Veamos diversos relatos de cómo fue encontrado el cuerpo muerto de Juan
Pablo I. Los relatos proceden de testigos presenciales del mismo: sor Vincenza
Taffarel, la religiosa que descubrió el cadáver; Diego Lorenzi
y John Magee, secretarios del Papa; el doctor Buzzonetti, del Servicio Médico
vaticano. Se añade también lo que presenció Lina Petri,
sobrina del Papa, primer familiar en llegar.
* A partir de una entrevista concedida por sor Vincenza, Yallop refiere
así el descubrimiento del cadáver, realizado a las cinco menos
cuarto de la mañana:
"Cuando, por fin, la hermana abrió la puerta, vió a Albino
Luciani sentado en la cama. Llevaba puestas las gafas y sus manos sujetaban
unas hojas de papel. Tenía la cabeza ladeada hacia la derecha y entre
sus labios separados asomaban sus dientes.
Sin embargo, no se trataba de la cara sonriente que tanta impresión
causaba entre las muchedumbres. No era una sonrisa lo que mostraba el rostro
de Luciani, sino una expresión de indudable agonía. La hermana
Vincenza le tomó el pulso".
A esa hora sonó el despertador, no antes. Sor Vincenza avisó
a los secretarios y a las otras hermanas. Magee telefoneó a Villot, que
residía dos plantas más abajo y que, alrededor de las cinco, estaba
en el dormitorio papal e iniciaba una serie de acciones e instrucciones inexplicables.
"Junto a la cama del Papa, en la mesilla de noche, estaba el frasco con el medicamento
que Luciani tomaba contra la tensión baja. Villot se lo embolsó
en la sotana y arrancó de las manos yertas de Luciani los apuntes sobre
los desplazamientos y las designaciones que el Papa le había comunicado
la víspera. También los papeles se los guardó Villot. (...)
Luego Villot creó para los aturdidos integrantes del servicio papal,
una relación totalmente ficticia sobre las circunstancias en las cuales
se había descubierto el cadáver de Luciani. Villot impuso un voto
de silencio en cuanto al hallazgo de la hermana Vincenza e instruyó a
todos para que las noticias sobre la muerte de Luciani fueran silenciadas
hasta que él ordenara lo contrario" (51).
* Una fuente autorizada, que prefiere permanecer en el anonimato, me ha dado
la siguiente versión:
"Hablé en dos ocasiones con sor Vincenza. La primera, con la provincial
delante. La segunda, a solas. En esta ocasión, sor Vincenza se echó
a llorar desconsoladamente. Yo no sabía qué hacer. Sor Vincenza
me dijo que la Secretaría de Estado le había intimidado a no decir
nada, pero que el mundo debía conocer la verdad. Ella se consideraba
liberada de tal imposición en el momento de su muerte (ya acaecida, en
1983). Entonces podría darse a conocer. Según sor Vincenza, el
Papa estaba sentado en la cama, con las gafas puestas y unas hojas de papel
en las manos. Tenía la cabeza ladeada hacia la derecha y una pierna estirada
sobre la cama. Iniciaba una leve sonrisa. La frente la tenía tibia. Cuando
Diego Lorenzi, sor Vincenza y otra religiosa fueron a lavar el cadáver,
al volverle, tenía la espalda también tibia. El Papa pudo morir
entre la una y las dos de la mañana" (52).
* Según Lorenzi, el cuerpo del Papa estaba en la posición típica
de lectura, con las gafas ligeramente caídas sobre su nariz "Tenía
dos o tres almohadones a la espalda. La luz de la cama estaba encendida. No
parecía que estuviera muerto. Y las hojas de papel estaban completamente
derechas. No habían resbalado de sus manos ni habían caído
en el suelo. Yo mismo cogí las hojas de su mano" (53).
Lorenzi piensa que Luciani estaba preparando un pequeño discurso para
la gente que suele ir a la plaza de San Pedro los domingos.
El corresponsal de "Ya" diría entonces: "Al parecer, los cuatro folios
que tenía en la mano (no la 'Imitación de Cristo', como se dijo)
eran unos apuntes de su puño y letra que resumían una conversación
suya con el cardenal Villot y con el cardenal Colombo la noche anterior (con
éste último por teléfono) y el tema era algunos nombramientos
de curia y del episcopado italiano" (54).
Lorenzi dejó las hojas en la mesa de al lado y no sabe qué pasó
con ellas después. Dice también:
"Cuando yo le encontré, partes de su cuerpo estaban aún templadas,
su espalda y sus pies" (55).
Lorenzi telefoneó a Pía, sobrina del
Papa. Después al Dr. Da Ros, su médico personal de Venecia; él
mismo cogió el teléfono: No pudo creer lo que le estaba diciendo.
El había visto al Papa el domingo anterior y le había encontrado
con muy buena salud. Yo pienso que el doctor no pudo aceptar la verdad. Se encontró
como destrozado por esta repentina muerte. El no lo pudo aceptar, por supuesto".
Dice también Lorenzi: "El doctor, Magee y yo sacamos el cuerpo. No tuvimos
que lavarle, y no estaba incontinente. No hubo problema con el rigor mortis,
excepto con sus manos. El había muerto con el pantalón del pijama
y vestía aún su camisa. Yo recuerdo que palpé su espalda
aún caliente y también sus pies. Le vestimos con su sotana blanca.
Buzzonetti ató una pieza de seda en torno a su cabeza para colocar su
mandíbula. Villot y el doctor estuvieron de pie juntos y redactaron el
primer comunicado" (56).
* John Magee, avisado por sor Vincenza, bajó inmediatamente a la habitación
del Papa. Desde fuera todo parecía normal. Franqueó la doble puerta
y corrió la cortina. La luz que estaba encendida era la de leer. A cada
lado de la cama del Papa había un timbre.
Dice Magee: "Vi al Papa acostado y con las gafas puestas. Nada hacía
pensar que había muerto. Estaba en la cama con la cabeza recostada sobre
su hombro derecho y todavía tenía en las manos los folios
de una homilía. Tenía por costumbre antes de dormir leer de nuevo
las homilías que había escrito cuando vivía en Vittorio
Véneto. Al verle en esta postura pensé que había estado
leyendo y se había quedado dormido, pues tenía una sonrisa normal.
Le llamé‚ otra vez. Como no me respondió me aproximé
y le cogí la mano para despertarle. No se movía, estaba tieso
y frío" (57).
* El doctor Buzzonetti vive cerca del Vaticano. Avisado por Magee a las 5'42,
se levantó rápidamente y hacia las seis entraba en el dormitorio
pontificio:
"El Santo Padre estaba en su cama. Estaba incorporado, inclinándose ligeramente
hacia adelante; su expresión era compuesta y tranquila. Tenía
sus gafas sobre su nariz - esto es, no habían resbalado -. Su cabeza
estaba ligeramente vuelta hacia la derecha. En sus manos sostenía unas
hojas impresas o escritas a m quina, como un panfleto o folleto. La lámpara
de la cabecera estaba encendida. No sé si había dos o tres almohadones.
Con las mantas en la correcta posición. No había gesto de agitación
o desorden.
Después de las siete Monseñor Noé, el maestro de ceremonias,
asistido por mí (y ayudado por religiosos de la Orden de San Juan de
Dios, de la Farmacia Vaticana, y los secretarios) preparó y vistió
el cuerpo con las ropas papales. Obviamente esto no se hizo en pocos minutos.
Después de esto, me marché. Mi misión había terminado".
Cuando Cornwell le pregunta si el cuerpo del Papa tenía el rigor mortis
y si partes de su cuerpo estaban aún calientes, cuando fue encontrado,
Buzzonetti responde bruscamente:
"No puedo decírselo porque estoy limitado por el secreto profesional".
Cornwell alega que hay discusión sobre el momento de la muerte. Buzzonetti
insiste: "Repito, esto es secreto profesional y además se aplica a este
rea de discusión. De todos modos, la determinación del momento
de la muerte del Papa no fue hecha por mí solo. Entonces yo era el número
dos del Servicio Sanitario. Allí estaba el profesor Fontana. El ahora
está muerto, pero fue un gran estudiante de patología y una figura
como patologista y como doctor. Tenía más experiencia que yo,
mucha más en este tipo de trabajo".
Buzzonetti añade que los doctores del Instituto Legal llegaron más
tarde, "muchas horas después de la muerte", vieron el cuerpo y "ellos
nunca lo discutieron". Pregunta Cornwell si puede confirmar que los hermanos
Signoracci no estaban en situación de hacer declaraciones sobre el momento
de la muerte. Responde Buzzonetti:
"Lo cierto es que los hermanos Signoracci no verían el cuerpo hasta después
de las siete de la tarde (58).
* Lina Petri, sobrina del Papa, doctora en medicina y residente en Roma,
recibió por su hermano la noticia de la muerte hacia las 7'20. Y se fue
directamente al Vaticano. Magee la condujo a la habitación del Papa:
"Yo estaba Allí sola. De la habitación había desaparecido
todo, si exceptuamos un crucifijo y una fotografía de mis abuelos. La
ropa de la cama había sido quitada. Yo estaba Allí mirando su
rostro. Su cabeza estaba vuelta hacia la puerta y parecía como si hubiera
estado sonriendo hasta el momento de la muerte. Su rostro no presentaba signo
de sufrimiento. Sus manos estaban juntas, pero estaban deformadas y en una rígida
posición. Estaban...bien, como arracimadas. Alguien llegó diez
minutos después y me ofreció una silla. Estuve Allí unos
veinte minutos, mirándole. Entonces me pareció que Allí
había algo muy extraño. Estaba vestido con la ropa usual de Papa,
la sotana blanca, y las mangas estaban rasgadas. Yo me pregunté por qué
estarían así rasgadas. Entonces llegaron y me pidieron les dejara
preparar el cuerpo para llevarlo a la sala Clementina, donde iba a ser expuesto".
Lina Petri fue a la cocina a ver a sor Vincenza, a quien conoció ya en
Venecia:
"Ella dijo que simplemente no lo podía creer porque él había
estado tan bien, mucho mejor en Roma que en Venecia".
Sor Vincenza estaba disgustada. Dijo que el Papa "se sentía realmente
bien la noche anterior". Luego sucedió otra cosa extraña:
"Sor Vincenza lloraba y desahogaba su corazón con todas estas cosas.
Yo la escuchaba pacientemente - nosotros no somos ese tipo de gente que llora
en público y hace escenas, mi familia - pero yo lloraba interiormente
y estaba sufriendo. Entonces llega Don Diego. No sé si debería
decirle esto, no es en su favor, pero hizo un poco de escena. Dijo: 'Escuche,
sor Vincenza, lo que ha pasado ha pasado! Aquí no hay necesidad
de pensar en todos los detalles'" (59).
El Dr. Navarro-Valls, director de la Sala de Prensa del Vaticano, que se presenta
como médico, manifiesta a Cornwell no estar de acuerdo con el diagnóstico
que en su día hizo el médico del servicio sanitario del Vaticano:
"Se sugirió el infarto de miocardio como causa de la muerte, pero esto
no nos parece un diagnóstico particularmente probable. Mire usted, la
muerte fue instantánea y sin dolor. Tal forma de muerte no encaja realmente
con la teoría del infarto de miocardio".
Según Navarro-Valls, "es más probable que sufriera una embolia
pulmonar", teniendo en cuenta sus problemas de circulación (60).
Sin embargo, el Dr. Francis Roe, que ha sido jefe de cirugía vascular
en el Hospital London de Connecticut, afirma que hay algo verdaderamente sospechoso
en la forma en que fue hallado el cadáver de Juan Pablo I:
"Los cuerpos muertos no están sentados sonriendo y leyendo. Conozco gente
que muere durante el sueño, pero no conozco de nadie ni he visto morir
a nadie en medio de una actividad como la lectura" (61).
El Dr. R. Cabrera, forense del Instituto Nacional de Toxicología, dice
lo siguiente: "La forma en que se encuentra el cadáver no responde de
suyo al cuadro propio del infarto de miocardio: no ha habido lucha con la muerte.
No existe otra sintomatología que lo delate. Es notoria la ausencia de
varios factores de riesgo, como son hipertensión, tabaquismo, obesidad,
gran arteriosclerosis, comidas copiosas... Sin descartar otras causas de muerte
súbita, sin la realización de la autopsia no se puede tener la
certeza sobre la causa de la muerte. Pudo ser natural, pero también pudo
ser provocada. El cuadro encontrado podría responder mejor a una muerte
provocada por sustancia depresora y acaecida en profundo sueño, siguiendo
un proceso que ha podido durar toda la noche: primero el sueño, luego
el coma y, finalmente, la muerte".
Así pudo suceder. La luz pudo estar encendida toda la noche y el cadáver
del Papa estar todavía tibio cuando fue encontrado (su frente, su espalda
y sus pies). Además, según Magee, el 28 de septiembre de 1978
"fue un día frío", "había un fuerte viento, muy frío,
el primer viento frío del otoño" (62). Dice también el
Dr. Cabrera: "La embolia pulmonar es aún menos probable que el infarto,
teniendo en cuenta los antecedentes y el cuadro encontrado: por ejemplo, no
tenía espuma sanguinolenta en la boca". La Dra. Mariscal de Gante, forense
del mismo Instituto, dice a su vez: "Del examen externo del cadáver puede
deducirse que no se trata de una muerte violenta, sino aparentemente todo lo
contrario, de una muerte placentera en la que no ha habido lucha ni dolor. El
fallecimiento por infarto va precedido de una sintomatología que sería
resumidamente: opresión o dolor subesternal intenso y dificultad respiratoria;
otras veces también se observa: debilidad, sudoración, náuseas
y vómitos; así pues, la forma en que se halla el cadáver
de Juan Pablo I no responde al cuadro propio o general del infarto de miocardio".
Dice también la doctora: "Cuando es una muerte violenta, las lesiones
orientan más. En este caso, pues, y descartando desde un principio la
ausencia de violencia, la única manera de determinar acertadamente y
correctamente la causa de la muerte habría sido la realización
de la autopsia".
Por su parte, el Dr. Villalaín, profesor de Medicina Legal de la Universidad
Complutense, afirma lo siguiente sobre la causa de la muerte: "Un infarto de
miocardio, salvo que sea masivo, no justifica una muerte súbita como
en este caso. La ausencia de cianosis, distal o facial, también habla
en este sentido. La causa parece ser debida a un desfallecimiento súbito
cardíaco, probablemente secundario a una hipotensión aguda, natural
o secundaria a la toma de vasodilatadores, si esto es cierto". Y también:
"La mano est tiesa y fría en períodos muy cercanos a la
muerte, ya que es por las extremidades por donde comienza el proceso de enfriamiento.
Así pues, el comunicado oficial soslaya detalles importantes sobre el
hallazgo del cadáver: dice que el Papa estaba muerto en la cama, pero
poco dice del cuadro que manifiesta que no ha habido lucha con la muerte; dice
que estaba con la luz encendida, pero no da aquellos detalles que indican que
ha muerto en la madrugada; dice que se le encontró como si aún
leyera, pero no dice nada de lo que estaba leyendo.
Se dijo que el Papa murió leyendo La Imitación de Cristo,
de Tomás de Kempis. El Padre Farussi, entonces director de Radiogiornale
en Radio Vaticana, difundió la noticia, que circulaba en los medios de
comunicación la mañana del 29 de septiembre. Dice Farussi: "Yo
lo confronté personalmente con Don Diego Lorenzi. El me dijo que era
verdad". Sin embargo, el 2 de octubre desmintió la noticia "por sugerencia
de la Secretaría de Estado" (63). A este respecto, dice Germano Pattaro,
ilustre sacerdote veneciano, llamado por Luciani a Roma como consejero:
"Los apuntes que Luciani, muerto, tenía en la mano, eran unas notas sobre
la conversación de dos horas que el Papa había tenido con el Secretario
de Estado Villot la tarde anterior (por tanto, no la Imitación de Cristo
ni la serie de otras cosas, apuntes, homilías, discursos, etc., indicados
por Radio Vaticano: demasiadas cosas y heterogéneas para poder
ser tenidas entre dos dedos" (64).
Se comprende que unos apuntes que resumían
lo que el Papa había conversado la víspera con Villot hayan ido
a parar, por lo menos, a los archivos secretos, que entonces custodiaba el cardenal
Samoré. Destino semejante pueden haber tenido los cuadernos y escritos
personales de Luciani, que podrían ser reveladores y que fueron retenidos
en el Vaticano.
Los diversos relatos varían en torno a la sonrisa del cadáver,
que podría deberse a una muerte dulce. Cuando el cadáver fue expuesto
en la sala Clementina, el enviado especial de "El País" lo vió
así: "Al principio, se adivina en el fallecido una mueca de dolor parada
en seco por la muerte. El Papa tiene la boca entreabierta. Luego, ya al lado
de la puerta de salida de la capilla, la iluminación de su cara cambia
y, con una perspectiva diferente, el resultado es absolutamente opuesto: '
ha muerto con su sonrisa!', exclama espontáneamente una gruesa matrona
romana"(65).
Como detalle, no es de despreciar el tono rosáceo que aún tenía
el rostro a mediodía del 29, para ir desapareciendo después (66).
Según los forenses, el tono rosáceo aparece en algunas intoxicaciones;
por ejemplo, de monóxido de carbono y de cianuro.