En el principio era la palabra
 

- EL EVANGELIO DE JUAN Hemos visto su gloria Volviendo a las fuentes, abordamos el evangelio de Juan. Detrás de cada evangelio (Marcos, Mateo, Lucas, Juan) hay un apóstol y hay una comunidad o una red de comunidades, las comunidades de Pedro, Santiago, Pablo, Juan. El evangelio de Juan es distinto. Desde el prólogo al epílogo, pasando por las señales, los diálogos y la hora final, el evangelio sigue el rastro de la palabra de Dios. Por supuesto, el discípulo siente la ausencia de Jesús, pero vive su misteriosa presencia. Con él su comunidad lo atestigua: Hemos visto su gloria (Jn 1,14). En la foto, papiro 52, hacia el año 125 (Biblioteca John Rylands, Manchester). Es el testimonio más antiguo del evangelio de Juan (Jn 18,31-33 y 37-38). Algunos interrogantes. De entrada, nos encontramos con un problema: “La mayoría de los estudiosos dudan que alguno de los cuatro Evangelios canónicos haya sido escrito por un testigo ocular del ministerio público de Jesús” (Brown, 16). ¿Es esto así?, ¿quién es el autor del evangelio de Juan?, ¿cuándo lo compuso?, ¿dónde?, ¿quién es el otro discípulo...

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COMUNIDAD DE AYALA, 50 AÑOS Volviendo a las fuentes   Al celebrar los 50 años de la Comunidad de Ayala,  parece oportuno recordar algunos acontecimientos más importantes de su historia, así como también algunos antecedentes que la han hecho posible. Lo dijo Pablo VI: En el fondo ¿hay otra forma de anunciar el Evangelio que no sea el comunicar la propia experiencia de fe? (EN 46). Además, "es bueno dar gracias al Señor y cantar a su nombre, publicar su amor por la mañana y su lealtad por las noches" (Sal 92). Muchos lo intentaron. Por aproximaciones sucesivas, hemos ido buscando la comunidad perdida de los Hechos de los Apóstoles. Por ahí era posible la renovación profunda de una Iglesia, que -siendo vieja y estéril como Sara (Rm 4,19)- podía volver a ser fecunda. En realidad, para eso fue convocado el Concilio, “para devolver al rostro de la Iglesia de Cristo todo su esplendor, revelando los rasgos más simples y más puros de su origen” (Juan XXIII, 13 de noviembre 1960). En la foto, pintura mural, comida eucarística, Catacumbas de San Calixto, Roma (Cordon...

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INFORME SECRETO  Decisiones de Juan Pablo I En mayo del 89, la llamada "persona de Roma" envió a Camilo Bassotto (en la foto), periodista veneciano y amigo de Juan Pablo I, una carta con unos apuntes. En realidad, era un informe secreto. Este informe recoge decisiones importantes y arriesgadas, que Juan Pablo I había tomado. Se lo había comunicado al cardenal Villot, Secretario de Estado. Pero también se lo comunicó a la persona de Roma. Fue una medida prudente. De este modo nos hemos enterado. Juan Pablo I había decidido destituir al presidente del IOR (Instituto para Obras de Religión, el banco vaticano), reformar íntegramente el IOR, hacer frente a la masonería (cubierta o descubierta) y a la mafia. Es decir, había decidido  terminar con los negocios vaticanos, echar a los mercaderes del templo.  El informe debía ser publicado, pero sin firma. El autor del mismo no podía hacerlo, pues, así decía, "el puesto que ocupo no me lo permite, al menos por ahora". Camilo lo publicó en su libro "Il mio cuore è ancora a Venezia" (1990).  

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EL DILEMA DE FRANCISCO: ¿HARÁ JUSTICIA A JUAN PABLO I, O NO?

Acaba de salir publicado el folleto titulado “El mártir de la sonrisa, Juan Pablo primero” (Última Línea, Málaga), de Martín Valmaseda. Lo ha escrito, casi de un plumazo, tras leer mi libro “El papa que mataron, La trama oculta”, recientemente aparecido.

Conocí a Martín en 1971 con motivo de unos cursos de verano, organizados por el Secretariado Nacional de Catequesis, en los que ambos participamos. En concreto, coincidimos en el curso celebrado en Ávila, en la segunda mitad de julio.

Nació en Madrid, el 1 de agosto de 1933. Es marianista. Se ha dedicado a la pastoral y a la pedagogía de los medios de comunicación, principalmente en ECOE (Equipo de Comunicación Educativo) de Vallecas. Ha estado 25 años en Guatemala, donde ha coordinado el Centro Audiovisual de Comunicación y Educación (CAUCE). Colabora en el blog Todos Somos Uno “para seguir en Guatemala concienciando a la gente”. En PPC ha publicado: “Y la llamaron misa. De la cena clandestina a la retransmisión televisiva” (2003), “¿Quién sabe rezar el Padre nuestro?” (2005), “Para que otro mundo sea posible” (2005). Es famoso su poema “La imagen equivocada” (2020), erróneamente atribuido a la poetisa chilena Gabriela Mistral.

Pues bien, el pasado 11 de marzo recibí un correo suyo con este asunto: “saludo y solidaridad”. Acababa de ver mi último libro anunciado en Eclesalia. Me decía: “Deseo que sea un momento propicio la presencia de Francisco, aunque tenga el obstáculo de las jerarquías que tiene”, “te felicito por tu labor y deseo que vaya adelante por la limpieza de la Iglesia”.

Ya lo tenía pensado, pero esa referencia a Francisco me llevó a escribir al Papa, adjuntándole mi libro: “Juan Pablo I será beatificado el 4 de septiembre de 2022. Se le beatifica por su “santidad ordinaria”, pero se oculta cómo murió y por qué. Se le beatifica, pero no se le hace justicia. ¿Cómo calificar una beatificación que encubre un asesinato?  Mientras tanto, la gente sigue diciendo: “El papa que mataron”, “en América Latina la mayor parte de los obispos están absolutamente a favor de la muerte provocada” (Loris Serafini) y el mundo contempla una vez más el escándalo vaticano” (12-3-2022).

El día 4 de abril hubo respuesta de la Secretaría de Estado. Escribe en nombre del Papa Roberto Cona, Asesor de Asuntos Generales: “Animado por sentimientos de filial adhesión y afecto, ha tenido la amabilidad de escribir una atenta carta al Santo Padre, acompañada de una publicación. Su Santidad Francisco agradece esta muestra de cordial cercanía y ruega rece por él y por los frutos de su servicio al santo Pueblo de Dios, al mismo tiempo que, invocando la protección maternal de la Santísima Virgen María, le imparte de corazón la implorada Bendición Apostólica. Aprovecho la oportunidad para expresarle el testimonio de mi consideración y estima en Cristo”. Algo así no había sucedido en cuarenta años.

EL MÁRTIR DE LA SONRISA es un escrito sencillo, popular, directo. Frente al recurrente tópico “El papa de la sonrisa”, con el que se le ha despachado durante décadas al papa Luciani, Martín Valmaseda cuestiona el tópico y la próxima beatificación, presentando el dilema de Francisco en ese espectáculo universal, “urbi et orbi”, que se avecina: “Sólo nos falta escuchar lo que dirá Francisco el 4 de septiembre próximo, cuando le beatifiquen por su bondad… y su sonrisa, pero sin la corona del martirio. ¿O, quizá, al final se le hará justicia? Ésa es la cuestión. Roma tiene la palabra”.

 

Jesús López Sáez

Julio 2022

 

EL MÁRTIR DE LA SONRISA

Juan Pablo primero 

Cuando en el circo romano los leones se echaban sobre los cristianos y hundían los dientes en su carne no creo que los testigos de Jesús esbozasen una sonrisa y exclamasen: "Aquí me tienes señor, muriendo por tu amor". No conozco todas las actas de los mártires. Sí he leído la historia del santo aragonés san Lorenzo. Se la cuento, luego verán por qué.

San Lorenzo y su martirio

Aprovechando el reciente asesinato del papa Sixto II en aquellos tiempos, año 258, el alcalde de Roma, que era un pagano muy amigo de conseguir dinero, ordenó a Lorenzo que entregara las riquezas de la Iglesia. Lorenzo entonces pidió tres días para poder recolectarlas y en esos días fue invitando a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos que él ayudaba. Al tercer día, compareció ante el prefecto, y le presentó a este los pobres y enfermos que él mismo había congregado y le dijo que esos eran los verdaderos tesoros de la Iglesia. El prefecto entonces le dijo: «Osas burlarte de Roma y del Emperador, y perecerás. Pero no creas que morirás en un instante, lo harás lentamente y soportando el mayor dolor de tu vida».

Lorenzo fue quemado vivo en una hoguera, concretamente en una parrilla, cerca del Campo de Verano, en Roma. La leyenda afirma que en medio del martirio bromeando dijo al prefecto: "ya estoy asado por este lado dale la vuelta y come".

Fíjense las frases que he puesto en letra negrita.

Pues ahora les cuento algo que no es leyenda; que ha pasado también en Roma hace unos cuarenta años, aunque seguramente han olvidado muchos de ustedes a ese papa, que murió hace pocos años y que duró su pontificado treinta y cuatro días nada más. ¿Qué sucedió?

Los más cercanos físicamente al papa Juan Pablo primero (pongo el número 1 en letras, para distinguirlo bien de su sucesor, ya santo, San Juan Pablo II), dijeron enseguida que había fallecido a causa de un infarto de miocardio. Sin embargo, otros, pertenecientes a la línea caliente de amigos fieles a la persona del papa Luciani, más allá de los fríos intereses de la institución, empezaron a sospechar y a investigar si la muerte de Albino Luciani (ese era su nombre) había tenido otras causas.

Este pequeño folleto está inspirado en los libros de un amigo sacerdote español, de Ávila, que empezó a reunir datos sospechosos de las circunstancias que rodearon la muerte del papa. Su último libro se llama EL PAPA QUE MATARON. Insisto en que este autor, Jesús López Sáez no es un escritor de novelas policiacas sino un especialista en catequesis de adultos con su amor a la Iglesia, e impactado por los datos que iba encontrando sobre la muerte de Albino Luciani, papa Juan Pablo I.

Por ejemplo, sólo quince años después (¡llama la atención!), el médico personal de Juan Pablo I (Antonio Da Ros) se atrevió a decir: “El papa estaba bien”, “yo no receté nada aquella tarde”, “todo era normal. Sor Vicenta no me habló de problemas particulares. Me dijo que el papa había pasado la jornada como acostumbraba. Aquella tarde yo no le prescribí absolutamente nada, cinco días antes lo había visto y para mí estaba bien. Mi llamada fue rutinaria, nadie me llamó a mí”. ¡Un bombazo!

Lógicamente, en tales circunstancias, había que hacerle la autopsia. "Ilógicamente" los miembros de la curia, que se habían hecho cargo del cadáver, se opusieron tajantemente. Se ha sabido, cuarenta años después (¡se dice pronto!), que al médico vaticano que tenía que hacer el diagnóstico y firmar el certificado de defunción (Renato Buzzonetti), se le denegó “la práctica posibilidad de hacer la autopsia”. Son cosas de juzgado de guardia, algo tan indignante que merece la denuncia inmediata.

Junto a esto había otra extraña realidad. El papa estaba muerto con unos papeles en la mano que pronto desaparecieron y atención: con el rostro tranquilo, con su clásica sonrisa de siempre. Cuando alguien tiene un ataque de corazón es imposible tener ese signo de placidez y serenidad. Dicen los forenses que esa muerte no encaja con el cuadro típico del infarto. Encaja más con una muerte producida por sustancia depresora y acaecida en profundo sueño. No pudo ni llamar al timbre.

¿Y qué papeles tenía en la mano? Don Germano Pattaro (en la foto), ilustre sacerdote veneciano, llamado por Luciani a Roma como consejero, afirma“Los apuntes que Luciani, muerto, tenía en la mano, eran unas notas sobre la conversación de dos horas que el papa había tenido con el Secretario de Estado Villot la tarde anterior”. Es decir, eran unos apuntes sobre los cambios que pensaba realizar.

Hay otros datos sorprendentes. Sor Vicenta, la primera en descubrir el cadáver, además de recibir órdenes de silencio... desapareció del Vaticano. Murió en San Donato de Lamon (Belluno), el 28 de junio de 1983. Pero antes se entrevistó con Camilo Bassotto, periodista y amigo del papa Luciani: “Hablé en dos ocasiones con sor Vicenta. La primera, con la provincial delante. La segunda, a solas. En esta ocasión, sor Vicenta se echó a llorar desconsoladamente. Yo no sabía qué hacer. Sor Vicenta me dijo que la Secretaría de Estado le había intimidado a no decir nada, pero el mundo debía conocer la verdad”. Le contó que fue ella quien encontró el cadáver (no el secretario John Magee, como se dijo):

“Juan Pablo estaba acomodado sobre el fondo del lecho, apoyado sobre los almohadones, la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante, los ojos cerrados, los labios ligeramente abiertos, los brazos abandonados sobre los flancos. Una leve, levísima sonrisa, se había quedado sobre su rostro. En la mano derecha tenía unos folios, sobre el rostro tenía las gafas. Todo estaba sobre el lecho y la estancia”.

Hay como una mezcla de personajes, entre los primeros que fueron testigos de que el papa estaba muerto, hasta otros miembros de la curia que fueron apareciendo después, haciéndose dueños de la situación, y marginando a los que sabían más detalles de la muerte.

Pero sé de otro aspecto que asemeja al papa Juan Pablo I con el mártir San Lorenzo. Es su amor a los pobres y a una iglesia pobre. Esa ironía que enfureció a los verdugos cuando Lorenzo se presentó ante ellos rodeado de los miserables de la ciudad, es paralela a la actitud del papa Luciani indignado porque los bancos vaticanos que, siguiendo a Jesús de Nazaret, deberían volcarse en el remedio de la pobreza mundial, estaban en manos de monseñores y laicos, expertos economistas que manejaban negocios sucios. Fue el 23 de septiembre en la toma de posesión de la basílica de San Juan de Letrán, catedral de la diócesis de Roma. Dijo Juan Pablo I:

“Roma será una verdadera comunidad cristiana, si Dios es honrado no sólo con la presencia de los fieles en las iglesias, no sólo con la vida privada vivida con moderación, sino también con el amor a los pobres. Ellos -decía el diácono romano Lorenzo- son los verdaderos tesoros de la Iglesia. Son ayudados por quien puede a tener más y a ser más, sin sentirse humillados y ofendidos con riquezas ostentosas, con dinero despilfarrado en cosas fútiles y no invertido, en la medida de lo posible, en empresas de interés común”.

En aquella alocución, hubo un momento en que Luciani clavó sus ojos en los caballeros del Banco Vaticano, allí presentes. Suena y sonaba el nombre de monseñor Marcinkus y, junto a él, otros financieros. algunos de los cuales murieron violentamente en extrañas circunstancias.

¿Es esta la iglesia al servicio del reino de Dios que Jesús predicaba? Yo me pregunto si esta falta de atención de muchos cristianos actuales a la pobreza que hay en el mundo, este cambio de vida de los seguidores del campesino de Galilea cuando el emperador Constantino les dio "libertad" y con la libertad les fue dando privilegios, basílicas, honores... si no fue ese el veneno que metió en los llamados seguidores de Jesús a principios del siglo cuarto, hasta nuestros días.

Luciani es un obispo que cambia durante el Concilio. Para él es “escuela” y “conversión”: “Estoy aprendiendo de nuevo la Teología”, “revisar lo que yo mismo enseñé durante años me costó un largo trabajo y una intensa reflexión”.

Desde que, el 16 de septiembre de 1972, Pablo VI le dijo en Venecia ante 20.000 personas: “Es una inspiración. Usted merece esta estola”, poniéndole la estola papal sobre los hombros, para Luciani no era ninguna sorpresa lo que vino después. El 28 de abril de 1977, los obispos vénetos hicieron la visita al papa. El obispo de Belluno, Maffeo Ducoli, narra este significativo episodio: “Pablo VI estaba sentado en el centro de la biblioteca y a su derecha estaba el cardenal Luciani. Al final, el papa busca el timbre, colocado en el brazo del sillón, para avisar que la audiencia había terminado… Caso muy extraño, el papa no logra localizar el timbre y empieza a buscarlo con la mano… El cardenal Luciani se da cuenta, y tras un instante de vacilación, toma la mano del papa y la pone sobre el timbre. Pablo VI en voz baja, no percibida por todos, dice: Así ya sabe dónde está”. Luciani había afrontado dos cuestiones con las que él no se había atrevido: las finanzas vaticanas y el control de la natalidad. A este respecto, Luciani tenía una posición abierta como la mayoría de la Comisión que abordó el tema: Si no daña a la mujer o al feto, el control artificial tiene la misma moralidad que el control natural.

Como papa, Luciani abría “una época de fuerte renovación en el interior de la Iglesia” (cardenal argentino Pironio), “amaba a los pobres y al Tercer Mundo” (cardenal brasileño Arns). 

En el capítulo XVI del libro que comentamos nos cuenta el autor la larga lista de papas asesinados. Entre los que se demostró con seguridad el asesinato y los casos probables son en torno a 20. Y no fue muerte por martirio.

Un papa que tiene detalles en su muerte semejantes a los de Juan Pablo I es Pio XI. Murió el 10 de febrero de 1939, precisamente en la víspera de pronunciar un importante discurso en el X aniversario de los Pactos de Letrán. Su discurso era “una inflamada protesta contra la política eclesial de los regímenes fascistas”, dicen los libros de historia. Pío XI había decidido denunciar al régimen del dictador italiano Benito Mussolini “ante todo el episcopado italiano, reunido a su lado”.

Pío XI era un hombre de fuerte personalidad y juicio independiente. El 9 de febrero sintió malestares y el día después murió en circunstancias sospechosas. El médico principal del Vaticano sufría un ataque gripal y el segundo médico era Francisco Petacci, el padre de Clara Petacci, la amante de Mussolini. Diego Venini, secretario del papa, confesó entre lágrimas: “¡A nosotros nos la han hecho! Hay que estar con los ojos abiertos”. Con ello pretendía confirmar la sorprendente revelación del diario del cardenal Eugenio Tisserant, amigo del papa: “Le han envenenado”.

Volviendo a los motivos del asesinato de Juan Pablo I tenemos el eco de lo que Jesús decía de la riqueza: No se puede servir a Dios y al dinero. Pero no damos importancia a que después de 20 siglos la Iglesia, aunque tiene en su historia santos, comunidades amantes de la dama pobreza... está amurallada por grandes edificios y grandes riquezas y con cuentas bancarias, disfrazadas muchas veces de “servicio a los pobres”, cuando la realidad es que muchos líderes religiosos no sirven a los pobres, sino que se sirven de ellos.

Al llegar al Vaticano el nuevo papa Luciani tomó conciencia de que aquel mundo donde entraba para servir a Jesús tenía que ver poco con las palabras y los hechos del carpintero de Nazaret. Los monseñores que le rodeaban pusieron todo su empeño en presentarlo al público como el "papa de la sonrisa" y procuraron que no se metiera en líos, pero no pudieron evitarlo. Empezaron a notar que detrás de su sonrisa se daba cuenta de las cosas, ya desde antes, desde su tiempo como patriarca de Venecia.

Cuando su sobrino, Moreno Luciani, hijo de Eduardo y de Antonia, desapareció sin dejar rastro en un lago del Trentino el 2 de mayo de 1975, el cardenal Luciani comentó a un pariente suyo una frase de este tipo: “A mí me la han querido hacer pagar”.    

El cardenal Caprio, que era el número tres de la jerarquía vaticana, conocía de cerca la firmeza del papa Luciani: “Su sonrisa no debe llevar a engaño. Él escuchaba, se informaba, estudiaba. Pero, una vez tomada la decisión, no se volvía atrás, a menos que hubiera datos nuevos”. El cardenal Benelli, su gran elector, le conocía bien: “Después de absorber toda la información que pudiera obtener, entonces y sólo entonces, tomaba una decisión. Pero, cuando el papa Luciani tomaba una decisión, no había nada que pudiera detenerlo o apartarlo de su objetivo”.

Esta voluntad decidida, hasta el último respiro, la había de emplear en la ardua tarea de purificar un tempo, que -siendo, como aquél, casa del Padre- nuevos mercaderes la habían convertido en “casa de mercado”, en “cueva de ladrones”.

Con fecha 14 de mayo de 1989, fiesta de Pentecostés, y firmada a mano, Camilo Bassotto (en la foto) recibe una carta con unos apuntes. Se lo envía la llamada “persona de Roma” (en realidad, el cardenal Pironio). Los apuntes son un informe secreto, que ha sido “ignorado” y, sin embargo, tiene relevancia judicial, pues recoge decisiones importantes y arriesgadas que el papa Luciani había tomado y que había juzgado oportuno comunicárselas a él, a quien llamaba “el obispo de la esperanza”. Por ejemplo, Juan Pablo I había decidido destituir al presidente del Banco Vaticano (Marcinkus, en la foto), reformar íntegramente el banco, y tomar abierta posición, incluso delante de todos, frente a la masonería y la mafia: 

“Un obispo no puede presidir o gobernar un banco. Aquella que se llama sede de Pedro y que se dice también santa, no puede degradarse hasta el punto de mezclar sus actividades financieras con las de los banqueros, para los cuales la única ley es el beneficio y donde se ejerce la usura, permitida y aceptada, pero al fin y al cabo usura. Hemos perdido el sentido de la pobreza evangélica; hemos hecho nuestras las reglas del mundo. Yo he padecido ya de obispo amarguras y ofensas por hechos vinculados al dinero. No quiero que esto se repita de papa”.

Algunos miembros de la curia como monseñor Villot y monseñor Marcinkus se empezaron a preocupar. Marcinkus era el presidente del Banco Vaticano. Juan Pablo I se fue enterando de negocios sucios que había hecho el monseñor norteamericano (de Cícero, suburbio de Chicago). Este, por cierto, era pariente de un importante miembro de la mafia de los Colombo: Anthony Luciano Raimondi. Algunos habrán visto retratadas esas mafias en las películas de EL PADRINO (sobre todo en la tercera).

Aunque parezca fantasía, es realidad. Nos cuenta Jesús López en su libro que Marcinkus, cuando se dio cuenta de que, con sonrisa y todo, este papa tiraba de la manta y él quedaba al descubierto, se convenció de que su único remedio era hacerlo desaparecer. Él, su pariente Raimondi y otros miembros de la mafia y la banca vaticana, buscaron la manera "caritativa" de que no sufriera.

El secretario irlandés, John Magee, que lo había sido de Pablo VI y era amigo de Marcinkus, cambió a los mayordomos (los hermanos Gusso, amigos del otro secretario, Diego Lorenzi): “Estos dos hombres introducían fotógrafos y otras personas en los aposentos privados del papa” “me las ingenié para que se contratara a otro hombre más discreto, del Véneto, y pensé despedir a los hermanos Gusso”.

Aunque el médico personal del papa dijera que estaba bien de salud, había que inventarse un “dolor en el pecho” que Albino no sintió. Había que inventarse un infarto. Había que hacerle desaparecer. Una dosis fuerte de valium dejaría al pontífice profundamente dormido. Entonces se le administraría cianuro entre los labios y eso sería suficiente. 

El mayordomo nombrado alevosamente veinte días antes (Angelo Gugel, todavía vive) le puso una pastilla en el té (claro, el valium). Sor Vicenta era la enfermera, pero la religiosa para eso "no era de fiar". Luego alguien, seguramente monseñor Marcinkus o el gánster Raimondi (en la foto), remató la acción poniéndole el cianuro en la boca. Dice el gánster que fue su primo, ya muerto en 2006, el que lo hizo: él sólo le acompañaba. Pero ¿para qué quería Marcinkus a un mafioso sino para que hiciera el trabajo sucio? Mientras tanto, él podía estar en su residencia romana, teniendo así una coartada.

Para el papa Luciani, el palacio vaticano era como el laberinto de Cnosos. Un día le dijo a sor Vicenta: “Aquí arriba estamos como prisioneros, voluntarios, pero prisioneros. Estamos demasiado en alto, demasiado solos, demasiado lejos de la gente”.

El 5 de septiembre, el arzobispo ortodoxo Nikodim de Leningrado murió de repente, mientras hablaba con el papa Luciani. Según se dijo, murió de infarto; según algunos, tras tomar una taza de café. El arzobispo había solicitado hablar con el papa con mucha insistencia y con carácter de urgencia. Llama la atención: en el mismo mes y en el mismo lugar mueren de forma extraña el número dos de la Iglesia ortodoxa rusa y el número uno de la Iglesia católica. El papa “estaba desconcertado”. Repetía: “Dios mío, Dios mío, ¿también esto tenía que pasarme?”.

En la mañana del 28 de septiembre, en su última jornada, Juan Pablo I recordó a un grupo de obispos filipinos un pasaje encontrado en el Breviario y referido a Cristo. “Yo debo dar testimonio de su nombre: Jesús es Cristo, el Hijo de Dios vivo”. No podía imaginar que esa sería su definitiva confesión de fe, la confesión de Pedro.

Cuando sor Vicenta entró como de costumbre en su habitación para llevarle una taza de café, lo vio recostado en la cama, con unas hojas de papel en la mano y un gesto relajado en su rostro, como si no hubiera pasado nada, pero estaba muerto.

Allá empezaron a sonar las alarmas, a acudir monseñores y miembros del servicio, llegó el médico vaticano, que no conocía a Luciani como paciente. Enseguida se empezó a hablar de embalsamamiento. Naturalmente el doctor pidió la realización de la autopsia, pero secamente se la negaron. En la foto, carta de Buzzonetti a Caprio (9-10-1978)

Rápidamente lo embalsamaron y prepararon las celebraciones funerarias. Quitaron de en medio a los que hacían preguntas o tenían datos sobre las causas de la muerte. Corrieron la voz de que aquel papa sonriente se había asustado de las responsabilidades de su misión. Hicieron lo posible para que la gente se olvidase de aquel papa breve. Al fin y al cabo, según Marcinkus, era un “pobre hombre”.

El sucesor tomó también el nombre de Juan Pablo. El hecho de que fuera un polaco, marcado por el miedo al comunismo que veía por todos los rincones, hasta en un monje poeta de Solentiname y en el futuro mártir salvadoreño Monseñor Romero. Y la mafia siguió infiltrada en el Vaticano. 

 

Después del largo pontificado de Juan Pablo II y de su prolongación con Benedicto XVI, apareció en el balcón de la plaza de San Pedro con el clásico humo blanco por el tejado un papa argentino, pidiendo que rezasen por él.

 

A poco de empezar su pontificado, cambió su vivienda a la cercana residencia Santa Marta, donde comía con los demás huéspedes. Fue un signo de humildad, aunque según dicen, también comentó que era un lugar más seguro: “Así es más difícil que me envenenen”.

 

Entre el recuerdo de los largos años del papa anterior y las sorpresas que empezaba a dar el Francisco de nuestros días, se va borrando la memoria de la vida y muerte de aquel Juan Pablo primero... - segundo ¿no? - No, primero, primero... Ese que duró sólo un mes, y murió sonriente de un ataque al corazón…

 

Sólo nos falta escuchar lo que dirá Francisco el 4 de septiembre próximo, cuando lo beatifiquen por su bondad... y su sonrisa, pero sin la corona del martirio. ¿O, quizá, al fin se le hará justicia? Esa es la cuestión. Roma tiene la palabra.

 

Martin  Valmaseda

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