En el principio era la palabra
 

OTRA SEÑAL DE MONSEÑOR ROMERO
El espíritu de la verdad


Para muchos no hacía falta. San Romero de América ya estaba canonizado desde el primer momento. Pues bien, quizá no por casualidad, la beatificación de Romero ha coincidido con la fiesta de Pentecostés. Esa tarde, en la Comunidad, lo estábamos celebrando. El defensor, el espíritu de la verdad, revisa el proceso de Romero, como en su día revisó el proceso de Jesús. El espíritu es “viento recio” que marca una dirección, es también “lengua de fuego” que nadie puede callar. En la beatificación de Romero hay palabras que queman y, por ello, no aparecen en la biografía oficial.

En medios eclesiales se considera una “vergüenza”. La Conferencia Episcopal Española (CEE) informa en una nota el 21 de mayo que el Secretario General representa a la misma en la beatificación de monseñor Romero. Por tanto, el único representante de la CEE es el sacerdote José María Gil. O sea, no asiste ningún obispo español.
Según Religión Digital, el propio nuncio llamó al presidente de la CEE, cardenal Blázquez, para mostrarle su desacuerdo. En los pasillos de la última Asamblea Plenaria algunos obispos comentaron su deseo de asistir. Precisamente éstos recibieron llamadas telefónicas del arzobispo emérito de Madrid, cardenal Rouco, aconsejándoles que no fueran, pues se trataba de “una beatificación política”.
En el diario El Faro (19-5-2015) el periodista salvadoreño Carlos Dada, investigador del asesinato de monseñor Romero y de los escuadrones de la muerte, pronuncia palabras que queman sobre la situación conflictiva que vivió el arzobispo Romero al frente de una Iglesia que se renovaba con el Vaticano II (1965) y que tomaba la opción preferencial por los pobres en la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín (1968):
 “La CIA comisiona un informe sobre la situación de las iglesias en la región.  Sobre Centroamérica dice que a diferencia del resto de la región donde, en las parroquias, cuando un sacerdote se sale del libreto, la iglesia lo mueve de comunidad o, si sigue molestando, lo manda a otro país, sólo había dos excepciones: Panamá y El Salvador. En El Salvador monseñor Chávez y González organiza comunidades eclesiales de base, apoyando movimientos de obreros y campesinos para defender sus derechos y mejorar sus condiciones de vida”.  
Tras la renuncia de Chávez y González (en 1977), las élites salvadoreñas creyeron llegada la hora de “enderezar y poner a la Iglesia donde siempre estuvo: en un triunvirato con la oligarquía y los militares”. En esta línea estaban los obispos salvadoreños que denunciaron en Roma a monseñor Romero. Por ejemplo: el obispo de San Miguel, José Eduardo Álvarez (+2000), conocido como “el coronel de San Miguel” por su graduación en el ejército; el obispo de Santa Ana, Marco René Revelo (+2000), que en 1981 fue a la base aérea de Ilopango, en el Departamento de San Salvador, a bendecir aviones de guerra enviados por Estados Unidos; el obispo de San Vicente, Pedro Arnoldo Aparicio (+1992), que recibió una “larga hacienda” del expresidente Arturo Armando Molina.
En los primeros años de la guerra, el obispo Aparicio entregó a la Fuerza Armada una lista con los nombres de 10 sacerdotes que a su juicio se habían salido de la doctrina de la Iglesia. El periodista se pregunta: ¿Y qué hace un obispo entregando una lista de sacerdotes al ejército? , ¿qué pensaba o qué esperaba que ocurriera al hacer esto?
En junio de 1977 el cardenal Baggio, Prefecto de la Congregación de los Obispos, le echó una “seria reprimenda” al arzobispo Romero, acusándole de la desunión entre los obispos de El Salvador. Romero comentó al provincial jesuita César Jerez: “Prefiero que me quiten de arzobispo e irme con la cabeza en alto antes que entregar la Iglesia a los poderes de este mundo”. El provincial jesuita no deja lugar a dudas: con los “poderes de este mundo” no se refería al gobierno de El Salvador, sino al gobierno de la Iglesia, a los poderes del cardenal Baggio (ver Martin Maier, Monseñor Romero, conflictividad eclesial y carisma ministerial, en Revista Latinoamericana de Teología, 64, 2005,18).
El arzobispo Romero encontró apoyo en Pablo VI, pero no en Juan Pablo II (¿cambió luego?). El 7 de mayo de 1979, pasaban los días y en Roma no se daba respuesta a la audiencia papal que había solicitado el arzobispo. Ese día, en una audiencia general, pudo saludar al Papa y consiguió la audiencia: “Venga usted mañana”. Era la primera vez que el arzobispo se encontraba con el papa Wojtyla. Romero le presenta un dossier. El Papa no toca un papel. Ni roza el cartapacio. Tampoco pregunta nada. Sólo se queja:
-¡Ya les he dicho que no vengan cargados con tantos papeles! Aquí no tenemos tiempo para estar leyendo tanta cosa.
Romero le presenta al Papa una foto del sacerdote Octavio Ortiz, muerto, asesinado tres meses antes. Su rostro aparecía desfigurado:
-Tan cruelmente nos lo mataron y diciendo que era un guerrillero…
-¿Y acaso no lo era?, contestó frío el Pontífice.
Sentados uno frente al otro, el Papa le da vueltas a una sola idea.
-Usted, señor arzobispo, debe esforzarse por lograr una mejor relación con el gobierno de su país.
Esto lo dice la periodista María López Vigil en su libro “Monseñor Romero: Piezas para un retrato”: “Me lo contó Monseñor Romero casi llorando el día 11 de mayo de 1979, en Madrid, cuando regresaba apresuradamente a su país, consternado por las noticias sobre una matanza en la catedral de San Salvador”.
Llama la atención. Un halo solar (en la foto) apareció en el momento en que la gran foto de monseñor Romero fue descubierta, al ser proclamado beato. Obviamente, tiene su explicación natural, pero se recibe como señal. Otra señal de monseñor Romero (ver Carta a las iglesias, UCA, marzo-abril, 2015, 17). En realidad, “maravillas de Dios” (Hch 2,11). Los asistentes se decían unos a otros: ¿Qué significa esto? Entonces se cantó lo que estaba previsto en el ritual: ¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres!  
Jesús López Sáez