceso catecumenal. El catecumenado en España nace de la crisis de estos movimientos de renovación preconciliar y, de una forma más general, de la crisis de la Iglesia y de la sociedad.

En la década de los sesenta, el Instituto de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca (con sede en Madrid) inspira la implantación del catecumenado en España. Es preciso destacar aquí, entre otros, la labor del profesos Casiano Floristán. También hay que agradecer la influencia alentadora del catecumenado francés. El Concilio Vaticano II abre, por su parte, una época de renovación y de esperanza. Al final del mismo, sacerdotes, religiosos y seglares, con el espíritu de los primeros tiempos de la Iglesia, se lanzan a la búsqueda del catecumenado y de la “comunidad perdida” de los Hechos de los Apóstoles.

Hay que destacar el grupo que, en el curso 1965-1966, se reúne en el barrio madrileño de Moratalaz (el primer año, en el Colegio Nacional Sainz de Vicuña; el segundo, en la parroquia de Santa Ana). Este grupo se reúne primero como catecumenado interparroquial, aunque después (tercer año) se desglosa en diversos catecumenados parroquiales. En él figuran, entre otros, Mariano Gamo (parroquia de Nuestra Señora de la Montaña), Ramón Lledó (parroquia de Nuestra Señora de Moratalaz), Manolo Sardinero (parroquia de la Natividad), Félix Vázquez (parroquia de Belén) y Luis Maicas (parroquia de la Visitación). Mariano Gamo acentuará la dimensión política del catecumenado y será uno de los líderes de las “comunidades populares”. Manolo Sardinero introducirá después el catecumenado en la parroquia de San Cristóbal, de Ciudad Pegaso, y facilitará la puesta en marcha de muchos catecumenados. Luis Maicas promoverá decididamente el catecumenado en la Vicaria II, en la que actualmente es Vicario Episcopal.

Hay que destacar también el grupo que, por la misma fecha, se reúne en la parroquia de Cristo Rey de Argüelles (Madrid), en cuya orientación participan – en diverso modo y entre otros – Pablo Gaeta, Pedro Farnés (profesores del Instituto de Pastoral) y Kiko Argüello. Entre las tensiones propias de toda búsqueda, el grupo originario se divide y surge así el primer catecumenado orientado por Kiko Argüello, que, procediendo del movimiento de cursillos de cristiandad, acentuará la dimensión kerigmática del catecumenado y será líder de las llamadas, con impropia exclusividad, “comunidades neocatecumenales” [23] .

De forma germinal, están presentes ya en estos grupos pioneros las tres grandes orientaciones del catecumenado postbautismal en España como neocatecumenado que reinicie a los neoconvertidos [24] : la orientación (pluralista) del catecumenado diocesano, la orientación (también pluralista) de las comunidades populares y la orientación (rígida) de las comunidades neocatecumenales.

El Movimiento por un Mundo Mejor, orientado en principio a “introducir en las personas e instituciones un fermento constante de conversión” al servicio de la Iglesia en el mundo, termina realizando también un proyecto de catecumenado para bautizados, cuyos principales impulsores son Juan José Genovard, Francisco Loidi y Manuel Longa.

La experiencia se desarrolla inicialmente en la diócesis de Bilbao. En 1970 comienzan a andar los primeros grupos en la parroquia del Carmen de Indauchu, en San Ignacio de Deusto y en Gallarta. El aumento del número de grupos hizo imprescindible la sistematización y ampliación de aquella primera experiencia. En abril de 1970 nace una Escuela de Catequistas que organiza veinte sesiones de dos horas de duración. El objetivo es familiarizar a los participantes con el temario y algunos elementos de metodología. También se hacen cursillos intensivos, destinados a aquellas personas que requerían una capacitación rápida y suficiente para iniciar la experiencia por sí mismas.

El interés desborda el ámbito de la diócesis y surge la idea de organizar en el Centro de La Granja (Segovia), a plano nacional, unos cursos más amplios y mejor elaborados: son los cursos Catecumenado y Comunidad Cristiana, realizados en colaboración con el Secretariado Nacional de Catequesis (uno en verano de 1971, otro a comienzos de 1972). Por parte del Secretariado participan Ricardo Lázaro y Julián Ruiz [25] .

A nivel del episcopado español, merece especial atención a la XVIII Asamblea Plenaria (2-7 julio 1973). En ella se acuerda a largo plazo como línea de acción “alentar la creación del catecumenado en la diócesis, no sólo para adultos que se preparan para el bautismo, sino para todos aquellos que no han tenido la debida iniciación cristiana” [26] . Más aún, la creación del catecumenado entra como objetivo prioritario dentro de la programación general de la educación de la fe [27] . Y una cosa importante: “ha de buscarse y promoverse la integración de los grupos espontáneos en la comunión de la Iglesia local, no sofocando lo positivo de su dinamismo, ofreciéndoles medios para desarrollar su fe y ayudándoles a perfilar su estatuto eclesial” [28] . Esta orientación es fundamental de cara a la plena integración eclesial de las pequeñas comunidades en la Iglesia local.

Por su parte, el Departamento de Adultos del Secretariado Nacional de Catequesis organiza en El Escorial (junio, 1974), sus terceras jornadas nacionales de estudio sobre “Experiencias catecumenales en España, hoy”. Son jornadas de estudio, de clarificación de ideas, de intercambio de puntos de vista y de experiencias: un esfuerzo de orientación a partir de las experiencias de signo catecumenal que, cada vez en mayor número, se van desarrollando en las diócesis. Las experiencias catecumenales presentadas (33 monografías) y el documento resultante constituyen, no una palabra definitiva, pero sí un hito importante del movimiento catecumenal español [29] .

En el curso 1975-1976, el Departamento de Adultos del Secretariado Diocesano de Catequesis de Madrid se propone detectar las constantes que se habían venido repitiendo en las diversas experiencias catecumenales llevadas a cabo en Madrid durante diez años de tanteos y dificultades. El resultado de este naciente trabajo fue un pequeño libro titulado: “El catecumenado de adultos”, en el cual se perfilan las líneas básicas del Catecumenado Diocesano, dentro de un pluralismo legítimo de experiencias, métodos e instrumentos. Dicho libro supone un  espíritu eclesial de convergencia y de comunión. En su Introducción, dice el cardenal Tarancón:

“Nuestra Delegación Diocesana de Evangelización, por medio principalmente del Secretariado Diocesano de Catequesis, pretende instaurar el CATECUMENADO DIOCESANO DE ADULTOS como un servicio a cuantos se preocupan de ese campo importantísimo de la pastoral”. Y añade: “Es, diría, el primer paso oficial de la diócesis para orientar esa acción un tanto dispersa que se viene realizando... Se necesitará la colaboración de todos para que puedan darse otros pasos más profundos y se puedan perfeccionar algunos aspectos del mismo. Pero tenemos la esperanza de que estas orientaciones estimularán iniciativas y orientarán adecuadamente experiencias que se vienen realizando para que la Iglesia – la Iglesia diocesana, en nuestro caso – pueda avivar su comunión interior, presentándose con una nueva faz ante los que buscan en la Iglesia su mediación eficaz con Cristo”.

El mismo espíritu eclesial de convergencia y de comunión se manifestó en el I Encuentro Diocesano sobre el Catecumenado de Adultos (30 de mayo al 3 de junio de 1977). Ambos acontecimientos, libro y encuentro, marcan el comienzo del Catecumenado Diocesano de Madrid como servicio propio de la Iglesia local [30] . Un planteamiento semejante comienza a hacerse también en otras diócesis.

El Catecumenado Diocesano abre un espacio plenamente eclesial de encuentro de distintas experiencias, métodos e instrumentos. Supone el permanente reconocimiento de que “ inmaduro es nuestro saber e inmaduro nuestro evangelizar” (1 Co 13, 9), de que nadie tiene el monopolio de la evangelización, de que es preciso seguir buscando juntos dentro de un espacio común, diocesano, propio de todos. Un espacio donde sea posible compartir aquello que tenemos, donde sea viable la revisión y el enriquecimiento mutuo, donde se pueda relativizar aquello que sea particular, accidental o secundario, donde la autonomía de cada grupo es respetada y la apertura de cada grupo a los demás valorada, donde el conocimiento mutuo de los distintos grupos pueda ir madurando en convergencia y en comunión. Es lo que se llama opción diocesana del catecumenado, que pretende ofrecer cauces adecuados para el legítimo pluralismo catecumenal.

El movimiento catecumenal en España, todavía minoritario, surge en el contexto de “un fuerte movimiento renovador, cuyas características principales apuntan, en primer lugar, a una adecuación entre la realidad social y religiosa. Comienza a resurgir un cristianismo nuevo, más inserto en la vida real y más comprometido con los verdaderos valores del reino de Cristo: con la justicia, la liberación, el amor fraterno y universal, la actitud de reconciliación permanente, la búsqueda sincera de la paz, entendida ésta como desarrollo integral de la persona humana y de los pueblos” [31] . Queda, pues, lugar para la esperanza.

 

8. COMO UN GRANO DE MOSTAZA

 

En el I Encuentro Europeo de Catequesis de Adultos, tenido en París (1-3 abril, 1978), el documento común del encuentro recoge como objetivos de la Catequesis de Adultos el de la iniciación (catecumenado para no bautizados) y el de la re-iniciación (catecumenado para bautizados). En los últimos años se había insistido en la Catequesis de Adultos como profundización en la fe.

Estando como estamos en países de vieja cristiandad, es preciso profundizar en la fe. No obstante, ¿no nos encontramos cada día más ante la urgente necesidad de evangelizar (reiniciar) a los bautizados? Las circunstancias actuales lo piden así. Es cada día más urgente el catecumenado para un gran número de jóvenes y adultos. Es cada vez más necesaria una primera evangelización (primer anuncio) para un gran número de personas que recibieron el bautismo:

“Sin necesidad de descuidar de ninguna manera la formación de los niños, se viene observando que las condiciones actuales hacen cada día más urgente la enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado para gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren poco a poco la figura de Cristo y sienten la necesidad de entregarse a él”.

“Aunque este primer anuncio va dirigido de modo específico a quienes nunca han escuchado la Buena Nueva de Jesús o a los niños, se está volviendo cada vez más necesario, a causa de las situaciones de descristianización frecuentes en nuestros días, para un gran número de personas que recibieron el bautismo, pero viven al margen de toda vida cristiana; para las gentes sencillas que tienen una cierta fe pero conocen poco los fundamentos de la misma; para los intelectuales que sienten necesidad de conocer a Jesucristo bajo una luz distinta de la enseñanza que recibieron en su infancia y para otros muchos” [32] .

Un día le dijeron los discípulos al Señor: “Auméntanos la fe”. Y el Señor dijo: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza ...” (Lc 17, 5). Jesús cambia el planteamiento del problema: no se trata, les dice, de aumentar la fe, sino de tener un poquito de fe de la buena, “como un grano de mostaza”. En nuestros países de vieja cristiandad [33] es preciso volver a estos planteamientos evangélicos. Día a día podemos ir palpando que el problema es más hondo: en tantos casos, situaciones y ambientes, el problema no es de profundización, sino de reiniciación [34] . En España, también.

 

 

Jesús López Sáez



[1] Ver PABLO VI, La evangelización del mundo contemporáneo, 52.

[2] FUNDACIÓN FOESSA, Estudios sociológicos sobre la situación social de España, Ed. Euramérica, Madrid, 1975. Abreviadamente, le citaremos así: FOESSA 1975. Dicho informe, básicamente válido aún, ha sido actualizado últimamente en la siguiente obra: Síntesis actualizada del III Informe FOESSA 1978, Ed. Euramérica, Madrid, 1978. La citaremos así: FOESSA 1978.

Sobre el valor de los datos, su relatividad y otras precisiones, ver FOESSA 1975, pp. 532-533. Aquí solamente recogemos el objetivo fundamental del informe: “señalar las tendencias principales que se advierten en la transformación socio-religiosa de la España de hoy, procurando, cuando era posible, interpretar la dirección y el empuje de tales tendencias en el contexto de la secularización” (o.c., p.533).

El informe FOESSA ha sido elegido por su visión panorámica de la situación socio-religiosa de España. A la luz de datos posteriores, puede parecer aún excesivamente “optimista”; por ello, entendemos que debe ser situado en su momento y en el contexto de una progresiva secularización de la sociedad española.

Finalmente, el presente trabajo sobre el problema de la reiniciación en España ha sido asesorado, desde el punto de vista sociológico, por Vicente SASTRE, Director de la Oficina de Sociología y Estadística de la Iglesia en España.

[3] FOESSA 1975, p. 543.

[4] O.c., pp.548-549. Mientras que los bautismos y los entierros cuentan todavía con una tasa importante en todas las iglesias, advirtiéndose, no obstante, una tendencia a disminuir, los matrimonios religiosos disminuyen bastante rápidamente, en parte a causa de los divorcios. En los últimos años lo que más llama la atención es el rápido descenso de la práctica dominical. Ver Boletín PRO MUNDI VITA 73 (1978), 8-9. 

[5] FOESSA 1975, p.551.

[6] O.c., p. 556.

[7] O.c., p. 566.

[8] O.c., p. 568.

[9] En práctica dominical, Madrid ofrece un 16 por 100. Ver GUIA DE LA IGLESIA EN ESPAÑA 1976, Oficina General de Sociología y Estadística, Secretariado del Episcopado Español, Madrid, p. 30. Según la encuesta ICSA Gallup en España (1976) sólo el 23,3 por 100 de los católicos dice practicar frecuentemente; el 45,1 por 100 dice practicar alguna vez; el 21,2 por 100 dice practicar raramente; el 10,4 por 100 declara no practicar nunca. Además, el número de los que practican de una forma intensa disminuye según el grupo de edad: 65 años y más, 38 por 100; 35-39 años, 20 por 100; 15-24 años, 12 por 100. Ver Boletín PRO MUNDI VITA 73 (1978), 9. Realmente, se constata una desarmonía entre la demanda anímica juvenil y la oferta que le hace la Iglesia. Ver JUVENTUD 1975, Comisión Episcopal de Pastoral, Madrid, 1975, p. 143. Por lo que al mundo obrero se refiere, según una encuesta del C.I.S., el 68,7 por 100 de los entrevistados que se consideran católicos practicantes no se manifiestan a favor de ninguna central sindical. Los partidarios de las centrales sindicales (en su mayoría de inspiración marxista) aparecen fundamentalmente entre la población no religiosa. Ver C.I.S., Estudio prospectivo sobre las elecciones sindicales en España, en “Revista Española de Investigaciones Sociológicas” 1 (1978), 376. 

[10] FOESSA 1975, p. 573.

[11] O.c., p. 579.

[12] ORTEGA Y GASSET, J., España invertebrada. Espasa-Calpe. Madrid, 1967, p. 102.

[13] Ver Boletín PRO MUNDI VITA 62 (1976), 1-2.

[14] GUIA DE LA IGLESIA EN ESPAÑA 1976, p. 108.

[15] FOESSA 1978, pp. 349.350. Según el Annuarium Statisticum Ecclesiae (Roma, 1976), por lo que a sacerdotes se refiere (en sacerdotes religiosos la tendencia es semejante), en 1975 ha habido en España 244 ordenaciones, 421 defunciones y 257 abandonos. El número de seminaristas desciende: España tenía en 1961-62 8.397 seminaristas mayores contra 2.137 en 1974-75. La promoción de los diáconos no ofrece solución al problema del descenso de las vocaciones sacerdotales, ni desde el punto de vista numérico, ni de la teología pastoral. Ver Boletín PRO MUNDI VITA 73 (1978), 12-13.

[16] Ver FOESSA 1977, pp. 320-321.

[17] O. c., p. 338. Ver, a este respecto, WALF, K., Los impuestos eclesiásticos como medio de subsistencia. En “Concilium” 137 (1978).

[18] GONZALEZ DE CARDEDAL, O. Redescubrimiento de la identidad cristiana. En “Ecclesia” 1863 (1977), 1547-1549.

[19] Ver KUNG, H., La Iglesia, de. Herder. Barcelona, 1970, p. 17. Sobre la Iglesia como alternativa cristiana al modelo de sociedad, ver CASTILLO, J.M., La alternativa cristiana. Ed. Sígueme. Salamanca, 1978, pp. 9-59.

[20] Ver Boletín PRO MUNDI VITA 62 (1976), 3.

[21] XVIII ASAMBLEA PLENARIA DEL EPISCOPADO ESPAÑOL, La educación en la fe del pueblo cristiano (EFPC), II, 4. Madrid, 1973.

[22] FLORISTAN, C., Cursillos y conversión. En “Incunable” 552 (1961). Ver FLORISTAN-USEROS, Teología de la Acción Pastoral. B.A.C. Madrid, 1968, p. 335.

[23] Ver M. GAMO y A. CAÑADAS, Catecumenado, pastoral de adultos. En “Pastoral misionera” 3 (1967), 28-34. Ver también FLORISTAN, C., El catecumenado. P.P.C. Madrid, 1972, p. 23. Y también BRAVO, A., De la catequesis de adultos a”el catecumenado de adultos” en Madrid. I. Historia de un proceso. En “Actualidad catequética” 81-82 (1977), 43.50.

[24] Ver FLORISTAN, C., o.c., p. 15. Del mismo autor, ver La evangelización, tarea del cristiano. de. Cristiandad. Madrid, 1978, páginas 77-91 y 110-132. Sobre las distintas orientaciones de los grupos a la luz de los distintos momentos del movimiento catequético contemporáneo, ver gráfico en “Actualidad catequética” 88-89 (1978), 192.

[25] Ver F. LOIDI-M. LONGA, Catequesis para la comunidad cristiana. I. Introducción pedagógica. DDB. Bilbao, 1972, pp. 1-5. A nivel europeo, el Secretariado Nacional de Catequesis participa en los Encuentros Europeos de Catecumenado que se han ido celebrando: Ginebra 1969, Madrid 1971, Estrasburgo 1973, Amsterdan 1975, Lyon 1977. Componen la delegación española, entre otros y en distintos momentos, Elías Yanes, Julián Ruiz, Manolo Matos y Jesús López.

[26] EFPC I, 12.

[27] EFPC I, 18.

[28] EFPC I, 24. Ver LOPEZ, J., De la catequesis de adultos a “El catecumenado de adultos” en Madrid. II. El catecumenado de adultos. En “Actualidad catequética” 81-82 (1977), 155-206.

[29] Ver el número de “Actualidad Catequética” titulado El Catecumenado, 74-74 (1975), 155-206.

[30] Ver el artículo de A. BRAVO – J. LOPEZ, De la catequesis de adultos a “El catecumenado de adultos” en Madrid. En “Actualidad Catequética” 81-82 (1977), 46-49 y 57-58. Recientemente (primer trimestre 1978), la Oficina de Sociología de la diócesis de Madrid ha realizado una encuesta entre sacerdotes y seglares especialmente comprometidos en la acción pastoral con el fin de establecer un diálogo clarificador sobre los objetivos pastorales de la misma. En cuanto a la pregunta si crees que el catecumenado de adultos puede llegar a ser elemento renovador de las comunidades locales de la Iglesia diocesana, las respuestas se han distribuido así: muchísimo, 39,5 por 100; mucho, 30,8 por 100; bastante, 22,6 por 100; poco, 6,5 por 100; muy poco o nada, 0,6 por 100. El número total de respuestas a la encuesta fue de 512. Ver GUIA DE LA IGLESIA EN ESPAÑA 1979, 6. 11.

[31] FOESSA 1975, p. 531.

[32] PABLO VI, La evangelización del mundo contemporáneo, 44 y 52.

[33] Realmente es muy pequeño el número de personas verdaderamente arreligiosas en Europa. Según “Eurobaromètre”, 5 (mayo de 1976), que es la revista de la Commission des Communautés Européennes, que reúne las informaciones acerca de la evolución de la opinión, en la CEE, el 53 por 100 declaran pertenecer a la Iglesia católica, 25,1 por 100 a las Iglesias de la reforma, 4,2 por 100 a otra religión y 15,5 por 100 no tienen preferencia religiosa (la mayoría no tienen religión); 2,1 por 100 no respondieron. No obstante, no se identifican la práctica religiosa y la religiosidad. En todos los países europeos y en todas las Iglesias se constata la búsqueda de una pertenencia eclesial más selectiva. Esta selectividad está en aumento. Ver Boletín PRO MUNDI VITA 73 (1978), 8.

[34] LOPEZ, J., I Encuentro Europeo de Catequesis de Adultos. En “Actualidad Catequética” 87 (1978), 140-142.