6. Control de las medicinas
El 2 de octubre de 1987, la TV italiana en su canal 2 enfrentó en
un vivo debate a Yallop y a Lorenzi, quien sorprendió a los telespectadores
diciendo que sobre las 20'00 horas (del día 28) el Papa Luciani
se asomó a la puerta de su estudio y dijo a los dos secretarios
que poco antes había tenido "un agudo y prolongado dolor en el pecho".
Dijo también Lorenzi: "Inmediatamente se ofrecieron a llamar al
médico, pero el Papa Luciani les disuadió repetidamente diciendo
que todo había pasado y que ahora no sentía ya ningún
malestar. Durante la cena no dijo nada de lo que le había pasado
en el estudio" (98).
"Es la primera vez que oigo esto", comentó Yallop, para quien
las palabras de Lorenzi confirmaban su convicción de que Juan Pablo
I murió envenenado. La pregunta obvia fue ‚sta: ¿Por qué
sólo ahora el secretario del Papa ha hecho esta explosiva declaración?
Además, la primera en protestar fue la hermana de Luciani, Nina,
quien a su vez confesó que la familia ignoraba que se hubiera sentido
mal(99).
Según los expertos, "aunque los efectos tóxicos de algunas
sustancias químicas son muy característicos, muchos síndromes
de envenenamiento pueden simular otras enfermedades" (100). En general,
el envenenado puede sufrir una gran variedad de trastornos fisiológicos,
como depresión del sistema nervioso central, convulsiones, edema
cerebral, hipotensión o arritmias cardíacas. Comenta el Dr.
Cabrera: "Un dolor en el pecho puede ser debido a causas muy diversas;
por ejemplo: angina de pecho, neumonía, hernia de hiato o aerofagia
(simples gases)".
Por lo demás, Magee hablaba de un fuerte estornudo y de un día
frío; el Papa y sor Vincenza, de un dolor conocido y remediado otras
veces. Cuando, por indicación de Lorenzi, Cornwell lo fue a confrontar
con Magee, éste le interrumpió con vehemencia: "¿Le
ha comentado alguna vez el tema de los hermanos Gusso?". Ante la respuesta
negativa de Cornwell, Magee siguió diciendo con emoción:
"Cuando murió el Papa, me dijeron que me marchara del
Vaticano y que fuera al Instituto María Bambina, cerca de la plaza
de San Pedro. El día después del funeral yo tuve un terrible
dolor en mi corazón y fui a ver al Dr. Buzzonetti. Me dijo que estaba
sufriendo un stress y tuve que acostarme. Después me llamaron por
teléfono. Era un hombre de una agencia de noticias que me dijo:
'Corre una historia según la cual el Papa fue asesinado y usted
está en el centro del complot, ¿Qué puede decir?'.
Yo le colgué el teléfono. Después, cuando cruzaba
el patio del convento, vi mucha gente, también colegialas, a la
puerta. Cuando yo pasé, todos se quedaron mirándome porque
estaban escuchando a una persona que apuntaba directamente a mí"
(101). Y decía: "He ahí el asesino". Ese hombre era Paolo
Gusso.
Los hermanos Gusso, Paolo y Guido, son vénetos, pajes de Juan
Pablo I. Magee los había despedido a pesar de la oposición
de Lorenzi: "Estos hombres introducían fotógrafos y gente
en los apartamentos privados" (102). Paolo era muy amigo de Lorenzi.
Muy nerviosa, la madre general de la orden, que vivía
Allí, fue a hablar con Magee: "Le dije a la superiora que no se
preocupara, pero me sentía deshecho... Poco tiempo después,
otra religiosa me buscó para decirme que un grupo de periodistas
me esperaban para entrevistarme. Me enseñó un periódico
con el título: 'Dudas sobre la muerte natural de Juan Pablo I',
con mi nombre y mi foto en el centro. Desde mi ventana veía a los
periodistas y los equipos de televisión. Estaba completamente destruido.
Logré encontrar una salida por la puerta de atrás del convento;
crucé la plaza de San Pedro y subí a la Secretaría
de Estado para ver al cardenal Caprio, quien escuchó mi relato".
Caprio dijo a Magee que lo mejor sería que se marchara fuera
de Italia, que los rumores continuarían hasta que comenzara el próximo
cónclave: "Tuve la impresión de que me decía que yo
era una presencia embarazosa para el Vaticano. Me querían fuera
cuanto antes...Salí del despacho y estaba fuera de mí. Había
perdido dos Papas en dos meses llenos de tensión. Yo no tenía
casa ni trabajo. No podía estar en Roma y además no sabía
cómo comenzar a escaparme. Me parecía no tener un amigo o
aliado en todo el Vaticano" (103).
En esa situación, Magee se acordó de Marcinkus, que era,
a su modo de ver, "el único hombre con corazón humano" que
podía ayudarle. Esa misma tarde le consiguió un billete de
avión para Manchester, donde Magee tiene una hermana y donde estuvo
ilocalizable durante diez días. La mañana siguiente, algunos
periódicos decían que Magee "había huido de Italia
el día antes y que todos los aeropuertos estaban en situación
de alerta por él". Igualmente se dijo que "la Interpol le estaba
buscando" (104).
La historia de los hermanos Gusso deja en el aire algunos interrogantes:
tratándose de un puesto de confianza, siendo vénetos y amigos
de Lorenzi (además, Guido ya había sido paje de Juan XXIII),
¿no era lógico que Lorenzi se opusiera a su destitución?
¿Fue exagerada la reacción de Magee? ¿Había
intereses o presiones detrás de este asunto? ¿Quién
sustituyó a los hermanos Gusso? Poco después del debate en
TV entre Yallop y Lorenzi, el teólogo Gianni Gennari, que fue profesor
del Seminario Diocesano de Roma, donde estudiaban algunos seminaristas
de Vittorio Véneto, hizo la siguiente declaración en torno
a la muerte de Juan Pablo I: "No es cierto que no se le hubiera hecho la
autopsia. Precisamente por ella se supo que había muerto por la
ingestión de una dosis fortísima de un vasodilatador recetado
por teléfono por su ex médico personal de Venecia. La noche
de la muerte, entre el 28 y el 29 de septiembre de 1978, el Papa estaba
muy agitado tras la dura discusión mantenida aquella tarde con el
secretario de Estado, el cardenal francés Villot, sobre los cambios
radicales que iba a introducir en la Curia para rodearse de personas de
su confianza".
"El Papa, sigue diciendo Gennari, a las diez y media de la noche hizo
abrir la farmacia vaticana, le dieron su medicina y se encerró en
su habitación. Por la mañana, una monja - no su secretario,
como se dijo - le encontró muerto, sentado en la cama, reclinado
sobre el costado derecho y con el folio de los cambios eclesiales en la
mano, causa de su discusión con Villot (no el Kempis, como se dijo
después). Sobre la mesilla de noche estaba el vaso con el que bebió
la medicina. Como se supo por la autopsia, el Papa debió equivocarse
y tomó una dosis altísima, que le provocó un infarto
fulminante" (105).
Se trataría, pues, de un trágico accidente: el Papa,
sin darse cuenta, habría tomado una sobredosis medicinal; en concreto,
un vasodilatador. Ahora bien, una medida así estaría totalmente
contraindicada para quien tiene la tensión baja. Por ello comenta
el Dr. Cabrera:
"Los vasodilatadores producen hipotensión. ¿Cómo
se le pudo dar un vasodilatador a un hipotenso, como Luciani?".
Por su parte, Giovanni Rama, el especialista que prescribió
a Luciani el Efortil, el Cortiplex y otros medicamentos para paliar los
efectos de la tensión baja, afirma:
"Es inconcebible pensar en una sobredosis accidental. Luciani era un
hombre muy consciente, muy escrupuloso. Además era muy sensible
con los fármacos. Sólo precisaba pequeñas dosis. De
hecho, la dosis de Efortil que tomaba era la mínima. Normalmente,
la dosis consiste en 60 gotas al día, pero a Luciani le bastaba
con 20 o 30 gotas. Los dos ‚ramos muy prudentes con la prescripción
y administración de medicamentos"(106).
El Dr. Rama dice que no ha tenido ningún contacto con el Vaticano
después de la muerte de Albino Luciani. Y subraya: "Me sorprendió
mucho que no me pidieran que fuera a examinar el cuerpo sin vida del Papa"
(107).
Por lo que se refiere a la farmacia vaticana, su director - el hermano
Fabián, de la Orden de San Juan de Dios - le muestra a Cornwell
el libro de medicina papal y le dice: "Es curioso. Va directamente de Pablo
VI a Juan Pablo II. Evidentemente, él no tenía ninguna cosa
de aquí. Es extraño" (108). Es decir, no consta que de la
farmacia vaticana se llevara medicina alguna para Juan Pablo I.
Por lo demás, puede ser que se hiciera la autopsia. Ahora
bien, si se hizo ¿por qué no se dijo? ¿No eran comunicables
los resultados? Gennari dice que fue por estupidez, por la maldita costumbre
de no informar sobre los hechos. Sin embargo ¿es suficiente esta
explicación? ¿Por qué se descarta que la sobredosis
(puntual o progresiva) fuera provocada? De hecho, un simple cambio de frasco
por otro convenientemente preparado podría haber provocado el fatal
desenlace.
Lina Petri, sobrina de Luciani y doctora en medicina, dice que su tío
tomaba anticoagulantes y que "al llegar a Papa, con el febril nuevo estilo
de vida, probablemente descuidó tomar la esencial medicación".
De esta frase de Lina, que solamente una vez - en audiencia familiar -
pudo hablar con el Papa, toma pie Cornwell para consumar la mayor distorsión
de la figura de Juan Pablo I: "¿Dejó de tomar, como su sobrina
cree, las medicinas que le podían salvar? ¿Cuál es
la línea que divide el 'abandonarse', suicidio por deliberada negligencia,
y la 'resignación' o el 'abandono' en sentido religioso, cuando
una persona cree que la voluntad de Dios es que muera y abraza ansiosamente
esta perspectiva?" (109).
Cornwell alude también a una confidencia de sor Vincenza a la
hermana Irma Dametto, según la cual el Papa habría dicho
a sor Vincenza: "Mire, hermana, yo no desearía estar aquí
en este sitio. El Papa extranjero viene a ocupar mi lugar. Se lo he pedido
al Señor". Algo semejante comenta Magee. Una vez, le dijo Juan Pablo
I: "¿Por qué me han elegido a mí? Debían elegir
a otros más preparados que yo. Debían elegir al cardenal
que en la Sixtina estaba de frente a mí". Y algún día
antes de morir añadió: "Yo me marcharé y él
ocupar mi lugar". El episodio se lo contó Magee al obispo
de Belluno, Maffeo Ducoli, que a su vez dice: "Juan Pablo II, al cual he
comentado la cosa, me ha confirmado que, en el momento de la elección,
él se encontraba casi de frente a Luciani" (110).
En realidad, la frase firmada por Irma Dametto es muy distinta, expresión
típica de la humildad de Luciani: "Mira, sobre este sillón
no debería estar yo, sino un Papa extranjero ¡Se lo había
pedido al Señor!" (111). Expresiones semejantes eran frecuentes
en Luciani. Cuando fue nombrado obispo, dijo en su pueblo: "yo soy puro
y pobre polvo; sobre este polvo el Señor ha escrito"... Cuando entró
en Venecia como Patriarca, puso a disposición de todos "lo poco
que tengo y que soy". Lo mismo dijo en San Juan de Letrán, en Roma.
La humildad de Luciani aparece también, cuando se siente injustamente
acusado. En cierta ocasión, en su etapa veneciana, alguien escribió
una carta en que se le acusaba: de no visitar con frecuencia las parroquias;
de dar demasiada importancia a la gente; de no saber hacer de patriarca....
De Roma llegó una carta que pedía explicaciones. Luciani
respondió así: "Me parece que he ido regularmente a las parroquias
y también he vuelto con gusto cuando me invitaban; tengo la costumbre
de tratar a mi prójimo como hermano; es verdad que no sé
hacer de patriarca" (112).
De hecho, él dió su voto a un cardenal extranjero, el
brasileño Lorscheider. La referencia al Papa extranjero manifiesta
la conciencia por parte de Luciani de que el acuerdo en torno a un Papa
italiano - en aquellas circunstancias - no resultaba viable. Y así
sucedió poco después: para suceder a Luciani, los cardenales
eligieron al Papa Wojtyla, rompiendo con una tradición que duraba
más de 450 años, desde que en 1522 resultara elegido el holandés
Adriano de Utrecht, obispo de Tortosa, con el nombre de Adriano VI. Había
sido preceptor de Carlos V. Quiso reformar la Iglesia, comenzando por la
curia de Roma. Murió al cabo de un año (113).
Me comenta Camilo Bassotto, desde Venecia: "Hace unos días he
hablado con el Dr. Da Ros. Obviamente, considera inconcebible y calumniosa
la conclusión de Cornwell. Luciani era muy cuidadoso y no abandonaba
nunca el medicamento. Además sor Vincenza, que era enfermera, llevaba
el control de las medicinas".
De hecho, el Dr. Da Ros no quiso entrevistarse con Cornwell. Tampoco
el Dr. Rama, del Policlínico de Mestre. Y ello, a pesar de todos
los apoyos vaticanos, que presentaba el ingl‚s. Por contar, contaba incluso
con el apoyo de Juan Pablo II.
Tras una entrevista con el cardenal Deskur, en la que Cornwell se sintió
sutilmente observado, habla con el Papa y le dice que est escribiendo
un libro sobre Juan Pablo I:
"Lo sé. He oído hablar de esta iniciativa suya. Quiero
que sepa que usted tiene mi apoyo y bendición en este trabajo suyo",
le dijo Juan Pablo II muy lentamente y espaciando cada palabra. A
pesar de todo, Cornwell dice haber sido sorprendido en su comunicación
con el Papa por un agobiante sentido de anticlímax: "una de las
más carismáticas figuras del mundo a distancia, me ha parecido
desinflada de cerca" (114). Como es de suponer, Juan Pablo II no apoyará
ni bendecirá sus conclusiones.
Hace unos años me comentaba un obispo: "Saber de qué
murió Juan Pablo I es casi imposible; tanto como saber quién
estaba detrás de Ali Agca en el atentado contra Juan Pablo II".
Y añadió: "Sin embargo, lo de la Sábana Santa es otra
cosa". Entonces estaba de actualidad. "Pues eso no lo tengo yo tan seguro,
le respondí. En realidad, saber de qué murió Juan
Pablo I era fácil, cuestión de forense. Saber quién
está detrás de un crimen es más difícil". En
tales casos se impone, entre otras, esta pregunta: ¿a quién
interesa? Por cierto ¿interesaba a alguien la muerte del Papa Luciani?