En el principio era la palabra
 
1. BUSCANDO LA LUZ
Quizá a tientas

1. La búsqueda de Dios es una honda experiencia, que es preciso acoger, discernir y valorar: "El que busca halla", dice Jesús (Mt 7,8). Esa búsqueda es sentida y cantada por nuestros poetas: "Todo mi corazón, ascua de hombre,/ inútil sin tu amor, sin ti vacío,/ en la noche te busca./ Le siento que te busca, como un ciego,/ que extiende al caminar sus manos llenas/ de anchura y de alegría" (L.Panero). "Ayer soñé que veía/ a Dios y que a Dios hablaba;/ y soñé que Dios me oía.../ Después soñé que soñaba".Y también: "Anoche soñé que oía/ a Dios gritándome: ¡Alerta!/ Luego era Dios quien dormía/ y yo gritaba: ¡Despierta!" (A. Machado).
2. Sin embargo, se dice frecuentemente: "Para dar sentido a mi vida, no necesito de Dios". Detrás de esta expresión y de otras semejantes, podemos descubrir la pretensión radical de ser como Dios, prescindiendo de Dios, la tentación original del hombre: "Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (Gn 3,5). Dios tiene la costumbre de pasear por el jardín de la historia humana, pero el hombre se oculta, cree que Dios no le interesa para vivir: "No hay quien busque a Dios", dice San Pablo (Rm 3,11). El proyecto original de Dios, hacer de marido y mujer una sola carne, se rompe. La relación de amor se convierte en relación de sumisión y dominio. La fecundidad es vivida sin ilusión, como un peso, con dolor (3,16). El trabajo es una realidad dura, espinosa, esclavizante (3,17-19). La muerte ya no es mero hecho físico, un paso, sino algo mucho más radical, el polvo, la aniquilación de la existencia (3,19). Se ha dicho bellamente: "Llegó con tres heridas,/ la del amor,/ la de la muerte,/ la de la vida" (M. Hernández).
3. Para quien busca la luz o busca a Dios, quizá "a tientas" (Hch 17,27), la respuesta no está en las nubes de los razonamientos teóricos. La respuesta es la experiencia de fe. Lo dijo Pablo VI: "En el fondo ¿hay otra forma de comunicar el evangelio que no sea el comunicar a otro la propia experiencia de fe?" (EN 46). En realidad, la Biblia no es un tratado sobre Dios, sino una profunda experiencia de Dios. No nos invita a hablar de Dios, sino a escucharle cuando habla, proclamando su gloria y acogiendo su acción. De este modo, tener fe no es meramente admitir la existencia de Dios, sino creer que Dios interviene en la historia humana.
4. En la Biblia, la experiencia central es ésta: Dios habla de muchas maneras (Hb 1,1), en el fondo de los acontecimientos. En cualquier situación humana, personal, social o eclesial, podemos reconocer la acción elocuente y significativa de Dios. Dios habla, Dios actúa. La palabra de Dios es una palabra que se cumple (Ez 12,28). Por tanto, tener fe no es ya creer lo que no vimos, sino ver aquello que parece increíble. Es lo que anuncia San Pablo: "En vuestros días yo voy a realizar una obra que no creeréis aunque os la cuenten" (Hch 13,42).
5. La misión de Jesús se resume en dos constantes: "El Reino de Dios está cerca", "convertios" (Mc 1,15). Para Jesús, evangelizar es sembrar la palabra, "la palabra del Reino": "Salió un sembrador a sembrar" (Mt 13,3.18). Igualmente la Iglesia, continuando la misión de Jesús, anuncia una palabra viva y eficaz (Hb 4,12), no una palabra de hombre, sino la palabra de Dios que permanece operante en medio de vosotros (1 Ts 2,13). Para llevar adelante su misión, Jesús no se identifica con ninguno de los grupos sociales y religiosos de su tiempo: saduceos, celotes, fariseos, esenios, escribas. Jesús anuncia la buena nueva a los pobres, la muchedumbre sometida por los poderosos. La enseñanza de Jesús no es abstracta: donde hay opresión, hay palabra de liberación. Como aquel día, en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18-19). La misión de Jesús se realiza no sólo con palabras, sino también con obras. Jesús anuncia una palabra acompañada de señales y signos: enseña y cura, dice y hace. A la pregunta de los discípulos de Juan el Bautista, responde con el lenguaje de los hechos, las señales del Evangelio (Mt 11,5). Quien está buscando lo que necesita es una señal.
6. El mensaje cristiano anuncia no sólo la experiencia de Dios, sino la experiencia de Cristo. Lo proclama Pedro el día de Pentecostés: "Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2,36). Este es ya el gran acontecimiento: un hombre, crucificado por la turbia justicia de este mundo, ha sido constituido Señor de la historia: ¡lo mismo que Dios! El reino de Dios se manifiesta en la persona de Jesús (Dn 7,14). Se cumple el salmo 110: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha". La Iglesia naciente tiene experiencia de ello, pues se le ha dado reconocer a Jesús en los múltiples signos que se producen como fruto de su Pascua. Su Pascua, su paso, ha inaugurado para el mundo entero el amanecer de un nuevo día, que no acabará jamás.
7. El encuentro con Cristo supone para Pablo un cambio profundo: "Lo que era para mi ganancia, lo he juzgado pérdida a causa de Cristo" (Flp 3,7). No es un conocimiento teórico, irrumpe en la vida, afecta a toda la persona, hasta irradia en su rostro: "Todos nosotros que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos. Así es como actúa el Señor que es espíritu" (2 Co 3,18). Hay un antes y un después, un paso del hombre viejo al hombre nuevo, de las tinieblas a la luz.
8. Quien tiene esta experiencia es una nueva creación, pasa ya de la creación a la nueva creación: "pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo" (2 Co 4,6). Es el final de la búsqueda, la experiencia de los primeros discípulos: "Hemos encontrado lo que buscábamos" (Jn 1,45), hemos encontrado a Cristo. "Pasó lo viejo, todo es nuevo" (2 Co 5,17), también nuestro conocimiento de Dios: "Nadie conoce bien al hijo sino el padre, ni al padre le conoce bien nadie sino el hijo, y aquel a quien el hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).
9. La experiencia de fe es algo que va madurando poco a poco, por fases o etapas. Es como una semilla destinada a crecer. Primero se siembra, después crece, finalmente produce fruto. Normalmente, sin que se pueda determinar de antemano en cada caso, el desarrollo de la fe supone un tiempo. En la primera comunidad cristiana, la catequesis es posterior al bautismo (Hch 2,42). Los abandonos de la fe, con motivo de las persecuciones y de otros problemas, irán haciendo comprender la necesidad de probar más seriamente la fe de los que quieren hacerse cristianos. Así surge en los primeros siglos el catecumenado, con su discernimiento al principio y al final.
10. En el contexto social y religioso de nuestro país, en el que muchos son los bautizados y pocos los evangelizados (somos también país de misión), el proceso catecumenal es generalmente posbautismal. El problema de la evangelización de los bautizados es asumido en la Iglesia después del Concilio con carácter de urgencia y con tratamiento catecumenal, "bajo la modalidad de un catecumenado" (EN 44).
11. En un asunto vital como es la fe, la experiencia personal es insustituible. Este es el test que Pablo aplica a la comunidad de Corinto: "Examinaos a vosotros mismos a ver si estáis en la fe. Probaos a vosotros mismos ¿No reconocéis que Jesucristo está entre vosotros?" (2 Co 13,5). Así pues, podemos preguntarnos: ¿Qué significa para nosotros creer?, ¿estamos buscando?, ¿tenemos experiencia de fe? Esto facilita una toma de conciencia de la propia búsqueda de Dios, una revisión del nivel religioso en que cada uno se encuentra, un planteamiento claro de la fe como experiencia, una comunicación primera de la propia experiencia de fe.
* Diálogo: ¿Estamos buscando?, ¿tenemos experiencia de fe?