En el principio era la palabra
 

Supone para mí una inmensa alegría el poder disfrutar nuevamente de la ocasión de hablar en su ciudad. Todavía sigo firmando algunas de mis cartas con la her­mosa estilográfica con la que, en una de mis visitas, firmara en el Libro de Oro de la ciudad de Barcelona, y que lleva gra­bado el escudo de la ciudad. Al igual que en Madrid, también me hubiera gustado leerles a ustedes algunas escenas tomadas de mi autobiografía. Por ejemplo, aquella simpática anécdota sobre la diferen­cia entre Barcelona y Madrid, una diferencia que naturalmente ustedes conocen bien, y que me contó, ya en 1957, un pediatra catalán durante un largo viaje en tren de Suiza a Barcelona, lo cual me hizo recordar la diferencia entre las ciu­dades italianas de Roma y Milán. Mi interlocutor había acudido un lunes por la mañana a un ministerio en Madrid, encontrándoselo cerrado. «¿Es que aquí no se trabaja?», le preguntó al conserje. Tras la ventanilla enrejada éste le contestó: «Eso es por la tarde». Y el catalán, dirigiéndose a mí: «¿Está claro? Eso es Madrid: por la mañana de vacaciones, y por la tarde a hacer el holgazán...». Comprendí lo que me decía. Pero los clichés están para ser corregidos.