5. La salud de Luciani
Pía es la sobrina mayor del Papa Luciani, quizá la predilecta.
Para ella era como un segundo padre. Quince días antes de morir
le visitó en el Vaticano. Es profesora, viuda y tiene cuatro hijos.
En una entrevista que J. Infiesta le hace en 1978, responde así
a la pregunta sobre la salud de su tío:
"Pienso que era una persona muy normal y que se ha exagerado mucho
en decir que estaba mal de salud. No obstante, ha tenido siempre, desde
pequeño, problemas de salud. Pero estaba bien" (78).
Al día siguiente de su elección, se le presentó
al nuevo Papa como un duro montañés, que recorría
su diócesis a grandes zancadas o que pedaleaba alegremente sobre
una bicicleta que le había hecho célebre. Sin embargo, al
día siguiente de su muerte, se pretendía sustituir rápidamente
la imagen de un hombre sano con una complexión de hierro por otra
muy distinta, la de un hombre enfermo que no ha podido con el peso del
papado.
A Luciani se le han atribuido enfermedades diversas e imaginarias.
Así, por ejemplo, se ha dicho que padecía del corazón
o que tenía flebitis; incluso se ha dicho que tenía cáncer:
"habría sucumbido a un ictus apoplético, como consecuencia
de un tumor maligno en el cerebro" (79).
El 27 de septiembre, en su última audiencia general, Luciani
manifestó:
"Sabed que el Papa ha estado enfermo ocho veces y ha sido intervenido
en cuatro ocasiones" (80).
A los seis años, Luciani enfermó de una grave pulmonía;
le curó un médico militar. A los once, le extirparon las
amígdalas y a los quince le operaron de vegetaciones. En l945 y
en l947 Luciani ingresó en un sanatorio en prevención de
una probable tuberculosis, que se quedó en simple bronquitis, de
la que se recuperó por completo. En abril de l964 fue operado de
cálculos biliares y de obstrucción del colon. Unos meses
después, en agosto, le operaron de hemorroides. En diciembre de
l975, Luciani tuvo un coágulo en la vena central de la retina de
su ojo izquierdo, como consecuencia de una depresurización al volver
de Brasil en avión; se resolvió con un tratamiento de carácter
general. Durante su estancia en Venecia, a Luciani ocasionalmente se le
inflamaban los tobillos. En el verano de l978 pasó unos días
en el Instituto Stella Maris, junto al mar, en la isla del Lido; siguió
una dieta ligera y dió largos paseos. Después de su estancia
en el Instituto, Luciani pasó un chequeo médico que demostró
que se encontraba en perfecto estado de salud.
La superiora y otra religiosa del Instituto me han confirmado que Luciani
estuvo Allí del 23 de julio al 5 de agosto de l978, no por algo
importante, sino en plan de reposo. En realidad, de vacaciones. Dice Lorenzi:
"No tuvo muchos compromisos en el mes de julio. Y en la última
semana de julio y primera semana de agosto estuvo pasando un completo descanso
con las religiosas de Venecia Lido. El cardenal Oddi ha dicho recientemente
en una entrevista que Luciani estaba sobrecargado de trabajo antes de ser
Papa. Esto no es verdad" (81).
Junto al historial clínico de Luciani, he aquí lo que
dicen de su salud personas que, por diversas circunstancias, han estado
durante años muy cerca de él:
* "Mientras estuvo en Vittorio Véneto, dió muestras de
un envidiable estado físico. En l964, le operaron dos veces, de
unos cálculos biliares y de hemorroides, pero se recuperó
por completo. Su capacidad de trabajo siguió siendo la misma de
siempre" (Francesco Taffarel, secretario de Luciani en Vittorio Véneto
desde 1966 hasta finales de l969).
* "Aparte de no presentar ningún síndrome cardiopático,
la baja presión sanguínea de Luciani, al menos en teoría,
le debía mantener a resguardo de cualquier posible ataque cardiovascular.
Sólo tuve que atenderle una vez, de una gripe" (Dr. Carlo Frizziero,
médico veneciano).
* "En los ocho años que pasó en Venecia, el cardenal
Luciani guardó cama una sola vez. Tenía una simple gripe.
Por lo demás, el patriarca de Venecia era un hombre muy saludable
y no sufría ninguna enfermedad" (Monseñor Giuseppe Bosa,
que fue administrador apostólico de Venecia).
* "Albino Luciani no estaba enfermo del corazón. Un enfermo
de corazón no escala montañas, como hacía el patriarca
conmigo todos los años. Ibamos a Pietralba, cerca de Bolzano, y
subíamos al Corno Bianco, desde los 1500 hasta los 2400 metros,
a buena velocidad" (Mario Senigaglia, secretario de Luciani entre l970
y l976).
* "¿Estaba enfermo? No, puedo decir que en los 26 meses que
yo he estado con él, Luciani no ha pasado nunca 24 horas en cama,
no ha pasado nunca una mañana o una tarde en cama, no ha tenido
nunca un dolor de cabeza o una fiebre que le retuviera en cama, nunca.
Gozaba de una buena salud; ningún problema de dieta, comía
de todo lo que le ponían, no tenía problemas de diabetes
ni de colesterol; tenía sólo la presión un poco baja"
(Lorenzi).
* "¿Estaba enfermo el Papa Juan Pablo I? Su médico de
confianza que cuidó de la salud de Luciani durante once años
en Vittorio Veneto y después durante ocho años en Venecia
a donde iba cada quince días, y finalmente en Roma donde le ha visitado
dos o tres veces antes del letal acontecimiento... dice: 'Nada, absolutamente
nada, dejaba prever aquello que ha sucedido'" (Monseñor Gioacchino
Muccin, antiguo obispo de Belluno) (82).
Los testigos citados, y otros muchos que conocen a Albino Luciani desde
la niñez, afirman que Luciani no fumaba nunca, que raramente bebía
alcohol y que comía parcamente: "este estilo de vida, sumado a su
baja presión, es el mejor sistema para evitar los trastornos coronarios"
(83).
El Dr. Da Ros, médico y amigo de Luciani, le visitaba todas
las semanas en Vittorio Véneto. En Venecia, las visitas eran quincenales.
En Roma, también. La última, el 24 de septiembre. Dice Lorenzi
que, cuando vió al doctor y le preguntó cómo estaba
el Papa, le respondió: ‘Sta benone’ (Está estupendamente).
En este contexto, cuando absolutamente nada dejaba prever lo que pasaría
después, sucedió esta extraña anécdota que
narra el propio Lorenzi:
"En el Vaticano, algún día antes de la muerte, un médico
le dijo: 'Santidad, usted tiene el corazón a trozos'; a lo que el
Papa habría respondido: ‘Muerto un Papa, hacen otro’".
El Papa no hizo ningún caso al médico en cuestión;
su médico personal le había encontrado perfectamente bien
el domingo anterior. Más aún, su historial clínico
no había sido trasladado al servicio sanitario del Vaticano.
Eduardo Luciani estaba en Australia, cuando se enteró de la
muerte de su hermano. Pocos días antes, había cenado con
él en el Vaticano. Y al día siguiente, se habían vuelto
a ver en el desayuno. Eduardo le encontró bien de salud:
"Sí, me había asegurado que se sentía bien, aunque
el clima de Roma no le iba bien. Cuando estaba mal, no era capaz de ocultármelo...Desayunando
en el Vaticano, le pregunté si las tareas de jefe de la Iglesia
le fatigaban, y me respondió: 'No mucho. En Venecia las cosas del
Patriarcado tenía que resolvérmelas yo sólo; aquí
tengo todo un que piensa, aunque después la última decisión
me corresponda a mí'. No creo que se fatigase más que en
Venecia, si bien la novedad y la responsabilidad del pontificado le emocionaban
un poco" (84).
Según Thierry, Amelia Luciani manifestó:
"Mi hermano no padecía del corazón. Puede haber muerto
de una apoplejía, pero no de una crisis cardíaca".
"Yo querría que se hiciera la autopsia, y toda la familia es de
mi opinión"
Según Thierry, Eduardo aprueba lo que dice Amelia: "Mi
hermano no padecía del corazón. Era un montañés
y tenía el corazón fuerte" (85).
Según he podido constatar recientemente, la familia - al menos
por ahora - no está por la autopsia. Sin embargo, los habitantes
de Canale sí la querrían. Pía, sobrina del Papa Luciani,
me dijo: "Creo que, si la familia quisiera, habría autopsia".
Me dijo también: "Mi tío pudo morir de un ictus".
En 1985, Eduardo dice que su hermano ha muerto de un viejo mal hereditario:
"Las muertes imprevistas son frecuentes en nuestra familia. El bisabuelo
y dos tías mías murieron de repente, sin haber tenido nunca
un malestar...Tenían todos 65-66 años" (86).
Ahora bien, hablar de muertes imprevistas es poco preciso. En
realidad ¿de qué murieron? Se trata de tres casos dentro
de un ámbito familiar muy amplio (cuatro generaciones), que
alcanza al siglo pasado; son, pues, otros tiempos con otras condiciones
sanitarias: muchos morían de enfermedades respiratorias. La salud
era más bien precaria y la vida breve (87).
La muerte repentina es rápida (instantánea o dentro de
la primera hora tras el comienzo de los síntomas), e inesperada
(en individuos con o sin enfermedad previa, conocida o desconocida). En
un 80-90 por ciento de los casos depende de enfermedad cardiovascular,
y de éstas, el 90 por ciento de cardiopatía coronaria (88).
Luciani no tenía antecedentes coronarios. Si se desconocía
la causa de la muerte, lo que procedía era la realización
de la autopsia.
Dice Lina Petri, sobrina de Luciani y doctora en medicina:
"Es más probable la embolia que el infarto. De hecho, el Papa
no tuvo tiempo de llamar a nadie. Además, cuando sobre el cadáver
se practicó una inyección conservativa, la hinchazón
del brazo indicó la presencia de un coágulo" (89).
Bien. Se ha hablado de apoplejía (hemorragia), de embolia (obstrucción
ocasionada por un coágulo en un vaso sanguíneo) y de ictus
(ataque), pero no se dice dónde: ¿en el cerebro? Los
expertos distinguen diversos tipos de ictus cerebrales: hemorragia, embolia
y trombosis.
La hemorragia cerebral es padecimiento de la edad madura. Afecta más
a menudo a los varones que a las mujeres y están especialmente expuestos
a ella los individuos obesos, los que llevan una vida opípara y
hacen abundante consumo de alcohol; es evidente cierta predisposición
familiar; así se habla de familias apopléticas, en las cuales
el antecedente casi obligado en la mayoría de sus miembros es la
hipertensión arterial. Tales antecedentes no se dan en Luciani.
La embolia cerebral es una manifestación de cardiopatía;
se da con frecuencia en individuos jóvenes (cardiópatas)
y en mujeres; la causa directa más común es la fibrilación
auricular crónica; el carácter del ictus suele ser moderado,
con poca pérdida de conciencia. Por regla general todos sobreviven
al ataque inicial, excepto los casos más graves. El infarto
masivo del tallo cerebral producido por embolia basilar casi siempre es
mortal. Recordemos aquí que Luciani no padecía del corazón.
La trombosis (formación de trombo o coágulo) suele aparecer
en edad avanzada como consecuencia de arteriosclerosis. Al contrario de
lo que se observa en la embolia y en la hemorragia, la trombosis, generalmente,
avisa por medio de síntomas. Luciani no tuvo tiempo de llamar al
timbre (90). Si se habla de embolia pulmonar, ni los antecedentes ni el
cuadro encontrado están a favor de misma. No ha habido lucha con
la muerte. Por lo demás, sólo el cinco por ciento de las
muertes repentinas se deben a embolia pulmonar. Y por lo que a coágulos
se refiere, el Dr. Cabrera comenta que la presencia de los mismos es normal
en los cadáveres.
El matrimonio Eduardo y Antonietta, ambos maestros jubilados, viven
en Canale, en la casa natal de Albino Luciani (vía Rividella, 8).
Recientemente, el 29 de agosto, Antonietta me dijo:
"En realidad, nosotros no sabemos cómo ha muerto. Y a veces
tenemos pensamientos extraños".
Hablando de la afición de su cuñado Albino por el montañismo,
me comentó: "Eduardo solía decir de su hermano: Es más
fuerte que yo".
Quienes hablaron con el Papa, en su última jornada, todos coinciden
en asegurar que nada anormal detectaron. Así el cardenal Gantin,
quien declaró no haber observado ningún atisbo de fatiga
en el rostro y en los gestos de Juan Pablo I. Lo mismo monseñor
Rocco, nuncio en Brasil: "Encontré al Padre Santo perfectamente
de salud, y digo más: me asombré ante su actividad y perfecto
conocimiento de los problemas del Brasil; me hizo la impresión de
aparentar más joven de sus sesenta y cinco años; hablamos
incluso de posibles viajes y me pidió consejos sobre estos temas"
(91).
Según revela Magee diez años después, en la mañana
del 28 se instalaron y probaron dos timbres, uno a cada lado de la cama
del Papa. Magee reconoce que es “una notable coincidencia”; sin embargo,
no dice quienes hicieron la instalación, dato que podría
ser importante.
A media mañana, el Papa habló por teléfono con
Benelli, arzobispo de Florencia. Voces autorizadas del Vaticano dicen que
hablaba todos los días con él. Benelli fue su gran elector
y todo indica que Luciani pensaba depositar en él la responsabilidad
política y diplomática del Vaticano. Por la tarde, habló
con el Papa: "Lo encontré perfectamente de salud y con un humor
excelente" (92), diría después por Radio Vaticano.
Por la tarde, después de un breve descanso, dió un paseo
por el salón, rezando el rosario. No quiso subir al jardín
de la azotea: hacía un día frío, con fuerte viento,
"el primer viento frío del otoño", y no se encontraba bien.
Entonces llamó por teléfono Villot, que quería verle:
"¡Oh! ¡El cardenal Villot de nuevo!", dijo. "Pero si
no tengo ningún documento que leer". Bien, Villot llegaría
a las 6'30 y él siguió paseando. Hacia las 5'30 Magee escuchó
un fuerte estornudo y acudió al salón: "Tengo un dolor, dijo
el Papa. Llame a sor Vincenza. Ella sabe qué hacer". Sor Vincenza
le dijo a Magee: "Oh sí, esto le ha pasado otras veces". Ella le
dió unas medicinas (93).
Una hora después, recibió en su estudio privado al cardenal
Villot. Según Gennari, que ha sido profesor de Teología en
el Seminario de Roma, el Papa Luciani comunicó a Villot su decisión
de realizar cambios importantes; por ejemplo, Benelli, secretario de Estado;
Felici, vicario de Roma. Villot reaccionó: “estos nombramientos
significarían la traición de la herencia de Pablo VI”. Después
diría que "el Papa se encontraba perfectamente " y que "no notó
signo alguno que pudiera prever el fatal desenlace y ni siquiera lo encontró
fatigado" (94).
Magee preguntó al Papa cómo se encontraba: "Sto bene!
Sto bene! Eccomi!... dijo abombando el pecho. "Estas pastillas de sor Vincenza
son milagrosas. ¡Vamos a cenar!".
Durante la cena, frugal, Luciani se encontraba en plena forma.
Magee le preguntó si había elegido la persona que diera el
retiro en el Vaticano la próxima cuaresma. "SÍ, respondió,
está elegido". Y añadió: "El tipo de retiro que yo
desearía en este momento sería para una buena muerte". Eran
las 20'15. Según Magee, Juan Pablo I decía frecuentemente
que "su pontificado sería de corta duración", "que él
se marchaba y que sería reemplazado por 'el extranjero'". No hay
por qué descartar que estas expresiones guarden relación
con las "numerosas amenazas" de muerte que Juan Pablo I recibió
desde los primeros días de su pontificado. Según esto, la
muerte no le ha sorprendido a Luciani "como ladrón en la noche".
Al contrario, estaba vigilante e incluso (¡todo un símbolo!)
murió con "la lámpara encendida" (95).
Terminada la cena, en la sobremesa, mientras Lorenzi conecta
por teléfono con Milán, el Papa le dice a Magee: "Tenemos
un problema, el cardenal Villot quiere resolver esta noche quién
sería nombrado nuevo patriarca de Venecia". Salen al pasillo. Lorenzi
avisa que el cardenal Colombo, arzobispo de Milán, está al
aparato. Quince o veinte minutos duró la conversación. Posteriormente
Colombo declaró: "Me habló largo rato, con un tono de voz
normal, del que no se podía inferir que sufriera ninguna molestia
física ni enfermedad. Estaba completamente sereno y lleno de esperanzas"
(96).
Hacia las 9'20, se fue a su habitación, despidiéndose
con las palabras de siempre: "¡Buenas noches! ¡Hasta mañana,
si Dios quiere!". Poco después el sargento Roggan, de la guardia
suiza, volvía de cenar con su madre en Roma. Dice: "Nosotros vimos
la luz en el dormitorio del Papa hacia las 10'30 o las 11'00. Esto no era
anormal" (97). Sin saber por qué, esa noche tuvo problemas Roggan
para conciliar el sueño.