En el principio era la palabra
 
6. LOS SORDOS OYEN
Dios habla hoy

1. El Evangelio anuncia esta experiencia fundamental: Dios habla hoy. Como dice Jesús a los enviados de Juan el Bautista, se cumple esta señal esperada: "los sordos oyen" (Mt 11,5). Lo anunciaron los profetas: "Oirán aquel día los sordos palabras de un libro" (Is 29,18), "los oídos de los sordos se abrirán" (35,5). Se canta en los salmos: "¡Ojalá escuchéis hoy su voz!" (Sal 95). Pero surgen problemas, dificultades, resistencias. A muchos la Biblia se les cae de las manos, es un libro sellado que no se puede abrir (Is 29,11). Hay sordos que no pueden oír. Otros no quieren. Como suele decirse, no hay peor sordo que el que no quiere oír.
2. En la Biblia, el mayor problema religioso del hombre no está en si Dios existe o no existe, sino en si Dios habla hoy o no. Así, el hombre puede escuchar los pasos de Dios por el jardín de este mundo, pero también puede ocultarse (Gn 3, 8); el escuchar constituye a Israel como pueblo de Dios (Dt 6, 4); Dios le dirige la palabra, lo que no hizo con ninguna otra nación (Sal 147); frente a los dioses mudos de las naciones, el Dios de Israel es un Dios que habla (Sal 115); su palabra cambia el rumbo de la vida (Gn 12,1), abre en la historia un camino de liberación (Ex 3,10); los profetas gritan con voz que nadie puede acallar: "Escuchad la Palabra" (Am 3,1; Jr 7,2); es "una palabra que se cumple" (Ez 12,28); sin ella, las gentes andan hambrientas, sedientas, errantes (Am 8,11-12); la escuchan los sencillos: "Al abrirse, tus palabras iluminan dando inteligencia a los sencillos" (Sal 119,130). El Señor abre el oído (Is 50,5). Dios habla en la historia, también  en la creación: "Los cielos cantan la gloria de Dios" (Sal 19).
3. Para Jesús de Nazaret, anunciar el Evangelio es sembrar la Palabra (Mc 4,14); la Palabra crece, produce fruto (4,20); es algo necesario, como el aire o el pan (Mt 4,4); en torno a ella se constituye la verdadera comunión, la verdadera familia: Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen (Lc 8,21). Quien fundamenta su vida en la Palabra, construye sobre roca (Mt 7,24); quien la rechaza, introduce la más profunda división (Jn 10,10); con una palabra que se cumple, realiza Jesús las señales del reino de Dios (Mt 8,8.16), el cambio de corazón que acompaña al perdón de los pecados (Mt 9, 1-7), la misión de los doce que continúa su propia misión (Jn 20,21), la señal de la nueva alianza (Mt 26,26-29). Toda la Escritura es un testimonio a favor de Jesús (Jn 5,39). El es la palabra de Dios hecha carne (1,14), palabra rechazada por los suyos (1,11), palabra que convierte en hijos de Dios (1,12), palabra que resucita a los muertos (5,25), palabra que juzga la historia (12,48).
4. Para la Iglesia naciente, evangelizar es anunciar la buena nueva de la Palabra (Hch 8,4); la Iglesia va creciendo con la difusión de la Palabra (6,7;12,24); cuando los gentiles la acogen, se hacen creyentes, lo mismo que los judíos (10,44;11,1); quien evangeliza, anuncia no una palabra de hombre, sino la palabra de Dios que permanece operante entre nosotros (1 Ts 2,13), una palabra viva y eficaz (Hb 4,12), no encadenada (2 Tm 2,9), palabra que compromete, aunque la mayoría negocie con ella (2 Co 2,17). En fin, escuchar o no escuchar, acoger o rechazar la Palabra he ahí la cuestión que plantea el Evangelio.
5. El hecho de que Dios habla sigue siendo actual. El Concilio Vaticano II lo proclamó así para nuestro tiempo: "Dios, que habló en otro tiempo, sigue hablando con la esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo, va conduciendo a los creyentes a toda la verdad, y hace que la palabra de Dios resuene en ellos abundantemente" (DV 8). De manera especial, Dios habla en la Biblia: "En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos" (DV 21).
6. Una cosa importante: si Dios habla, de la forma que sea, el creyente ha de escuchar. Esto supone un respeto a la iniciativa de Dios (quien habla es Dios, no el hombre), un discernimiento imprescindible (personal, pastoral, comunitario) y, finalmente, la acogida de algo que, por encima de todo, es don de Dios (no producto del hombre). Ciertamente, toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia (2 Tm 3,16-17), pero hay situaciones en las que aparece claramente que Dios sigue hablando, o que Cristo se mete en la conversación, como sucedió a los caminantes de Emaús (Lc 24,32).
7. En cualquier caso, es inútil hablar de método, lo cual supone un control por parte del hombre. El control se pone en el discernimiento, para no engañarse. La palabra de Dios, viva y actual, transciende todo método: se cumple en la dinámica del espíritu. Se requiere, eso sí, una actitud de escucha y un fiel discernimiento, que respete la iniciativa de Dios y acoja, en cada caso, el don de Dios, más allá de todo racionalismo (que considera imposible que Dios hable hoy), más allá de todo iluminismo (falsa iluminación que anunciara un  evangelio distinto), más allá de toda magia, juego o manipulación (que pretendiera falsamente hacerle hablar a Dios).
8. Otros aspectos. Escuchamos la palabra de Dios dicha hoy a la luz de la palabra de Dios dicha ya, recogida en la Escritura y en la tradición viva de la Iglesia. En el pasaje de la tentación, Jesús rechaza la palabra que le presenta el adversario; se remite a la palabra de Dios dicha ya: no sólo de pan vive el hombre (Mt 4,4), no tentarás al Señor tu Dios (4,7), al Señor, tu Dios, adorarás (4,10). Escuchamos la palabra de Dios en el fondo de los acontecimientos personales, sociales o eclesiales. Reducir el campo de la palabra de Dios es una manipulación. La semilla de la Palabra produce fruto: treinta, sesenta, cien (Mc 4,8).
9. Conocida es la experiencia de la Palabra, que hace posible la conversión de San Agustín. Había pretendido dar pleno sentido a su vida, prescindiendo de Dios. Pero, de hecho, se encontraba en el fango profundo, con insatisfacción y vacío, desnudo como el hombre pecador (Gn 3,7). Había oído contar diversas experiencias de fe, como aquella de San Antonio Abad: habiendo recibido una inmensa fortuna de sus padres, entró en una Iglesia en el momento en que se proclamaba el Evangelio: Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres; lo escuchó como palabra de Dios dirigida a él y así lo hizo.
10. En el fondo, Agustín quería cambiar y no podía. En esa situación, en el huerto de Milán y con lágrimas en los ojos, hace una oración: ¿Hasta cuándo, Señor...? Y desde una casa vecina, un niño o una niña comienza a decir: Toma y lee, toma y lee. Agustín se pregunta qué podía significar aquello: ¿era una canción, un refrán o quizá una palabra de Dios dirigida a él? ¿Debería tomar la Biblia y leer? Optó por esto último y, tomando el libro del Apóstol, que tenía a mano, abrió y comenzó a leer allí donde se posaron sus ojos. Leyó esto: Nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestios más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias (Rm 13,13-14). Se lo comentó a su amigo Alipio, el cual lo recibió como palabra de Dios y dijo: Lo que viene después es para mí: Acoged bien al que es débil en la fe (Ver Confesiones, VIII).
11. Para Santa Teresa, Cristo habla hoy, le habla a ella: "¿Pensáis que está callando? Aunque no le oímos bien, habla al corazón" (C 24,5). Teresa llama locuciones a las palabras que recibe de Dios. El Señor, para hablar, repite -en el fondo- su palabra bíblica. Circunstancias de época hicieron imposible el acceso de Teresa a la Biblia. En los Indices de los años 1551, 1554 y 1559 se prohibía la publicación de la Sagrada Escritura en lengua vulgar permitiéndose sólo el uso de citas en libros de contenido religioso. La Palabra le llega "tan de presto, a deshora, aun algunas veces estando en conversación, muy en el espíritu, con poderío y señorío, hablando y obrando".
12. San Juan de la Cruz habla también de las locuciones de Dios: "Y son de tanto momento y precio, que le son al alma vida y virtud y bien incomparable, porque le hace más bien una palabra de estas que cuanto el alma ha hecho en toda su vida. Acerca de estas, no tiene el alma qué hacer (ni qué querer, ni qué no querer, ni qué desechar, ni qué temer)... Dichoso el alma a quien Dios le hablare. Habla, Señor, que tu siervo oye" (1 R 3,10; Subida del monte Carmelo, XXXI).
13. Veamos la experiencia de Bartolomé de las Casas. Bartolomé llega a América el 15 de abril de 1502, a los nueve años del descubrimiento, y participa con Ovando en la violenta conquista de los indios taínos. Es ordenado sacerdote en 1511. En 1523 se hace dominico. Desde enero de 1513 participa con Pánfilo de Narváez en la conquista de la isla de Cuba, donde la dominación europea de los cristianos se impone "a sangre y fuego". Por el sistema del repartimiento, Bartolomé recibe un grupo de indios que trabajan para él. Cómplice de la violencia se hace también cómplice de la explotación. "El clérigo Bartolomé de las Casas, escribe él mismo, andaba bien ocupado y muy solícito en sus granjerías, como los otros, enviando sus indios de su repartimiento a las minas, a sacar oro y hacer sementeras, y aprovechándose dellos cuanto más podía".
14. Todo estaba aparentemente en orden, cuando un acontecimiento de lo más normal viene a poner las cosas en cuestión. Llega el conquistador Diego Velázquez y "como no había en toda la isla clérigo ni fraile", le pide a Bartolomé que les celebre la misa y les predique el evangelio. La fiesta era Pentecostés, año de 1514. El caso es que Bartolomé "comenzó a considerar consigo mesmo sobre algunas autoridades de la Sagrada Escritura". Y encontró aquel pasaje del Eclesiástico (34,18-22) que le dejó anonadado: Sacrificios de bienes injustos son impuros, no son aceptadas las ofrendas de los impíos. El Altísimo no acepta las ofrendas de los impíos ni por sus muchos sacrificios les perdona el pecado. Es sacrificar al hijo en presencia de su padre, robar a los pobres para ofrecer sacrificio. El pan es vida del pobre, el que se lo defrauda es homicida. Mata a su prójimo quien le quita su salario, quien no paga el justo salario derrama su sangre.
15. Bartolomé no pudo celebrar su misa. Aplicando lo uno (el texto bíblico) a lo otro (la miseria y servidumbre que padecían aquellas gentes), "determinó en sí mismo, convencido de la misma verdad, ser injusto y tiránico todo cuanto acerca de los indios en esta India se cometía". Por tanto, liberó a sus indios ("acordó totalmente dejarlos") y comenzó su predicación profética primero en Cuba, después en Santo Domingo, posteriormente en España y después en todos los reinos de las Indias, "quedando todos admirados y aun espantados de lo que les dijo". Aquel pasaje del Eclesiástico tenía una fuerza impresionante.
* Para la revisión personal o de grupo: ¿Qué significa para ti la palabra de Dios? Lo que Dios dijo (en el pasado), Dios habla hoy (en el presente), lo que Cristo dijo (en el pasado), Cristo habla hoy (en el presente).
O también: ¿Escucho la palabra de Dios? ¿Cómo la escucho?
- como palabra de Dios en los acontecimientos personales, sociales, eclesiales.
- como palabra viva y eficaz, que pone en juego toda mi personalidad
- insisto en aquello que despierta o expresa vivencias transparentes
- como espejo ante el cual aparece mi vida
- como objeto de estudio
- respeto la iniciativa de Dios, sin forzarla
- escucho la palabra de Dios dicha hoy a la luz de la palabra de Dios dicha ya
- el discernimiento es imprescindible: personal, pastoral, comunitario.