En el principio era la palabra
 

 PABLO DE TARSO
 Apóstol de Cristo


1. Pablo de Tarso nace en Tarso de Cilicia hacia el año 3 a. C.: "Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable" (Flp 3,5-6). A caballo entre dos culturas, la judía y la griega, su misión es universal. Entre los años 34-37, en el camino de Damasco  experimenta un cambio fulminante, que le convierte en apóstol de Cristo. En los Hechos ese cambio se relata tres veces: una como relato local de Damasco (9, 1-22) y dos como relato del propio Pablo (22,3-16 y 26, 9-20). Además, el apóstol se refiere al hecho en varias cartas (Ga 1,11-17; 1 Co 9, 1; 15, 8-10; 2 Co 12,2-4; Flp 3,6-14). En la foto, conversión de Pablo, de Caravaggio (Cordon Press).

2. Algunos interrogantes: ¿En qué consiste la experiencia de Pablo?, ¿cómo interpretarla?,¿es un encuentro con Jesús resucitado como el de los demás discípulos?, ¿es una experiencia interior o también exterior?, ¿es objetiva o subjetiva?, ¿es una leyenda?, ¿un relato devocional?, ¿una alucinación?, ¿se altera su estado de conciencia?, ¿qué puede ser una gran luz venida del cielo que de repente lo envuelve y lo tira al suelo?

3. Veamos el relato de Pablo hecho en el templo de Jerusalén, en el año 58: “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la ley de nuestros padres: estaba lleno de celo por Dios, como lo estáis todos vosotros el día de hoy. Yo perseguí a muerte a este camino, encadenando y arrojando a la cárcel a hombres y mujeres, como puede atestiguarlo el sumo sacerdote y todo el consejo de ancianos. De ellos recibí también cartas para los hermanos de Damasco y me puse en camino con intención de traer también encadenados a Jerusalén a todos los que allí había para que fuesen castigados”. Había precedentes.  En la época de los macabeos (s.II a.C.), el cónsul romano Lucio escribe al rey egipcio Tolomeo: “Si individuos perniciosos huyen de su país y se refugian en el vuestro, entregadlos al sumo sacerdote Simón para que los castigue según su ley” (1 Mc 15,21).  

4. Sigue el relato de Pablo: “Pero yendo de camino, estando ya cerca de Damasco, hacia el mediodía, me envolvió de repente una gran luz venida del cielo, caí al suelo y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo respondí: ¿Quién eres, Señor? Y él a mí: Yo soy Jesús el Nazoreo, a quien tú persigues. Los que estaban conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. Yo dije: ¿Qué he de hacer, Señor? Y el Señor me respondió: Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá lo que está establecido que hagas. Como yo no veía, a causa del resplandor de aquella luz, conducido de la mano por mis compañeros, llegué a Damasco. Un tal Ananías, hombre piadoso según la ley, bien acreditado por todos los judíos que habitaban allí, vino a verme, y presentándose ante mí me dijo: Saulo, hermano, recobra la vista. Y en aquel momento le pude ver. Él me dijo: El Dios de nuestros padres te ha destinado para que conozcas su voluntad, veas al Justo y escuches la voz de sus labios, pues le has de ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre” (22, 3-16).  

5. Pablo dice casi la hora: “hacia el mediodía”. La NBE traduce así lo de la luz: “Una luz cegadora relampagueó desde el cielo en torno a mí” (22,6), “una luz que venía del cielo, más brillante que el sol, que relampagueó en torno a mí y a mis compañeros de viaje” (26, 13), “una luz celeste relampagueó en torno a él” (9, 3). No es lo normal, pero comenta un exégeta: “Un relámpago fulgurante lo deslumbra y le hace caer al suelo” (Roloff, 203). Dice Pablo: “Los que estaban conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba” (22,9). Por tanto, la luz es exterior; el diálogo de Pablo con Jesús, interior. En el diálogo con Jesús, Pablo da una señal de conversión: ¿Qué he de hacer? El Señor le responde: “Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá lo que está establecido que hagas” (22,10).

6. En la experiencia humana común, una gran luz venida del cielo que de repente le envuelve a uno y lo tira al suelo, es un rayo. La fulguración le frena en seco y le deja sin visión: “Como yo no veía, a causa del resplandor de aquella luz, conducido de la mano por mis compañeros, llegué a Damasco” (22,11). El relato local dice: “Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía”, “pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber” (9, 8-9). Dice Pablo en Cesarea ante el rey Agripa, hacia el año 60: “Iba hacia Damasco con plenos poderes y comisión de los sumos sacerdotes; y al mediodía, yendo de camino, vi una luz venida del cielo, más resplandeciente que el sol, que me envolvió a mí y a mis compañeros en su resplandor. Caímos todos a tierra y yo oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues. Te es duro dar coces contra el aguijón” (26, 12-14; 2 Mc 3). Sus compañeros caen también, pero Pablo es el más afectado. De nada le sirven sus resistencias. Le es duro dar coces contra el aguijón, como un animal contra el que lo conduce.

7. La experiencia es también exterior, no sólo interior. Los compañeros de Pablo ven la luz, pero no oyen nada: “no oyeron la voz del que me hablaba” (22,9). El relato local lo expresa así: “Oían la voz, pero no veían a nadie” (9,7). Es decir, oyeron el trueno como voz de Dios, pero no vieron a nadie. En la experiencia bíblica, el trueno (como el rayo) puede ser significativo y ser escuchado como voz de Dios (Ex 19,19; Jn 12,28-30). Se dice en el salmo 29: “la voz del Señor es potente”, “el Dios de la gloria ha tronado”. Los compañeros no lo son sólo de viaje sino de acción: “mis compañeros”, dice Pablo. Son su patrulla, grupo armado: “un grupo de hombres bien armados” (Holzner, 45). Para llevar encadenados a Jerusalén a hombres y mujeres se necesita fuerza, incluso fuerza bruta. La imagen clásica del caballo no está de más. Los compañeros “le llevaron de la mano y le hicieron entrar en Damasco” (9,8).

8. Un discípulo puede decirle a Pablo lo que debe hacer, pero debe superar sus miedos: “Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: Ananías. Él respondió: Aquí estoy. Y el Señor: Levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de Judas por uno de Tarso llamado Saulo; mira, está en oración y ha visto que un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista. Respondió Ananías: Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre”, “está aquí con poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre”. El Señor respondió: “Vete, pues, este me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tiene que padecer por mi nombre" (9,10-16).

9. Resulta significativo: Pablo se hospeda en casa de un tal Judas, lo que obviamente evoca al traidor, pero está en oración, conversando con Dios sobre lo que ha pasado. Ha visto que un hombre llamado Ananías entra y le impone las manos para devolverle la vista. ¿Y de qué conoce Pablo a Ananías? Contra él “quizá llevaba en el bolsillo una orden de arresto” (Holzner, 55). Los judíos de Damasco hablan bien de él, está “bien acreditado” (22,12). Pablo lleva “tres días sin ver, sin comer y sin beber”, esos tres días evocan la muerte de Cristo, también la muerte que Pablo está experimentando: “Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, dice Pablo, fuimos bautizados en su muerte”, “fuimos con él sepultados por el bautismo en la muerte, para que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva”  (Rm 6,3-4).

10. Pues bien, dice Pablo, “un tal Ananías, hombre piadoso según la Ley, bien acreditado por todos los judíos que habitaban allí, vino a verme, y presentándose ante mí me dijo: Saulo, hermano, recobra la vista. Y en aquel momento le pude ver”. Ananías le comunica a Pablo el plan de Dios: “El Dios de nuestros padres te ha destinado para que conozcas su voluntad, veas al Justo y escuches la voz de sus labios, pues le has de ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Y ahora ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre” (22,12-16). El relato local añade: “Cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas” (9, 18). Lo que Pablo ha perseguido (el bautismo en nombre de Jesús, el bautismo que sustituye a la circuncisión), ahora lo recibe.

11. Datos médicos. La fulguración puede ser por golpe directo, “producido por la acción directa del rayo sobre la superficie corporal. Si incide sobre la cabeza hace que la corriente fluya a través de los orificios como ojos, oídos y boca, al interior del cuerpo, lo que explicaría los innumerables síntomas oculares y de oído que presentan los sujetos alcanzados por el rayo”. Por contacto: “las lesiones por contacto se pueden producir cuando el sujeto está tocando un objeto por el que discurre la corriente del rayo”. Puede ser un flash por cercanía: “esta lesión ocurre cuando la corriente salta de su trayecto. En estos casos el rayo incide contra un objeto que generalmente se encuentra en las proximidades (por ejemplo, un árbol) desde donde genera un arco voltaico hasta el sujeto. El arco puede producir la ignición de las ropas y quemaduras secundarias”.

12. Las lesiones pueden ser heridas y contusiones: “este grupo de lesiones se localiza en los puntos de entrada y salida de la descarga en el organismo”. Quemaduras: “pueden ser más o menos extensas y de profundidad variable. En cuanto a su grado, raramente son flictenas (ampollas), consistiendo en general en eritemas y escaras”, estas quemaduras “son indoloras y evolucionan favorablemente”, “las más profundas se encuentran en los sitios de entrada y salida de la corriente”. Pueden formar arborizaciones, marcas de forma ramificada: “la marca suele aparecer alrededor de 1 hora después de la descarga y desaparece gradualmente en las 24 horas siguientes”, “su rápida resolución es un misterio”. Puede haber lesiones oculares: “las cataratas constituyen una de las lesiones frecuentes tras una descarga eléctrica atmosférica”, “aparecen tempranamente (entre el 8º y el 11º día), predominan en el polo posterior, ganando luego las capas del cristalino, siendo su evolución muy lenta”, “otras lesiones oftalmológicas descritas son la presencia de lesiones corneales”.

13. Otros datos: “Aproximadamente un tercio de las fulguraciones son mortales y entre los supervivientes existe un 76% de riesgo de secuelas a largo plazo”, “también pueden aparecer lesiones indirectas producidas por el lanzamiento a distancia de la víctima, precipitaciones de altura, etc”, “en la mayoría de los casos el rayo produce daños en las ropas”, “en muchos casos, la ropa es literalmente arrancada o rasgada por la onda explosiva del rayo, quedando el cuerpo desnudo”, “un efecto característico del rayo es la imantación de los objetos metálicos”, “los vestidos pueden presentar huellas de quemaduras, unas veces situadas en los puntos de entrada y salida de la descarga, y otras a nivel de elementos metálicos, como hebillas, o cremalleras, que pueden aparecer fundidos o deformados”, “también se pueden encontrar metalizaciones, al fundirse por efecto del rayo brazaletes, cruces, anillos, etc” (Esperanza Navarro, Valoración médico-legal de lesiones y muerte por fulguración, en Gaceta Internacional de Ciencias Forenses, nº 5, octubre-diciembre 2012, 10-17).

14. Según los expertos, en un radio de acción inferior a 120 metros del impacto, el rayo genera diversos efectos: quemaduras en la piel, rotura de tímpano, lesiones en la retina, caída al suelo por onda expansiva, lesiones pulmonares y óseas, muerte. En el mundo, mueren al año 24.000 personas y 240.000 son heridas por un rayo. En el caso de Pablo, la fulguración le derriba al suelo, le incide en los ojos (le deja sin ver) y en la boca (le deja sin comer y sin beber), el herido evoluciona favorablemente (en tres días recupera la vista, toma alimento y recobra las fuerzas), como veremos más adelante, con alguna secuela a largo plazo (en los ojos). Si lleva espada, no consta efecto de metalización. Es posible que el rayo le arrancara la ropa, le dejara desnudo. Quizá le desarmó.

15. Es obvio. Cuando Pablo exhorta a la conversión, evoca su propia experiencia: “Despojémonos de las obras de las tinieblas, y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos”, “revestíos del Señor Jesucristo” (Rm 13, 12-14), “revestíos de las armas de Dios”, “tomad las armas de Dios”, “¡en pie!, ceñida vuestra cintura con la verdad y revestidos de la justicia como coraza”, “tomad el yelmo de la salvación y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios” (Ef 6, 11-17).

16. Tras su cambio fulminante, Pablo “estuvo algunos días con los discípulos de Damasco, y en seguida se puso a anunciar en las sinagogas que Jesús era el hijo de Dios”, “el Cristo”, “todos los que lo oían quedaban atónitos” (9, 19-20). “Habiendo vuelto a Jerusalén, dice Pablo, y estando en oración en el templo, caí en éxtasis, y le vi a él que me decía: Date prisa y marcha inmediatamente de Jerusalén, pues no recibirán tu testimonio acerca de mí. Yo respondí: Señor, ellos saben que yo andaba por las sinagogas encarcelando y azotando a los que creían en ti; y cuando se derramó la sangre de tu testigo Esteban, yo también me hallaba presente, y estaba de acuerdo con los que le mataban, y guardaba sus vestidos. Y me dijo: Marcha, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles” (22,17- 21). Como el siervo, Pablo es llamado a ser “luz de las gentes” (Is 42,1-7; 49,1-6).

17. En el relato local leemos: “Al cabo de bastante tiempo los judíos tomaron la decisión de matarle”, las puertas de Damasco “estaban guardadas día y noche”, “pero los discípulos le tomaron y le descolgaron de noche por la muralla dentro de una espuerta” (9,23-25). En Jerusalén Pablo intenta juntarse con los discípulos, pero éstos no se fían. Entonces Bernabé le presenta a los apóstoles: “Les contó cómo había visto al Señor en el camino y que le había hablado y cómo había predicado con valentía en Damasco en el nombre de Jesús”. Pablo anuncia en Jerusalén valientemente el nombre del Señor, pero los helenistas intentan matarle: “Los hermanos, al saberlo, le llevaron a Cesarea y le hicieron marchar a Tarso” (9, 26-30).

18. En la carta a los gálatas Pablo presenta su experiencia como revelación de Dios, como experiencia de Cristo y como llamada a ser apóstol de los gentiles: “El evangelio anunciado por mí no es de origen humano, pues yo no lo recibí de hombre alguno, sino por mediación de Jesucristo”, “cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que lo anunciara entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco. Luego, de allí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y permanecí quince días en su compañía. Y no vi a ningún otro apóstol, y sí a Santiago, el hermano del Señor”, “luego me fui a las regiones de Siria y Cilicia; pero personalmente no me conocían las iglesias de Judea que están en Cristo. Solamente habían oído decir: El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que antes quería destruir” (Ga 1,11-24). Como el siervo, Pablo se siente llamado por Dios “desde el seno materno” (Is 49,1; Jr 1,5). Cuando sube a Jerusalén a conocer a Cefas, le nombra por su función en el grupo de los doce.

19. ¿Qué pudo hacer Pablo en Arabia? ¿Tuvo alguna relación con la comunidad de Qumrán? ¿Estuvo, como Jesús, en el desierto? Arabia es la región situada al este del Jordán y al sureste de Damasco. El Mar Muerto se llama también el Mar de la Arabá. En la profecía de Ezequiel, es todo un símbolo, el agua del nuevo templo “sale a la región oriental, baja a la Arabá, desemboca en el mar, en el agua hedionda, y el agua queda saneada” (Ez 47, 8). Según Flavio Josefo, el proceso de formación de Qumrán dura primero “un año” y luego “dos años más” (GJ 2,137-142), es decir, tres años. Según sus palabras, Pablo estuvo en el desierto un tiempo, como Jesús, y luego tres años en la comunidad de Damasco. Obviamente, necesitaba madurar su cambio radical: “Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún, juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios” (Flp 3,7-9). 

20. Frente a sus adversarios, Pablo reivindica su condición de apóstol, que significa enviado “¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?”, “anunciar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria: es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no anunciara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas, si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado” (1 Co 9,1-2 y 16-17). La resurrección de Jesús es un acontecimiento trascendente, pero tiene sus señales que son percibidas por los creyentes. En este sentido, Pablo ha visto al Señor como los demás discípulos.

21. Hablando de revelaciones y visiones, Pablo comunica a los corintios una profunda experiencia: “Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años –si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo”, “y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”. Pues bien, dice Pablo, “para que no me engría con la sublimidad de estas revelaciones, me han metido una espina en la carne, un ángel de Satanás que me abofetea”, “tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad. Por eso, vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12,7-10). Fue arrebatado “hasta el tercer cielo”, “hasta lo más alto de los cielos” (BJ). Por la fecha de la carta (a fines del 57), es la experiencia de Listra (hacia el 44): Pablo es apedreado (como Esteban), “dándole por muerto” (Hch 14,19-20; 2 Tm 3,11; 2 Co 11,25). Y como Esteban,  ve “los cielos abiertos” (Hch 7,56).

22. Apedreado en Listra, Pablo tiene una experiencia cercana a la muerte (ECM). Miles de personas la han tenido. Se dan numerosas coincidencias, aunque la interpretación posterior suele tener inevitables componentes culturales: “Comienzan con una desconexión del propio cuerpo. Se describen a sí mismos como observadores, flotando en un entorno que ya reconocen como ajeno. No sienten dolor, pero saben que están muertos o creen estarlo. Durante esta breve pausa, todavía sienten presencia en el mundo, si bien la aprecian como en la distancia. Hablan de estados especiales de conciencia, de una infinita sensación de paz interior y a la vez de euforia, de libertad. Tras un instante pasan a deambular como un ente abstracto, incorpóreo, por un espacio desconocido. Relatan un viaje a través de un túnel donde observan paisajes plagados de seres extraños, figuras místicas o personas cercanas, algunas ya fallecidas. Tras el túnel aparece una luz intensísima, radiante, blanca. Hablan de recuerdos y emociones. Coinciden en señalar que observan una especie de retrospección panorámica de sus propias vidas, un resumen, una película. Relatan un estado casi de éxtasis. Es importante señalar que mantienen la sensación de identidad: saben quiénes son y han sido. Todos hablan de un cambio del estado de la materia” (Lola Morón, Más allá de la vida, El País, 5-2-2017). Los hechos médicos que preceden a una ECM son variados: traumatismo craneal, parada cardiorespiratoria, disminución de oxígeno en el cerebro, pero también se da este fenómeno tras el consumo de drogas.

23. Pablo recuerda a los gálatas una enfermedad que le abofetea: “Bien sabéis que una enfermedad me dio ocasión para evangelizaros por primera vez; y, no obstante la prueba que suponía para vosotros mi cuerpo, no me mostrasteis desprecio ni repulsa, sino que me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús”, “puedo aseguraros que os hubierais arrancado los ojos, de haber sido posible, para dármelos” (Ga 4, 13-15). Esa enfermedad, que remite a los ojos, es con gran probabilidad (del 76 %) una secuela de la fulguración. Podía producir desprecio o repulsa. Para Pablo es una espina entre otras espinas: debilidades, nsultos, privaciones, persecuciones y dificultades sufridas por Cristo (2 Co 12,10).

24. Pablo se sitúa como apóstol de Cristo en la línea de los demás apóstoles: “llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios” (1 Co 1,1), “os trasmití lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez”, “luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo. Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la iglesia de Dios. Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy” (15, 1-10). Ciertamente, la comparación con un aborto es fuerte: “sin la necesaria gestación previa”, “podría ser eco de alguna especie de insulto” (Fabris, 115; Gnilka, 47), pero Pablo madura su fe y su cambio radical en la comunidad de Damasco durante tres años (Ga 1,17-18). Además, lleva en su cuerpo cicatrices, “las marcas de Jesús” (Ga 6,17).

Jesús López Sáez.

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