En el principio era la palabra
 

MORIR EN SOLEDAD

Adaptemos la ley

Ayer, siete de mayo, una mujer quiso despedirse de su padre, que se estaba muriendo. Una médico lo acogió, quedando con ella, procurando ponerla el equipo de protección, valorando que la hija vive sola (no tiene más familia) y no podría en riesgo a otros miembros de su entorno familiar, y acompañándola personalmente. Pero toparon con la normativa oficial: Están prohibidas las visitas. No a las visitas, sin excepciones, aunque conste la seguridad de la entrada de este familiar y aunque vaya a ser acompañada por la médico.

Se impone una llamada de atención sobre el grave problema de deshumanización que estamos viviendo, en el que no puede haber despedida de un ser querido, en el que la muerte es inminente, y en el que la persona muere en soledad. Dejemos a un lado los números. Pongamos cara a esa hija que no puede acompañar a su padre en el final de su vida. Pongamos cara a ese padre, que muere solo, en soledad no deseada, en una habitación de hospital  Me pregunto: Para estas situaciones de estrés vital, de emociones que dejan huella, ¿no se contemplan cambios en medidas de desescalada?

El Dr. Ricardo Martino, jefe de la Unidad de Atención Integral Paliativa del Hospital Infantil Niño Jesús, comenta: “La mayoría nos alegramos frente al televisor porque hoy ya solo mueren 300, 200 o 100 en comparación con las semanas anteriores. Sin embargo, esos mismos días hay 300, 200 o 100 familias…que han perdido a un padre, un hijo, un hermano. Morir es un acontecimiento vital, un proceso personal íntimo irrepetible. Sin embargo, actualmente, la muerte había ido experimentando un proceso de medicalización progresiva. El lugar de la muerte se había desplazado mayoritariamente del hogar a los hospitales. Y todo eso se había normalizado, aceptado en nuestro modo de afrontarlo y vivirlo. Morir en el hospital había llegado a parecer lo normal, lo bueno, lo inevitable”.

Sin embargo, dice el doctor, en estos últimos meses las muertes en los hospitales han sido “demasiadas” para las que estábamos acostumbrados: “Los profesionales han sufrido la impotencia de no poder curar por un lado y la necesidad de acompañar a los pacientes, solos y aislados, por otra”, “morir con dignidad supone morir limpio, sin dolor o sin disnea (ahogo o dificultad en la respiración), consciente si así lo desea la persona, pero sobre todo morir acompañado. Acompañar es la acción personal y profesional más humana que podemos llevar a cabo y, a veces, la única posible”.

Ciertamente, en los momentos álgidos de contagio y de desbordamiento de las posibilidades habituales que disponen los hospitales para atender a pacientes, podía entenderse la limitación de las visitas, aunque dolorosa, para controlar drásticamente la expansión de la infección. Sin embargo, la situación ahora es distinta, pero la ley es la misma. Probablemente, cambiar la ley no sea una prioridad en el contexto de la pandemia. Sin embargo, planteo o, más bien, solicito con urgencia una reflexión sobre si es posible flexibilizar las medidas e individualizar cada caso, evitando así que sea la legislación la que cause o justifique que en los hospitales se impida a un familiar acompañar o al menos despedirse de un ser querido.

Mar Serrano