En el principio era la palabra
 

LA MISIÓN DE JESÚS (IV)

Hemos visto su gloria

  1. Volviendo a las fuentes, abordamos la misión de Jesús desde una perspectiva especial: el evangelio de Juan. Detrás de cada evangelio (Marcos, Mateo, Lucas, Juan) hay un apóstol y hay una comunidad o una red de comunidades, las comunidades de Pedro, Santiago, Pablo, Juan. El evangelio de Juan es distinto. Desde el prólogo al epílogo, pasando por las señales, los diálogos y la hora final, el evangelio sigue el rastro de la palabra de Dios. Por supuesto, el discípulo siente la ausencia de Jesús, pero vive su misteriosa presencia. Con él una red de comunidades lo atestigua: Hemos visto su gloria (Jn 1,14).
  2. El otro discípulo. En el evangelio de Juan los dos primeros discípulos de Jesús son Andrés y otro discípulo que no se nombra: ¿Quién es?, ¿de quién se trata? Los dos son discípulos de Juan Bautista: “Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dijo: He ahí el cordero de Dios. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: ¿Qué buscáis? Ellos le respondieron: Rabbí, que quiere decir maestro, ¿dónde vives? Les respondió: Venid y lo veréis. Fueron y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima”, las cuatro de la tarde (Jn 1,35-39). Entonces ¿quién es el discípulo que no se nombra? Es el autor del evangelio, uno de los cuatro primeros discípulos de Jesús. No se identifica a sí mismo, pero lo hacen los demás: “Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés”, “un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan” (Mc 1,16-20; ver Mt 4,18-22; Lc 5,1-11). El otro discípulo es Juan.
  3. El discípulo amado. Ese discípulo no es un cualquiera. Es con Santiago uno de los hijos de Zebedeo (Mc 1,19-20) y de Salomé (15,40; Mt 27,56). Jesús los llama “hijos del trueno” (Mc 3,17). Son “compañeros de Simón” (Lc 5,10). Como Simón y Andrés, son de Betsaida, una de las ciudades que rechazan a Jesús (Mt 11,21). Cuando Jesús los llamó, “estaban en la barca arreglando las redes”, “dejando a su padre en la barca con los jornaleros, se fueron con él” (Mc 1,19-20). Cuando una aldea de samaritanos no recibe a los discípulos porque van a Jerusalén, Santiago y Juan reaccionan de forma tremenda: ¿Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos? Jesús los regaña (Lc 9,54-55). Cuando Jesús, yendo a Jerusalén, la que mata a los profetas (Mt 23,37), anuncia su propio destino como “hijo del hombre”, Santiago y Juan esperan todavía el éxito humano de Jesús y tienen grandes aspiraciones (Mc 10,35-40; Mt 20,20-23); ellos y Pedro tienen especial confianza con Jesús (Mc 5,37; 9,2; 14,33). En la última cena, Juan está al lado de Jesús, es “el discípulo amado” (Jn 13, 20), permanece con él al pie de la cruz y acoge en su casa a la madre de Jesús (19,25-27); llega con Pedro al sepulcro; al entrar, “vio y creyó” (20,3-10). Pedro y Juan responden al sumo sacerdote que les prohíbe enseñar en nombre de Jesús: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,19). El año 44 Herodes Agripa “hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan” (Hch 12,2). Quizá entonces, como Pedro, Juan marcha “a otro lugar” (12,17). Juan participa en el encuentro de Jerusalén que acoge a los gentiles (Ga 2, 9). Desterrado en la isla de Patmos, escribe el Apocalipsis (Ap 1,9). Es “el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero” (Jn 21,24), forma parte de un “nosotros” que ha acogido la palabra de Dios revelada en Jesús y afirma: “Hemos visto su gloria” (1,14).
  4. Confesión de fe. El evangelio se escribe con este fin: “para que creáis que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20,31). Obviamente, es la confesión cristiana común que proclama Pedro: “A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros…vosotros le matasteis clavándole en la cruz por medio de los impíos; a éste, Dios le resucitó”, “sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús que vosotros habéis crucificado” (Hch 2,22-36). La redacción del evangelio puede situarse antes del año 60. Las comunidades que viven el evangelio de Juan tienen una larga historia de rechazo por parte de la sinagoga. Además, la cultura dominante (gnosis, sabiduría) choca con el papel central de Cristo en medio de la creación y de la historia (Col 2,1-4). El papiro P52, del año 125 d.C., es el testimonio más antiguo del evangelio de Juan (Jn 18,31-33 y 37-38). Se conserva en la biblioteca John Rylands de Manchester.
  5. En el principio era la palabra. Juan canta en el prólogo, un himno de acción de gracias, la inmensa aventura de la palabra de Dios, siguiendo estas grandes etapas: el mundo, el pueblo elegido, Cristo. Como la sabiduría, la palabra es un atributo de Dios. Quien habla es Dios: “En el principio era la palabra y la palabra estaba en Dios y la palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas” (1,1-5). El universo nos habla de Dios: “Los cielos cantan la gloria de Dios, el universo anuncia la obra de sus manos” (Sal 19). Dios nos habla a través de la creación. El mundo no es producto del azar ni está ciegamente orientado: “Todo lo dispusiste con medida, número y peso” (Sb 11,20). Según la tradición rabínica, en el principio era la Ley: "Siete cosas fueron creadas antes que el mundo lo fuera: la Ley, el Arrepentimiento, el Paraíso, la Gehenna, el Trono de Gloria, el Santuario y el Nombre del Mesías" (Pesahim 54ª Bar.; ver Jn 17,24). Juan va más allá de la ley, cuando proclama “En el principio era la palabra”, “en el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció” (Jn 1,10).
  6. Hubo un hombre enviado por Dios. “Se llamaba Juan: Éste vino para un testimonio”, “no era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz” (Jn 1,6-8). Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”, “yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con espíritu santo. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el hijo de Dios” (1,26-34; ver 8,58). Según la tradición rabínica, Dios creó el nombre del Mesías (en griego, Cristo) antes de la creación del mundo: “El nombre del Mesías estaba en la presencia de Dios antes de la creación del mundo, es decir, su venida era parte del designio originario de Dios para el universo que se proponía crear” (Dodd, 104). En Jesús brilla la gloria de Dios (Jn 17,1), en él se cumple el proyecto que Dios tiene desde el principio.
  7. 7. La palabra rechazada en su casa: “Vino a su casa y los suyos no la recibieron” (Jn 1,11). En medio de la indiferencia general, Dios elige un pueblo, al que pudiera hablar de manera más clara y familiar. Dios llama a todos: “¿No está llamando la sabiduría? Y la prudencia, ¿no alza su voz? A vosotros, hombres, os llamo”, “escuchad: voy a decir cosas importantes” (Pr 8,1-6). Además, “la sabiduría se ha edificado una casa”, “ha mezclado su vino, ha aderezado también su mesa” (9,1-2; ver Mt 22,1-14). Como sucede con la sabiduría y la prudencia de Dios, la palabra aparece personificada. Personificar significa atribuir vida o acciones de persona a quien no lo es. En este caso, una abstracción, un atributo de Dios. Quien llama, quien invita, quien habla es Dios. Pues bien, en su conjunto, el pueblo elegido rechaza la palabra de Dios. Pero hubo y hay un resto: “A todos los que la recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre”. Éstos “han nacido de Dios” (Jn 1,12-13). Es un nuevo nacimiento: “Tenéis que nacer de lo alto”, dice Jesús a Nicodemo (3,8). 
  8. La palabra se hizo carne: “Y la palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del padre como hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Toda la creación es manifestación de Dios, pero Dios se manifiesta plenamente en un hombre, que tiene su propia identidad, Jesús de Nazaret: “Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta”, dice Jesús, “el padre que permanece en mí es el que realiza las obras” (14,10), “todo me ha sido entregado por mi padre, y nadie conoce bien al hijo sino el padre, ni al padre le conoce bien nadie sino el hijo, y aquel a quien el hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 27). El cuerpo de Cristo es la tienda del encuentro con Dios (Ex 40,34-35), el lugar de su presencia en medio de nosotros. De una forma especial, se cumple la palabra que dice:Pon tu tienda en Jacob” (Eclo 24,8). En cartas de Pablo que tienen que ver con Éfeso, la Iglesia es “cuerpo de Cristo” (1 Co 12,27; 3,16, escrita en Éfeso) y “templo de Dios” (Ef 4,12; 2,21; Dodd, 304). Cristo ofrece lo que la ley no puede dar, el verdadero conocimiento de Dios: “La ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad nos son dadas por medio de Cristo”,de su plenitud hemos recibido todos, gracia tras gracia”, “a Dios nadie le ha visto jamás: el hijo único, que está en el seno del padre, nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,16-18). Jesús es “hombre” (Hch 2,22), “en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4,15). Según el docetismo de Serapión de Antioquía (+203), parece hombre, pero es Dios. Según el modalismo de Sabelio (hacia 215), Dios es un ser con tres modos de ser: Padre, Hijo, Espíritu. Atención, diversas traducciones presentan una vieja interpolación: “Dios unigénito” en vez de “el hijo único” (Jn 1,18).
  9. Primeros discípulos. Por el testimonio de Juan, dos discípulos suyos se hacen discípulos de Jesús. Uno de ellos es Andrés, que le dice a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41). Le lleva donde Jesús, que le dice: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, que quiere decir piedra” (1,41-42). Al día siguiente, Jesús llama a Felipe. Este se encuentra con Natanael y le dice: “Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado, Jesús, el hijo de José, el de Nazaret”. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. Éste le dice: ¿De qué me conoces? Responde Jesús: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Él le dice: “Rabí, tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel”. Jesús le contesta: “¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores”, “veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el hijo del hombre” (1,43-51). Todo esto ya, en la misión de Jesús
  10. Todo es nuevo. La misión de Jesús se presenta como una serie de signos, de señales. La misión dura tres años: hay tres pascuas. Es una nueva creación que se presenta en el marco de seis días: “la pascua de los judíos” (Jn 2,13), “una fiesta de los judíos” (5,1), “la pascua, la fiesta de los judíos” (6,4), “la fiesta judía de las tiendas” (7,2), “la fiesta de la dedicación del templo” (10,22), “la pascua de los judíos” (11,55). La primera (1,19; 1,29; 1,35; 1,43; 2,1) y la última pascua (11,55) están precedidas a su vez de seis días: “Seis días antes de la pascua, fue Jesús a Betania” (21,1). Como en el principio, está naciendo un mundo nuevo. Las señales manifiestan que la creación no ha terminado: “Mi Padre trabaja hasta ahora y yo también trabajo” (5,17). El mundo pensado por Dios aparece en la misión de Jesús. La experiencia del Evangelio lo hace todo nuevo: vino nuevo, templo nuevo, nacimiento nuevo, nueva agua, nueva creación, nuevo pan, nuevo sacerdocio. Se cumple lo que dice Pablo: “Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado” (2 Co 5,17). Se dice en el Apocalipsis: “Hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5).
  11. Vino nuevo. Tras la llamada de los primeros discípulos, Jesús asiste a una boda en Caná de Galilea (Jn 2,1-12). La boda se celebra según los usos y costumbres de la tradición judía. Entre los invitados está la madre de Jesús. Está también Jesús con sus discípulos. Jesús transforma el agua de las purificaciones judías en el vino nuevo del Evangelio: “Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria”. El Evangelio tiene un efecto demoledor en las viejas instituciones: “No se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino revienta los odres” (Mc 2,22). Jesús sustituye el agua de las purificaciones judías, es decir, “todo el sistema de la observancia ritual judía” (Dodd, 301).
  12. Templo nuevo. Jesús no sólo purifica el templo, sino que lo sustituye: “Se acercaba la pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes, y a los que vendían palomas les dijo: Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi padre”. Sus discípulos se acordaron de que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Los judíos le preguntaron: ¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos replicaron: Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,13-21). La purificación del templo significa “la destrucción y la sustitución del sistema de observancia religiosa del que el templo era el centro” (Dodd, 303). Jesús levanta un templo nuevo en lugar del viejo.
  13. 13. Nacimiento nuevo. Nicodemo, representante del orden viejo, “magistrado judío” y “maestro en Israel”, fue donde Jesús de noche y le dijo: “Sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas, si Dios no está con él”. Jesús le dice: “El que no nazca de lo alto no puede ver el reino de Dios”. ¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?, pregunta Nicodemo. “Tenéis que nacer de nuevo”, responde Jesús, “el que no nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el reino de Dios”, “el viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que nace del espíritu”, “Dios no ha enviado a su hijo al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado, pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del hjjo único de Dios” (Jn 3,1-21).
  14. Nueva agua. La samaritana, en diálogo con Jesús, pasa de la sed al agua de la vida: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo le dé, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor que salta hasta la vida eterna”. En la tradición rabínica el agua es un símbolo de la Ley. Como el agua, la ley purifica, apaga la sed y promueve la vida. En el diálogo con Jesús aparece la vida que está llevando la mujer: “Has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo”. Tanto el templo de Jerusalén como el de Garizim pertenecen a “lo de abajo”, “llega la hora (ya estamos en ella) en que los verdaderos adoradores adorarán al padre en espíritu y verdad” (Jn 4,1-42).
  15. Curación del hijo del funcionario real. Un hombre, cuyo hijo está enfermo en Cafarnaúm, se enteró de que Jesús estaba en Galilea. Fue donde él y le rogó que bajase a curar a su hijo. Jesús le dijo: "Si no veis señales y prodigios, no creéis". El hombre insistió: "Señor, baja antes de que se muera mi hijo". Le dijo Jesús: "Vete, que tu hijo vive". Creyó el hombre en la palabra de Jesús y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos y le dijeron que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. Ellos contestaron: "Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre". El hombre comprobó que era la hora en que le dijo Jesús: "Tu hijo vive", y creyó él y toda su familia (Jn 4, 46-54).
  16. Curación del paralítico de Betesda. Se celebraba "una fiesta de los judíos" y Jesús subió a Jerusalén. Junto a la Probática (puerta de los rebaños) hay una piscina que se llama en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía "una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua" (Jn 5,1-4). Los cinco pórticos son "un símbolo de los cinco libros de la Ley", son "el lugar de la enseñanza oficial de la Ley", que oprime al pueblo (Mateos, 267). En la experiencia del Evangelio, la comunidad es piscina de Betesda, comunidad que cura (ver PC VI, 59. Curad enfermos).
  17. Nueva creación. La curación del paralítico tuvo lugar en sábado: “Los judíos perseguían a Jesús porque hacía estas cosas en sábado”. Jesús les dijo: “Mi padre sigue trabajando, y yo también trabajo”. Los judíos le dicen que se endiosa. Jesús responde a la acusación: “El hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al padre”, “el padre ama al hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta para vuestro asombro. Porque, como el padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el hijo da la vida a los que quiere. Porque el padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha entregado al hijo, para que todos honren al hijo como honran al padre”, “el que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado tiene vida eterna, y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida”, “llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del hijo de Dios, y los que la oigan vivirán”, “las obras que el padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que hago, dan testimonio de mí, de que el padre me ha enviado”, “investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna, ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn 5,16-39).
  18. Nuevo pan. Jesús pone una mesa en el desierto: “Estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos” (Jn 6,1-15). Tras la señal se produce un desencuentro. Muchos no entienden el lenguaje de Jesús, le abandonan, buscan otra cosa: “Al atardecer, bajaron sus discípulos a la orilla del mar, y subiendo a una barca, se dirigían al otro lado del mar, a Cafarnaúm. Había ya oscurecido, y Jesús no había venido donde ellos; soplaba un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo. Pero él les dijo: Soy yo, no temáis”. En medio de las borrascas, Jesús abre un camino en medio de las aguas (Jn 6,16-21). Tras la multiplicación de panes, Jesús evita la estrategia (nacionalista) de la multitud y se presenta en Cafarnaúm como “el pan de vida” (6,35): “vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron“, “yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”, ¿cómo?, “el que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él” (6,49-56; ver PC VI, 56. Nuevo pan).
  19. El testimonio de Dios. En la fiesta de las tiendas, Jesús anuncia el agua viva: “El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús en pie gritó: “El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura, de sus entrañas manarán ríos de agua viva” (Jn 7, 37-38). Jesús les habló de nuevo diciendo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Le dijeron los judíos: “Tu das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero”. Jesús les contestó: “En vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo doy testimonio de mí mismo, y además da testimonio de mí el que me ha enviado, el padre” (8,12-18). El conflicto con los judíos se agudiza: “Nuestro padre es Abrahán”, “si fuerais hijos de Abrahán, harías lo que hizo Abrahán”, “vosotros hacéis lo que hace vuestro padre”, “nosotros no somos hijos de prostitución: tenemos un solo padre: Dios” (8,39-41).
  20. El ciego de nacimiento. En la piscina de Siloé (Jn 9,1-41), un joven se encuentra con la luz que se llama Cristo. La experiencia del Evangelio entraña un paso de la ceguera a la luz. La tradición catecumenal y litúrgica de la Iglesia ha visto aquí el proceso de todos aquellos que se encuentran con Cristo. La comunidad es piscina de Siloé, que significa Enviado, donde el ciego de nacimiento cura su ceguera original (ver PC I, 3. Los ciegos ven). La curación del ciego es una “señal” del triunfo de la luz sobre las tinieblas. La luz trae el juicio y el juicio está en acción. Dice Jesús: “Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven vean, y los que ven, se queden ciegos”. Los fariseos le preguntan: “También nosotros estamos ciegos?”. Responde Jesús: “Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís: Vemos, vuestro pecado permanece” (Jn 9,39-41).
  21. El buen pastor. Jesús denuncia a los dirigentes del pueblo que son malos pastores, ladrones y bandidos: “El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ese es un ladrón y un bandido”, “yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí, son ladrones y bandidos”, “yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, v venir el lobo y huye”, “también tengo otras ovejas que no son de este redil, también a esas las tengo que conducir y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10,1-16), “yo y el padre somos uno” (10,30), dice Jesús; dice también: “el padre es más que yo” (14,28).
  22. La resurrección de Lázaro. En Betania la experiencia de fe irrumpe aquí en una situación concreta, la de un hombre que muere en la plenitud de la vida: "Yo soy la resurrección y la vida”, dice Jesús, “el que cree en mí, aunque muera vivirá" (11,25). La tradición catecumenal y litúrgica de la Iglesia ha visto aquí el proceso de todos aquellos que se encuentran con Cristo y pasan de la muerte a la vida (ver PC I, 7. Los muertos resucitan). Se acercaba “la fiesta de los judíos”. Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba Jesús, “les avisaran para prenderlo” (Jn 11,1-57).
  23. Unción de Betania, entrada mesiánica. “Seis días antes de la pascua, fue Jesús a Betania”. Allí le ofrecieron una cena, “Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa”. María tomó una libra de perfume de nardo, “le ungió los pies y se los enjugó con sus cabellos”. Judas Iscariote, el que lo iba a entregar, dijo que se podía haber vendido ese perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres. Jesús replicó: “Déjala, lo tenía guardado para mi sepultura; porque a ´los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis” (Jn 12,1-8). “Al día siguiente, la gran multitud de gente que había venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramos de palmeras y salieron a su encuentro gritando: ¡Hosanna!, ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!, el rey de Israel. Encontrando Jesús un pollino, montó sobre él, como está escrito: No temas, hija de Sión, mira que viene tu rey, sentado sobre un pollino” (12,12-15).
  24. Ha llegado la hora. Entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos que querían ver a Jesús. Andrés y Felipe fueron a decírselo. Jesús contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”, “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”, “ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré: padre, líbrame de esta hora? Pero si para esta hora he venido, ¡padre, glorifica tu nombre!” Vino entonces una voz del cielo: ”Le he glorificado y le glorificaré”. La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno. Otros decían: “Le ha hablado un ángel”. Jesús respondió: “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo cuando sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia mí”. La gente replicó: “La Escritura nos dice que el Mesías permanece para siempre; ¿cómo dices tú que el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto?”. Jesús contestó: “Todavía os queda un poco de luz”, “mientras hay luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz”, “Jesús se fue y se escondió de ellos. Aunque había hecho tantas señales delante de ellos no creían en él” (Jn 12,23-37).
  25. Última cena. “Llega la hora de pasar de este mundo al padre” (Jn 13,1). En la última cena, Jesús lava los pies a los discípulos, anuncia la traición de Judas, las negaciones de Pedro, la dispersión de los discípulos: “El que se ha bañado, no necesita lavarse, está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos” (13,10). “os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (13,15), “en esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os amáis los unos a los otros” (13,35), “no se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa del padre hay muchas moradas” (14,1-2), “si alguno me ama, guardará mi palabra y mi padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (14,13). “no os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros sí me veréis”, “el que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi padre, y yo le amaré y me manifestaré a él” (14, 18-21), “el espíritu santo, que el padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy” (14,26-27), “yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (15,5), “vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, como yo en vosotros“ (15, 3-4), “si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (15,20), “la mujer, cuando va a dar a luz, se pone triste porque ha llegado la hora, pero, cuando da a luz al niño, ni se acuerda del apuro”, “también vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón” (16,22), “salí del padre y he venido al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al padre” (16,28).
  26. El juicio del mundo. El espíritu revisará el proceso de Jesús: “Convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en el referente al juicio: en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia, porque me voy al padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el príncipe de este mundo está juzgado” (16.6-11), el espíritu “no hablará por su cuenta”, el padre “recibirá de lo mío y os lo anunciará” (16,14-15), Jesús ora por los discípulos: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (17,3), “cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sea uno como nosotros” (17,11). Dicho esto, pasó Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto (18,1).
  27. La gloria de la cruz. En el proceso que se le hace, dice Jesús a Pilatos: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos, pero mi reino no es de aquí”. Pilato le dice: ¿Luego tú eres rey? Responde Jesús: “Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (18, 36-37). Jesús muere la víspera de la pascua (18,28), el 14 de Nisán, a la hora en que se sacrifica el cordero pascual. Según cálculos astronómicos, fue el 7 de abril del año 30. Juan percibe ya en el cumplimiento de la palabra la gloria de la cruz: “Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica”, “tengo sed”, “no se le quebrará hueso alguno”, “mirarán al que atravesaron” (19,24.28.36-37; ver Sal 22 y 34; Za 12,10).
  28. La gloria de la resurrección. La experiencia de los discípulos es dura, escandalosa, desconcertante: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2). Pero hay huellas que nadie puede borrar: el Señor se aparece a María Magdalena, que es llamada por su nombre (20,16); a los discípulos, que reciben la señal de la paz y el soplo del espíritu (20,19-23); a Tomás, que reconoce la presencia de Jesús como Señor y la acción de Dios: “Señor mío y Dios mío” (20,28); a siete discípulos, que descubren que el Señor pesca con ellos (21,7) y confirma a Pedro en su función pastoral (21,15-17). Es la gloria de la resurrección. Pesca en el mar de Galilea: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos”. Fueron a pescar, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amanecía, estaba Jesús en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Jesús. Él les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. La echaron y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces: ciento cincuenta y tres. El discípulo amado dice entonces a Pedro: “Es el Señor” (21,1-11).