13. Ocultación y represión
Con los datos e indicios de que se dispone en este momento, estaría
justificada una seria investigación judicial en cualquier Estado
de Derecho. Ahora bien, tal investigación no sólo no se da
por parte del Vaticano, sino que se está dando justamente lo contrario:
la ocultación y aun la represión de cualquier investigación
que quiera realmente acabar con el enigma que envuelve la muerte de Juan
Pablo I. Tal estado de cosas se manifiesta en la negativa vaticana a la
realización de la autopsia (si es que no se hizo), en el carácter
clandestino de la misma (si se hizo), en la oscuridad que rodea el embalsamamiento
, en la información manipulada sobre las circunstancias de la muerte
y del hallazgo del cadáver, en el silencio impuesto a sor Vincenza,
en las presiones ejercidas sobre instituciones y personas (223), en el
miedo generalizado a pronunciarse sobre el tema. El miedo, consciente o
no, arraiga más en círculos eclesiásticos. Ciertamente
no es esta la imagen de una Iglesia renovada, que pueda evangelizar al
mundo de hoy. Además, no se protege de ese modo la vida de los Papas;
al contrario, de ese modo el Vaticano puede pasar a la historia como el
lugar del crimen perfecto.
Tampoco se defiende así la credibilidad de la Iglesia. No vemos
cómo se puede conjugar tal represión con el respeto a la
dignidad y derechos del hombre en lo que a libertad de expresión
se refiere (224).
Tal represión contradice también el derecho y el deber
que tiene todo creyente de manifestar su opinión sobre aquello que
pertenece al bien de la Iglesia (225).
Tal represión resulta incompatible con el Evangelio de Cristo,
que dijo: "La verdad os hará libres" (226).
Invocar aquí el silencio en atención a los débiles
en la fe, queda fuera de lugar. Según eso, Cristo hubiera hecho
bien callándose la denuncia del templo; y lo mismo la Iglesia, si
hubiera ocultado la muerte violenta de Jesús. Sin embargo, en beneficio
de todos - también de los débiles - Cristo realiza la denuncia
del templo y la Iglesia, como María en la imagen de la Piedad, muestra
al mundo el cuerpo crucificado de Jesús.
A pesar de las presiones, hemos entendido que no debemos callar, debemos
hablar francamente y sin temor, la con ciencia obliga siempre, incluso
aunque fuera errónea (227). Conste claramente aquí que nos
remitimos a otro tribunal (228), donde se juzga el verdadero sentido de
la historia. Conste también mi agradecimiento a todos aquellos,
creyentes y no creyentes, que me han ayudado a mantener firmemente esta
postura: "ni por un instante cedimos" (229).