La muerte
de Juan Pablo I fue totalmente inesperada. Su médico personal no se
lo podía creer. A pesar del comunicado oficial, la muerte quedó
sin verdadera explicación.
4. Embalsamamiento
Llama la atención la prisa de Villot por embalsamar el cadáver.
Con todo, sus planes se vieron dificultados: "Los cardenales Felici, desde
Padua, y Benelli, desde Florencia, que conocían con precisión
la naturaleza de los cambios que Luciani se disponía a llevar a
cabo, estaban particularmente alterados por lo ocurrido y así se
lo hicieron saber al cardenal Villot. Ya entonces se empezaba a murmurar
en Italia que habría que hacer la autopsia" (67).
Se dijo que iba contra las normas de la Santa Sede; en concreto, contra
la constitución apostólica sobre elección de Romano
Pontífice, promulgada por Pablo VI en 1975. En realidad, este documento
ni prohibe ni ordena la autopsia: omite el tema. Se alegó un precedente,
la autopsia practicada a Pío VIII (1829-1830), realzada en secreto
al día siguiente de su muerte.
En cualquier Estado de Derecho, la autopsia es preceptiva en los casos
de muerte violenta y en aquellos en que se desconoce el origen exacto del
fallecimiento. Según los forenses, por la autopsia (y los sistemas
auxiliares) aún podría descartarse el infarto o detectarse
veneno de metales pesados.
Obviamente, si el cuerpo del Papa era embalsamado, la autopsia quedaría
ya seriamente dificultada; según los casos, podría no servir de
nada. Cuando Mario Senigaglia, secretario de Luciani en Venecia durante más
de seis años, reveló que Luciani había superado antes del
cónclave un chequeo médico completo, cuyo resultado fue favorable
en todos los aspectos, las exigencias de que se efectuara la autopsia se acentuaron.
En cualquier Estado de Derecho, fuera del Vaticano, sólo se
puede realizar el embalsamamiento (o la autopsia), si han pasado 24 horas
desde el fallecimiento. Entonces se está legalmente muerto. Así
se hizo el mes anterior, cuando Pablo VI fue embalsamado.
Desde los tiempos de Julio II (1503-1513), cuyo predecesor Pío
III murió al mes escaso de su elección, se suele abrir el
cadáver de los papas, se les extrae las vísceras (praecordia
pontificum), se les lava y se les prepara. A partir de la muerte de Pablo
IV, en 1559, el embalsamamiento es habitual. Por cierto, su predecesor
Marcelo II murió a las tres semanas, cuando la reforma deseada parecía
finalmente un hecho: se había elegido al mejor, sin tolerar componenda
alguna. Desde Sixto V (1585-1590) las vísceras de los papas, encerradas
en urnas de mármol, se llevaban generalmente a la iglesia de los
santos Vicente y Anastasio. Como veremos después, los tres papas
que sucedieron a Sixto V (Urbano VII, Gregorio XIV e Inocencio IX) murieron
tan rápidamente después de su elección que sus pontificados
apenas dejaron rastros dignos de mención.
Al parecer, la costumbre de la evisceración se rompe con
Pío X, que quiere se respete la integridad de su cuerpo. Lo mismo
sucede con los papas posteriores. De Pío XI se dijo: "Su cuerpo
no fue objeto de una intervención quirúrgica ni de un embalsamamiento
científico; sin embargo se le inyectó una sustancia química
con el fin de retrasar la corrupción del cadáver" (68). Según
Thierry, esto mismo se hizo con los tres últimos papas.
Jean-Jacques Thierry, autor francés especializado en temas vaticanos,
afirma que el cuerpo de Juan Pablo I fue embalsamado por los cuatro hermanos
Signoracci el viernes 29, entre las 6'30 y las 9'30 de la mañana:
"Había que poner inyecciones para conservar el cadáver y
también, sin duda, suavizar los miembros rígidos, poder trabajar
en paz y esperar el efecto de los pinchazos, después lavar el cadáver,
vestirle, revestirle con las insignias pontificales después de haber
maquillado cuidadosamente el rostro marcado por el sufrimiento, después
realizar el traslado del cadáver y depositarle, con una iluminación
muy estudiada, sobre una lecho de honor, en medio de cirios, de plantas
verdes, de colgaduras...Al parecer, los cuatro hermanos Signoracci han
debido ponerse a trabajar hacia las seis cuarenta y cinco, de modo que
todo estuviera terminado antes de las nueve y media" (69).
Dice también Thierry: "Estos especialistas han precisado que
un ligero emsombrecimiento de la piel, aparecido por la noche, no debía
preocupar, puesto que el cuerpo se había presentado en las condiciones
ideales para el embalsamamiento" (70).
Sin embargo, afirma Lorenzi: "El cuerpo fue trasladado de los aposentos
privados a la Sala Clementina. El cuerpo no estaba embalsamado. Lo vestimos
entre el padre Magee, monseñor Noé y yo. Después Magee
y yo nos quedamos junto al cuerpo sin vida hasta las once. A esa hora llegaron
los hermanos Signoracci" (71).
¿Por la mañana o por la noche? Lorenzi le dice a Cornwell
que “por la tarde”. También le dice que “ el primer día le
retiraron partes del cuerpo, posiblemente las vísceras, etc.” Sin
embargo, los hermanos Signoracci, Ernesto y Arnaldo, dicen que no hubo
extracción de vísceras, sino que le fueron inyectados
líquidos antipútridos. Dicen también que no verificaron
la temperatura del cuerpo ni hicieron ninguna otra prueba: "nosotros estábamos
Allí sólo para el tratamiento de conservación. Nada
más" (72).
La agencia de noticias ANSA informó que dos de los hermanos
Signoracci, Ernesto y Renato, fueron despertados en la madrugada del 29
que a las cinco los recogieron de sus hogares en un coche del Vaticano.
Dice Yallop que su investigador Philip Willan fue dos veces más
donde los hermanos Signoracci precisamente para asegurar este dato:
"Era muy importante para mí, porque manifiesta algo totalmente
fuera de lo normal...Willan es un hombre muy meticuloso, muy cuidadoso,
muy cauto, que domina totalmente el italiano" (73).
Por su parte, Cornwell tuvo muchas dificultades en este punto de su
investigación. Intentó hablar con el profesor Gerin, director
del Instituto de Medicina Legal y le dijeron que estaba enfermo y que era
incapaz de decirle nada sobre Juan Pablo I. Además, el periodista
de ANSA, Mario di Francesco, le había dicho que los hermanos Signoracci
habían muerto. Sin embargo, una vez localizados y en medio de muchas
evasivas, dicen los hermanos Signoracci (Arnaldo y Ernesto) que el día
29 fueron al Vaticano "durante la mañana, pero no al alba". Y más
adelante: "Gerin estaba en el Instituto y vino y nos dijo que cogiéramos
nuestro material y comenzáramos los preparativos. Podríamos
decir que esto fue a las doce, o a las once. No recuerdo bien. Cogimos
los preparativos, fuimos al Vaticano y comenzamos el trabajo con el profesor
Gerin". Recordemos aquí lo afirmado por Lorenzi más arriba:
"a esa hora (las once) llegaron los hermanos Signoracci". Sin embargo,
cuando Cornwell les dice a los Signoracci la hora declarada por Buzzonetti
("después de las seis de la tarde"), estos retrasan la suya: "al
atardecer" (74).
El día 30, por la mañana, "el tono rosáceo había
desaparecido del rostro del Papa. Poco a poco, a lo largo del día
había ido tomando el tono gris" (75). El tono gris sale "a las pocas
horas, habitualmente en minutos" (Villalaín).
El 1 de octubre aumenta la presión en torno a la autopsia. El
escritor Carlo Bo, en el "Corriere della Sera", dice que la Iglesia no
tiene nada que temer; además, saber fehacientemente de qué
murió el Papa es un dato histórico que es legítimo
conocer.
El día 3, de 8 a 9'30 de la noche, jerarcas vaticanos y médicos
desconocidos permanecen en la basílica de San Pedro, ya cerrada
al público. Sólo después del entierro se dijo que
fue un chequeo de rutina sobre el estado de conservación del cadáver.
Para muchos fue una autopsia secreta. Rinaldo Andrich, entonces párroco
de Canale d'Agordo, lo vivió así:
"La tarde del martes nos esperaba una desagradable sorpresa. Todo había
sido bien preparado por el director de la peregrinación, don Lorenzo
dell'Andrea, para una vigilia de oración en la Basílica delante
del cadáver del Papa a las 19'30. Desgraciadamente, justo cuando
estábamos entrando en la Basílica bajo un aguacero, se nos
prohibía ver el cadáver, porque una comisión de médicos
debía efectuar una normal revisión del mismo. Sin embargo,
a las 21'30 se volvían a abrir las puertas y a los de Belluno y
Canale d'Agordo se nos facilitaba la entrada en la Basílica de San
Pedro" (76).
Según un reciente sondeo del diario "La Stampa", un 30% de los
italianos está convencido de que Juan Pablo I murió asesinado.
Y los habitantes de Canale d'Agordo, su pueblo natal, quieren constituir
un comité para pedir que se le haga la autopsia (77).