En el principio era la palabra
 

- LA SEÑAL DE JONÁS

No se les dará otra

El 21 de febrero abordamos la catequesis sobre El evangelio de Lucas, donde se recoge la señal de Jonás. El evangelio propio del día la recogía también: “Como Jonás fue una señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación”, “los ninivitas se levantarán en el juicio contra esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay algo más que Jonás” (Lc 11,29-32). Ahora bien, el evangelio de Lucas remite a la predicación de Jonás. Y el evangelio de Mateo a los tres días y tres noches en medio de la muerte: “Como Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches” (Mt 12,40).

Surgen diversos interrogantes: ¿En qué consiste la señal de Jonás?, ¿es una señal de juicio?, ¿lo es de resurrección?, ¿no se les dará otra?, ¿quién es Jonás?, ¿existió realmente?, ¿qué predicó Jonás?, ¿qué predicó Jesús a semejanza de Jonás?, ¿qué dice el libro de Jonás?, ¿es una fábula?, ¿es un relato simbólico?, ¿es una parábola en acción?, ¿es una catequesis viva?, ¿es experiencia de la palabra de Dios transmitida en la tradición profética y evangélica? Tal y como nos llega, ¿el relato presenta añadidos y retoques? ¿Era Nínive una ciudad monstruo?, ¿lo era Jerusalén?, ¿existen hoy ciudades monstruo?

Jonás, que en hebreo significa “paloma”, es profeta de Israel en el siglo VIII a. C. Contribuye al restablecimiento de las fronteras del país según la palabra que el Señor había dicho “por boca de su siervo, el profeta Jonás, hijo de Amitay, el de Gat de Jéfer” (2 R 14,25), cerca de Nazaret.  Se pone como dificultad que entonces “Nínive no era la capital de Asiria” (Schökel-Sicre, 1007-1011), pues el rey Senaquerib la hizo capital a finales del siglo VIII a. C. Sin embargo, ya era “la gran ciudad”, “una ciudad grandísima, de un recorrido de tres días” (Jon 3,3). 

En la Biblia Nínive aparece como la ciudad del mal, símbolo de opresión contra el pueblo de Dios; sobre todo, su rey, personaje déspota, rapaz, dominador de pueblos, cuya enfermedad aparece “el día de la cuenta” como señal del juicio de Dios, que no se calla ante nadie (Is 10,5-15). La ciudad es “sanguinaria y traidora, repleta de rapiñas, insaciable de despojos”, “por las muchas fornicaciones de la prostituta, tan hermosa y hechicera, que compra pueblos con sus fornicaciones y tribus con sus hechicerías” (Na 3,1-4). Estos rasgos los tiene también la Babilonia del Apocalipsis, “la prostituta que se asienta sobre siete colinas” (Ap 17,1-9). El imperio asirio invade a Israel en el año 721. Nínive cae en el año 612 ante el empuje de babilonios, medos y escitas.

El libro de Jonás aparece en el canon hebreo entre el de Abdías y el de Miqueas. Esto indica que los judíos lo consideraron como un profeta del siglo VIII a.C. Además, las palabras de Jesús suponen que el profeta existió realmente. El libro de Jonás comienza así: “La palabra del Señor fue dirigida a Jonás, hijo de Amitay, en estos términos: Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella que su maldad ha subido hasta mí” (Jon 1,1-2). Es una maldad que clama al cielo. La misión es sorprendente, pero, sobre todo, es comprometida, arriesgada, peligrosa. Se dice en el salmo 55: “¡Quién me diera alas de paloma para volar!”, “veo en la ciudad violencias y discordias, crímenes e injusticias”.

El profeta que huye. “Jonás se levantó para huir a Tarsis, lejos del Señor, y bajó a Jafa, donde encontró un barco que salía para Tarsis”, “pero el Señor desencadenó un gran viento sobre el mar, y hubo en el mar una borrasca tan violenta que el barco amenazaba con hundirse” (1,3-4). Se dice en los salmos: “Dando vuelcos, vacilando como un ebrio, tragada estaba toda su pericia. Y hacia el Señor gritaron en su apuro” (Sal 107), “como un viento del desierto, que destroza las naves de Tarsis” (Sal 48). Y en las crónicas: “Las naves naufragaron y no pudieron ir a Tarsis” (2 Cr 20,37).  Jonás oró así en medio de la muerte: “Desde mi angustia clamé al Señor y él me respondió; desde el seno del seol grité, y tú oíste mi voz. Me has arrojado en lo más hondo, en el corazón del mar, una corriente me cerca, todas tus olas y tus crestas pasan sobre mí”, “me envuelven las aguas hasta el alma, me cerca el abismo, un alga se enreda a mi cabeza” (Jon 2,2-6).

La huida es bajada. Se baja de Jerusalén a la costa, de la tierra al mar, de la superficie a lo hondo del mar. Huyendo del Señor, el profeta ha iniciado una bajada fatal. Juntando la marcha al otro extremo del mar con la bajada a lo hondo del mar, la tradición rabínica comenta así Dt 30,12-13: “La ley no está más allá del mar, para que tengas que decir: Ojalá tuviésemos uno como el profeta Jonás que bajase a lo hondo del mar y nos la trajese”. Jonás huye en vano, perseguido por el viento que envía el Señor, un “viento grande” que provoca una “grande tempestad” (Schökel-Sicre, 1017).

El monstruo del mar lo engloba todo, simboliza la situación desesperada: “Dispuso el Señor un gran pez que se tragase a Jonás; y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches” (Jon 2,1). La oración de Jonás desborda la interpretación literal del monstruo. La tradición rabínica lo interpreta simbólicamente: “El pez que devora a Jonás es la tumba…, sus entrañas son el seol” (Midrás de Jonás). El agua es el monstruo, el abismo que devora y aniquila (Schökel-Sicre, 1021-1022).

Añadidos y retoques. Ante la gran tempestad, se suceden varias escenas en el barco: Los marineros tuvieron miedo y se pusieron cada uno a invocar a su dios; luego echaron al mar la carga del barco para aligerarla. Jonás, mientras tanto, había bajado al fondo del barco, se había acostado y dormía profundamente. El jefe de la tripulación se acercó a él y le dijo: ¿Qué haces aquí dormido? Levántate e invoca a tu Dios. Quizás Dios se preocupe de nosotros y no perezcamos” (Jon 1,5-6; ver la tempestad calmada, Mt 8,23-27). El profeta que cree poder huir de Dios duerme, mientras los marineros trabajan y rezan. Aligeran la nave de carga, pero el verdadero lastre es Jonás: él tiene la clave de lo que está pasando. Se dice en el salmo 139: “¿A dónde iré lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro podré huir?”, “si voy a parar hasta el confín del mar, allí tu mano me conduce, tu diestra me agarra”.

Los marineros se dicen unos a otros: Echemos a suerte para ver por culpa de quién nos viene este mal. Echan a suerte y le toca a Jonás. Entonces le dicen: ¿Quién eres, cuál es tu oficio, de dónde vienes? Les responde: “Soy hebreo y temo al Señor, Dios del cielo y de la tierra” (Jon 1,6-9). Los marineros descubren que Jonás va huyendo de Dios. Temen mucho y le preguntan: ¿Por qué has hecho esto? ¿Qué hemos de hacer para que el mar se calme? Les dice: Echadme al mar, pues por mi culpa os ha venido esta gran borrasca. Se ponen a remar con ánimo de alcanzar la costa, pero no pueden, porque el mar sigue encrespándose. Entonces claman al Señor diciendo: No nos hagas perecer a causa de este hombre, ni pongas sobre nosotros sangre inocente. Lo echaron al mar y el mar se calmó (1,10-15). Finalmente, “el Señor dio orden al pez, que vomitó a Jonás en tierra” (2,11). Comentario: “Las asperezas narrativas suponen añadidos y retoques” (Biblia, CEE).

La predicación de Jonás. “Por segunda vez fue dirigida la palabra del Señor a Jonás en estos términos: Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama el mensaje que yo te diga. Jonás se levantó y fue a Nínive conforme a la palabra del Señor. Nínive era una ciudad grandísima, de un recorrido de tres días. Jonás comenzó a adentrarse en la ciudad, e hizo un día de camino proclamando: Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida” (Jon 3,1-4). Llama la atención el paralelismo: los tres días que se necesitan para recorrer la ciudad con los tres días que pasa Jonás en el vientre del monstruo, en medio de la muerte. ¿Era Nínive una ciudad monstruo capaz de devorar al profeta?

La gran ciudad cambia. Los ninivitas se convirtieron “de su mala vida” y Dios “se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado a Nínive” (Jon 3,10). No se convierten al Dios vivo, pero abandonan su maldad que clama al cielo. La lección es ésta: “Dios puede cambiar si el hombre cambia” (Schökel-Sicre, 1025-1027). Como dice Ezequiel, el profeta es centinela de la espada que viene, tiene la función de avisar (Ez 33).  

La reacción de Jonás. Mientras Dios observa la conversión de la ciudad, Jonás sale al campo y se sienta a la sombra, para ver qué sucede (Jon 4,5). No acepta su papel de ser sólo instrumento de Dios y se enfada por el resultado de su misión: “Jonás se disgustó mucho por esto y se irritó, y oró al Señor diciendo: Ah, Señor, ¿no es esto lo que yo decía cuando estaba todavía en mi tierra? Fue por eso por lo que me apresuré a ir a Tarsis. Porque bien sabía yo que tú eres un Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del mal. Y ahora, Señor, te suplico que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida” (Jon 4,1-3).

Nuevos retoques. En lo que sigue (4,4-11), aparecen de nuevo asperezas narrativas: el ricino que crece y da sombra a Jonás, pero un gusano lo ataca y se seca. Sugieren añadidos y retoques: “Este último capítulo tampoco está exento de retoques”, pero su mensaje es claro: “Jonás no acepta la forma de ser de Dios” (Biblia, CEE). Dios le dice: “Tú te compadeces del ricino, que ni cuidaste ni ayudaste a crecer, que en una noche surgió y en otra desapareció, ¿y no me he de compadecer yo de Nínive, la gran ciudad, donde hay más de ciento veinte mil personas, que no distinguen la derecha de la izquierda, y muchísimos animales?” (Jon 4,10-11).

Una señal del cielo. Para ponerle a prueba, se la piden a Jesús. “Estaba expulsando un demonio que era mudo; sucedió que, cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron. Pero algunos dijeron: Por Belcebú, príncipe de los demonios, expulsa los demonios. Otros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del cielo. Pero él, conociendo sus pensamientos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado”, “si yo expulso los demonios por Belcebú, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios”, “el que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama” (Lc 11,14-23).

La señal de Jonás. “Esta generación es una generación perversa; pide una señal y no se le dará otra señal que la señal de Jonás. Como Jonás fue una señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación”, “los ninivitas se levantarán en el juicio contra esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás” (11,29-30; ver Mt 12,38-45). No se les dará otra. Se van a pasar la vida entera sin ver una señal. ¿Es posible? En muchos casos es así. Son cosas que pasan.

La predicación de Jesús. Jonás había dado a Nínive una señal, la predicación de su destrucción: “Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida”. También Jesús anuncia la destrucción de Jerusalén. Lo anuncia llorando sobre ella: “Vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra” (Lc 19,41-44), “no pasará esta generación sin que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (21,32-33). Cuando llegan algunos y le cuentan lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían, responde Jesús: “Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo” (13,1-3). Es decir, vais al desastre. Jesús conocía la destrucción del templo y de la ciudad el año 587: “Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén”, “y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia” (2 Cr 36,19-20).

El Hijo del hombre. Aparece en el sueño de Daniel. El Hijo del hombre, sacrificado por poderes bestiales, viene sobre las nubes del cielo (en nombre de Dios) a juzgar la historia (Dn 7). Jesús se identifica con esta figura profética. Lo dijo ante el Sumo Sacerdote: “Veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del poder y venir sobre las nubes del cielo” (Mc 14,62). Como Jonás, Jesús es tragado por la muerte. Jerusalén es una ciudad monstruo, “la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados” (Lc 13,34). Como Jonás, Jesús anuncia la destrucción de la ciudad. Hubo que esperar cuarenta años. Fue en el año 70. Los romanos no dejaron “piedra sobre piedra”. Se cumplió su palabra. Como Jonás, Jesús es devuelto a la vida. Sacrificado por poderes bestiales, viene sobre las nubes del cielo (resucitado, sentado a la derecha de Dios) a juzgar la historia. Lo dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.

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