Luciani no entendía de dineros ni de negocios; en cuestiones financieras
se fiaba completamente de colaboradores fieles y competentes. Sin embargo, en
diversas ocasiones afrontó con rectitud y firmeza situaciones comprometidas,
cuando estaba en juego la misión y la credibilidad de la Iglesia. Así
sucedió con el escándalo económico conocido como el "caso
Antoniutti"(1962), con la venta de la Banca Católica del Véneto
(1972) y con el problema del IOR, llamado habitualmente Banco del Vaticano (1978).
- El "caso Antoniutti"
En muchos años de dudosa actividad, Carlo Luigi Antoniutti había
conseguido levantar en Treviso un notable imperio financiero, un "banco secreto",
a base de préstamos que recogía y que invertía en oscuros
tráficos bancarios y en especulaciones arriesgadas. Entre los muchos
que se vieron atraídos por la perspectiva de un rico negocio estaban
el doctor Roberto Dacomo, en calidad de socio capitalista, y dos sacerdotes
de Vittorio Véneto: monseñor Stefani, párroco y además
consejero del servicio administrativo diocesano, y don Cescon, vicedirector
y tesorero de dicho servicio.
El tesorero pretendió ayudar al monseñor, cuando llegaron los
apuros, primero con su propio dinero. Al fin, la terrible noticia: Antoniutti
está en bancarrota. Intentan evitarla a toda costa para salvar el dinero
invertido. El tesorero no ve otra solución: la administración
diocesana. Pero no suponía que, con ello, solamente iba a conseguir complicar
aún más las cosas.
Viéndose sin salida, lo confiesa todo a su obispo Albino Luciani, que
le cesa inmediatamente en sus cargos de curia, quedando la diócesis con
un descubierto de más de 283 millones de liras. El 17 de junio, como
Calvi veinte años después, Antoniutti muere en circunstancias
misteriosas. El 14 de julio de 1965 el tesorero fue condenado a un año
y cuatro meses de cárcel. El monseñor dejó la diócesis.
En aquellas circunstancias Luciani no dudó en presentar por dos veces
su propia dimisión a Juan XXIII, pero el Papa no la aceptó. Al
contrario, le dió carta blanca para resolver a su modo la cuestión.
La diócesis restituyó hasta el último céntimo a
los ahorradores defraudados, como dijo Luciani, "no porque est‚ obligada, sino
porque se trata de gente no rica que ha prestado poniendo su confianza en el
sacerdote" (115).
- La Banca Católica del Véneto
En 1972, Albino Luciani, patriarca de Venecia, se encuentra por primera vez
con el problema del IOR. Su presidente, el obispo Paul Marcinkus, sin consultar
a nadie, había vendido la Banca Católica del Véneto a Roberto
Calvi, principal administrador del Banco Ambrosiano de Milán (116).
La Banca Católica del Véneto había sido fundada para la
diócesis y era conocida como "el banco de los curas". Daba préstamos
a bajo y se había distinguido por ayudar a esos sectores de la sociedad
que no tienen peso político ni se cuentan por votos, como los deficientes
y los minusválidos. Luciani se había mostrado vivamente preocupado
por apoyar a los centros especiales de trabajo. Ante el desinterés del
Ayuntamiento y de muchas parroquias, se vió obligado a recurrir a los
fondos diocesanos y a la Banca Católica (117).
A mediados de 1972, terminaron los préstamos a bajo interés. El
IOR había vendido la Banca Católica del Véneto al Banco
Ambrosiano de Milán. Los obispos de la región urgieron a Luciani
para que se dirigiera directamente a Roma. Con prudencia, Luciani empezó
a indagar. Lo que fue descubriendo sobre Roberto Calvi y Michele Sindona le
dejó anonadado. Sin embargo, gozaban de la confianza de Pablo VI. Luciani
se dirigió a Benelli, entonces sustituto de la Secretaría de Estado,
y le contó el problema.
Benelli se explicó ampliamente. La venta de la Banca Católica
del Véneto era el resultado de un plan que habían puesto en marcha
Calvi, Sindona y Marcinkus. Marcinkus brindaba ayuda a Calvi para disfrazar
la verdadera naturaleza de esta y otras operaciones comerciales, sustrayéndolas
a la vigilancia de los inspectores del Banco de Italia, al disponer de las amplias
facilidades de que gozaba el Banco Vaticano. Fondo de la cuestión: "Evasión
de impuestos, movimiento ilegal de acciones".
La reacción de Luciani no se hizo esperar: "¿Qué
tiene que ver todo esto con la Iglesia de los pobres? En nombre de Dios"...Benelli
le interrumpió: "No, Albino, en nombre del dividendo" (118). Luciani
sacó a los obispos vénetos de la Banca Católica. Tras su
conversación con Benelli, le comentó a su secretario Mario Senigaglia:
"Estoy liberado. Lo he dicho todo" (119). Desde entonces Luciani sabía
que algo olía mal en las finanzas vaticanas.
- El problema del IOR
En 1967, Pablo VI había publicado un documento para la reforma de la
curia romana (Regimini Ecclesiae Universae. Por lo que a cuestiones económicas
se refiere, el Papa quería someterlas todas a un gran organismo, la prefectura
para los Asuntos Económicos de la Santa Sede. Sin embargo, la Secretaría
de Estado se mantuvo al margen durante años. Y el IOR se mantuvo siempre
(120).
Marcinkus y sus colaboradores formaban parte de un estudiado cambio de política
económica por parte del Vaticano: despojarse de su opulencia italiana
y repartirla en forma de reinversiones entre distintos países. De este
modo, el Vaticano evitaba el acoso impositivo del gobierno italiano y se abría
a un mercado más vasto en el que los beneficios podían ser superiores.
En un servicio informativo titulado Historia de O.(Ortolani), publicado en 1980,
la revista socialista Critica sociale señala que la noche de Navidad
de 1969 (el mismo día en que Marcinkus fue nombrado obispo) tuvo lugar
en Roma (vía Condotti, 9) una cena histórica: "Los comensales
eran Calvi, Sindona y Gelli; el anfitrión, Ortolani. Propósito
de la reunión: establecer un pacto de acción entre los dos banqueros,
en función del cual Calvi sería ayudado, gracias a los apoyos
vaticanos de que gozaba Ortolani, a progresar en el banco (Ambrosiano)". Gelli,
por su parte, garantizaría el sostén político a todos los
niveles. Así, en febrero de 1971, Calvi accede a la dirección
general del banco Ambrosiano, en Milán "el banco de los curas", fundado
en 1896 por monseñor Tovini para ofrecer ayuda económica a obras
pías y congregaciones religiosas.
En realidad, el Vaticano se convirtió en una especie de paraíso
fiscal, explotado por financieros que, al amparo de la logia Propaganda Dos
(P2), habían de protagonizar el fraude fiscal a gran escala (121).
Tras la muerte de Pablo VI, el 6 de agosto de 1978, las cosas podían
y debían cambiar. En las reuniones previas a la elección de nuevo
papa, varios cardenales -entre ellos Villot- protagonizaron una fuerte discusión
en torno a los temas económicos. Palazzini protestó porque Vagnozi
había presentado el informe financiero, eludiendo el tema del IOR. "El
IOR no forma parte de las administraciones de la Santa Sede", se dijo entonces
(122).
El 26 de agosto, día de la Virgen de Chestokova, es elegido Papa
Albino Luciani. El nombre papal lo lleva escrito: "Me llamaré Juan Pablo".
Como dijo el cardenal Jubany, se tuvo en cuenta "sólo el bien de la Iglesia".
Desde posiciones claramente conservadoras, se le recibió así a
Juan Pablo I: "se consideró con circunspección el advenimiento
de este nuevo papa, que pretendía proseguir la obra de Pablo VI, reforzar
la colegialidad y convocar un nuevo sínodo. Y sin duda Juan Pablo I era
un hombre abierto a ciertas iniciativas atrevidas, así pues a ciertas
reformas, de las cuales lo que menos se puede decir es que hubieran servido
a la Iglesia" (123).
El día 27 el nuevo Papa encarga a Villot la revisión de todas
las actividades vaticanas, especialmente del IOR: "la inspección financiera
tenía que realizarse de forma discreta, r pida y completa" (124). El
28 confirma, para el quinquenio en curso, a los principales cargos vaticanos.
Por supuesto, ello no excluye que pueda haber cambios.
El 31 de agosto, el periódico económico Il mondo interpela al
Papa: "¿Es correcto que el Vaticano posea un banco cuyas operaciones
incluyen la transferencia de capitales ilegales de Italia al extranjero?". Además,
el periódico impugna las relaciones del Vaticano con "los financieros
y especuladores más cínicos del mundo" (125).
Al propio tiempo, durante varias sesiones, Benelli y Felici informan al Papa
de las operaciones financieras que han vinculado al IOR con Sindona y le advierten
que ahora se fragua otro escándalo mucho peor, el de Calvi: "el Papa
los miró fijamente y, con una voz que no le habían oído
antes, les dijo que aquello no podía continuar" (126).
El 5 de septiembre, Juan Pablo I recibe al cardenal africano Gantin, que se
har cargo de Cor unum, organización de la Iglesia para la ayuda
internacional, que hasta entonces dependía de Villot. La Iglesia ha de
dedicar una parte de sus recursos financieros a apoyar planes serios de desarrollo
en el Tercer Mundo. A continuación, el Papa recibe al metropolita Nikodim
de Leningrado, que muere repentinamente en el curso de la audiencia. Según
se dijo, de infarto; según algunos, tras beber un sorbo de café
(127). Tenía 49 años.
El 12 de septiembre Luciani tiene en su mesa una lista de 121 masones vaticanos.
Posiblemente, unos lo fueran y otros no. En la lista figuran Villot y Marcinkus,
con los números 041/3 y 43/649 respectivamente. El día 13, se
encuentra en Roma Germano Pattaro, llamado urgentemente por el Papa como consejero.
Luciani está viviendo "un mes de infierno". O mejor, un "via crucis",
como acertadamente le anticipó Felici. En un momento de abandono, Luciani
le confiesa a Pattaro: "Comienzo a entender ahora cosas que no había
entendido antes. Aquí cada uno habla mal del otro. Si pudieran, hablarían
mal hasta de Jesucristo". La curia le acosa por todas partes. La relación
con Marcinkus es tensa.
Marcinkus ha dado recientemente esta imagen del Papa Luciani: "Ese pobre hombre,
el Papa Juan Pablo I, llega de Venecia, una diócesis pequeña,
de gente mayor, no hay más que 90.000 personas en la ciudad, y los sacerdotes
son viejos. Y de repente lo meten en un sitio como éste, sin saber siquiera
dónde está cada despacho. No tiene ni idea de a qué se
dedica la Secretaría de Estado". Dice también: "La suya era una
sonrisa muy nerviosa". Y más adelante: "Además tenga en cuenta
que no era persona de mucha salud... No tiene usted más que coger el
periódico todos los días y ya ver cómo hay cantidad
de gente joven que consigue un buen puesto y al poco tiempo se muere. Y no por
eso va uno a pensar que los mataron. Pero a éste, porque no se le hace
la autopsia... Pero si nunca se les hace la autopsia" (128).
Además, Marcinkus jura que ni él ni nadie en el Vaticano es masón:
"en el Vaticano no existe semejante cosa. Se lo juro", le dice a Cornwell. Sin
embargo, comenta J. Arias que un día le invitó a su casa un importante
monseñor, quien le brindó la posibilidad de ser acompañado
por un fotógrafo para sorprender a dos cardenales a la salida de una
logia masónica en Roma (129).
Tras la única audiencia que tuvo con Juan Pablo I, Marcinkus comentó
con su gente: "¡Qué barbaridad! ¡Parece agotado!". Sin embargo,
el padre Farussi, jesuita que entonces dirigía el Radiogiornale de Radio
Vaticana da una imagen muy diferente del Papa Luciani y de su circunstancia:
“Mire, hay algo que está fuera de discusión por lo que a mí
se refiere. Ese Papa se ganó el afecto popular de la gente corriente.
Se le consideraba aún más popular que Juan XXIII. Era incluso
más piadoso, más modesto, más simple. Su muerte se presentó
de forma tan irresoluble que la única explicación posible parecía
ser que había sido envenenado... Le voy a decir algo, y esto no son palabras
al viento: detrás de esto había una situación de importante
seriedad. Aunque era un buen hombre, había rumores de que iba a limpiar
el Vaticano. Se decía que iba a despedir a Marcinkus y a desplazarle...
Si se pudiera indagar tranquilamente en el Vaticano, todo el mundo le habría
dicho en ese momento: después de la elección, Marcinkus ha cambiado
por completo. Estaba deprimido y desesperado.... Después está
la sensación de que no quieren aclarar las cosas, por las razones que
sean. Nunca hemos sabido, o nunca nos han dicho, lo que ha pasado exactamente.
Así que cabe lugar para la sospecha (130).
Quizá no por casualidad aquel sábado, en que fue elegido
el Papa Luciani, se leía en todas las iglesias un texto del profeta Isaías,
que parecía reflejar las intenciones del nuevo Papa y el temor de Marcinkus:
"Así dice el Señor a Sobna, mayordomo de palacio: Te echaré
de tu puesto, te destituiré de tu cargo" (131).
A partir del 16, el Papa quiere realizar cambios. El más importante sería
la sustitución del Secretario de Estado: Villot (73 años, vinculado
a anteriores planteamientos) sería sustituido por Benelli. Años
atrás, Benelli había sido sustituto de la Secretaría de
Estado; además, había sido el gran elector de Juan Pablo I. Según
Biamonte, agente del FBI, Benelli era "un formidable adversario de Marcinkus".
También el Papa quiere deshacerse del secretario Magee, tan próximo
a Marcinkus por diversos motivos (132).
La hermana Irma Dametto, de las religiosas de Burdeos, ha sido confidente de
sor Vincenza, que atendió durante veinte años a Luciani. La hermana
Irma revela estas cosas: "Juan Pablo I sufrió en Roma porque era tímido",
"sufrió mucho y fue incomprendido".
Decía: "La gente grita 'Hosanna' al comienzo, y poco después gritan
'¡Crucifícale!'. Confía solamente en Dios y pon tu confianza
en El". Una mañana sor Vincenza escuchó sin querer al secretario
que le decía al Papa insistentemente, una y otra vez: "Santo Padre, ¡usted
es Pedro! ¡Usted tiene la autoridad! ¡No se deje amedrentar ni intimidar!".
De todos modos, "cuando él realmente creía que debía hacerse
una cosa, no había santo que pudiera detenerle" (133).
Juan Pablo I lo tiene muy claro: no quiere eclesiásticos afiliados a
ningún tipo de masonería ni tampoco los quiere implicados en escándalos
económicos. Según Yallop, el 28 por la tarde el Papa comunica
a Villot su decisión de cortar las relaciones del IOR con el Banco Ambrosiano.
En consecuencia, Marcinkus y sus colaboradores serían inmediatamente
destituidos: "Hay hombres aquí, dentro de la ciudad del Vaticano, que
parecen haber olvidado la verdadera finalidad de la Iglesia. Hombres que han
convertido la Santa Sede en una especie de mercado" (134).
En aquel momento, la inspección de Juan Pablo I sobre el IOR estaba a
punto de encontrarse con la que el Banco de Italia realizaba sobre las actividades
del Banco Ambrosiano. Intimo amigo de Gelli, gran maestre de la logia P2, Calvi
"podía contar con puntuales informes sobre las actividades de los investigadores
fiscales italianos. También estaba al tanto de que el Papa había
empezado a indagar en los secretos del Banco Vaticano" (135).
Juan Pablo I se había informado y había tomado la decisión
comprometida, incluso peligrosa: cambio de rumbo en el IOR. Esto no quiere decir
que Marcinkus (entiéndase lo mismo de Villot) estuviera activamente involucrado
en una conspiración contra el Papa Luciani. Ahora bien, sí pudo
actuar como catalizador, comunicando la situación o la inminencia de
su cese: "Varios siglos antes un rey inglés exclamó: '¿Es
que no hay nadie que pueda librarme de este cura entrometido?'. Poco después
la Iglesia católica sumaba otro mártir en la figura de Tomás
Becket". Tras la muerte de Juan Pablo I, ante el nuevo cónclave, se comentó
que el elegido debía ser un pastor, pero también "un financiero",
"un buen administrador" (136).
Al cumplirse el tercer aniversario de la muerte de Juan Pablo I, Marcinkus es
nombrado arzobispo y pro-presidente de la Comisión Pontificia para el
Estado de la Ciudad del Vaticano. Pero los problemas estaban ahí. El
20 de mayo Calvi había sido detenido y luego puesto en libertad bajo
fianza. A este respecto, dice Marcinkus:
"Cuando Calvi estaba en la cárcel, le pregunté a alguien: 'Oye,
¿Qué pasa?', y el individuo me dijo: '¡Bah! Si no te echan
el guante, no vales nada'" (137).
El 1 de septiembre el IOR avala a Calvi. Con esta fecha, el IOR envía
una carta al Banco Ambrosiano Andino (Perú) y al Banco Comercial del
Grupo Ambrosiano (Nicaragua), en la que acepta responsabilizarse de 1000 millones
de dólares. Sin embargo, existía otra carta de Calvi al IOR, del
27 de agosto, en la que asegura que dicha aceptación no acarrear
responsabilidad alguna al IOR.
Marcinkus lo explica así:
"¡Mire! Calvi sale de la cárcel en 1981 y viene y me dice: 'Tengo
problemas y he de ver cómo solucionarlos. Como no puedo ocuparme de todo,
hágame el favor de echarme una mano y cuidarme estos asuntos'. No dijo
que fueran asuntos nuestros. Le pedí que nos escribiera una carta, una
carta aclaratoria, en la que dijera que aquellos negocios ni eran nuestros ni
nunca lo habían sido.
Insistí en que se tomaran todas las medidas para disminuir la deuda,
y que en año y medio todo tenía que estar resuelto y nosotros
desentendidos del asunto. Es como un compromiso fiduciario. No le di garantía
alguna ni cosa por el estilo. Lo único que sabíamos era la deuda
que había, eso es todo" (138).
El 18 de junio de 1982 Calvi aparece colgado de un puente de Londres y estalla
la quiebra del Ambrosiano, quiebra que pagó el contribuyente italiano
y que terminó costándole al Vaticano "una devolución, voluntaria,
al Estado italiano de 250 millones de dólares" (139). Lo cual manifiesta
que entre el IOR y el Ambrosiano había muchos intereses de por medio.
Cuando Cornwell pregunta a Marcinkus por qué pagó el Vaticano
semejante suma de dinero si no tenía nada que ver en el asunto, responde:
"Se ha equivocado usted de hombre" (140).
Ese hombre podría ser Agostino Casaroli. Secretario de Estado desde julio
de 1979 y desde 1980 miembro de la Comisión de Vigilancia del IOR, había
llegado con nuevos planteamientos. En febrero de 1981 le dijo a un interlocutor:
"Los que nos critican tienen toda la razón. Así no se puede
seguir. Tenemos que cambiar".
En marzo de 1981 se negó a aprobar el balance anual del IOR, si no podía
estudiar los documentos con suficiente antelación. Y al final de la primavera,
se creó una comisión de quince cardenales para estas cuestiones.
Según Carboni, sobre el asunto Calvi había dicho el Papa: "Que
caiga todo. Dejemos que se encargue el cardenal Casaro- (141).
En el año 1982, Marcinkus queda excluido en los viajes del s‚quito papal.
Así sucedió en el primer viaje de Juan Pablo II a España,
en el mes de noviembre. Para unos la causa estaba en la notificación
judicial recibida por Marcinkus mes y medio después de la muerte de Calvi,
en la que se le consideraba sospechoso de complicidad en la quiebra del Ambrosiano.
Para otros, el motivo era la oposición del episcopado español,
apoyado por las protestas cada día más amplias en contra de Marcinkus.
Finalmente, es posible que se tuviera en cuenta otra razón: las amenazas
telefónicas y escritas que remitentes anónimos, por encargo de
personajes de la mafia, hacían llegar a Marcinkus y al Vaticano (142).
En febrero de 1987 la magistratura de Milán ordena la detención
de Marcinkus y de dos colaboradores: Mennini y De Strobel. La orden fue anulada
después por el Tribunal Supremo, por ser el IOR un organismo central
de la Iglesia Católica, al amparo del concordato firmado en 1929 entre
Italia y la Santa Sede (143).
Finalmente, el 9 de marzo de 1989 se anuncia el cese de Marcinkus como presidente
del IOR. De forma discreta, el cese se produce en el contexto de un cambio profundo
de la estructura del IOR, ahora "más colegial y sometida a varios controles,
de forma que resulten imposibles algunas operaciones que en el pasado comprometieron
la credibilidad de la Santa Sede" (144).
Al parecer, el Vaticano había prometido dicho cambio al Estado italiano,
tras la quiebra fraudulenta del Ambrosiano. Una comisión cardenalicia
de cinco miembros, nombrados por el Papa para un período de cinco años,
vela por la fidelidad del IOR a sus estatutos. Un prelado, no obispo, nombrado
por la citada comisión, sigue la vida del instituto, pero sin ninguna
función ejecutiva ni de gestión. Un consejo de administración
vela por la actividad financiera; entre sus funciones figura la de nombrar director
y subdirector del IOR - siempre seglares - y de tres censores de cuentas. Recientemente,
el Vaticano ha nombrado presidente del Consejo de Administración del
reformado IOR. La elección ha recaído en Angelo Caloia, presidente
del Medio Crédito Lombardo, cuyos puntos de apoyo han sido siempre tres:
la Democracia Cristiana, el arzobispado de Milán y el Opus Dei. Previamente,
el Papa había ofrecido la presidencia del IOR a otros cuatro banqueros,
que rechazaron la oferta; entre ellos, Giovanni Bazzoli, presidente del nuevo
Banco Ambrosiano. Asímismo, el Papa ha nombrado al cardenal Suquía
miembro del Consejo Cardenalicio para asuntos económicos.
Ultimamente, jueces romanos han interrogado durante siete horas al obispo
checo exiliado en el Vaticano, Palev Hnilica, acusado de haber pagado 120 millones
de pesetas con dos cheques del IOR, para recuperar el maletín que Calvi
llevaba siempre consigo y que había desaparecido misteriosamente. El
1 de abril de 1986 el periodista Enzo Biagi presentó el maletín
(con llaves y documentos) en un programa de televisión. Según
la viuda de Calvi, del maletín faltaban los documentos más importantes,
los preparados "para la venta del 16% de las acciones del Banco Ambrosiano al
Opus Dei".
Los jueces han sabido por Giulio Lena, empresario romano encarcelado por tr
fico de dinero falso, que un personaje descono-cido estaba tan interesado en
hacerse con el maletín de Calvi,que pagó esa cuantiosa suma a
trav‚s del obispo checo. El obispo ha afirmado que Carboni -empresario sardo
actualmente encarcelado, brazo derecho de Calvi- le dijo que tenía 4.000
millones de pesetas bloqueados en un banco de Suiza y que para hacerse con ellos
necesitaba algunos cheques del IOR como garantía; además, le prometió
ayuda para sus exiliados del Este. El obispo dice que los cheques en blanco
lo dió en buena fe a Carboni, a quien conoció "a través
de personalidades eclesiásticas de la diócesis de Roma".
La lección del IOR enseña que, aun en el mejor de los casos,
la Iglesia -que es comunidad- no debe vivir de los negocios, sino de la comunicación
de bienes; por tanto, de aquella confianza a la que invitaba Jesús: "Mirad
los pájaros del cielo" (145).