En el principio era la palabra
 

EL CASO ALDO MORO

La verdad inconfesable

16 de marzo de 1978. El presidente de la Democracia Cristiana (DC) Aldo Moro, se dirige a la Cámara de los diputados, donde esa mañana tiene lugar la votación para la investidura del nuevo gobierno en el que por primera vez el Partido Comunista Italiano (PCI) llega al poder. Acaba de conseguir un acuerdo de solidaridad nacional entre la DC y el PCI para afrontar la grave crisis económica, social y política que vive Italia, asumiendo el proyecto eurocomunista de Enrico Berlinguer llamado “Compromiso Histórico”.  Por falta de alternancia, la democracia italiana está incompleta. Por diversos motivos, al acuerdo de solidaridad nacional se oponen Estados Unidos y la Unión Soviética. Se remiten a la Conferencia de Yalta (1945), que se considera el comienzo de la Guerra Fría. En la foto, el político italiano con Pablo VI (Alamy/Cordon Press).

Un comando, vestido con uniformes de piloto civil, le espera en vía Fani. El comando mata a los hombres de su escolta y secuestra a Moro, artífice del nuevo gobierno. Las Brigadas Rojas (BR) asumen la responsabilidad del secuestro y exigen la liberación de trece presos como condición del rescate. Si no, Moro será ejecutado. En otros casos y con final feliz, la DC ha negociado con los terroristas. Ahora rechaza cualquier negociación. La misma actitud mantiene el PCI. Para Moro, el objetivo fundamental del Estado debía ser salvar vidas humanas. El 9 de mayo, tras 55 días de secuestro, Moro es ejecutado. Su cuerpo es dejado en vía Caetani cerca de las sedes de la DC y del PCI, en el maletero de un coche. El caso Aldo Moro fue declarado Secreto de Estado. Se dio de los hechos una versión que se consideró asumible. Sin embargo, cuarenta años después, queda al descubierto la verdad inconfesable.

Un delito anunciado

El periodista Mino Pecorelli, que tuvo estrechos contactos con los servicios secretos italianos, anunció de diversas maneras el trágico destino de Moro. Por ejemplo, el 13 de septiembre de 1975  escribe en su agencia de prensa (OP): “Un funcionario del séquito de Ford, de visita en Roma, llegó a decir: Lo veo negro. Hay una Jacqueline en el futuro de vuestra península”. El 15 de marzo de 1978, el día antes del secuestro, Pecorelli publica el siguiente mensaje, necrológico y sibilino: “A 2022 años de las Idus de marzo el genio de Roma honra a César 44 a.C.- 1978 d.C. Precisamente en las Idus de marzo de 1978 el gobierno Andreotti presta juramento en las manos de Leone Giovanni. ¿Debemos esperar un Bruto? ¿Quién será?”.

Pecorelli está informado de las cartas que escribe Moro desde su prisión, incluso antes de ser publicadas. Así, por ejemplo, el 18 de abril informa de la carta en la que se dice a los hombres de la DC: “mi sangre recaerá sobre vosotros”. El 2 de mayo denuncia: “La emboscada de vía Fani lleva el sello de un lúcido superpoder. La captura de Moro representa una de las más grandes operaciones políticas cumplidas en los últimos decenios en un país industrial, integrado en el sistema occidental. El objetivo primario es, sin más, el de alejar al partido comunista del área del poder en el momento en que se da el último paso, la directa participación en el gobierno del país. Es un hecho que se quiere que no suceda”. Y también: “El cerebro director que ha organizado la captura de Moro no tiene nada que ver con las Brigadas Rojas tradicionales. El comando de vía Fani expresa de forma insólita pero eficaz la nueva estrategia política italiana”.

El 17 de octubre dice: “El ministro de policía lo sabía todo, sabía incluso donde estaba preso, en la parte del ghetto”. Y añade enigmáticamente: “¿Por qué no ha hecho nada? El ministro no podía decidir nada sobre dos pies; debía escuchar más alto y aquí está la cuestión. ¿Cuánto más alto?”. El 16 de enero de 1979 Pecorelli anuncia nuevas revelaciones, pero dos meses después es asesinado: dos disparos y una piedra en la boca, por hablar.

Alberto Franceschini, uno de los fundadores de las BR, que no participó en el secuestro porque estaba en la cárcel, dijo en L’Unità el 6 de agosto de 1991: “En cierto momento comencé a preguntarme: ¿A quién estamos haciendo el juego? Mis dudas comenzaron cuando sectores de la DC comenzaron a visitarnos en la cárcel. Pensábamos que venían buscando hacer conjuntamente un poco de luz. Sin embargo, no: me di cuenta de que venían donde nosotros para conseguir silencios” (A.C. Moro, 40-41).

El brigadista Próspero Gallinari reconoce que contaron con tutela externa: “Entonces había quien debía buscarnos y, sin embargo, no lo hacía porque era de la P2, porque les convenía la muerte de Moro” (L’Unità, 3-12-1990). Además, infiltrados en las BR los hubo desde el comienzo. El general Giovanni Romeo, jefe del Departamento D del servicio secreto militar en los años 1975-1978, dice a la comisión parlamentaria antiterrorista: “Cuando todos hablaban de afrontar el terrorismo mediante infiltraciones, el Departamento D ya lo había hecho”.

El 28 de marzo de 1978 un anónimo informador da pistas que con mucho retraso (cuarenta días después) conducen a la localización de la tipografía de las BR, dirigida por Mario Moretti,. considerado el director del secuestro, El jefe de policía Antonio Fariello dijo a la comisión que prefirió esperar para sorprender también a Moretti. Sin embargo, en la tipografía se descubrió que la máquina impresora procedía de los servicios secretos. Exactamente, del RUS (Raggruppamento Unità Speciali). Moretti, llamó por teléfono a casa de Moro y le dijo a la hija: “Habéis sido un poco engañados y estáis razonando sobre un equívoco”, “el problema es político, y debe intervenir la DC”, “nosotros ya hemos tomado una decisión, en las próximas horas sucederá lo inevitable” (Flamigni, La tela di ragno, 279). 

En abril de 1979, el juez paduano Pietro Calogero recibe testimonios que implican en la actividad subversiva a los dirigentes del Instituto Hyperion, una “escuela de lenguas” fundada en París en 1974 por Corrado Simioni, Giovanni Mulinaris, Duccio Berio, Franco Troiano, Françoise Tuscher e Innocente Salvoni. Los dirigentes de esa escuela habían obtenido el beneplácito del servicio secreto francés y gozaban también del apoyo del dominico Félix Andrew Morlion, fundador del servicio secreto vaticano Pro Deo y agente de la CIA. El Instituto Hyperion tenía sede en París.

Previamente, a comienzos de 1978, el Instituto había abierto una sede en Roma, en el mismo edificio donde funcionaban algunas sociedades de cobertura del Servicio de Información y Seguridad Militar (SISMI). Y abrió otra en Milán. Ambas sedes fueron cerradas tras el asunto Moro. Entre las fotos difundidas tras el secuestro, dos testigos reconocen a Innocente Salvoni (miembro del Hyperion) como uno de los brigadistas de vía Fani, pero el coronel Antonio Cornacchia (hombre de la P2) declara infundados ambos testimonios.

En noviembre de 1992, Corrado Simioni, dirigente del Hyperion, junto con el abad Pierre (tío de Françoise Tuscher, mujer de Innocente Salvoni) es recibido en audiencia privada por el papa Juan Pablo II (L’Espresso, 28-3-1993). En el material secuestrado tras el arresto de Valerio Morucci y Adriana Faranda, brigadistas que participaron en la operación Moro, se encontró la dirección y el número de teléfono de Marcinkus, presidente del IOR, así como el número del dominico Morlion.

El 9 de abril de 1985, Nara Lazzarini, secretaria de Licio Gelli (jefe de la P2), declaró al juez Libero Mancuso, del tribunal de Bolonia, que en la misma mañana de la masacre de vía Fani el jefe de la P2 recibió a dos personas en el Hotel Excelsior de Roma y durante el coloquio oyó decir: “Lo más está hecho. Ahora veremos las reacciones”. En una reunión previa al secuestro de Moro, Gelli avisó a los miembros de la P2 reunidos en su villa de Arezzo: “Si los comunistas acceden al poder, accederán también a los secretos de la OTAN”.

La comisión parlamentaria antiterrorista pidió al ministerio del Interior la documentación correspondiente al secuestro de Moro y a los intentos realizados para salvarle, pero el ministro Vincenzo Scotti respondió: “No hay documentación referente a los llamados comités de crisis instituidos durante el secuestro del honorable Moro”, “se han encontrado copias de apuntes en su momento tomados por ‘expertos’, y precisamente por los profesores Ferracuti, Silvestri, Pieczenik, Conte Micheli”.

Franco Ferracuti es un criminólogo afiliado a la P2, Stefano Silvestri es un estudioso de problemas militares, Giulia Conte Micheli es grafóloga y Steve Pieczenik es jefe del Servicio de antiterrorismo del Departamento de Estado americano, hombre de confianza de Henry Kissinger. El experto americano, llamado secretamente por el ministro del Interior (Cossiga) sin que ni siquiera la embajada americana se enterara, aconsejó mantener firme el “punto estratégico” sintetizado en el slogan: “Ninguna concesión, ningún chantaje, ninguna negociación”. Había que “demostrar que Moro no era indispensable a la actividad de gobierno”, había que “disminuir la importancia de Moro y demostrar a través de la prensa que él no era directamente responsable de lo que estaba escribiendo y que, en efecto, había sufrido un lavado de cerebro” (Flamigni, 310-320).

Si no deja su plan, lo pagará caro

En 1974, siendo ministro de Exteriores, Aldo Moro acompañó al presidente Giovanni Leone en su visita a Estados Unidos. El encuentro con Kissinger fue muy duro y Moro estuvo a punto de dejar la política. Su mujer refirió a la comisión parlamentaria lo que le dijo al respecto: “Es una de las poquísimas veces en que mi marido me relata con precisión lo que le habían dicho sin revelarme el nombre de la persona... Ahora intento repetirlo como lo recuerdo: Honorable... usted debe dejar a un lado su plan político para llevar todas las fuerzas de su país a colaborar directamente. Aquí, o deja usted de hacer su plan o lo pagará caro. Entiéndalo usted como quiera”. En este contexto, Moro dijo a una alumna suya, María Luisa Familiari, estas palabras: “¿Pero crees que yo no sé que puedo terminar como Kennedy?” (Flamigni, Il mio sangue ricadrà su di loro, 23).

3 de octubre de 1973. Un extraño incidente ocurrido en Sofía, mientras Enrico Berlinguer, secretario general del PCI, al finalizar una visita a Bulgaria, se dirigía hacia el aeropuerto para volver a Italia. Un camión chocó contra el coche en el que iba el político italiano. Éste resultó herido y uno de los ocupantes murió en el acto. El periódico L’Unità lo presentó así: “Durante la reciente estancia en Bulgaria del secretario del PCI, el coche en el que viajaba ha tenido un incidente a consecuencia del cual el honorable Berlinguer presenta ligeros hematomas sin alguna consecuencia” (14-10-1973). Muchos años después Emanuele Macaluso, importante colaborador del líder comunista, comentó: “En el 73 en Sofía fue víctima de un accidente sospechoso” (L’Unità, 26-10-1991). Su mujer Letizia confirmó que su marido había expresado la sospecha de que aquel accidente fuera provocado. Moro sabía algo más. Lo dice Gero Grassi, diputado y promotor de la Comisión Parlamentaria de Investigación sobre el secuestro y la muerte de Aldo Moro (2014): “Berlinguer no quiso ir a los hospitales búlgaros. Llamó por teléfono al entonces ministro del Exterior, Aldo Moro, que le mandó un avión del Estado para recogerle” (Chi e perché ha ucciso Moro).   

Francesco Cossiga era el ministro del Interior durante el secuestro de Moro. Numerosos consejeros y colaboradores suyos estaban afiliados a la logia P2. En sus cartas desde la prisión, Moro le dedica palabras críticas. Por ejemplo, su posición le es “evocada por sugestión y, en cierto modo, inconscientemente impuesta”, “tiene el límite de tener colaboradores externos al ministerio”. Sin embargo, las palabras más duras son para Giulio Andreotti, entonces primer ministro de Italia: “Director frío, impenetrable, sin dudas, sin pálpitos, sin un momento de piedad humana”, “del cual todos los demás son obedientes ejecutores de sus órdenes”.

Del secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, dice que había proclamado “el año de Europa”, esto es, “un esfuerzo por colocar a Europa en el marco mundial y en el contexto de la política americana”, pero “se trataba de reducir a Europa a dimensión regional, dejando obviamente a América el espacio propio de la grandísima potencia a nivel mundial. Y esto es subrayado en un sentido no sólo político sino obviamente económico y militar” (A.C. Moro, 254, 262, 272-273).

El 31 de octubre de 2000 Juan Pablo II proclama a santo Tomás Moro (1478-1535) “patrón de los políticos y gobernantes”, aceptando la propuesta planteada en 1985 por el entonces presidente de la República Italiana, Francesco Cossiga. El propio Cossiga “presentó al nuevo patrón en el Vaticano” (El País, 27-10-2000). Sorprende que el promotor y presentador fuera Cossiga, que no hizo nada por salvar a Aldo Moro, moderno ejemplo de honestidad política. Todo ello fue celebrado en el contexto del jubileo de los políticos, en cuya preparación trabajó un grupo de 260 diputados y senadores italianos presididos por Giulio Andreotti (Vida Nueva, 11-11-2000). Así se escribe la historia. El papa Wojtyla puso el Evangelio al servicio del imperio. Richard Allen, que fue consejero de seguridad del presidente Reagan, caracterizó la relación de Reagan con el Vaticano como “una de las más grandes alianzas secretas de todos los tiempos” (Bernstein-Politi, 279; El día de la cuenta, 405-412).

Tenía que morir

Al magistrado Ferdinando Impossimato le ha costado 35 años llegar a la dura verdad: “Algunos militares, que eran de buena fe, han recordado datos importantes. El coronel Mario Paganini me dijo: Yo estuve del 20 de abril al 8 de mayo bajo la prisión de Moro para vigilar. Yo quedé estupefacto: el Estado sabía. ¿Y por qué no intervino? Porque el 7 de mayo tuvimos la orden del ministerio del Interior de no intervenir”.

8 de agosto de 2009. En Amalfi, el magistrado presenta su libro Doveva morire (2008), Tenía que morir. Se le acerca un señor y le dice: “Soy un ex carabinero. Yo estuve allí por Carlo Alberto Dalla Chiesa. Me encontraba bajo la prisión de Moro. Debíamos hacer la irrupción en la prisión y liberarlo. Éramos 9 carabineros del Grupo de Intervención Especial. El general Dalla Chiesa había encontrado la prisión cuatro días después del secuestro, el 20 de marzo. Llegaron dos hombres políticos, Andreotti y Cossiga, y le dijeron: Tú de momento no lo puedes hacer. Podría provocar la muerte de Moro”.   

El magistrado habla también del testimonio dado por el general Nicolò Bozzo, brazo derecho del general Alberto Dalla Chiesa: “Riccardo Dura (miembro de las BR) me habló del comportamiento extremadamente digno de Aldo Moro. Éste, enseguida tras el secuestro, pidió una Biblia, que recibió. A su modo Moro se declaró prisionero político y no ofreció algún tipo de colaboración a las Brigadas Rojas”.

Cartas de Moro. En una carta a su mujer escribe: “Puedes comprender cómo me faltáis todos”, “espero que vosotros me recordéis también, pero sin hacer dramas”, “por lo que a mí se refiere no tengo previsiones ni proyectos, pero confío en Dios que, en situaciones tan difíciles, no me ha abandonado nunca”. Y en otra carta: “He intentado todo y ahora sea hecha la voluntad de Dios, creo que volveré a vosotros de otra forma… Nos volveremos a ver, nos volveremos a encontrar, nos volveremos a amar”. Y en otra: “He entendido solo en estos días qué quiere decir que hay que añadir el propio sufrimiento a los sufrimientos de Jesús el Cristo para la salvación del mundo”, “se me ha prometido que devolverán mi cuerpo y algunos recuerdos”, “querría captar, con mis ojos mortales, cómo se verá después. Si hubiera luz, sería bellísimo”.

Al nieto Luca le escribe: “Sabrás que todos te hemos querido mucho y el abuelo quizá un poco más. Por lo poco que ha durado has sido toda su vida. Y ahora el abuelo Aldo, que se ve obligado a alejarse un poco, te repite todo su infinito afecto y afirma que quiere estar cerca. Tú no me verás, quizá, pero yo te seguiré… Yo estaré allí y te acariciaré, como siempre te he acariciado” (A.C. Moro, 285-293).

El papa Pablo VI imploró la liberación de Moro: “Os escribo a vosotros, hombres de las Brigadas Rojas. Os lo pido de rodillas, liberad a Aldo Moro, sencillamente, sin condiciones” (El País, 23-4-1978). Además, preparó una “gran suma de dinero” para pagar el rescate de su amigo, el líder democristiano.

El cardenal Luciani dijo en la basílica de San Marcos: “La personalidad de Moro, tanto en Italia como fuera, es reconocida por todos como emblemática y representativa no sólo de un partido, sino del país entero. Recordarla, con la comunidad veneciana, que tanto amo y a la cual indignamente he sido dado como pastor, me parece un deber”, “raras veces se ha visto a la inmensa mayoría del pueblo italiano manifestar, como en estos días, indignación, compasión, temores”, el papa ha hablado amargamente de “una mancha de sangre que deshonra nuestro país” (Opera Omnia VIII, 506).

Según la periodista Stefania Limiti, “en vía Massimi 91 había un elegante palacete, en el 78 propiedad del IOR, la Banca Vaticana, donde los investigadores de la Comisión Moro han identificado un escondite de las BR y donde muy probablemente fue organizada la prisión de Moro” (Il Fatto Quotidiano, 21-12-2016).

El periodista Paolo Cucchiarelli, autor del libro L’ultima notte di Aldo Moro (2018), recoge estos datos reveladores: en el secuestro de Moro “hubo especialistas que actuaban con una técnica militar que no tenían las BR”, “un avión vinculado a las estructuras americanas aterriza en Fiumicino en la tarde del 15 de marzo y despega en la mañana del 16 hacia las 10’15”, “a bordo de ese avión iba uno o más especialistas que participaron directamente",  “la Guardia di Finanza identificó la primera prisión de Moro en vía Massimi 91, un piso del IOR”, cuyo presidente era el arzobispo Marcinkus, “la Guardia di Finanza ofreció para la liberación de Moro un local en el centro de Roma (entre vía del Governo Vecchio y vía della Chiesa Nuova), donde en vez de la liberación se produjo el homicidio”.

El magistrado Ferdinando Impossimato concluye: “Desde la muerte de Moro, el mayor hombre de Estado desde el nacimiento de la República, se inició una parábola descendente de nuestro país de la cual no nos hemos recuperado. Desgraciadamente, llegaron al poder aquellos que considero responsables de su muerte, Andreotti y Cossiga”. Además, recoge la afirmación reciente de Steve Pieczenik, el asesor USA que (invitado por Cossiga) participó en el Comité de Crisis: “Nosotros  matamos a Moro en el sentido de que lo mataron las BR, pero porque fueron puestas en situación de no poder hacer otra cosa” (Prima Página, 8-9-2014).  El destino de Moro estaba escrito: Tenía que morir.

Jesús López Sáez