En el principio era la palabra
 

LA MISIÓN DE JESÚS (IV)

Hemos visto su gloria

  1. Volviendo a las fuentes, abordamos la misión de Jesús desde una perspectiva especial: el evangelio de Juan. Detrás de cada evangelio (Marcos, Mateo, Lucas, Juan) hay un apóstol y hay una comunidad o una red de comunidades, las comunidades de Pedro, Santiago, Pablo, Juan. El evangelio de Juan es distinto. Desde el prólogo al epílogo, pasando por las señales, los diálogos y la hora final, el evangelio sigue el rastro de la palabra de Dios. Por supuesto, el discípulo siente la ausencia de Jesús, pero vive su misteriosa presencia. Con él su comunidad lo atestigua: Hemos visto su gloria (Jn 1,14).
  2. El otro discípulo. En el evangelio de Juan los dos primeros discípulos de Jesús son Andrés y otro discípulo que no se nombra: ¿Quién es?, ¿de quién se trata? Los dos son discípulos de Juan Bautista: “Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dijo: He ahí el cordero de Dios. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: ¿Qué buscáis? Ellos le respondieron: Rabbí, que quiere decir maestro, ¿dónde vives? Les respondió: Venid y lo veréis. Fueron y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima”, las cuatro de la tarde (Jn 1,35-39). Entonces ¿quién es el discípulo que no se nombra? Es el autor del evangelio, uno de los cuatro primeros discípulos de Jesús. No se identifica a sí mismo, pero lo hacen los demás: “Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés”, “un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan” (Mc 1,16-20; ver Mt 4,18-22; Lc 5,1-11). El otro discípulo es Juan. 
  3. El discípulo amado. Ese discípulo no es un cualquiera. Es con Santiago uno de los hijos de Zebedeo (Mc 1,19-20) y de Salomé (15,40; Mt 27,56). Jesús los llama “hijos del trueno” (Mc 3,17). Son “compañeros de Simón” (Lc 5,10). Como Simón y Andrés, son de Betsaida, una de las ciudades que rechazan a Jesús (Mt 11,21). Cuando Jesús los llamó, “estaban en la barca arreglando las redes”, “dejando a su padre en la barca con los jornaleros, se fueron con él” (Mc 1,19-20). Cuando una aldea de samaritanos no recibe a los discípulos porque van a Jerusalén, Santiago y Juan reaccionan de forma tremenda: ¿Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos? Jesús los regaña (Lc 9,54-55). Cuando Jesús, yendo a Jerusalén, la que mata a los profetas (Mt 23,37), anuncia su propio destino como “hijo del hombre”, Santiago y Juan esperan todavía el éxito humano de Jesús y tienen grandes aspiraciones (Mc 10,35-40; Mt 20,20-23); ellos y Pedro tienen especial confianza con Jesús (Mc 5,37; 9,2; 14,33). En la última cena, Juan está al lado de Jesús, es “el discípulo amado” (Jn 13, 20), permanece con él al pie de la cruz y acoge en su casa a la madre de Jesús (19,25-27); llega con Pedro al sepulcro; al entrar, “vio y creyó” (20,3-10). Pedro y Juan responden al sumo sacerdote que les prohíbe enseñar en nombre de Jesús: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,19). El año 44 Herodes Agripa “hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan” (Hch 12,2). Quizá entonces, como Pedro, Juan marcha “a otro lugar” (12,17). Juan participa en el encuentro de Jerusalén que acoge a los gentiles (Ga 2, 9). Desterrado en la isla de Patmos, escribe el Apocalipsis (Ap 1,9). Es “el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero” (Jn 21,24), forma parte de un “nosotros” que ha acogido la palabra de Dios revelada en Jesús y afirma: “Hemos visto su gloria” (1,14).
  4. Confesión de fe. El evangelio se escribe con este fin: “para que creáis que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20,31). Obviamente, es la confesión cristiana común que proclama Pedro: “A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros…vosotros le matasteis clavándole en la cruz por medio de los impíos; a éste, Dios le resucitó”, “sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús que vosotros habéis crucificado” (Hch 2,22-36). La redacción del evangelio puede situarse antes del año 60. Las comunidades que viven el evangelio de Juan tienen una larga historia de rechazo por parte de la sinagoga. Además, la cultura dominante (gnosis, sabiduría) choca con el papel central de Cristo en medio de la creación y de la historia (Col 2,1-4). El papiro P52, del año 125 d.C., es el testimonio más antiguo del evangelio de Juan (Jn 18,31-33 y 37-38). Se conserva en la biblioteca John Rylands de Manchester.
  5. En el principio era la palabra. Juan canta en el prólogo, un himno de acción de gracias, la inmensa aventura de la palabra de Dios, siguiendo estas grandes etapas: el mundo, el pueblo elegido, Cristo. Como la sabiduría, la palabra es un atributo de Dios. Quien habla es Dios: “En el principio era la palabra y la palabra estaba en Dios y la palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas” (1,1-5). El universo nos habla de Dios: “Los cielos cantan la gloria de Dios, el universo anuncia la obra de sus manos” (Sal 19). Dios nos habla a través de la creación. El mundo no es producto del azar ni está ciegamente orientado: “Todo lo dispusiste con medida, número y peso” (Sb 11,20). Según la tradición rabínica, en el principio era la Ley: "Siete cosas fueron creadas antes que el mundo lo fuera: la Ley, el Arrepentimiento, el Paraíso, la Gehenna, el Trono de Gloria, el Santuario y el Nombre del Mesías" (Pesahim 54ª Bar.; ver Jn 17,24). Juan va más allá de la ley, cuando proclama: “En el principio era la palabra”, “en el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció” (Jn 1,10).
  6. Hubo un hombre enviado por Dios. “Se llamaba Juan: Éste vino para un testimonio”, “no era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz” (Jn 1,6-8). Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”, “yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con espíritu santo. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el hijo de Dios” (1,26-34; ver 8,58). Según la tradición rabínica, Dios creó el nombre del Mesías (en griego, Cristo) antes de la creación del mundo: “El nombre del Mesías estaba en la presencia de Dios antes de la creación del mundo, es decir, su venida era parte del designio originario de Dios para el universo que se proponía crear” (Dodd, 104). En Jesús brilla la gloria de Dios (Jn 17,1), en él se cumple el proyecto que Dios tiene desde el principio.
  7. 7. La palabra rechazada en su casa: “Vino a su casa y los suyos no la recibieron” (Jn 1,11). En medio de la indiferencia general, Dios elige un pueblo, al que pudiera hablar de manera más clara y familiar. Dios llama a todos: “¿No está llamando la sabiduría? Y la prudencia, ¿no alza su voz? A vosotros, hombres, os llamo”, “escuchad: voy a decir cosas importantes” (Pr 8,1-6). Además, “la sabiduría se ha edificado una casa”, “ha mezclado su vino, ha aderezado también su mesa” (9,1-2; ver Mt 22,1-14). Como sucede con la sabiduría y la prudencia de Dios, la palabra aparece personificada. Personificar significa atribuir vida o acciones de persona a quien no lo es. En este caso, una abstracción, un atributo de Dios. Quien llama, quien invita, quien habla es Dios. Pues bien, en su conjunto, el pueblo elegido rechaza la palabra de Dios. Pero hubo y hay un resto: “A todos los que la recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre”. Éstos “han nacido de Dios” (Jn 1,12-13). Es un nuevo nacimiento: “Tenéis que nacer de lo alto”, dice Jesús a Nicodemo (3,8). 
  8. La palabra se hizo carne: “Y la palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del padre como hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Toda la creación es manifestación de Dios, pero Dios se manifiesta plenamente en un hombre, que tiene su propia identidad, Jesús de Nazaret: “Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta”, dice Jesús, “el padre que permanece en mí es el que realiza las obras” (14,10), “todo me ha sido entregado por mi padre, y nadie conoce bien al hijo sino el padre, ni al padre le conoce bien nadie sino el hijo, y aquel a quien el hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 27). El cuerpo de Cristo es la tienda del encuentro con Dios (Ex 40,34-35), el lugar de su presencia en medio de nosotros. De una forma especial, se cumple la palabra que dice:Pon tu tienda en Jacob” (Eclo 24,8). En cartas de Pablo que tienen que ver con Éfeso, la Iglesia es “cuerpo de Cristo” (1 Co 12,27; 3,16, escrita en Éfeso) y “templo de Dios” (Ef 4,12; 2,21; Dodd, 304). Cristo ofrece lo que la ley no puede dar, el verdadero conocimiento de Dios: “La ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad nos son dadas por medio de Cristo”,de su plenitud hemos recibido todos, gracia tras gracia”, “a Dios nadie le ha visto jamás: el hijo único, que está en el seno del padre, nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,16-18). Jesús es “hombre” (Hch 2,22), “en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4,15). Según el docetismo de Serapión de Antioquía (+203), parece hombre, pero es Dios. Según el modalismo de Sabelio (hacia 215), Dios es un ser con tres modos de ser: Padre, Hijo, Espíritu. Atención, diversas traducciones presentan una vieja interpolación: “Dios unigénito” en vez de “el hijo único” (Jn 1,18).
  9. Primeros discípulos. Por el testimonio de Juan, dos discípulos suyos se hacen discípulos de Jesús. Uno de ellos es Andrés, que le dice a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41). Le lleva donde Jesús, que le dice: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, que quiere decir piedra” (1,41-42). Al día siguiente, Jesús llama a Felipe. Este se encuentra con Natanael y le dice: “Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado, Jesús, el hijo de José, el de Nazaret”. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. Éste le dice: ¿De qué me conoces? Responde Jesús: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Él le dice: “Rabí, tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel”. Jesús le contesta: “¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores”, “veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el hijo del hombre” (1,43-51). Todo esto ya, en la misión de Jesús
  10. Nueva creación. La misión de Jesús presenta una serie de signos, de señales. Dura tres años: hay tres pascuas. Es una nueva creación que aparece en el marco de seis días: “la pascua de los judíos” (Jn 2,13), “una fiesta de los judíos” (5,1), “la pascua, la fiesta de los judíos” (6,4), “la fiesta judía de las tiendas” (7,2), “la fiesta de la dedicación del templo” (10,22), “la pascua de los judíos” (11,55). La primera (1,19; 1,29; 1,35; 1,43; 2,1) y la última pascua (11,55) están precedidas a su vez de seis días: “Seis días antes de la pascua, fue Jesús a Betania” (21,1). Como en el principio, está naciendo un mundo nuevo. Las señales manifiestan que la creación no ha terminado: “Mi Padre trabaja hasta ahora y yo también trabajo” (5,17). El mundo pensado por Dios aparece en la misión de Jesús. La experiencia del Evangelio lo hace todo nuevo. Es una nueva creación: vino nuevo, templo nuevo, nacimiento nuevo, nueva agua, nuevo pan, mandamiento nuevo, sacerdocio nuevo. Se cumple lo que dice Pablo: “Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado” (2 Co 5,17). Se dice en el Apocalipsis: “Hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5).
  11. Vino nuevo. Tras la llamada de los primeros discípulos, Jesús asiste a una boda en Caná de Galilea (Jn 2,1-12). La boda se celebra según los usos y costumbres de la tradición judía. Entre los invitados está la madre de Jesús. Está también Jesús con sus discípulos. Jesús transforma el agua de las purificaciones judías en el vino nuevo del Evangelio: “Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria”. El Evangelio tiene un efecto demoledor en las viejas instituciones: “No se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino revienta los odres” (Mc 2,22). Jesús sustituye el agua de las purificaciones judías, es decir, “todo el sistema de la observancia ritual judía” (Dodd, 301).
  12. Templo nuevo. Jesús no sólo purifica el templo, sino que lo sustituye: “Se acercaba la pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes, y a los que vendían palomas les dijo: Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi padre”. Sus discípulos se acordaron de que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Los judíos le preguntaron: ¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos replicaron: Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,13-21). La purificación del templo significa “la destrucción y la sustitución del sistema de observancia religiosa del que el templo era el centro”; además, es el “signo” de la destrucción y resurrección del cuerpo de Jesús (Dodd, 303, 385).
  13. 13. Nacimiento nuevo. Nicodemo, representante del orden viejo, “magistrado judío” y “maestro en Israel”, fue donde Jesús de noche y le dijo: “Sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas, si Dios no está con él”. Jesús le dice: “El que no nazca de lo alto no puede ver el reino de Dios”. ¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?, pregunta Nicodemo. “Tenéis que nacer de nuevo”, responde Jesús, “el que no nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el reino de Dios”, “el viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que nace del espíritu”, “Dios no ha enviado a su hijo al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado, pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del hijo único de Dios” (Jn 3,1-21).
  14. Nueva agua. La samaritana, en diálogo con Jesús, pasa de la sed al agua de la vida: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo le dé, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor que salta hasta la vida eterna”. En la tradición rabínica el agua es un símbolo de la Ley. Como el agua, la ley purifica, apaga la sed y promueve la vida. En el diálogo con Jesús aparece la vida que está llevando la mujer: “Has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo”. Tanto el templo de Jerusalén como el de Garizim pertenecen a “lo de abajo”, “llega la hora (ya estamos en ella) en que los verdaderos adoradores adorarán al padre en espíritu y verdad” (Jn 4,1-42).
  15. Curación del hijo del funcionario real. Un hombre, cuyo hijo está enfermo en Cafarnaúm, se enteró de que Jesús estaba en Galilea. Fue donde él y le rogó que bajase a curar a su hijo. Jesús le dijo: "Si no veis señales y prodigios, no creéis". El hombre insistió: "Señor, baja antes de que se muera mi hijo". Le dijo Jesús: "Vete, que tu hijo vive". Creyó el hombre en la palabra de Jesús y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos y le dijeron que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. Ellos contestaron: "Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre". El hombre comprobó que era la hora en que le dijo Jesús: "Tu hijo vive", y creyó él y toda su familia (Jn 4, 46-54).
  16. El paralítico de Betesda y obras mayores. Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Junto a la puerta de las ovejas, que eran conducidas al templo, está la piscina de Betesda, en hebreo “casa de la corriente”. Tiene cinco pórticos. En ellos yace "una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua" (Jn 5,1-4). Son "un símbolo de los cinco libros de la Ley", "la enseñanza oficial de la Ley" oprime al pueblo (Mateos, 267). En la experiencia del Evangelio, la comunidad es piscina, comunidad que cura. La curación tuvo lugar en sábado: “Los judíos perseguían a Jesús porque hacía estas cosas en sábado”. Jesús les dijo: “Mi padre sigue trabajando, y yo también trabajo”. Los judíos le dicen que se endiosa. Jesús responde: “El hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al padre”, “el padre ama al hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta para vuestro asombro”. ¿Cuáles son esas obras mayores? En primer lugar, la resurrección de los muertos: “Como el padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el hijo da vida a los que quiere”. En segundo lugar, el juicio: “Todo juicio lo ha entregado al hijo”, “el que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado tiene vida eterna, y no incurre en juicio”, “las obras que el padre me ha encomendado realizar, dan testimonio de mí”, también las Escrituras “dan testimonio de mí” (Jn 5,16-39).
  17. Nuevo pan. Jesús pone una mesa para cinco mil: “Lo seguía mucha gente”, “estaba cerca la pascua”. La gente, al ver la señal que había hecho, decía: “Este es verdaderamente el profeta que tenía que venir al mundo”. Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró a la montaña él solo (Jn 6,1-15). Jesús evita la estrategia (nacionalista) de la multitud. Al atardecer, bajaron sus discípulos a la orilla del mar y, subiendo a una barca, se dirigían a Cafarnaúm: “Soplaba un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo. Pero él les dijo: Soy yo, no temáis”. En medio de la borrasca, Jesús abre un camino en medio de las aguas (Jn 6,16-21). Para Jesús su alimento es hacer la voluntad de Dios y llevar a cabo su obra (Jn 4,34). En Cafarnaúm anuncia “el alimento que perdura para la vida eterna” (6,27). Más aún, se presenta como “el pan de vida” (6,35): “vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron“, “yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. ¿Cómo? “El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él” (6,49-56). Muchos no entienden el lenguaje de Jesús, le abandonan: “Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él” (6,66).
  18. La luz del mundo. En la fiesta de las tiendas se llevaba agua de la piscina de Siloé al templo y se le iluminaba con antorchas. El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús puesto en pie gritó: “El que tenga sed, que venga a mí y beba”, “de su seno brotarán ríos de agua viva” (Jn 7, 37-38). Dijo también: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Le dijeron los judíos: “Tu das testimonio de ti mismo”. Les contestó: “En vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo doy testimonio de mí mismo y, además, da testimonio de mí el que me ha enviado” (8,12-18). Durante algún tiempo se pensó que un mundo dividido en luz y tinieblas procedía del mundo griego. Sin embargo, “la semejanza, en el vocabulario y en el pensamiento, entre los manuscritos del Mar Muerto y el Evangelio de Juan es verdaderamente sorprendente, y debería eliminar para siempre la idea de que Juan es en todo un producto del mundo no judío“ (Brown, 24). Por Juan Bautista pudo pasar la influencia de Qumrán. No obstante, la contraposición entre luz y tinieblas pertenece a la experiencia profética.
  19. Choque frontal. Dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: “Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Ellos respondieron: “Nosotros somos hijos de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie”. Jesús les dijo: “Si fuerais hijos de Abrahán, harías lo que hizo Abrahán”, “vosotros hacéis las obras de vuestro padre”. Le dijeron: “Nosotros no somos hijos de prostitución: tenemos un solo padre: Dios”. Jesús replicó: “Si Dios fuera vuestro padre, me amarías a mí, porque he salido y vengo de Dios, no he venido por mi cuenta, sino que él me ha enviado” (Jn 8,31-41).
  20. El ciego de nacimiento. En la piscina de Siloé, que significa Enviado, un joven descubre la luz que se llama Cristo. Estaba anunciado: “Yo, el Señor, te he llamado en justicia, te cogí de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las naciones, para abrir los ojos ciegos, para sacar de la cárcel al preso, de la prisión a los que viven en tinieblas” (Is 42, 6-7). La experiencia del Evangelio entraña un paso de la ceguera a la luz. La tradición catecumenal y litúrgica de la Iglesia ha visto aquí el proceso de todos aquellos que se encuentran con Cristo. La comunidad es piscina del Enviado, donde el ciego cura su ceguera original. Es una señal del Evangelio: “los ciegos ven” (Mt 11,5). “Ni él pecó ni sus padres”, dice Jesús. El juicio está en acción. Dice Jesús: “Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven vean, y los que ven, se queden ciegos”. Los fariseos le preguntan: “¿También nosotros estamos ciegos?”. Responde Jesús: “Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís: Vemos, vuestro pecado permanece” (Jn 9,1-41). En la foto, piscina octogonal bajo la catedral de Milán. Data del año 335. En ella se bautizó San Agustín.
  21. El buen pastor. Jesús denuncia a los dirigentes del pueblo como malos pastores, ladrones y bandidos: “El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ese es un ladrón y un bandido”, “yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí, son ladrones y bandidos”, “yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”, “yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir el lobo y huye”, “también tengo otras ovejas que no son de este redil, también a esas las tengo que conducir y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10,1-16), “yo y el padre somos uno” (10,30), y también: “el padre es más que yo” (14,28).
  22. La resurrección. En Betania (“casa de los pobres”, cerca de Jerusalén), Jesús anuncia la resurrección de Lázaro. La experiencia del Evangelio irrumpe aquí en una situación concreta, la de un hombre que muere en la plenitud de la vida: "Yo soy la resurrección”, dice Jesús, “el que cree en mí, aunque muera vivirá". Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba. Luego dijo a sus discípulos: “Vamos de nuevo a Judea”. Jesús resucita a Lázaro, arriesgando su vida. La tradición catecumenal y litúrgica de la Iglesia ha visto aquí el proceso de todos aquellos que se encuentran con Cristo y pasan de la muerte a la vida. Por encima de todo, es una señal del Evangelio: “Los muertos resucitan” (Mt 11,5). Es una de las obras mayores en la que podemos colaborar. Jesús dice: “Resucitad muertos” (Mt 10,8), “desatadlo y dejadlo andar”. Se acercaba la pascua. Los sumos sacerdotes convocaron consejo contra Jesús: “Si le dejamos que siga así, …vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación” (Jn 11,1-57). Precisamente, cuarenta años después, los romanos destruyeron el templo y la nación. Jesús lo avisó: “No quedará piedra sobre piedra” (Mt 24,2).
  23. Unción de Betania, entrada mesiánica. Seis días antes de la pascua, Jesús va a Betania, donde le ofrecen una cena. Lázaro estaba con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, “le ungió los pies” (Jn 12,3). Marcos dice: “Lo derramó sobre su cabeza” (Mc 14,3). Le ungió como Mesías: “Donde se proclame el Evangelio, se hablará de lo que hizo esta mujer” (14, 9). Judas preguntó: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?”. Jesús contestó: “Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura”, “pobres siempre tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis”. Al día siguiente, la gente que había venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramas de palmeras y salieron a su encuentro gritando: “¡Hosanna!, ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!, el rey de Israel” (Jn 12,4-13). Se cumple la Escritura que dice: “Llevando ramos verdes y palmas, entonaban himnos hacia aquel que había llevado a buen término la purificación del templo” (2 Mc 10,5). Jesús viene humildemente, pacíficamente: “No temas, hija de Sión, mira que viene tu rey, sentado sobre un pollino” (Jn 12,15; Za 9,9). En la foto, evangelio de Juan, papiro 52, hacia el año 125.
  24. El grano de trigo. Entre los que han venido a la pascua, hay algunos griegos que quieren ver a Jesús. Andrés y Felipe se lo dicen a Jesús. Él comenta: “Ha llegado la hora”, “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da fruto”, “ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si para esta hora he venido, ¡Padre, glorifica tu nombre!”. Vino entonces una voz del cielo: ”Le he glorificado y le glorificaré”. Unos decían que había sido un trueno. Otros, que le había hablado un ángel. Jesús dijo: “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo cuando sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,23-32). La misión de Jesús termina en el rechazo general. Se cumple la palabra que dice: “Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio y el brazo del Señor a quién se le reveló?”. No podían creer, porque dice el profeta: “Ha cegado sus ojos y ha endurecido su corazón, para que no vean con sus ojos y entiendan en su corazón y se conviertan y los cure”. Esto dijo Isaías cuando vio su gloria y habló acerca de él (Jn 12, 38-40; Is 53,1).
  25. La última cena. Jesús la celebra “antes de la fiesta de la pascua, sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al padre” (Jn 13,1). La indicación es precisa: “El día judío empezaba por la tarde (el calendario judío era un calendario lunar, donde, obviamente, la noche -dominio de la luna- era el factor dominante para calcular el tiempo). Para Juan, la Pascua, en el día decimoquinto del mes de nisán, empezaba el viernes por la tarde, al ponerse el sol”. Por eso la cena del jueves y la crucifixión del viernes “forman parte del día 14 de nisán”, “pero durante la cena (la tarde antes de Pascua), Jesús realizó los gestos típicos del banquete pascual” (Brown, 114-115).
  26. Un mandamiento nuevo. En la última cena, Jesús lava los pies a los discípulos, “desciende al puesto más bajo de servicio”, de esa forma “los discípulos tienen parte con su maestro” (Dodd, 402; ver Flp 2,5-8): “Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13,15), “os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os amáis los unos a los otros” (13,34-35). Jesús anuncia la traición de Judas: “Uno de vosotros me va a entregar” (13,21), “aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado” (13, 26). Le dice a Pedro: “No cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces” (13, 38).
  27. Jesús se va, pero vuelve. En la cena de despedida, Jesús anima a los discípulos: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa del padre hay muchas moradas”, “cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo”. Jesús se va, pero vuelve: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él”, “yo pediré al padre y os dará otro abogado, para que esté con vosotros para siempre, el espíritu de la verdad” (Jn 14,1-16), “el espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena” (16,13). “No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros sí me veréis”, “el que cumple mis mandamientos, me ama; y el que me ama, será amado de mi padre, y yo le amaré y me manifestaré a él”, “el espíritu santo, que el padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy”, “me voy y vuelvo a vuestro lado”, “viene el príncipe de este mundo”, “levantaos, vámonos de aquí” (14,18-31). Al final de la cena seguía este texto: “Dicho esto, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto” (18,1). Los capítulos 15,16 y 17 se añadieron después. Marcos dice: “Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los olivos” (Mc 14,26). En la foto, evangelio de Juan, papiro 66, hacia el año 200.
  28. La vid y los sarmientos. “Yo soy la vid verdadera, y mi padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo poda, para que dé más fruto”, “yo soy la vid, vosotros los sarmientos”, “este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros” (Jn 15,1-12). Jesús “se manifiesta como la vid del nuevo Israel”, “la verdadera vid que comunica la savia vital a los sarmientos” (Brown, 132). Oración por la vid: “Cuida la cepa que tu diestra plantó y al hijo del hombre que tú fortaleciste” (Sal 80).
  29. El juicio del mundo. Jesús avisa a los discípulos: “Si el mundo os odia, sabed que me odió a mí primero” (Jn 15,18). El espíritu revisará el proceso de Jesús: “Convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio”, “el príncipe de este mundo está juzgado”. El espíritu “no hablará por su cuenta”, el padre “recibirá de lo mío y os lo anunciará” (16,6-15). Atención: “Veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del poder y venir sobre las nubes del cielo” (Mc 14,62) a juzgar la historia. Es una de las obras mayores en la que podemos colaborar: “Os sentaréis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 19,8).
  30. Como un parto. Jesús anuncia su muerte como un parto. Nace el hombre nuevo, el hombre soñado por Dios, nace Cristo: “La mujer, cuando da a luz, se pone triste porque le ha llegado la hora, pero cuando da a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto, por la alegría de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón”. Muy importante: “Lo que pidáis al padre en mi nombre os lo dará” (Jn 16,22-23). Oración “por el nombre de tu santo siervo Jesús”: “Concede a tus siervos predicar la palabra con toda valentía” (Hch 4,29-30).
  31. Oración de Jesús. Alzando los ojos al cielo, Jesús oró así: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu hijo, para que tu hijo te glorifique”, “esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes de que el mundo existiese”, “cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sea uno como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me has dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición” (Jn 17,1-26).
  32. La gloria de la cruz. Judas llega al monte de los olivos “con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos” y prenden a Jesús. En el proceso que se le hace, dice Jesús a Pilatos: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido”. Pilato trataba de librarle, pero los judíos gritaron: “Si sueltas a ese, no eres amigo del César”, “entonces se lo entregó para que lo crucificaran” (Jn 18,3-19,16). Jesús muere la víspera de la pascua, el 14 de Nisán, a la hora en que se sacrifica el cordero pascual; según cálculos astronómicos, el 7 de abril del año 30. Juan percibe en el cumplimiento de la palabra la gloria de la cruz: “Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica”, “tengo sed”, “no le quebrarán hueso alguno”, “mirarán al que atravesaron” (19,24.28.36-37; ver Sal 22 y 34; Za 12,10). José de Arimatea sepulta a Jesús (Jn 19, 38-42).
  33. La gloria de la resurrección. La experiencia de los discípulos es desconcertante: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2). Pero hay huellas que nadie puede borrar: el Señor se aparece a María Magdalena, que es llamada por su nombre (20,16); a los discípulos, que reciben la señal de la paz y el soplo del espíritu (20,19-23); a Tomás, que reconoce la presencia de Jesús como Señor y la de Dios, que resucita a Jesús y le constituye como Señor, como Cristo: “Señor mío y Dios mío” (20,28); a siete discípulos, que descubren que el Señor pesca con ellos (21,7) y confirma a Pedro en su función (21,15-17). Es la gloria de la resurrección. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Fueron a pescar, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amanecía, estaba Jesús en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Jesús. Él les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. La echaron y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces: ciento cincuenta y tres. El discípulo amado dice entonces a Pedro: “Es el Señor” (21,1-11).