12. Distorsión de imagen
La distorsión de la figura de Juan Pablo I es una grave responsabilidad
de la que tendrá que responder nuestra generación.
De una forma especial, lo habrán de hacer aquellos medios de la
curia romana que han contribuido a formarla. Veamos lo que dice este monseñor,
a condición de permanecer en el anonimato:
"El problema del Papa Luciani es que él no era idóneo
para aquel puesto. Todos lo sabían. Estaba a punto de ser vencido
cuando Dios le llamó. Un caso desesperado. Creo que el Espíritu
Santo ha hecho una buena labor liberándonos de él antes de
que hiciera demasiado daño". Y también: "Durante su pontificado,
todos los que estaban dentro sabían que él no tenía
ninguna idea del rumbo que se debía seguir. Lo puedo asegurar gracias
a una fuente muy autorizada. No podía aguantar. Todas las opiniones
de que era un tipo tenaz y agudo son mentiras. Yo estuve presente en el
ángelus aquel domingo y le oí hablar con aquella voz rara
y estridente que tenía: 'Dios es más madre que padre'. ¡Muy
bonito! Pero en la Congregación para la Doctrina de la Fe estaban
completamente desconcertados" (202).
Lo que este monseñor dice, otros lo piensan. Y en muchos casos
se le despacha a Juan Pablo I con el socorrido tópico: el Papa de
la sonrisa. Como dice Lorenzi, en octubre de 1980:
"Esta definición, en cierto sentido reductiva, al menos tal
y como ha sido utilizada por algunos, contiene una gran verdad. Luciani
sonreía porque era un hombre de gran fe: sonreía a la vida,
a la gente. Su dimensión espiritual era ciertamente, además
de la humildad, la esperanza. Por esto es absurdo afirmar que ha muerto
aplastado por el peso del cargo que se le ha confiado. La Iglesia es del
Espíritu y él se sentía un humilde vicario de Cristo,
no un protagonista, un artífice del destino espiritual del mundo.
Su vida estaba al servicio de Dios" (203).
Juan Pablo I es algo más que el Papa de la sonrisa. Algo
singular debió ocurrir en la capilla Sixtina en el momento de su
elección: se habló de milagro moral, de elección "carismática",
de clara acción del Espíritu. En palabras de Benelli:
"El consenso se ha realizado sobre la plataforma del desarrollo del
Concilio. Sería ridículo creer que se ha resuelto la reforma
litúrgica dando la vuelta a los altares y permitiendo las guitarras.
Se requiere algo muy distinto. Además, la colegialidad episcopal:
está por desarrollar. Lo mismo, la promoción del laicado.
Los derechos humanos" (204).
Según Senigaglia, Luciani votó al brasileño Lorscheider.
Para el cardenal Felici había dos candidaturas de entrada: la de
Siri y la de Luciani. El cardenal Sin, de Manila, se lo anticipó
a Luciani la tarde de su elección: "Estoy seguro de que usted ser
el nuevo Papa".
Por su parte, Pablo VI había dado dos señales en favor
de la candidatura de Luciani: el 16 de septiembre de 1972, en Venecia,
cuando puso su propia estola sobre los hombros de Luciani delante de 20.000
personas; y el 28 de abril de 1977, en la visita ad limina de los obispos
vénetos: no dando Pablo VI con el timbre que tenía en su
butaca, Luciani le ayudó; entonces comentó el Papa en voz
baja: "Así ha aprendido ya donde está" (205).
Se comenta también al respecto la visita que el 11 de julio
de 1977 hizo Luciani al convento carmelita de Coimbra. Allí celebró
la misa y tuvo un encuentro con la comunidad religiosa. Después,
a instancias de sor Lucía, habló con ella durante casi dos
horas. Luciani volvió con el rostro demudado. Comentó:
"La hermana es pequeñita, es avispada y bastante parlanchina...hablando,
revela una gran sensibilidad para todo lo que afecta a la Iglesia de hoy
con sus problemas agudos" (206).
En 1978, dando unas charlas cuaresmales en Canale y encontrándole
sus familiares extrañamente absorto, Luciani explicó:
"Estaba pensando en lo que sor Lucía me dijo en Coimbra" (207).
¿Qué le dijo sor Lucía? ¿Por qué
quiso hablar con él? ¿Le dijo que la Iglesia necesitaba de
hombres como él? ¿Le dijo algo más? Su nombre papal
era un homenaje de gratitud a Juan y a Pablo, pero también todo
un programa al servicio de la renovación eclesial. Como dijo en
su primer mensaje al mundo, estaba al servicio de los hermanos:
"En este momento solemne pretendemos consagrar todo lo que somos y
podemos a este fin supremo, hasta el último respiro, conscientes
del encargo que Cristo mismo nos ha confiado: confirma a los hermanos"
(208).
Juan Pablo I iniciaba "una nueva dinastía en el pontificado,
demostrando su iniciativa y su originalidad" (Tarancón), abría
"una ‚poca de fuerte renovación en el interior de la Iglesia" (Pironio),
"amaba a los pobres y al Tercer Mundo" (Arns), era "un hombre de Dios"
(Felici), un "humilde ensalzado" (C‚). No era curial ni diplomático.
Era sencillo, humilde, prudente, pastor (209).
El profesor J. Alegret, del Departamento de Medicina Legal de la
Universidad Complutense, ha analizado grafopsicológicamente la personalidad
de Luciani. En un primer momento, le presenté tres textos sin firma,
de tres italianos. Uno de los textos era una tarjeta de Luciani, del 2
de agosto de 1978. El profesor comentó ampliamente los rasgos más
característicos de cada uno de ellos, sin conocer la identidad correspondiente.
En un segundo momento, ya con firma y con dos nuevos textos de Luciani
(del 5 de julio de 1976 y del 3 de septiembre de 1978), J. Alegret ha elaborado
un amplio y detallado estudio, que cualquier experto en la materia puede
valorar (210).
En ambos casos, aparece el mismo Luciani: hombre muy inteligente, con
una personalidad din mica, segura, sencilla, renovadora; las cosas viejas
las hace nuevas; gran fluidez y velocidad mental; con una notable profundidad
de ideas, consigue penetrar en el conocimiento de las cosas, personas y
situaciones; gran Espíritu de observación y captación
del detalle; hábito de razonar y calcular debidamente las consecuencias,
derivaciones y circunstancias de sus acciones, lo que le hace prudente
y no impulsivo; fantasía e imaginación, pero controladas;
sentimientos profundos, extraordinariamente delicados, llenos de ternura,
de comprensión, de generosidad; busca de continuo la armonía,
la paz en la convivencia, así como entender a los demás;
notablemente emotivo, pero con la capacidad de saber actuar y dar siempre
una respuesta adecuada según las circunstancias; de conciencia y
comportamiento muy honrado y recto, pero no ingenuo ni excesivamente condescendiente;
firme en sus principios, dispone de los suficientes medios para defender
su honorabilidad y rectitud; radical en su actividad, tanto mental y discursiva
como práctica y ejecutiva; agresivo a veces, pero con ese componente
de la modestia, que no es falsa humildad ni tampoco manifestación
de timidez, sino rasgo propio de una personalidad que arraiga en lo esencial
de la vida.
Importa destacar que el profesor Alegret, con el análisis de
la escritura, ha tenido que cambiar la imagen que previamente tenía
del Papa Luciani, la que se dió en su momento: la de un pobre hombre
aplastado por el peso del papado. La mayor distorsión de la figura
de Juan Pablo I la ha realizado Cornwell: el Papa Luciani se habría
dejado morir abandonando su tratamiento médico, por no sentirse
capacitado para ser Papa (211).
Por su parte, Camilo Bassotto, amigo personal de Luciani en Venecia,
comenta así el estudio grafopsicológico de J. Alegret:
"Estoy entusiasmado, es bellísimo y es verdadero en todo; es
una fotografía precisa de la personalidad de Albino Luciani. La
he dado a leer a un profesor de la Universidad de Padua y ha quedado maravillado
por la precisión del examen y por la capacidad introspectiva amplia,
segura y rica en detalles. Por todo lo que yo conozco de Luciani el estudio
es una extraordinaria confirmación" (212).
Luciani es un obispo del Concilio: para él ha sido "escuela
y conversión"; por ello, lo difunde con entusiasmo. Durante el Concilio,
Luciani propuso que peritos de diversa orientación teológica
hablaran al episcopado italiano, de modo que éste conectara con
el dinamismo conciliar. El cardenal Siri lo impidió.
Luciani es un obispo catequista, que ejerce apasionadamente el servicio
de la catequesis, "el más desinteresado, el más puro, el
más alejado de pretensiones", e inculca esta verdad tan nueva y
tan antigua: "en la catequesis la Biblia es reina". Y pregunta a los sacerdotes
y al pueblo: "¿Lees la Biblia? Dios te habla y tú hablas
a Dios" (213).
Cuando se publicó la Humanae vitae, Luciani estaba convencido
de que el Papa daría una concepción más abierta y
nueva; por ello, manifestó a sus diocesanos su desilusión,
aceptando y difundiendo - no obstante - el magisterio papal:
"Confieso que, aunque no revelándolo por escrito, albergaba
la íntima esperanza de que las gravísimas dificultades existentes
pudieran ser superadas y que la respuesta del maestro, que habla con especial
carisma y en el nombre del Señor, pudiera coincidir, al menos en
parte, con las esperanzas concebidas por muchos esposos, una vez constituida
una adecuada comisión pontificia para examinar el asunto" (214).
Desde el primer momento, Juan Pablo I dió muestras de que quería
gobernar la Iglesia con un estilo nuevo: primero dijo que pensaba gobernar
de forma colegiada con sus hermanos obispos; después se deshizo
de la tradicional ceremonia de la coronación, de la tiara real y
del trono papal, es decir, de todo aquello que simbolizaba el poder temporal
del papado. Mil años quedaban atrás.
La "gran disciplina" eclesial es aquella que vuelve a las fuentes.
Por su ascendencia familiar y por su trayectoria sacerdotal y episcopal,
se presentaba ante el mundo como un Papa que conduciría a la Iglesia
"hacia una mayor pobreza, hacia una más vivida y comprometida solidaridad
con los trabajadores, hacia una más exigente línea evangélica"
(215). En la tarde del 23 de septiembre, dijo Juan Pablo I en San Juan
de Letrán que Roma ser una auténtica comunidad cristiana,
si Dios es honrado con el amor a los pobres:
"Estos - decía el di cono romano Lorenzo - son los verdaderos
tesoros de la Iglesia (216).
En la mañana del 28 de septiembre, en su última jornada,
Juan Pablo I recordaba a un grupo de obispos filipinos un pasaje encontrado
en el Breviario y referido a Cristo: "Yo debo dar testimonio de su nombre:
Jesús es Cristo, el Hijo de Dios vivo". Les recuerda también
el derecho de los fieles a recibir la Palabra de Dios y la responsabilidad
de los obispos ante el gran reto de nuestro tiempo, la evangelización
de los bautizados:
"Entre los derechos del fiel, uno de los mayores es el derecho a recibir
la Palabra de Dios en toda su integridad y pureza, con todas sus exigencias
y fuerza. Un gran reto de nuestro tiempo es la completa evangelización
de todos aquellos que han sido bautizados y, en dicho reto, los obispos
de la Iglesia tienen una responsabilidad primordial" (217).
Juan Pablo I era humilde y sencillo. Según propia confesión,
su natural no era así; era algo que había ido logrando. Con
su lenguaje, quiere hacerse entender y conecta con el pueblo. En la Curia
muchos desaprueban su modo coloquial de llevar las audiencias. En la Secretaría
de Estado no entienden que el Papa rechace los discursos que le preparan:
"Este no es mi lenguaje. Prefiero hablar como me siento y como soy" (218).
Dice el Padre Farussi, que entonces dirigía Telegiornale en
Radio Vaticana: "La gente estaba encantada con su forma de enseñar
en las audiencias. Pero la Secretaría de Estado no. La Secretaría
le criticaba porque hablaba a un nivel demasiado popular, demasiado simplista
y así. Una mañana recuerdo que sonó este teléfono
y uno me preguntó: '¿Qué piensas que está haciendo
el Papa durante las audiencias? ¡Está blasfemando!...Una mañana
durante la audiencia del miércoles dijo a la gente: Rogad por este
pobre Cristo'. Y apuntó hacia sí. Y esta persona en el Vaticano
lo tomó como una irreverente expresión. Por tanto, no entendieron
que en términos populares él hablaba de este pobre Cristo,
crucificado por todas partes: en la cruz, como Jesucristo" (219).
Humilde y sencillo, pero también firme. Monseñor Bortignon,
el obispo que le descubrió, dice de Luciani: "Pastor manso y paciente,
pero fuerte y decidido a alcanzar los justos objetivos pastorales".
Monseñor Carraro, predecesor de Luciani como obispo de Vittorio Véneto,
se lo dijo a varios miembros de la curia diocesana (entre ellos, el director del
servicio administrativo): "Cuando llega la ocasión, sabe ser fuerte y decidido...
Lo veréis" (220). El cardenal Benelli, su gran elector, le conocía
bien:
"Después de absorber toda la información que pudiera
obtener, entonces y sólo entonces tomaba una decisión. Pero
cuando el Papa Luciani tomaba una decisión no había nada
que pudiera detenerle o apartarle de su objetivo" (221).
Esta voluntad decidida, hasta el último respiro, la había
de emplear en la ardua tarea de purificar un templo, que - siendo, como
aquel, casa del Padre - nuevos mercaderes habían convertido en "casa
de mercado" y en "cueva de ladrones" (222).