En el principio era la palabra
 

- EL EVANGELIO DE JUAN Hemos visto su gloria Volviendo a las fuentes, abordamos el evangelio de Juan. Detrás de cada evangelio (Marcos, Mateo, Lucas, Juan) hay un apóstol y hay una comunidad o una red de comunidades, las comunidades de Pedro, Santiago, Pablo, Juan. El evangelio de Juan es distinto. Desde el prólogo al epílogo, pasando por las señales, los diálogos y la hora final, el evangelio sigue el rastro de la palabra de Dios. Por supuesto, el discípulo siente la ausencia de Jesús, pero vive su misteriosa presencia. Con él su comunidad lo atestigua: Hemos visto su gloria (Jn 1,14). En la foto, papiro 52, hacia el año 125 (Biblioteca John Rylands, Manchester). Es el testimonio más antiguo del evangelio de Juan (Jn 18,31-33 y 37-38). Algunos interrogantes. De entrada, nos encontramos con un problema: “La mayoría de los estudiosos dudan que alguno de los cuatro Evangelios canónicos haya sido escrito por un testigo ocular del ministerio público de Jesús” (Brown, 16). ¿Es esto así?, ¿quién es el autor del evangelio de Juan?, ¿cuándo lo compuso?, ¿dónde?, ¿quién es el otro discípulo...

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COMUNIDAD DE AYALA, 50 AÑOS Volviendo a las fuentes   Al celebrar los 50 años de la Comunidad de Ayala,  parece oportuno recordar algunos acontecimientos más importantes de su historia, así como también algunos antecedentes que la han hecho posible. Lo dijo Pablo VI: En el fondo ¿hay otra forma de anunciar el Evangelio que no sea el comunicar la propia experiencia de fe? (EN 46). Además, "es bueno dar gracias al Señor y cantar a su nombre, publicar su amor por la mañana y su lealtad por las noches" (Sal 92). Muchos lo intentaron. Por aproximaciones sucesivas, hemos ido buscando la comunidad perdida de los Hechos de los Apóstoles. Por ahí era posible la renovación profunda de una Iglesia, que -siendo vieja y estéril como Sara (Rm 4,19)- podía volver a ser fecunda. En realidad, para eso fue convocado el Concilio, “para devolver al rostro de la Iglesia de Cristo todo su esplendor, revelando los rasgos más simples y más puros de su origen” (Juan XXIII, 13 de noviembre 1960). En la foto, pintura mural, comida eucarística, Catacumbas de San Calixto, Roma (Cordon...

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INFORME SECRETO  Decisiones de Juan Pablo I En mayo del 89, la llamada "persona de Roma" envió a Camilo Bassotto (en la foto), periodista veneciano y amigo de Juan Pablo I, una carta con unos apuntes. En realidad, era un informe secreto. Este informe recoge decisiones importantes y arriesgadas, que Juan Pablo I había tomado. Se lo había comunicado al cardenal Villot, Secretario de Estado. Pero también se lo comunicó a la persona de Roma. Fue una medida prudente. De este modo nos hemos enterado. Juan Pablo I había decidido destituir al presidente del IOR (Instituto para Obras de Religión, el banco vaticano), reformar íntegramente el IOR, hacer frente a la masonería (cubierta o descubierta) y a la mafia. Es decir, había decidido  terminar con los negocios vaticanos, echar a los mercaderes del templo.  El informe debía ser publicado, pero sin firma. El autor del mismo no podía hacerlo, pues, así decía, "el puesto que ocupo no me lo permite, al menos por ahora". Camilo lo publicó en su libro "Il mio cuore è ancora a Venezia" (1990).  

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EL TOPO DEL KGB
Los miedos del cardenal
pontficeEl libro de Gordon Thomas y Max Morgan-Witts titulado "Pontífice. Un asesino para tres Papas" (Plaza&Janés, 1983) se presentó como "una explosiva investigación en las interioridades vaticanas". Obviamente, los autores encontraron muchas dificultades. Un importante miembro de la Curia, recordando detalles reveladores del estilo de Juan Pablo I, dejó escapar "ciertos pormenores": "fueron necesarios otros seis meses para reunir más datos, la mayor parte de los cuales salieron a relucir en filtraciones interesadas, dirigidas, en general, a favorecer determinada tesitura". Los autores creen ser "objetivos en su exposición"(p.235). Recogemos aquí un ambiente concreto dominado por los miedos del cardenal Koenig y de otros al "topo del KGB". El cardenal austriaco Franz Koenig fue uno de los grandes electores de Juan Pablo II. Los autores recogen "una rocambolesca peripecia" que implica al KGB, el Servicio de Espionaje soviético, y que supone "la tremenda denuncia de que Juan Pablo I ha sido envenenado" (p.249).

Los miedos del cónclave
* En la mañana del sábado, 30 de septiembre de 1978, el cardenal Franz Koenig examina atentamente a cada uno de los cardenales que van entrando en la Sala Bologna: "Se pregunta cuántos de ellos habrán mordido el anzuelo cuidadosamente preparado y lanzado con toda astucia", "está seguro de que el infundio sigue haciendo estragos",, "los periodistas estarán devorándolo", "pero no son los de la Prensa los únicos engañados. En los pasillos y en los patios del Vaticano se oyen las voces de algunos radicales que dicen que, por primera vez en la Historia, habría que hacer la autopsia a un Papa: que es preciso abrir y mandar los órganos al laboratorio para que los analicen, a fin de averiguar si ha sido asesinado. La sola idea da escalofríos a Koenig" (p. 249).
* "Si los que sugieren la conveniencia de practicar la autopsia fueran sólo miembros de la Curia, ya sería bastante malo". Pero ahora va a empezar una reunión del Sacro Colegio Cardenalicio -la primera de este interregno- con objeto de considerar si debería haber autopsia a fin de acallar los rumores: "Esto es lo que más alarma a Koenig. Por ello sigue observando atentamente a los otros cardenales, en busca de indicios de si se han dejado engañar por la añagaza y van a solicitar la autopsia, con lo que caerían en la trampa tendida por la organización soviética que Koenig aborrece y desprecia", el Comité Estatal de Seguridad, el KGB.
* Koenig es uno de los pocos purpurados de la sala que ha conocido de primera mano las maquinaciones del KGB y, por lo que ha podido averiguar, deduce que esta es una de sus operaciones. Ha reconocido su "modus operandi"; a sus ojos, aunque invisibles para otros, las huellas conducen desde Roma hasta Moscú. Es posible que, dada su importancia, la operación fuera planeada e incluso esté siendo dirigida por el presidente del organismo, el general Yuri Andropov: "A lo largo de los años éste ha realizado una considerable labor dirigida a desacreditar a la Iglesia". Hace apenas cuarenta y ocho horas, estando Koenig en Helsinki "para asuntos de la Iglesia", llegó a sus oídos que el KGB estaba preparando "otra campaña contra la Iglesia".
* "Pero esto es mucho peor: un complot por todo lo alto, apuntando a desestabilizar a la Iglesia toda con la calumnia de que el Papa había sido envenenado por sus hombres de confianza. La idea es tan monstruosa que ni siquiera ahora en que su éxito parece indiscutible, puede Koenig acabar de creer que el KGB espere salirse con la suya. Pero así es. De lo contrario, no se habría convocado esta reunión. Ni hubieran sucedido muchas de las cosas de las que Koenig ha tenido noticia después de enterarse de que Juan Pablo ha muerto".
* "Su secretario le despertó en su hotel de Helsinki para darle la noticia. Incluso una mente robusta como la de Koenig tiene sus límites de asimilación. El, simplemente, no lo podía creer, se aferraba a una esperanza irracional, negándose a pensar lo impensable, pidiendo que todo fuera un error. Luego, la evidencia se impuso con una fuerte sacudida que casi le cortó la respiración: un prometedor pontificado había sido truncado cruelmente y la Iglesia estaba otra vez en posición vulnerable hasta que hubiera una nueva elección. Koenig rezaba, sentado en la cama. Cuando era conducido al aeropuerto, ya se había serenado. Mientras el taxi se detenía en la terminal, la Radio finlandesa dijo que existía la sospecha de que el Papa había sido envenenado por 'personas desconocidas'. Eso fue el principio".
* "Cuando Koenig llegó a Viena - donde permaneció sólo el tiempo indispensable para hacer el equipaje antes de partir para Roma, donde asistiría al cónclave-, el personal a su servicio ya bregaba con los periodistas que pretendían ampliar la información que llegaba de los cables de agencia recibidos de Roma. Entonces empezaron a adquirir consistencia sus sospechas. Pero cuando llegó a Roma y oyó a personas del Vaticano sugerir que la autopsia 'demostraría' que el Papa había muerto por causas naturales, Koenig tuvo la certeza de que lo que ocurría llevaba la marca de fábrica del KGB. Eso fue ayer".
* "Hoy Koenig sabe que el complot ha arraigado más de lo que él creía posible. Se está socavando la misma credibilidad de la Iglesia, del Vaticano y del Papado. Es aterrador.
Al mirar en derredor en la Sala Bologna, Koenig se pregunta qué apoyo puede esperar para su plan destinado a atajar las maquinaciones del KGB", "Koenig cree saber incluso qué departamento ha urdido la campaña, lleva la marca del Departamento D -de Desinformación- del Primer Directorio Principal. Sólo el Departamento D puede moverse con tanta rapidez, estar tan bien organizado y disponer de tan vasta experiencia en la fabricación de grandes bulos destinados a intoxicar, confundir e influir en la opinión mundial en contra de la Iglesia. El Vaticano está sacudido por el pánico" (pp. 250-251).
* "El éxito del KGB y las consiguientes repercusiones del mismo han sido favorecidos en gran medida por las decisiones tomadas por Villot. Koenig y aquellos cardenales que han reconocido el espectro del Departamento D -entre otros, Joseph Ratzinger, de Munich; Joseph Hoeffner, de Colonia; Giuseppe Siri, de Génova y los polacos Stefan Wyszynski, de Varsovia, y Karol Wojtyla, de Cracovia- no logran explicarse la conducta del Camarlengo. Piensan que desde el momento en que Villot inventó la tontería de que Magee encontró a Juan Pablo en la cama leyendo 'La imitación de Cristo', el Camarlengo ha estado haciéndole el juego al Departamento D"(p. 251).
* "La crítica es discreta y está piadosamente mitigada por la compasión", "cualquiera que sea la razón - tal vez la impresión o acaso cierta propensión al histerismo que late bajo la máscara impasible de su rostro-, lo cierto es que, desde que tomara la primera de sus extraordinarias decisiones en el dormitorio del Papa, Villot no ha obrado con su buen tino y previsión acostumbrados", "el intento de suprimir la intervención de Vincenza en el descubrimiento de la muerte de Juan Pablo y atribuir éste a Magee raya en lo irracional" (pp.251-252).
* Alrededor de las siete de la mañana del día 29 -la hora en que Radio Vaticano anunció oficialmente que Juan Pablo había muerto-, Franco Antico recibió la primera de las muchas llamadas que recibiría durante el día. Antico es secretario general de "Civiltà Cristiana", una organización derechista que apoya a Lefèbvre. Antico bajará a la tumba sin revelar el nombre de su comunicante, afirmando únicamente que se trata de una persona "con buenas relaciones en el Vaticano". En la acción que se desarrolla a continuación, todos los cardenales que ven en esto un complot del KGB atribuyen al comunicante de Antico el papel de "agente provocador al servicio del Departamento D", un agente del KGB.
* Antico queda estupefacto por lo que le dice su comunicante. Cuando cuelga el teléfono, el secretario general de Civiltà Cristiana tiene una idea muy clara de lo que se debe hacer. En nombre de su organización, debe exigir inmediatamente una autopsia, a fin de averiguar si el Papa ha sido asesinado "por personas desconocidas". Tal como Koenig intuye, el plan ha sido bien trazado. Es casi seguro que entre los agentes del Departamento D y la persona que llamó a Antico hay más de un punto de bifurcación, de manera que habría de resultar casi imposible seguir la pista hasta el KGB. Como dice Koenig, "tal vez lo único que se pueda hacer sea reconocer las huellas".
* Ya se ha colocado la carga, pero aún hay que encender la mecha. La Oficina de Prensa del Vaticano se encarga de arrimar la cerilla. A las siete y media de la mañana, Romeo Panciroli da por teléfono este comunicado a las más importantes agencias de noticias: "Esta mañana, alrededor de las cinco y media, el padre John Magee, secretario particular del Papa, entró en el dormitorio de Juan Pablo I. Al no encontrarlo en su capilla, fue a buscarlo a su habitación y lo halló muerto, con la luz encendida, como si hubiera estado leyendo".
* Unos treinta minutos después, la agencia italiana de noticias "Ansa" recibe una llamada de Antico que lee una nota en la que se dice claramente que Vincenza encontró al Papa y "corriendo por el pasillo" fue a despertar a Magee. Juan Pablo "tenía en la mano varias hojas de papel" que Antico califica de "documentos secretos". La versión de Antico contradice la del Vaticano en casi todos sus puntos. Poco después de las ocho, "Ansa" empieza a transmitir la sensacional nota de Antico en la que "se exige la autopsia, para averiguar si el Papa ha sido asesinado" (pp. 252-253).
* Los periodistas empiezan a llamar a Panciroli, que se muestra más frío que de costumbre. Los periodistas le acusan de encubrimiento. Panciroli llama a Villot. El Camarlengo ordena al secretario de Prensa que eche el cierre. La sospecha de conspiración se consolida. Antico recibe llamadas telefónicas de los medios de comunicación de toda Europa y empieza a pregonar: "Disponemos de pruebas fehacientes para apoyar nuestra solicitud de investigación, aunque por el momento no podemos revelarlas. Deseamos respetar las normas y actuar a través de los cauces legales".
* Los periodistas tratan de ponerse en contacto con la religiosa y con el secretario particular. Llegan tarde. Por orden de Villot, tres horas después de que sor Vincenza encontrara a Juan Pablo, ella y las tres monjas eran sacadas del Vaticano y recluidas en su convento. Cuando la centralita del Vaticano avisa a Magee de que unos periodistas preguntan por él, éste, prudentemente, consulta con Villot. La reacción del Camarlengo le deja estupefacto. Villot le dice que haga las maletas inmediatamente y se vaya fuera de Roma. No tarda Antico en llamar a  la Prensa para dar esta última noticia. Los periodistas hacen la correspondiente comprobación. La Oficina de Prensa del Vaticano dice que Magee "ha salido del país" y que las monjas "no están accesibles".
* La teoría de la conspiración ha ido tomando cuerpo hasta este momento del sábado por la mañana en que va a reunirse el Sacro Colegio Cardenalicio. De las preocupaciones que aquejan a Koenig hay una especialmente grave: "¿Cómo pudo el comunicante de Antico estar tan bien informado con tanta rapidez?", "¿existe en el Vaticano un topo del KGB?" (pp. 253-254)
* "El último en entrar en la Sala Bologna es Felici", "parece físicamente derrumbado". "Benelli también está encorvado. Tiene los ojos hundidos y está demudado, como si hubiera llorado mucho". Los dos consejeros de Juan Pablo "se repondrán", "son hombres enérgicos y el abatimiento no es propio de ellos. Pero, por el momento, su mundo se ha venido abajo".
* "Es difícil adivinar lo que piensa Siri, de Génova, más impenetrable que nunca tras sus gafas de concha. Quizás esté pensando en los que sus fuentes del espionaje italiano le han dicho acerca de la operación del KGB. O quizás en que ahora tiene otra oportunidad de ser Papa, sin duda, la última a sus setenta y dos años". Pappalardo, de Palermo, "aún está un poco aturdido por lo que le ha dicho Baggio en un aparte", "que es necesario oponerse a cualquier sugerencia de que se practique una autopsia".
* Villot repite, casi textualmente la solemne tontería de que al lado de la cama había un ejemplar de "La imitación de Cristo" y la opinión de Buzzonetti. No hay preguntas. Villot propone que el funeral se celebre el 4 de octubre. No hay objeciones.
* Dice Confalonieri que "es preciso actuar con decisión, a fin de acabar con la maliciosa campaña desatada. Por muy desagradable que resulte, es necesario realizar una autopsia". Le parece "el único camino posible para poner fin a esta injuriosa campaña. El votará por la autopsia"" (pp. 254-255).
* Koenig habla despacio, midiendo sus palabras: "Está la cuestión de falta de precedente. Que él sepa, nunca se le ha hecho la autopsia a un Papa. Por lo tanto, ¿no sería mejor aplazar la decisión hasta que pudiera votar el Colegio en pleno? ¿No contribuirá una autopsia a avivar el fuego que todos desean sofocar? Aunque queda poco tiempo para el funeral, ¿no sería preferible meditar y consultar discretamente entre ellos durante el fin de semana? ¿No es una decisión muy grave para tomarla precipitadamente?".
*Además, "está la cuestión del secreto. ¿Cómo evitar que trascienda la noticia de la autopsia? Tendrán que intervenir personas de fuera. Por muy dignas de confianza que sean, siempre puede haber fugas. Y, si se descubre que se ha querido mantener el secreto, ¿no será mucho peor? Por otra parte, en el caso de que se anunciara previamente, habría que pensar en cómo se podría explotar la noticia. ¿No le resultaría fácil al KGB decir que se trataba de una operación meramente cosmética?", "Y cuando se supiera el resultado y éste fuera tan irrefutable como todos sabían que tenía que ser, ¿qué pasaría entonces? ¿Cesarían los ataques? Desde luego que no. Habría más mentiras".
* Según Felici, algunos cardenales "no llegarán hasta el día del funeral", "es imposible esperar hasta entonces. Además, por razones de orden práctico tampoco se puede demorar más allá del lunes". Felici "propone que tres médicos examinen exteriormente el cuerpo del Papa y extiendan informes separados sobre si la autopsia es médicamente aconsejable", "estos informes deberían presentarse a la próxima reunión de los cardenales, a celebrar el lunes". Felici da los nombres de tres médicos romanos. Villot marca una pausa y solicita una votación. Apoyan a Felici veintinueve cardenales (pp. 255-256).
* Terminada la reunión de cardenales, Felici va a consultar en los Archivos Secretos. Si no le falla la memoria, "en algún lugar de este laberinto, entre millones de libros y documentos únicos, hay uno que demostrará que Koenig se equivoca: que hay precedente de autopsia papal". Así consta en la biblioteca de la familia Chigi: "La familia Chigi y también la de los Borghese han formado parte de la Corte papal durante siglos y han sido depositarias y discretas cronistas de los secretos de muchos Papas". En el Diario original del príncipe Agostino Chigi, que fue mariscal de cónclave, a la muerte de Pío VIII (1761-1830), que reinó menos de un año, está el detallado relato de "la autopsia practicada, en secreto, al Papa al día siguiente de su muerte, para averiguar si había sido asesinado". Los doctores que abrieron a Pío VIII informaron: "Los órganos, sanos; lo único que se advirtió fue cierta debilidad en los pulmones y algunos dijeron que tenía el corazón enfermo" (pp. 260-263).

Algunas preguntas
¿Los miedos del cardenal Koenig están alimentados por servicios secretos occidentales? ¿Qué "cosas de la Iglesia" le llevan a Helsinki? ¿Los miedos del cardenal son los miedos del cónclave que elige al Papa Wojtyla? ¿Son fiables las fuentes del espionaje italiano que informan al cardenal Siri? ¿Qué es lo que sucede en el mismo mes, cuando Nikodim de Leningrado, arzobispo ruso que ha sido miembro del KGB, visita a Juan Pablo I y muere en su presencia? ¿Se encuentra Nikodim envuelto en una estrategia ajena? ¿Hay contraespionaje occidental o italiano? ¿Cómo actúa en el Vaticano la Oficina Central de Vigilancia? Nikodim gozaba de la confianza de los Papas Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I. ¿qué papel tienen los colaboradores de la "Ostpolitik"? ¿Es un recurso fácil y frecuente echar la culpa a los rusos?
palermoLo decimos muchas veces. El juez italiano Carlo Palermo llevó algunos de los sumarios más importantes de los años ochenta. En su libro titulado "Il Papa nel mirino" (1998), afirma que en 1983 por un informe de la policía financiera de Milán fue informado del papel desarrollado por la Banca de Crédito y Comercio Internacional, una banca fundada por la mafia pakistaní operante en todo el mundo, vinculada al tráfico de drogas, armas y al mismo terrorismo: "En aquel informe, venían también individuados algunos elementos de vinculación entre esas complicidades de alto nivel y algunos de nuestros misterios: el del Banco Ambrosiano, el de la P2, el del ‘suicidio’ de Calvi en Londres, el de nuestros servicios secretos desviados, el más reciente del atentado al Papa. Este último episodio era descrito en una clave muy diversa de la indicada por Ali Agca”. Es una pista distinta, la pista de las armas y de las drogas.

Esta vez no se nos escapará
La repentina desaparición de Juan Pablo I pesó sobre los cardenales en los primeros días, pero después la atención general se fue centrando en el nuevo cónclave. La curia había perdido tres cónclaves: los de Juan XXIII, Pablo VI y, Juan Pablo I. ¿Perdería también el cuarto?
Se dijo entonces: “Esta vez la curia no está dispuesta a caer de nuevo en la trampa de una elección que después se les pueda escapar como ya estaba sucediendo con el Papa Luciani. De hecho, si en el cónclave anterior los votos de la curia volcados en el tradicionalista Siri fueron veinticinco, esta vez se sabe que son ya más de cincuenta” (El País, 12-10-1978).
Refiriéndose al cónclave anterior, pero apuntando hacia el siguiente, repetía el cardenal Palazzini: “El elegido ha sido glorificado, pero el cónclave ha sido castigado”.
Se comentó que el elegido debía ser “un pastor”, pero también “un financiero”, “un buen administrador” :”Hace falta un Papa que sea un buen administrador”, declaró el cardenal neoyorquino Terence J. Cooke, nada más llegar a Roma. “Pastores, vino a decir, lo somos todos”.
“Ahora que el inepto ha muerto, escribe a principios de octubre de 1978 el cínico purpurado al Gran Maestro, es menester que la Hermandad se comprometa más esta vez a apoyar en el Cónclave su candidatura o, por lo menos, la de otro hermano”. Según la revista 30 Giorni, el texto está celosamente guardado por algunos altos prelados italianos, que garantizan su credibilidad.
Los partidarios del cardenal Siri decían: “Tocará al que salió segundo en la precedente elección”.
El cardenal Ratzinger declaró que la izquierda italiana presionaba cada vez más abiertamente para elegir un Papa favorable a ese pacto de gobierno entre católicos y comunistas llamado “compromiso histórico”. ¿Se situaba Ratzinger en la clave opuesta? Los adversarios de la distensión querían un papa “que buscase no el diálogo, sino la confrontación Este-Oeste”.
Loris Capovilla, que fue secretario de Juan XXIII y después arzobispo de Loreto, dijo en 1985 a Juan Arias: “Ustedes, periodistas, que piensan a veces que lo saben todo, no han sido aún capaces de adivinar quién es el que está detrás del cardenal Ratzinger, quién le azuza y le inspira”.
“¿Por qué no me lo dice?”, preguntó Arias.
“Hoy, no”, respondió el arzobispo.
La elección del cardenal Wojtyla encajaba con la idea de una “Europa cristiana” sostenida por el episcopado alemán, en armonía con las instancias políticas de Alemania occidental. Además el apoyo de los electores alemanes (cuyas obras asistenciales Adveniat y Misereor disponen de grandes medios financieros) significaba asegurar al candidato ricas influencias (Lai, 179).
Ninguno de los cardenales alemanes participó en la reunión promovida por los cardenales de París y de Rennes, Marty y Gouyon, celebrada en el colegio francés de Roma el 12 de octubre. Entre otros estaban presentes los brasileños Arns y Lorscheider, el belga Suenens, el senegalés Thiandoum, los italianos Colombo y Pappalardo: se acordó obstruir la candidatura de Siri.
Villot, que combatía las candidaturas de Siri y de Benelli, orientó a algunos cardenales hacia la elección de un Papa no italiano. Poco antes de la muerte de Pablo VI, se felicitaba ya por la candidatura de Wojtyla.
El nombre de Wojtyla fue dado en la vigilia por algunos cardenales, apoyados por miembros del Opus Dei, muy activos tanto en favor de Wojtyla como en favor de Baggio. También el cardenal Pignedoli conocía la candidatura de Wojtyla: “Me hablaron cuarenta y ocho horas antes de entrar en la Sixtina. La indicación venía del cardenal Colombo y del arzobispo de Filadelfia, John Krol, de origen polaco”.
En la misa por la elección del Papa, el cardenal camarlengo Villot dijo a los electores: “Nada de milagro el resultado, sino fruto de la acción y de la oración de los hombres”. Como veremos más adelante, ya desde el año 1969 había campaña electoral a favor de Wojtyla.
En la primera votación del domingo 15 de octubre, el mayor número de votos fue para Siri, seguido de Benelli. En la segunda votación los votos de ambos aumentaron. Por la tarde, en la tercera Siri alcanzó 59 votos, Benelli poco más de 40. La cuarta votación manifestó que no había posibilidad de entendimiento.
Ya por la noche, preguntó Koenig a Wyszynski, cardenal primado de Polonia: “¿Y si eligiéramos a un papa polaco?”. “Soy necesario a mi país”, respondió el primado. Pero Koenig se refería a Wojtyla.
En la quinta votación, al día siguiente, poco más de diez cardenales votaron a Wojtyla. Los demás continuaron votando a los dos italianos. En la sexta aumentaron los votos del candidato polaco.
En la séptima se verificaron extremas resistencias. Solamente en la octava votación, Wojtyla alcanzó los 75 votos necesarios. La asamblea permaneció en silencio hasta el final del escrutinio: 91 votos para Wojtyla. Comentó el cardenal Casariego: “Los italianos han llevado al interior del cónclave las disputas de su país”.
El inglés Cornwell alude a una confidencia de sor Vincenza a la hermana Irma Dametto, según la cual el Papa Luciani habría dicho a sor Vincenza: “Mire, hermana, yo no desearía estar aquí en este sitio. El Papa extranjero viene a ocupar mi lugar. Se lo he pedido al Señor”.
Algo semejante comenta Magee, amigo de Marcinkus y secretario personal de Pablo VI, también de Juan Pablo I Una vez, le dijo Juan Pablo I: “¿Por qué me han elegido a mí? Debían elegir a otros más preparados que yo. Debían elegir al cardenal que en la Sixtina estaba de frente a mí”. Y algún día antes de morir añadió: “Yo me marcharé y él ocupará mi lugar”. El episodio se lo contó Magee al obispo de Belluno, Maffeo Ducoli, que a su vez dice: “Juan Pablo II, al cual le he comentado la cosa, me ha confirmado que, en el momento de la elección, él se encontraba casi de frente a Luciani”.
En realidad, la frase firmada por Irma Dametto es muy distinta, expresión típica de la humildad de Luciani: “Mira, sobre este sillón no debería estar yo, sino un Papa extranjero ¡Se lo había pedido al Señor!”.
De hecho, Luciani dio su voto a un cardenal extranjero, el brasileño Lorscheider. De hecho también, según el testimonio de don Germano, Luciani sabía a los pocos días de pontificado quién sería (y, además, pronto) su sucesor: el cardenal Wojtyla. Esto es realmente sorprendente y no puede dejar de extrañar. Como no puede dejar de extrañar lo que dice Magee: “Estaba constantemente hablando de la muerte siempre recordándonos que su pontificado iba a durar poco. Siempre diciendo que le iba a sustituir el extranjero. Todo esto era un gran enigma para nosotros entonces. Le dije: ¡Oh, Santo Padre, otra vez no¡ !Volver a este tema tan morboso!”.
La referencia al extranjero manifiesta la conciencia por parte de Luciani de que el acuerdo en torno a un Papa italiano - en aquellas circunstancias - no resultaba viable. Pero no sólo eso, manifiesta las dificultades que está encontrando dentro del Vaticano y (¿por qué no?) manifiesta también que se teme lo peor.
La referencia a Wojtyla, cuando Luciani había dado su voto a Lorscheider, muestra que la candidatura del Papa polaco estaba presente y activa en el entorno vaticano del Papa Luciani. Sin ir más lejos, en el cardenal Villot, secretario de Estado.
Juan Pablo I se temía lo peor, pero eso no quiere decir que no tuviera sus disposiciones y proyectos de futuro. Era plenamente consciente de ser el Papa y pensaba ejercer. Como dice el cardenal Caprio, entonces número tres de la jerarquía vaticana: “De las disposiciones impartidas por él y de los proyectos que tenía para el futuro, todo lleva a pensar que él no se esperaba un fin tan próximo” (Nicolini, 134).
El Concilio Vaticano II fue para Luciani “escuela de conversión”. Como dice Luigi Incitti, Luciani se creyó el Concilio e iba aplicarlo, hasta en sus últimas consecuencias de tipo económico: “La revolución de Luciani pilló por sorpresa a los curiales desorientándolos, como les pasó con Juan XXIII y con el Concilio”. El Papa Luciani con la aplicación del Concilio amenazaba el poder temporal de la Iglesia. Era, por tanto, ”un terremoto que había que evitar a toda costa”, también con el asesinato. Otro móvil, convergente con el anterior, “es de naturaleza económica”. Juan Pablo I fue envenenado, “porque estaba proyectando una radical reforma de la Banca Vaticana, degradando algunas importantes figuras curiales” (L'immolato Giovanni Paolo I, 30 y 126; Papa Luciani, una morte sospetta, 91-93). El caso Juan Pablo I está abierto (Ver El día de la cuenta, 152-156).

Jesús López Sáez