APÉNDICE

Recogiendo diversas sugerencias, incluyo en este Apéndice las críticas más autorizadas que he recibido del libro, con mi respuesta. Son dos cartas del obispo de Avila, Adolfo González , y también una carta de Pedro Casaldáliga , obispo de Sao Félix do Araguaia (Brasil), así como la carta enviada a Juan Pablo II.

Carta del obispo de Avila (14-1-2002)

Estimado D. Jesús:

Recibo su carta y el envío del manuscrito "El día de la cuenta. Juan Pablo II a examen", que se propone publicar. Lo he examinado con preocupación, ya que no puedo compartir de ninguna forma no ya la publicación del texto sino el contenido.

En lo que se refiere a la muerte del Papa Juan Pablo I, toda la fantasía que el texto derrocha no consigue convencer, incluidas las revelaciones privadas de las que no duda en echar mano. Esto ya quedó muy claro en el primer libro publicado años atrás. Puede pasar por una novela de género negro. No lo leí en su momento, pero pude acceder a resúmenes del mismo y a la tesis central del libro, ya que fue bien aireado por la prensa. Después he podido ver algún debate en su día.

Pasando al nuevo libro, completo lo que Ud. pudo publicar en el primero gracias a que en él recapitula y vuelve convencido sobre su propia hipótesis. Lo que ya no me parece de recibo, desde ningún punto de vista, es el análisis que Ud. hace del pontificado de Juan Pablo II, descrito y juzgado en función de la hipótesis de la muerte de Juan Pablo I.

Mi seguimiento de este pontificado, mis conocimientos de algunos de los asuntos que trata, mi personal observación e información sobre las cosas me lleva a una visión y evaluación absolutamente contraria. Podría decirse  que distorsiona y, si no fuera por su buena intención, diría que difama al ministerio del Papa, ya que llega Ud. a juzgar sus intenciones sobre hipótesis insostenibles.

No deja de llamarme la atención que se alinea Ud. con las opiniones sobre el Papa y su pontificado publicadas y bien orquestadas por enemigos encarnizados de la Iglesia y, paradójicamente, por prensa liberal notablemente influida por la masonería, a la que Ud. dedica atención en su libro. Algunas de sus apreciaciones estaban bien en los años sesenta, hoy son anacrónicas. Se ha movido Ud. poco desde entonces, si sostiene tales puntos de vista, ya tópicos de cierta opinión publicada y tenazmente sostenida, cuya intolerancia queda manifiesta. Algunos de estos puntos de vista ya quedaron reflejados en el artículo que Ud. escribió sobre "sacerdocio y matrimonio", para el Nuevo Diccionario de Catequética. Un artículo que causó no poca extrañeza y desazón donde corresponde, por su repercusión sobre catequistas y formadores de seminaristas, y sobre estos mismos.

No deja de ser curioso que Ud. diga, siguiendo una opinión publicada bien tendenciosa que el Papa no es teólogo, como queriendo con ello desautorizar su pensamiento. Lo hace Ud., además, arrogándose una capacidad de discernimiento teológico sobre el ministerio del sucesor de Pedro que no le corresponde y que de hecho le coloca sobre él, gracias, al parecer, a su mejor calificación evangélica, a la que se añade su superior formación teológica y capacidad analítica de los acontecimientos históricos y de los movimientos de la sociedad actual, salvo que haya que presuponer la maldad de actuación en el Papa. Esto es lo que sugieren algunos de sus juicios. Es demasiado. No apele Ud. a una "reprensión de Pedro" de forma tan superficial.

Su recorrido por la teología del sacerdocio, en el mencionado artículo, por ejemplo parece estar hecho desde fuera de la Iglesia, casi con el método comparativo propio de las Ciencias de la Religión, pero aplicado al cristianismo tomando como clave hermenéutica la religión pagana o judía, desde las cuales interpreta el "retroceso" de la historia del dogma en relación con el sacramento del Orden; y no la modificación que el cristianismo realiza, en virtud del mismo dinamismo de la revelación divina, de las mediaciones religiosas de la humanidad. Pero, ¿está Ud. capacitado para esto?

Algunas de sus apreciaciones las hace Ud. tan desde fuera, como en el caso de la supuesta "exclusión" de la mujer del acceso al ministerio, que no duda en saltar sobre la naturaleza de la tradición dogmática, que previamente reduce a sociología de la religión, sin considerar para nada un elemento determinante del método teológico como es el Magisterio, y su desarrollo en los últimos treinta años sobre la cuestión en la Iglesia Católica justo por referencia al diálogo teológico ecuménico. Mis conocimientos en el campo me han permitido tratar este asunto y escribir sobre él.

Créame que, cuando he leído el resumen de su "sentencia" contra el pontificado de Juan Pablo II (manuscrito, pp. 235-238), no he podido menos de lamentar una evaluación tan al gusto de la opinión "progresista" publicada y bien difundida, orgánica, abarcadora del conjunto del entramado político y económico, pero falta de fundamentación y contradictoria deducida de las premisas que previamente se han supuesto. Justamente es de lamentar su visión maniquea, que le hace soslayar el magisterio social del Papa, que despacha de forma tan superficial como consecuencia del tipo de análisis político que Ud. practica y que condiciona su evaluación.

No quisiera herirle con estas líneas, no es mi intención, pero podría ser desde un punto de vista analítico de su texto muy duro con su evaluación del pontificado del Papa.

Por todo ello, le ruego considere Ud. su decisión de publicar un libro que causaría un daño innecesario y no contribuiría a evangelizar. No se engañe. El que el libro pudiera causar daño a uno solo de los lectores no prejuiciados contra el Papa, debe hacerle considerar las cosas. No debería olvidar su vinculación y comunión con su Obispo diocesano y con el Obispo de la Iglesia en la que habitualmente desarrolla su ministerio.

Aunque el derecho de la Iglesia regula estas cosas, apelo a su buen sentido de fe y su misma obra apostólica a lo largo de los años.

Con un cordial saludo, afmo. en el Señor. Firmado: Adolfo González Montes, obispo de Ávila.

Respuesta  (18 -1-2002)

Estimado D. Adolfo: He recibido su carta de 14 de enero, en la que examina "con preocupación" mi manuscrito El día de la cuenta. Juan Pablo II a examen. Tras la lectura atenta de la misma, me parece oportuno precisar algunos extremos.

En primer lugar, no se trata de un análisis o evaluación de todo el pontificado de Juan Pablo II. El libro se centra en la causa de Juan Pablo I y en otros asuntos, que considero también importantes. Eso sí, todo ello repercute en la visión del pontificado.

Quiero precisar también que no se juzgan intenciones, sino hechos: "de internis, neque ecclesia". Sólo el Señor sondea el corazón (Jr 17, 10).

En relación a la muerte de Juan Pablo I, aporto un conjunto de datos que Vd. considera como "fantasía". ¿Me puede decir cuál de ellos no es cierto? En cuanto a las revelaciones privadas, son sometidas a crítica y discernimiento.

Me dice que mantengo opiniones sobre el papa y su pontificado publicadas por "enemigos encarnizados de la Iglesia" y por "prensa liberal notablemente influida por la masonería". No sé a qué enemigos se refiere. Sé lo de la prensa liberal y lo he tenido en cuenta. Pero la cuestión es si dicen verdad o aportan elementos de juicio. Por supuesto, el Evangelio es liberación, no liberalismo.

No sabía que mi artículo sobre "sacerdocio y matrimonio" publicado en el Nuevo Diccionario de Catequética hubiera producido "no poca extrañeza y desazón donde corresponde". Para mí la clave de interpretación es el sacerdocio del Nuevo Testamento (Hb 10, 5-7). No lo puedo olvidar. Lo puse en el recordatorio de mi ordenación. A esa luz, de hecho, muchas interpretaciones históricas del sacerdocio suponen un retroceso, de tipo judío o pagano. Por cierto, conservo carta de la Asociación Española de Catequetas, responsable del Diccionario, en la que me agradecen los dos artículos solicitados (el otro es sobre "catecumenado e inspiración catecumenal") y dicen: "nos han parecido muy bien" (19-2-1998). Por lo demás, no se me oculta la aportación española al nuevo Directorio General para la Catequesis y, en general, a la renovación de la misma.

Como método teológico, tengo en cuenta el Magisterio, pero también tengo en cuenta que, como dice el Concilio, el Magisterio "no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio" (DV 10).

En cuanto a que "el papa no es teólogo", no digo exactamente eso. Hablo de "escasa formación teológica". El cardenal Ratzinger dijo algo parecido a un amigo: "El papa sabe poco de teología". Se advierten carencias de formación teológica y catequética, lo cual no sucede por primera vez en la historia de la Iglesia.

Dice Vd. también que me arrogo una capacidad de discernimiento sobre el ministerio del sucesor de Pedro que no me corresponde. Lo comprendo, pero lo que se denuncia en el libro lo puede entender cualquiera.

Por lo demás, por experiencia propia y ajena, sé que no estamos capacitados para la misión que el Señor nos encomienda. Como dice San Pablo, no que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad nos viene de Dios (2 Co 3, 5).

Apelo al derecho y al deber de manifestar lo que en conciencia creo que desfigura el rostro de la Iglesia. Acerca de sus defectos, dijo el Concilio: "Debemos tomar conciencia de ellos y combatirlos con firmeza para que no lesionen la difusión del Evangelio" (GS 43).

El daño a los lectores, del que me habla, lo produce el hecho denunciado (en general, conocido por otros medios), no la denuncia del mismo. Además, así lo creo, dicha denuncia es necesaria y supone un gesto que muchos agradecerán.

Siento no poder secundar el ruego que me hace de reconsiderar la publicación del libro. Le saluda atentamente. Firmado: Jesús López  Sáez.

Carta del obispo de Avila (26-1-2002)

Estimado don Jesús:

Recibo su carta del pasado 18 de los corrientes, en respuesta a la mía anterior, y por el tenor de la misma veo que el diálogo que he prendido (sic) establecer con Ud. no va a ser muy fructífero. Ya sabe mi opinión sobre su libro: es una reconstrucción hipotética de hechos no verificados, en lo que se refiere al Papa Juan Pablo I. Esta reconstrucción condiciona de tal modo su análisis y juicio sobre el pontificado de Juan Pablo II que, de hecho, supone una gravísima deformación del mismo. Su percepción de las cosas no es objetiva. Publicar un libro de esta naturaleza contribuye a difamar la persona y el pontificado del Santo Padre, cuya personalidad pastoral y profética es un verdadero don de Dios a su Iglesia. Comprenderá cuánto lamento su juicio sobre él.

En un caso como este, que afecta sustantivamente a la vida de la Iglesia, un libro así no puede ser publicado por un sacerdote que quiera mantener la comunión con su Obispo y con el Papa. Se trata de un asunto de justicia para con el Papa y de prudencia pastoral y protección de la fe en lo que se refiere a los fieles ante un libro tan injusto y contrario al sentir de la fe y con la Iglesia.

Al hablar con el Arzobispado de Madrid, he podido constatar que mi postura es del todo compartida por la autoridad eclesiástica de Madrid, que ya ha tratado de hacerle pensar a Ud. sobre su determinación de publicar el manuscrito. En consecuencia, si Ud. publica ese libro, le retiraré las licencias ministeriales en cuanto aparezca a la venta.

Hay un camino de solución que, de acuerdo con el Sr. Obispo Auxiliar de Madrid, Mons. Eugenio Romero  Pose, considero que es un procedimiento apropiado. Someta Ud. el libro al juicio de expertos en Historia contemporánea de la Iglesia y a la evaluación de teólogos que consideren con seriedad las afirmaciones que el libro hace sobre el pontificado y el magisterio del Papa. Naturalmente esos expertos y teólogos han de ser comisionados por la autoridad eclesiástica, pero Ud. podrá considerar si son validos o no y hacer las sugerencias que estime oportunas al respecto, con la seguridad de que serán atendidas.

En su carta encuentro algunas afirmaciones que indican hasta qué punto yerra Ud. en sus análisis por falta de atención científica al proceder de la Teología y de la Historia del dogma. Así, dice Ud., entre otras cosas, refiriéndose a mi apreciación de su artículo sobre el sacerdocio en el Nuevo Diccionario de Catequética: "Para mí la clave de interpretación es el sacerdocio del Nuevo Testamento (Hb 10, 5-7) (...) A esa luz, de hecho, muchas interpretaciones históricas del sacerdocio suponen un retroceso, de tipo judío o pagano."

La cita de Hebreos no podía ser más "inoportuna" para Ud., porque la Carta a los Hebreos es un ejemplo demostrativo de que, para interpretar el sacerdocio de Cristo, el Nuevo Testamento se sirve, en este caso, de una mediación determinante de su misma comprensión: el sacerdocio levítico del Antiguo Testamento.

Evidentemente, el sacerdocio del Cristo consiste en su propio sometimiento en obediencia hasta la muerte al designio del Padre y en su aceptación de la inmolación de su vida en obediente amor a su voluntad por la salvación del mundo. Ahora bien, esta realidad "sacerdotal" de naturaleza existencial es vertida en categorías litúrgicas; es decir, en categorías cúltico-religiosas que sirven al autor para mediar en la "religión judía" el sacerdocio de Cristo. Pero es que, además, sin el supuesto del AT es incomprensible el Nuevo y no es posible ni siquiera establecer la relación entre promesa, anuncio y figura, de una parte, y cumplimiento y realidad salvífica dada en Cristo, de otra. El mismo evangelio de San Mateo pretende plena fidelidad a este esquema. También los demás, cada uno en su propia composición y cuadro teológico. En una sentencia, pues, que estimo falta de preparación teológica y exegética de su parte, en este campo, solventa Ud. de un plumazo la difícil cuestión teológica de la relación entre los dos Testamentos.

Reconozca con humildad que, insisto, en este campo, su preparación no es grande, dicho con todos los respetos. Al menos así lo refleja el mencionado artículo, incapaz de entender el proceso de categorización filosófica y teológica de la historia del dogma. Ud. parece incluso ignorar la normatividad que adquiere para cualquier lector del Nuevo Testamento el mismo proceso de objetivación dogmática de la Traditio fidei; y, en consecuencia, soslaya Ud. de plano la función metodológica del Magisterio.

Es increíble que me quiera Ud. recordar la afirmación de la Dei Verbum, de que el Magisterio n está sobre la Palabra de Dios. Sólo faltaba eso. El Magisterio sirve a la Palabra divina y constituye referencia insoslayable de su interpretación en la misma medida que encarna la normatividad de la Tradición  de la fe, el la cual es leído el texto de las Escrituras. A estas alturas, debería Ud. saber que hasta el protestantismo, gracias al diálogo teológico interconfesional, ha dejado de sostener una interpretación unilateral del principio reformista "Sola Scriptura".

Espero que estas reflexiones le ayuden a tomar una decisión sensata y concorde con su condición de sacerdote. Mi deseo es hallar una solución que Ud. acepte acorde con la misión pastoral del Obispo en la Iglesia; y, en consecuencia, que no proceda  Ud. con hechos consumados invocando una libertad de conciencia que ningún creyente puede colocar sobre la conciencia eclesial de la fe sin salirse fuera de ella.

Aprovechando una vez más la ocasión para saludarle con afecto, don Jesús. Sabe que le tengo muy presente y que busco una solución a su caso que de verdad sea respetuosa con Ud. y salvaguarde la fe de la Iglesia. Firmado: Adolfo González Montes, obispo de Ávila.

Respuesta (7-2-2002)

Estimado D. Adolfo: He recibido su carta de 26 de enero, en la que me ofrece un camino de solución, de acuerdo con el obispo auxiliar de Madrid, D. Eugenio Romero Pose.

Sin embargo, hablando con D. Eugenio el día 23 de enero, me ofreció amablemente hacer él un estudio crítico del manuscrito antes de su publicación, ofrecimiento que yo acepté, agradezco y espero.

Le adjunto copia de la carta enviada con este motivo a D. Eugenio.

Deseando encontrar una solución justa y equitativa, le saluda atentamente. Firmado: Jesús López  Sáez.

Nota importante. Mi respuesta a la segunda carta del obispo de Avila fue escueta. Con la amenaza y las descalificaciones, el diálogo quedaba malparado. Me parece oportuno dar aquí cumplida respuesta.

Dice don Adolfo en su primera carta: “Podría decirse que distorsiona y, si no fuera por su buena intención, diría que difama el ministerio del papa, ya que llega usted a juzgar sus intenciones sobre hipótesis insostenibles”. En su segunda carta da un paso más: el libro  supone  una “gravísima deformación” del pontificado y “contribuye a difamar la persona y el pontificado del Santo Padre”.

Pues bien, una cosa es la difamación y otra la denuncia. Además, no se juzgan intenciones, sino hechos, ya conocidos y publicados en otros medios. Ser papa es un hecho público y la “reprensión de Pedro” (Ga 2,11) pertenece a la tradición viva de la Iglesia. Ningún tipo de culto al papa (papolatría) lo debería impedir.

Lo repito. Apelo al derecho y al deber de manifestar lo que en conciencia creo que desfigura el rostro de la Iglesia. Lo dice el Concilio (GS 43) y, en cierto sentido, también el Código de Derecho Canónico (c. 212, 3). No debería haber “temor servil” (Santa Catalina de Siena) ni acepción de personas a la hora de juzgar la actuación del papa.

Del artículo sobre el sacerdocio, en el que insiste D. Adolfo, el libro recoge  sólo una cita (tiene más de 1.100) para decir que “en el diálogo ecuménico se afirma cada vez más que no hay razón teológica alguna para continuar excluyendo a la mujer del ministerio ordenado, desde la dignidad humana y cristiana común: en Cristo ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer” (cap. 13).

Por lo demás, me remito a lo publicado en el Nuevo Diccionario de Catequética. Para mí, la clave de interpretación es el sacerdocio del Nuevo Testamento, tal y como aparece en la Carta a los Hebreos: No quisiste sacrificios ni holocaustos, heme aquí que vengo para hacer tu voluntad (Hb 10, 5-7). A esta luz, muchas interpretaciones y realizaciones del sacerdocio suponen un retroceso, de tipo judío o pagano.

Se ve que el asunto escuece, pero es preciso volver a las fuentes del ministerio eclesial para encontrar una respuesta evangélica a la crisis actual, que presenta una serie de rasgos sintomáticos y crónicos: fuerte descenso del número de vocaciones, gran cantidad de abandonos, envejecimiento progresivo del clero y cuestionamientos diversos.

Resulta sorprendente que D. Adolfo encuentre “inoportuna” la cita de la Carta a los Hebreos. Hablando del sacerdocio, esa cita es no sólo oportuna, sino fundamental. Además, precisamente la Carta a los Hebreos denuncia con fuerza la inutilidad del culto del Antiguo Testamento (Hb 9,9-10).

En una época muy ritualista, el mismo concilio de Trento recuerda la necesidad del sacerdocio nuevo de Cristo (según Melquisedec) y reconoce la “inutilidad del sacerdocio levítico” (D 938). 

Por lo demás, en ningún momento invoco el principio reformista de la “sola Escritura”. Digo, con el Concilio Vaticano II, que el Magisterio está al servicio de la palabra de Dios, no por encima de ella (DV 10).

El obispo de Avila me ofrece como “camino de solución” someter el libro a una comisión de expertos y teólogos. Por diversos motivos, no veo clara la imparcialidad del asunto. Un profesor de Derecho Eclesiástico de la Universidad tampoco lo aconseja. En este contexto, el obispo auxiliar de Madrid D. Eugenio Romero me ofrece amablemente un estudio crítico del libro, que D. Adolfo parece ignorar. Un mes después, D. Eugenio me lo entrega, pero sin firma.

Me advierte el obispo de Avila que no proceda “con hechos consumados invocando una libertad de conciencia que ningún creyente puede colocar sobre la conciencia eclesial de la fe sin salirse fuera de ella”. 

Pues bien, parece importarle poco al obispo lo que dice el Concilio: “La dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia”, “no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa” (DH 17).

¿Acaso esta enseñanza conciliar, verdadera “señal de los tiempos”, no es aplicable dentro de la Iglesia? Además, si alguien no está de acuerdo con mi libro, puede incluso publicar otro en contra y hacerlo sin problemas. Sin  embargo, yo estoy amenazado con una grave sanción, que revela  arbitrariedad y prejuicio, imprudencia y represión de la legítima libertad de expresión. El obispo no puede proceder como déspota sobre la heredad de Dios (1 Pe 5,3). Una vez más, el sistema eclesiástico se aleja de la ética común, sin tener en cuenta lo que en la sociedad hay de verdadero, de noble, de justo (Flp 4,8).  Es preciso cambiar.

Carta del obispo Pedro Casaldáliga  (1-4-2002)

Querido Jesús López  !

En primer lugar he de agradecerte de corazón el testimonio de amistad y de confianza que me das. Recibe de mi parte el mismo afecto.

He repasado tu libro y los anexos, criticas y réplicas. Honestamente, no me siento con autoridad para dar un juicio definitivo. Te doy simplemente unas opiniones: 

Creo que no deberías publicar el libro ahora, incluso para salvaguardar tu condición ministerial y para bien de la comunidad que animas.

Deberías trabajar exhaustivamente algunas afirmaciones que se apoyan en testimonios anónimos o imprecisos.

Si llegas a publicar el libro, seria más creíble que publicaras también algunas de esas criticas más autorizadas; con tu réplica.

Me parecería más adecuado el título si fuera "El Vaticano a examen".

Algunas referencias negativas sobre Juan Pablo II quizás deberían ser matizadas. Digo, algunas. 

De todos modos, todo tu material es importante para la historia y para la purificación de la Iglesia. Quizás te toque a ti, en su momento, prestar este servicio.

Querido Jesús, siento no poder te dar una palabra más taxativa.

Recibe todo mi cariño y comunión y un abrazo de Pascua para ti, para tu comunidad y para el recordado Edelmiro. Firmado: Pedro Casaldáliga , obispo de Sao Félix do Araguaia (Brasil).

Carta a Juan Pablo II (23-3-2002)

Hermano Juan Pablo: Soy sacerdote desde hace 33 años. Entonces recibí de Pablo VI un ejemplar de los Hechos de los Apóstoles, que guardo como precioso tesoro y  que tengo como modelo de acción apostólica y de renovación eclesial. Soy de la diócesis de Avila y resido en Madrid desde 1969. Desde su fundación en 1987 presido una Asociación Pública de Fieles, que promueve grupos y comunidades en diversos ambientes (parroquias, colegios y casas). La Asociación ha promovido también otras semejantes en diversos lugares, así como la Fundación Betesda, que tiene residencia para disminuidos psíquicos y centro ocupacional. 

En octubre de 1985 publiqué en la revista Vida Nueva un pliego sobre la muerte de Juan Pablo I. Entonces yo era responsable de catequesis de adultos en el Secretariado Nacional de Catequesis. El director del mismo, en nombre de la Comisión Episcopal correspondiente, me dijo que sobre eso “ni una palabra más”, si quería seguir allí. Respondí que había obrado en conciencia y que seguiría hablando y escribiendo de ello. Como era de esperar, me cesaron unos meses después. Trece años de colaboración quedaron atrás. Y algunas obras en las que trabajé con entusiasmo: catecismo Con vosotros está y Manual del Educador, Guía Doctrinal (1976), Proyecto Catecumenal (1981-1983) y documento de la Comisión Episcopal El catequista y su formación (1985).

En 1990, siguiendo con la causa de Juan Pablo I, publiqué un libro que usted  quiso leer. En él decía: “Se pedirá cuenta”, “le corresponde al papa Juan Pablo II la más alta responsabilidad de curar esa herida mal cerrada de la muerte y figura de Juan Pablo I”. Ahora tengo preparado otro libro que le adjunto, El día de la cuenta. Juan Pablo II a examen.  Como estaba anunciado, se le pide cuenta a usted: de la causa de Juan Pablo I y de otros asuntos, también importantes.  

En los primeros tiempos se consideraba normal. Pedro justifica su conducta ante la comunidad de Jerusalén (Hch 11). Y en Antioquía Pablo le hace una fuerte reprensión (Ga 2), pues estaba en juego la legítima libertad cristiana. 

En medio de la tensión eclesial que supone la publicación del presente libro, se me ruega que no lo publique: “causaría daño a gente sencilla”. Pero el daño lo produce el hecho denunciado (en general, ya conocido por otros medios), no la denuncia del hecho. Además, así lo creo, dicha denuncia es necesaria: un derecho y un deber.

Se me dice que no es serio. Respondo con una pregunta: el libro aporta un conjunto de datos ¿cuál de ellos no es cierto? Se me dice que no hay pruebas. Hechos, indicios y signos abundan por doquier. Y estaría justificada una investigación judicial en cualquier Estado de Derecho. Además, durante muchos años hemos constatado represión de la investigación y miedo en los testigos. ¿Acaso hay que comulgar con esto?

En general, lo que hay es miedo. Lo dijo Santa Catalina de Siena en el siglo XIV (El Diálogo, nn. 129 y 119). Los ministros de Dios, que no denuncian los males de la Iglesia por “temor servil”, son malos pastores. No tienen perro, el perro de la conciencia, o no les ladra. Ya lo denunció el profeta Isaías: “Sus vigías son perros mudos, que no pueden ladrar” (Is 56, 10). No  comprenden que el Señor les pedirá cuenta “en el último extremo de la muerte”.

En los tres casos (el pliego y los dos libros) presenté previamente el manuscrito al obispo de Avila. En el primero, el obispo Felipe Fernández  me dijo confidencialmente cierto tiempo después: “Me admira la libertad que tienes para hablar de este asunto”. En el segundo, por consejo del obispo auxiliar de Madrid Agustín García-Gasco , pedí la licencia eclesiástica de publicación, aunque sabía que sería denegada. El obispo Felipe me exhortó a no publicarlo por los “efectos dañosos” que se seguirían para la comunidad cristiana. No obstante, lo publiqué, pues en conciencia creí que debía hacerlo. Ahora, aunque la licencia no sea estrictamente obligatoria en una obra como ésta (c. 827, 2 y 3), dada la importancia eclesial del asunto, lo he comunicado con antelación (el pasado 10 de enero) a los obispos de Avila y de Madrid.

El obispo de Avila, Adolfo González, amenaza con retirarme las licencias ministeriales, en cuanto salga el libro a la calle. El obispo auxiliar de Madrid Eugenio Romero me hace un estudio crítico, que le agradezco, pero no lo firma. Por mi parte, le presento las observaciones que juzgo oportunas.

Antes o después, tengo decidida la publicación. Por supuesto, quiero actuar en conciencia, pero (si es posible) evitando dolorosas repercusiones en mi ministerio sacerdotal, ahora amenazado.

Apelo al derecho y al deber de manifestar lo que en conciencia creo que desfigura el rostro de la Iglesia. Acerca de sus defectos, dijo el Concilio, “debemos tomar conciencia de ellos y combatirlos con firmeza para que no lesionen la difusión del Evangelio”(GS 43).

En realidad, nunca pensé escribir este libro. Entendí que debía hacerlo hace casi diez años, escuchando la palabra de Dios que se leía en todas las iglesias el día de su operación (Is 10, 5-7.13-16). Me pareció impresionante, una palabra de juicio. Comprendí la difícil tarea que me tocaba, la acepté y empecé a escribir. ¿Hay datos objetivos que (al menos, en cierto sentido) permiten aplicarle a usted la lectura de ese día? Cualquiera puede juzgar. Ser papa es un hecho público.

El libro denuncia la falta de voluntad para esclarecer los hechos y los mecanismos desplegados en torno a los mismos: secretismo, intimidación de testigos, ocultación de pruebas, intoxicación informativa, represión de la investigación.  De todo ello, para bien o para mal, usted tiene la última responsabilidad.

El fiscal Pietro Saviotti , titular de la diligencia relativa a la muerte de Juan Pablo I, ha reabierto el caso en la Fiscalía de Roma (Der Spiegel, 10-11-1997; L. INCITTI, Papa Luciani, una morte sospetta. Le responsabilità di Paolo VI e Giovanni Paolo II, Roma, 2001). Por mi parte, ofrezco mi investigación al magistrado, en la medida en que pueda contribuir al esclarecimiento de la verdad y al triunfo de la justicia.  

A pesar de las presiones recibidas, al fin y al cabo un caso más de lo que se denuncia en el libro, en conciencia no puedo callar: “Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 4, 19). Le saluda atentamente en el Señor, que sube a Jerusalén y purifica el templo. Firmado: Jesús López  Sáez.