- HEMOS VISTO SU GLORIA
El evangelio de Juan
1. Volviendo a las fuentes, nos acercamos al evangelio de Juan. Detrás de cada evangelio (Marcos, Mateo, Lucas, Juan) hay un apóstol y hay una comunidad o red de comunidades, las comunidades de Pedro, Santiago, Pablo, Juan. En relación a los otros, el evangelio de Juan es distinto. Desde el prólogo al epílogo, pasando por las señales, los diálogos y la hora pascual, el evangelio sigue el rastro de la palabra de Dios. Por supuesto, el discípulo siente la ausencia de Jesús, pero vive su misteriosa presencia. Con él una red de comunidades lo atestigua: “Hemos visto su gloria”(Jn 1,14).
2. La llamada del discípulo. En el evangelio de Juan los dos primeros discípulos de Jesús son Andrés y otro discípulo que no se nombra. Los dos son discípulos de Juan Bautista: “Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dijo: He ahí el cordero de Dios. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: ¿Qué buscáis? Ellos le respondieron: Rabbí, que quiere decir maestro, ¿dónde vives? Les respondió: Venid y lo veréis. Fueron y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima”, las cuatro de la tarde (Jn 1,35-39). Entonces ¿quién es el discípulo que no se nombra? Es el autor del evangelio, Juan, uno de los cuatro primeros discípulos de Jesús. No se cita a sí mismo, pero lo hacen los demás (ver Mt 4,18-22; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11).
3. El discípulo no es un cualquiera, es el discípulo amado. Es con Santiago uno de los hijos de Zebedeo (Mc 1,19-20) y de Salomé (15,40; Mt 27,56). Jesús los llama los “hijos del trueno” (Mc 3,17). Son “compañeros de Simón” (Lc 5,10). Como Simón y Andrés, son de Betsaida, una de las ciudades que rechazan a Jesús (Mt 11,21). Cuando Jesús los llamó, “estaban en la barca arreglando las redes”, “dejando a su padre en la barca con los jornaleros, se fueron con él” (Mc 1,19-20). Cuando una aldea de samaritanos no recibe a los discípulos porque van a Jerusalén, Santiago y Juan reaccionan de forma tremenda: ¿Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos? Jesús los regaña (Lc 9,54-55). Cuando Jesús, yendo a Jerusalén, la que mata a los profetas (Mt 23,37), anuncia su propio destino como “hijo del hombre”, Santiago y Juan esperan todavía el éxito humano de Jesús y tienen grandes aspiraciones (Mc 10,35-40; Mt 20,20-23); ellos y Pedro tienen especial confianza con Jesús (Mc 5,37; 9,2; 14,33). En la última cena, Juan está al lado de Jesús (Jn 13, 23), permanece con él al pie de la cruz y acoge en su casa a la madre de Jesús (19,25-27); llega con Pedro al sepulcro y, al entrar, “vio y creyó” (20,3-10). Pedro y Juan responden al Sumo Sacerdote que les prohíbe enseñar en nombre de Jesús: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,19). El año 44 Herodes Agripa “hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan” (Hch 12,2). Quizá entonces, como Pedro, Juan marcha “a otro lugar” (12,17). Juan participa en el encuentro de Jerusalén que acoge a los gentiles (Ga 2, 9). Desterrado en la isla de Patmos, escribe el Apocalipsis (Ap 1,9). Es “el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero” (Jn 21,24), forma parte de un “nosotros” que ha acogido la palabra de Dios revelada en Jesús y afirma: “Hemos contemplado su gloria” (1,14).4. Una antigua tradición atribuye el evangelio al apóstol Juan. Ireneo (hacia 140-202) identifica a Juan con el discípulo amado: “Finalmente Juan, el discípulo del Señor, el que se había reclinado sobre su pecho, también él publicó el evangelio, mientras moraba en Éfeso” (Eusebio, HE V, 8,4). En su niñez, Ireneo escuchó a Policarpo, obispo de Esmirna (69-155), y le oyó hablar de sus contactos con Juan: “Puedo incluso decir el sitio en que el bienaventurado Policarpo dialogaba sentado, así como sus salidas y sus entradas, la índole de su vida y el aspecto de su cuerpo, los discursos que hacía al pueblo, cómo describía sus relaciones con Juan y con los demás que habían visto al Señor y cómo recordaba las palabras de unos y otros; y qué era lo que había escuchado de ellos acerca del Señor, de sus milagros y su enseñanza; y cómo Policarpo, después de haberlo recibido de estos testigos oculares de la vida del Verbo, todo lo relataba en consonancia con las Escrituras” (HE,V,20,5-8).
5. Según Ireneo, Papías de Hierápolis(hacia 69-150) no se presenta a sí mismo como oyente de los apóstoles, sino que “enseña haber recibido lo referente a la fe de boca de quienes los habían conocido”. Estas son sus palabras: “Si acaso llegaba alguno que había seguido también a los presbíteros, yo procuraba discernir las palabras de los presbíteros: qué dijo Andrés, o Pedro, o Felipe, o Tomás, o Santiago, o Juan, o Mateo o cualquier otro de los discípulos del Señor” (HE, III, 39, 2 y 4). Clemente de Alejandría (hacia 180-211) dice que Juan “al ver que el aspecto material de las cosas ya había salido a la luz en los evangelios, movido por sus discípulos e inspirado por el soplo divino del Espíritu, compuso un evangelio espiritual" (HE, VI, 14,5-7). Clemente alaba a sus maestros, que “conservaban la verdadera tradición de la enseñanza bendita procedente en línea recta de los santos apóstoles, de Pedro y de Santiago, de Juan y de Pablo” (V, 11,5). Según Tertuliano (+ hacia 220), como Pedro y Pablo, Juan estuvo en Roma: "Allí el apóstol Juan, después de ser sumergido en aceite hirviendo (fue procesado),...fue relegado a la isla" (De praescriptione, 36,3). Según Clemente, “después que murió el tirano, Juan se trasladó de la isla de Patmos a Éfeso” (HE III 23,1 y 5). El tirano puede ser Nerón (+68). Domiciano murió el año 96.
6. El evangelio se escribe con este fin: “para que creáis que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20,31). Obviamente, es la confesión cristiana común que proclama Pedro: “A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros…vosotros le matasteis clavándole en la cruz por medio de los impíos; a éste, Dios le resucitó”, “sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús que vosotros habéis crucificado” (Hch 2,22-36). La última redacción del evangelio puede situarse antes del año 60. Las comunidades que viven el evangelio de Juan tienen una larga historia de rechazo por parte de la sinagoga. Además, la cultura dominante (gnosis, conocimiento) choca con el papel central de Cristo en medio de la creación y de la historia (Col 2,1-4). El papiro P52, del año 125 d.C., es el testimonio más antiguo del evangelio de Juan (Jn 18,31-33 y 37-38). Se conserva en la biblioteca John Rylands de Manchester.
7.Juan canta en un himno de acción de gracias (prólogo) la inmensa aventura de la palabra de Dios, siguiendo estas grandes etapas: el mundo, el pueblo elegido, Cristo: “En el principio era la palabra y la palabra estaba en Dios y la palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas”(1,1-5), “en el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció” (1,10). El universo nos habla de Dios. Más aún, el universo está inspirado: Dios nos habla a través de la creación. La creación es señal de Dios. El mundo no es producto del azar ni está ciegamente orientado: “Todo lo dispusiste con medida, número y peso” (Sb 11,20). Según la tradición rabínica, en el principio era la Ley: "Siete cosas fueron creadas antes que el mundo lo fuera: la Ley, el Arrepentimiento, el Paraíso, la Gehenna, el Trono de Gloria, el Santuario y el Nombre del Mesías" (Pesahim 54ª Bar.; ver Jn 17,24). Sin embargo, Juan proclama: En el principio era la palabra. En los Proverbios “el mandamiento es una lámpara y la enseñanza una luz” (Pr 6,23). Y en los salmos: “Tu palabra es una lámpara para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 119). Luz y vida se identifican: “En ti está la fuente de la vida y en tu luz vemos la luz”(Sal 36).
8. La misión de Juan Bautista: “Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino para un testimonio”, “no era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz” (1,6-8), “en medio de vosotros está uno a quien no conocéis”(1,26-27), “el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo” (1,15; ver 8,58). Se evoca la tradición rabínica, según la cual Dios creó el nombre del Mesías (en griego, Cristo) antes de la creación del mundo: “El nombre del Mesías estaba en la presencia de Dios antes de la creación del mundo, es decir, su venida era parte del designio originario de Dios para el universo que se proponía crear” (Dodd, 104). En Jesús brilla la gloria de Dios (Jn 17,1), en él se cumple el proyecto que Dios tiene desde el principio.
9. La palabra es rechazada en su casa: “Vino a su casa y los suyos no la recibieron”(Jn 1,11). En medio de la indiferencia general, Dios elige un pueblo, al que pudiera hablar de manera más clara y familiar. Dios llama a todos: “¿No está llamando la sabiduría? Y la prudencia, ¿no alza su voz? A vosotros, hombres, os llamo”, “escuchad: voy a decir cosas importantes” (Pr 8,1-6). Además, “la sabiduría se ha edificado una casa”, “ha mezclado su vino, ha aderezado también su mesa” (9,1-2; ver Mt 22,1-14). En su conjunto, el pueblo elegido rechaza la palabra de Dios. Pero hubo y hay un resto: “A todos los que la recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios”(Jn 1,12). Es un nuevo nacimiento: “Tenéis que nacer de lo alto”, nacer de Dios, dice Jesús (3,8).
10.La palabra se hizo carne: “Y la palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del padre como hijo único, lleno de gracia y de verdad” (1,14). Toda la creación es señal de Dios, pero es en un hombre donde Dios se manifiesta plenamente: “Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta”, dice Jesús, “el padre que permanece en mí es el que realiza las obras” (14,10), “todo me ha sido entregado por mi padre, y nadie conoce bien al hijo sino el padre, ni al padre le conoce bien nadie sino el hijo, y aquel a quien el hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 27), “muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por medio del hijo a quien nombró heredero de todo, por quien también hizo los mundos. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser” (Hb 1,1-3). El cuerpo de Cristo es la tienda del encuentro con Dios (Ex 40,34-35), el lugar de su presencia en medio de nosotros. De una forma especial, se cumple la palabra que dice:“Pon tu tienda en Jacob”(Eclo 24,8). Cristo ofrece lo que la ley no puede dar, el verdadero conocimiento de Dios: “La ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad nos son dadas por medio de Cristo”,“de su plenitud hemos recibido todos, gracia tras gracia”, “a Dios nadie le ha visto jamás: el hijo único, que está en el seno del padre, nos lo ha dado a conocer”(1,16-18). Jesús es “hombre” (Hch 2,22), “probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4,15). El docetismo afirma otra cosa: “parecía hombre”.
11. El evangelio se abre paso por el testimonio. Por el testimonio de Juan, dos discípulos suyos se hacen discípulos de Jesús. Uno de ellos es Andrés, que le dice a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías” (1,41). Le lleva donde Jesús, que le dice: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, que quiere decir piedra” (1,41-42). Al día siguiente, Jesús llama a Felipe. Este se encuentra con Natanael y le dice: “Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado, Jesús, el hijo de José, el de Nazaret”. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. Le dice Natanael: ¿De qué me conoces? Responde Jesús: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Le dice Natanael: “Rabí, tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel”. Jesús le contesta: “¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores”, “veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el hijo del hombre”(1,43-51).
12. La misión de Jesús se presenta en el marco de seis días: la pascua (2,13), una fiesta (5,1), la pascua (6,4), la fiesta de las tiendas (7,2), la fiesta de la dedicación (10,22), la pascua (11,35). La primera (1,19; 1,29; 1,35; 1,43; 2,1) y la última pascua (11,55;12,1) están precedidas a su vez de seis días. Como en el principio, está naciendo un mundo nuevo. Las señales manifiestan que la creación no ha terminado: “Mi Padre trabaja hasta ahora y yo también trabajo” (5,17). El mundo nuevo pensado por Dios está en acción en la misión de Jesús. La experiencia del Evangelio lo hace todo nuevo: nueva creación, nuevo nacimiento, nuevo pan, nuevo templo, nuevo sacerdocio.
13. La primera señal. Tras la llamada de los primeros discípulos, Jesús asiste a una boda en Caná de Galilea (Jn 2,1-12). La boda se celebra según los usos y costumbres de la tradición judía. Entre los invitados está la madre de Jesús, está también Jesús con sus discípulos. Aquella boda se celebra con el vino nuevo del Evangelio, no con el agua de las purificaciones judías (ver PC VI, 58. El vino nuevo).
14. La segunda señal es también en Caná, la curación del hijo del funcionario real. Un hombre, cuyo hijo está enfermo en Cafarnaúm, se enteró de que Jesús estaba en Galilea. Fue donde él y le rogó que bajase a curar a su hijo. Jesús le dijo: "Si no veis señales y prodigios, no creéis". El hombre insistió: "Señor, baja antes de que se muera mi hijo". Le dijo Jesús: "Vete, que tu hijo vive". Creyó el hombre en la palabra de Jesús y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos y le dijeron que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. Ellos contestaron: "Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre". El hombre comprobó que era la hora en que le dijo Jesús: "Tu hijo vive", y creyó él y toda su familia (Jn 4, 46-54).
15. La tercera señal: la curación del paralítico en la piscina de Betesda. Se celebraba "una fiesta de los judíos" y Jesús subió a Jerusalén. Junto a la Probática (puerta de los rebaños) hay una piscina que se llama en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía "una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua" (Jn 5,1-4). Los cinco pórticos son "un símbolo de los cinco libros de la Ley", son "el lugar de la enseñanza oficial de la Ley", que oprime al pueblo (Mateos, 267). En la experiencia del Evangelio, la comunidad es piscina de Betesda, comunidad que cura (ver PC VI, 59. Curad enfermos).
16. La cuarta señal es la multiplicación de los panes en la otra orilla del mar de Galilea. Jesús pone una mesa en el desierto (Jn 6,1-15). Tras la señal se produce un desencuentro. Muchos no entienden el lenguaje de Jesús, le abandonan, buscan otra cosa. Hasta los discípulos que le reconocen como Cristo no comprenden su modelo mesiánico. En el evangelio aparecen distintos grupos: los que pertenecen al mundo, que prefieren las tinieblas a la luz (3,19); los judíos, que están en las sinagogas y expulsan a quien reconoce a Jesús como Cristo (9,22); los seguidores de Juan el Bautista: unos siguen a Jesús (1,37), otros no; los judíos que pretenden creer, pero no pueden, porque prefieren la gloria de los hombres a la gloria de Dios (5,44); los familiares de Jesús: María (2,4;19,25), sus hermanos que no creen (7,5); los que se hacen discípulos: galileos (2,11), samaritanos (4,42), judíos (8,30), griegos (12,20); los discípulos que dejan de serlo (6,66).
17. La quinta señal es la tempestad calmada: “Al atardecer, bajaron sus discípulos a la orilla del mar, y subiendo a una barca, se dirigían al otro lado del mar, a Cafarnaúm. Había ya oscurecido, y Jesús no había venido donde ellos; soplaba un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo. Pero él les dijo: Soy yo, no temáis”. En medio de las borrascas, Jesús abre un camino en medio de las aguas (Jn 6,16-21).
18. La sexta señal es la curación del ciego de nacimiento en la piscina de Siloé (Jn 9,1-41): un joven se encuentra con la luz que se llama Cristo. La experiencia del Evangelio entraña un paso de la ceguera a la luz. La tradición catecumenal y litúrgica de la Iglesia ha visto aquí el proceso de todos aquellos que se encuentran con Cristo. La comunidad es piscina de Siloé, que significa Enviado, donde el ciego de nacimiento cura su ceguera original (ver PC I, 3. Los ciegos ven).
19. La séptima señal es la resurrección de Lázaro en Betania (Jn 11,1-54). La experiencia de fe irrumpe aquí en una situación concreta, la de un hombre que muere en la plenitud de la vida: "Yo soy la resurrección y la vida”, dice Jesús, “el que cree en mí, aunque muera vivirá" (11,25). La tradición catecumenal y litúrgica de la Iglesia ha visto aquí el proceso de todos aquellos que se encuentran con Cristo y pasan de la muerte a la vida (ver PC I, 7. Los muertos resucitan).
20. Al final, se añade otra señal, la pesca en el mar de Galilea: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos”. Fueron a pescar, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amanecía, estaba Jesús en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Jesús. Él les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. La echaron y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces: ciento cincuenta y tres. El discípulo amado dice entonces a Pedro: “Es el Señor” (21,1-11).
21. Los diálogos explican lo que dice y hace Jesús. Frecuentemente, se afronta un malentendido. Jesús expulsa a los mercaderes del templo diciendo: “No hagáis de la casa de mi padre una casa de mercado”. Los discípulos se acuerdan de que está escrito: “El celo de tu casa me consume”. Jesús es el nuevo templo (2,13-22; ver PC VI, 54. Un templo nuevo). Hay que nacer de nuevo, dice Jesús a Nicodemo (3,1-21; ver PC VI, 55. Nuevo nacimiento). La samaritana, en diálogo con Jesús, pasa de la sed al agua de la vida (4,1-42; ver PC I, 9. El agua viva). Jesús responde a la acusación de que se hace a sí mismo igual a Dios: “El hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al padre”(5,19). Tras la multiplicación de panes, Jesús se presenta como “el pan de vida” (6,35): “quien come de este pan, vivirá para siempre”, “habita en mí y yo en él” (6,51 y 56; ver PC VI, 56. Nuevo pan). En la fiesta judía de las tiendas, Jesús anuncia el agua viva (7,38), es “la luz del mundo” (8,12). El conflicto con los judíos se agudiza (8,39). Jesús es “la puerta” (10,7.9), “el buen pastor” (10,11): “Yo y el padre somos uno”(10,10), dice Jesús; dice también: “el padre es más que yo” (14,28).
22. Llega la “hora de pasar de este mundo al padre” (13,1): “Salí del padre y he venido al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al padre” (16,28), “no se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa del padre hay muchas moradas” (14,1-2). Jesús vive su muerte como el grano de trigo que cae en tierra y produce fruto (12,24), como un parto, la tristeza se convierte en alegría: “También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón” (16,22).
23. En la última cena, Jesús lava los pies a los discípulos, es una parábola en acción, anuncia la traición de Judas, las negaciones de Pedro, la dispersión de los discípulos: “El que se ha bañado, no necesita lavarse, está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos” (Jn 13,10; 16,32). Los discípulos discuten sobre quién es el mayor: “el mayor entre vosotros sea vuestro servidor”, “yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,26-27), “os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13,15). Les da un mandamiento nuevo: “en esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os amáis los unos a los otros” (13,35). Jesús anuncia su presencia nueva: “No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros sí me veréis”, “el que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi padre, y yo le amaré y me manifestaré a él” (14, 18-21). Anuncia el don del espíritu: “el espíritu santo, que el padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy” (14,26-27). Habiendo salido ya Judas a consumar su traición (13,30), dice Jesús: “Levantaos. Vámonos de aquí” (14,31), “y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos“, “van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní” (Mc 14, 26-31), “salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron” (Lc 22,39).
24. Últimas instrucciones de Jesús (ver Lc 24, 44-48; Hch 1,2): “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15,5), “vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, como yo en vosotros“ (15, 3-4), “si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (15,20), el espíritu revisará el proceso de Jesús: “convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en el referente al juicio: en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia, porque me voy al padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el príncipe de este mundo está juzgado” (16.6-11), el espíritu “no hablará por su cuenta”, el padre “recibirá de lo mío y os lo anunciará” (16,14-15), confirmará lo que dijo e hizo Jesús: “si alguno me ama, guardará mi palabra y mi padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (14,13). Jesús ora por los discípulos: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (17,3), “cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sea uno como nosotros” (17,11), “dicho esto, pasó Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto” (18,1).
25. Proceso y muerte: “Mi reino no es de este mundo, dice Jesús a Pilatos. Si mi reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos, pero mi reino no es de aquí”. Pilato le dice: ¿Luego tú eres rey? Responde Jesús: “Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (18, 36-37). Jesús muere la víspera de la pascua (18,28), el 14 de Nisán, a la hora en que se sacrifica el cordero pascual. Según cálculos astronómicos, fue el 7 de abril del año 30. Juan percibe ya en el cumplimiento de la palabra la gloria de la cruz: “Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica”, “tengo sed”, “no se le quebrará hueso alguno”, “mirarán al que atravesaron”(19,24.28.36-37; ver Sal 22 y 34; Za 12,10).
26. La experiencia de los discípulos es dura, escandalosa, desconcertante: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2). Pero hay huellas que nadie puede borrar: el Señor se aparece a María Magdalena, que es llamada por su nombre (20,16); a los discípulos, que reciben la señal de la paz y el soplo del espíritu (20,19-23); a Tomás, que reconoce la presencia de Jesús como Señor y la acción de Dios: “Señor mío y Dios mío”(20,28); a siete discípulos, que descubren que el Señor pesca con ellos(21,7) y confirma a Pedro en su función pastoral (21,15-17). Es la gloria de la resurrección. Lo dijo Jesús en la última cena: “Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis” (14,19). ¿Le vemos?
Diálogo sobre algunos aspectos: la vocación del discípulo, su identificación, confesión cristiana común, el prólogo y las grandes etapas de la palabra, las señales, los diálogos, la última cena, últimas instrucciones, el acontecimiento pascual.