En el principio era la palabra
 

7. JEREMÍAS, PROFETA DE LOS GENTILES

Por voluntad de Dios

  1. El profeta Jeremías (650-585 a.C.) nace en la aldea de Anatot, situada a 6 kilómetros de Jerusalén. Es de la tribu de Benjamín, hijo del sacerdote Helcías. Pudo ser sacerdote, como su padre, pero fue profeta, profeta de los gentiles, por voluntad de Dios. Lo cantamos muchas veces: “Antes que te formaras dentro del vientre de tu madre, antes que tú nacieras te conocía y te consagré”.
  2. Algunos interrogantes. ¿En qué contexto vive Jeremías?, ¿cómo nace su vocación?, ¿cuál es su mensaje?, ¿la denuncia del templo y el anuncio de la ruina de Jerusalén (que realizan Miqueas y Jeremías) prefiguran el mensaje de Jesús?, ¿falsifica la palabra de Dios la pluma falsa de los escribas?, ¿con quienes choca Jeremías?, ¿sus denuncias son actuales?, ¿se necesita una nueva alianza?, ¿cómo muere el profeta?
  3. En la vida de Jeremías hay dos periodos distintos, separados por la muerte del rey Josías (609). En el primer periodo el optimismo es general: independencia política, prosperidad creciente, reforma religiosa. En el segundo periodo se constata una rápida decadencia: Judá es dominada por Egipto y luego por Babilonia, hay tensiones internas, injusticia social, corrupción religiosa. El año 586 Jerusalén cae en manos de los babilonios y el reino de Judá desaparece de la historia (Schökel-Sicre, Profetas I, 399).
  4. La rama de almendro. La vocación de Jeremías nace durante la reforma religiosa de Josías, que comenzó el año 632 y culminó el 622 con el descubrimiento del libro de la Ley. Josías es el único rey del que Jeremías dice: “practicó la justicia y el derecho” (Jr 22,15). El profeta ve con buenos ojos la reforma, pero -años después- la considera superficial y engañosa. De hecho, la critica duramente: “¿Por qué decís: ‘Somos sabios, tenemos la ley del Señor’, si la ha falsificado la pluma falsa de los escribas?” (Jr 8,8). Año 627-626. El profeta escucha esta palabra del Señor: “Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles”, “yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar”. El Señor le dice: ¿Qué estás viendo, Jeremías? Responde: Una rama de almendro. Le dice el Señor: “Pues así estoy yo, atento a mi palabra para cumplirla” (Jr 1,5-12).
  5. La olla hirviendo. El Señor le dice de nuevo: ¿Qué estás viendo? Responde: Una olla hirviendo que se derrama por la parte del norte. Le dice el Señor: “Desde el norte se derramará la desgracia sobre todos los habitantes del país”, “me abandonaron, quemaron incienso a otros dioses”, “ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo”, “mira, yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte” (Jr 1,13-19). En nuestra situación, ¿qué puede significar hoy la olla hirviendo que se derrama por todo el país?
  6. Tribu de Benjamín. Jeremías recibió esta palabra del Señor: “No te cases, ni tengas hijos e hijas en este lugar” (16,2). Jerusalén es el marco donde actúa Jeremías; allí tiene que tratar con reyes, encontrándose con la tradición de David, la tradición de Sión. El profeta la toma en serio y, en ciertas ocasiones, la hace suya, pero él viene de un mundo distinto: es de la tribu de Benjamín, donde se cultivan las tradiciones del éxodo y de la alianza del Sinaí. El Jeremías joven depende de Oseas: “Tendríamos que contar con un estrecho contacto de Jeremías con el grupo de discípulos de Oseas; más aún, con una estrecha familiaridad” (Von Rad, 239-241). En realidad, contamos con una tradición profética viva, que se va transmitiendo a lo largo de la historia.
  7. Apostasía de Israel. Jeremías denuncia la apostasía de Israel. El Señor recuerda el tiempo del primer amor: “Recuerdo tu cariño juvenil, el amor que me tenías de novia, cuando ibas tras de mí por el desierto, por tierra que nadie siembra” (Jr 2, 2), “¿cambia de dioses un pueblo? -y eso que no son dioses-, pues mi pueblo cambió su Gloria por dioses que no valen nada” (2,11). El Señor denuncia la apostasía de los dos reinos, de Israel y Judá: “¿Has visto lo que ha hecho Israel, la apóstata? Ha ido por todos los altozanos y se ha prostituido bajo cualquier árbol frondoso”, “Judá, su hermana infiel, vio que yo había despedido a Israel, la apóstata”, “pero la infiel Judá no hizo caso. Al contrario, también ella se prostituyó sin ningún miedo” (Jr 3, 6-13). En el libro de Oseas leemos: “Cuando Israel era joven lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo”, “con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor” (Os 11, 1-4), “acusad a vuestra madre, acusadla, porque ella ya no es mi mujer ni yo soy su marido; para que aparte de su rostro la prostitución y sus adulterios de entre sus pechos” (2,4).    
  8. Cueva de bandidos. Al comienzo del reinado de Joaquín (609), Jeremías hace en nombre de Dios esta dura denuncia del templo: “Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con vosotros en este lugar. No os creáis seguros con palabras engañosas, repitiendo: Es el templo del Señor, el templo del Señor”, “¿de modo que robáis, matáis, adulteráis, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, y después entráis a presentaros en este templo, dedicado a mi nombre, y os decís: ‘Estamos salvos’, para seguir cometiendo esas abominaciones? ¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo dedicado a mi nombre? Bien visto lo tengo” (Jr 7, 3-11).
  9. La jarra de loza. El Señor le dijo a Jeremías: “Ve a comprar una jarra de loza, y que te acompañen algunos ancianos y sacerdotes, sales al valle de Ben Hinnom, a la entrada de la puerta de las Tejoletas, y proclama allí lo que voy a decirte”, “voy a traer sobre este lugar una desgracia, que a todo el que la oyere le zumbarán los oídos. Porque me han dejado, han hecho extraño este lugar y han incensado a otros dioses que ni ellos ni sus padres conocían Los reyes de Judá han llenado este lugar de sangre de inocentes, y han construido los altos de Baal para quemar a sus hijos en el fuego, en holocausto a Baal -lo que no les mandé ni les dije ni me pasó por las mientes-. Por tanto, he aquí que vienen días, -oráculo del Señor- en que no se hablará más de Tofet ni del valle de Ben Hinnom, sino del Valle de la Matanza”, “después romperás la jarra a la vista de los hombres que vayan contigo y les dirás: Esto dice el Señor del universo: Así romperé yo a este pueblo y a esta ciudad, como se rompe un cacharro de barro sin que pueda recomponerse” (19,1-11). Como los demás, este pasaje es muy actual. Dice el bioquímico español Santiago Grisolía: “Alguna vez nuestra sociedad se avergonzará de los abortos que provoca”.
  10. El templo y la ciudad. El comisario del templo “hizo azotar al profeta Jeremías y lo metió en el cepo”. A la mañana siguiente, Jeremías le dijo al comisario: “Esto dice el Señor: Te voy a convertir en pavor para ti y para todos tus amigos, que caerán víctimas de la espada enemiga en tu presencia. Entregaré a todos los habitantes de Judá en poder del rey de Babilonia” (20,1-4). A Jeremías se le hace un proceso por decir: “este templo acabará como el de Silo” y “esta ciudad quedará en ruinas”. Algunos ancianos de Jerusalén recuerdan que Miqueas dijo algo semejante: “Sión será un campo que se ara” y “Jerusalén, un montón de ruinas”; sin embargo, Ezequías y su gente “no le dieron muerte”, “sintieron temor del Señor” (Jr 26, 9 y 18-19).
  11. El rollo de Jeremías. En el año 605 Nabucodonosor derrotó a los egipcios en Carquemis: “al norte, junto al Éufrates, tropezaron y cayeron” (Jr 46, 6). El Señor le dice al profeta: “Toma un rollo de escribir y apunta en él todas las palabras que te he hablado tocante a Israel, a Judá y a todas las naciones, desde la fecha en que te vengo hablando, desde los tiempos de Josías hasta hoy” (Jr 36,2). Jeremías dicta a Baruc las palabras recibidas del Señor para que las lea en el templo: “Yo estoy detenido, no puedo ir a la Casa del Señor. Así que, vete tú, y lees en voz alta el rollo” (36,5-6). Baruc lee el rollo ante el pueblo y, más tarde, en presencia de los jefes. Los jefes hacen llegar el rollo al rey Joaquín, pero, a medida que lo va escuchando, va rompiendo las hojas y tirándolas al fuego. Entonces dijo el Señor a Jeremías: “Vuelve a tomar otro rollo y escribe en él todas las cosas que antes había en el primer rollo” (36,28). Entonces Jeremías tomó otro rollo, que dictó al escriba Baruc, y este escribió todas las palabras que había en el primero, “incluso se añadió a aquellas otras muchas por el estilo” (36,32).
  12. El profeta abre su corazón ante Dios: “Me has seducido, Señor, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. He sido la irrisión cotidiana: todos me remedaban. Pues cada vez que hablo es para clamar: ¡Atropello!, y para gritar: “Expolio”. La palabra del Señor ha sido para mí oprobio y befa cotidiana. Yo decía: No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su nombre. Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos y, aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía” (Jr 20, 7-9). Entre los papeles de Jeremías encontramos este texto: “Maldito el día en que nací” (20,14-18). El texto es independiente del contexto. No encaja con las confesiones de Jeremías. Puede ser de otra persona.
  13. Palabras para Baruc. En cierto modo, Baruc participa del riesgo que corre el profeta. Cuando copiaba el rollo, Jeremías le dijo estas palabras: “Así dice el Señor, el Dios de Israel, respecto a ti, Baruc: Tú dijiste: ¡Ay de mí, que añade el Señor congoja a mi sufrimiento! Me he agotado en mi jadeo, pero sosiego no hallé”, “mira que lo que edifiqué, yo lo derribo, y aquello que planté, yo lo arranco, esto por toda la tierra. ¡Y tú andas buscándote grandezas! No las busques porque mira que yo traigo desgracia sobre toda carne -oráculo del Señor- pero a ti te daré la vida por botín a donde quiere que vayas” (Jr 45). Baruc relata los acontecimientos a partir de la detención del profeta (Jr 36-45), describe las circunstancias externas de ese camino de sufrimiento, los dramáticos acontecimientos en los que está metido el profeta, “sigue sobriamente los sucesos de lugar en lugar, de conversación en conversación, y termina cuando arrastran al profeta hasta Egipto” (Von Rad, 258).
  14. Los recabitas. Los recabitas representan la reacción contra la civilización urbana y el recuerdo de la vida en el desierto. El Señor le dice a Jeremías: “Ve a la casa de los recabitas y les hablas. Los llevas a la casa del Señor, a una de las cámaras, y les escancias vino”. Así lo hizo Jeremías y les dijo: “!Bebed vino¡”. Dijeron ellos: “No bebemos vino, porque nuestro padre Yonadab, hijo de Recab, nos dio este mandato: No beberéis vino ni vosotros ni vuestros hijos nunca jamás, ni edificaréis casas, ni sembraréis semilla, ni plantaréis viñedo, ni poseeréis nada, sino que en tiendas pasaréis toda vuestra existencia, para que viváis muchos días sobre la faz del suelo, donde sois forasteros”. Entonces dijo el Señor a Jeremías: “Ve y di a los hombres de Judá y a los habitantes de Jerusalén”, “los hijos de Yonadab, hijo de Recab, han cumplido el mandato que su padre les impuso, mientras que este pueblo no me ha hecho caso”, “he aquí que yo traigo contra Judá y contra los habitantes de Jerusalén todo el mal que pronuncié respecto a ellos” (Jr 35,2-17).
  15. Los nacionalistas. El escriba Baruc no descuidó la tarea de informar sobre la verdadera causa de los sufrimientos de Jeremías. El profeta no podía anunciar otra cosa que la toma segura de Jerusalén. Los caldeos (babilonios) “volverán, la tomarán y prenderán fuego a esta ciudad” (Jr 37, 8). Jeremías aconseja al rey Sedecías capitular lo antes posible: “Si te rindes a los generales del rey de Babilonia, salvarás la vida, y no incendiarán la ciudad” (38, 17). Sin embargo, “los nacionalistas no podían soportar en Jerusalén a un hombre con tales convicciones” (Von Rad, 259). Jeremías no es colaboracionista del imperio babilonio. En aquella circunstancia, quiere lo mejor para su pueblo.
  16. El barro del alfarero. El Señor le dijo a Jeremías: “Levántate y baja a la alfarería, que allí mismo te haré oír mis palabras”. Bajó a la alfarería: “El alfarero estaba haciendo un trabajo al torno. El trabajo que estaba haciendo se estropeó como barro en manos del alfarero, y éste volvió a empezar transformándolo en otro cacharro diferente”. Entonces dijo el Señor al profeta: “¿No puedo hacer yo con vosotros, casa de Israel, lo mismo que este alfarero?”, ”como el barro en la mano del alfarero, así sois en mi mano, casa de Israel”, “estoy ideando contra vosotros cosa mala y pensando algo contra vosotros”, “volveos cada cual de su mal camino y mejorad vuestra conducta y acciones”. Pero dicen. “Cada uno de nosotros hará conforme a la terquedad de su mal corazón” (Jr 18, 2-12).
  17. La faja de lino. El Señor le dijo a Jeremías: “Anda y cómprate una faja de lino y te la pones a la cintura”. El profeta compró la faja y se la puso a la cintura. Entonces le dijo el Señor: “Toma la faja que has comprado y que llevas a la cintura, levántate y vete al Éufrates y la escondes en un resquicio de la peña”. El profeta así lo hizo. Al cabo de mucho tiempo, le dice el Señor: “Vete y recoges de allí la faja”. Fue al Éufrates, cavó, recogió la faja y se había echado a perder: no valía para nada. Entonces dijo el Señor: “Así como se pega la faja a la cintura de uno, de igual modo hice apegarse a mí a toda la casa de Israel y a toda la casa de Judá con la idea de que fueran mi pueblo”, “pero ellos no me oyeron” (Jr 13,1-11).
  18. Los falsos profetas. Dice el Señor: “Tanto el profeta como el sacerdote se han vuelto impíos”, “en los profetas de Samaría he visto un desatino: profetizan por Baal y extravían a mi pueblo Israel. Mas en los profetas de Jerusalén he observado una monstruosidad: fornicar y proceder con falsía, dándose la mano con los malhechores, sin volverse cada cual de su malicia. Se me han vuelto todos ellos cual Sodoma y los habitantes de la ciudad cual Gomorra”, “a partir de los profetas de Jerusalén se ha propagado la impiedad por toda la tierra” (Jr 23, 11-15).
  19. Pertinaz sequía. “Judá está de luto y sus ciudades lánguidas”, “sus nobles envían a sus siervos por agua, llegan a los aljibes: no encuentran ni gota, regresan de vacío, confusos, humillados, cubierta la cabeza. El campo está extenuado por falta de lluvia en el país. Los labradores están abatidos, también se cubren la cabeza. Incluso la cierva en el campo pare y abandona a sus crías por falta de pastos”, “aunque nuestras culpas nos acusan, haz algo, Señor, por tu nombre” (Jr 14, 2-7).
  20. El yugo al cuello. Al comienzo del reinado de Sedecías, rey de Judá, el Señor le dijo a Jeremías: “Prepárate unas correas y un yugo, y sujétatelo al cuello. Envía después un mensaje a los reyes de Edón, de Moab, de los amonitas, de Tiro y de Sidón”, “ahora he entregado estos países a mi siervo Nabucodonosor, rey de Babilonia”, “no hagáis caso a vuestros profetas, adivinos, agoreros y hechiceros cuando os dicen que no seréis sometidos al rey de Babilonia, pues os están profetizando mentiras”, “si una nación pone su cuello bajo el yugo del rey de Babilonia y se le somete, la dejaré tranquila en su tierra para que la cultive y habite en ella” (Jr 27, 2-11). El profeta Ananías arrancó el yugo del cuello de Jeremías y lo rompió. Entonces le dijo el Señor a Jeremías: “Ve y dile a Ananías: Tú has roto un yugo de madera, pero yo haré un yugo de hierro”, “el profeta Ananías murió aquel mismo año” (28,14-17),
  21. La compra del campo. Con motivo de una cuestión de terrenos, en la que fue invitado el profeta a la compra de un campo, le fue dirigida la palabra del Señor, cuando los sitiadores ya se aproximaban a las murallas de la ciudad y en el interior se estaba ya desencadenando el hambre: “Toma estos documentos, la escritura de compra sellada y la copia abierta, y mételos en una jarra de loza para que se conserven muchos años, pues esto dice el Señor: Todavía se comprarán casas, campos y viñas en esta tierra” (Jr 32, 14-15).
  22. Los dos cestos de higos. En la visión de los dos cestos de higos, los deportados son preferidos a los que han quedado: “Así dice el Señor, el Dios de Israel: como a esos higos buenos, así veo yo a los desterrados de Judá”, “les volveré a traer a esta tierra, les reconstruiré en vez de demolerlos, los plantaré en vez de desarraigarlos, y les daré un corazón para conocer que yo soy el Señor, ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Jr 24,5-7). Frente a lo que dicen los falsos profetas, el destierro va para largo. Jeremías escribe a los desterrados: “Esto dice el Señor”, “construid casas y habitadlas, plantad huertos y comed sus frutos”, “buscad la prosperidad del país adonde os he deportado”, “su prosperidad será la vuestra” (Jr 29, 4-7).
  23. Una alianza nueva. Jeremías anuncia una alianza nueva: “Llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor”, “esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: Conoced al Señor”, pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor” (Jr 31, 31-34). Jesús remite a lo que está escrito en los profetas: “Serán todos enseñados por Dios” (Jn 6,45; Is 54,13; Jr 31, 23-24). Jesús anuncia una “nueva alianza” sellada con su sangre (Lc 22,20; 1 Co 11,25; 2 Co 3,6; Hb 8,8-12).
  24. Esperanza mesiánica. Jeremías anuncia también la esperanza mesiánica: “He aquí que vienen días, dice el Señor, en los que haré brotar de David un brote justo. Él gobernará como rey y obrará cuerdamente, ejercerá en el país el derecho y la justicia. En sus días, Judá será salvado e Israel vivirá en seguridad. He aquí el nombre con el que se le llamará: El Señor es nuestra justicia” (Jr 23,5-6). El ungido es el mandatario del Señor. En virtud de esa condición, se sienta a su derecha (Sal 110) y está en conversación y diálogo personal con él.
  25. Toma de Jerusalén. En diciembre del 589 o enero del 588 “Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó con todo su ejército y puso sitio a Jerusalén”. Los caldeos (babilonios) “pegaron fuego al palacio real y derribaron las murallas de Jerusalén”. Nabucodonosor dijo al jefe de la guardia con respecto a Jeremías. “Tómalo a tu cargo y no le hagas daño alguno. Y concédele lo que te pida” (Jr 39,1-12). En la confusión de los primeros días, el profeta es conducido a Ramá con los deportados. El jefe de la guardia busca al profeta y lo encuentra entre el grupo de deportados eran desterrados a Babilonia. El profeta decide quedarse en Mispá, donde reside el nuevo gobernador Godolías, “haciendo vida normal entre la población” (40, 1-6). En la foto, sello de Godolías (Briend, 16)
  26. Llevado a Egipto. En octubre del 586 es asesinado Godolías. Un grupo de judíos, temiendo la represalia, huye provisionalmente a Belén. Jeremías aconseja permanecer en Judá, pero no le hacen caso y le obligan a marchar con ellos a Egipto: “Se llevaron al profeta Jeremías y a Baruc”, “se instalaron en Tafnis” (43, 6-7). El profeta anuncia que Nabucodonosor “destruirá Egipto” (43, 11) y acusa a su gente de “quemar incienso a dioses extraños” (44,8). De esta forma, el profeta desaparece de la historia.
  27. No dejarán piedra sobre piedra. Como hicieron Miqueas y Jeremías, Jesús denuncia el templo como “cueva de ladrones” (Mt 21,13; Mc 11,17; Lc 19, 46) y anuncia su ruina: “No quedará piedra sobre piedra” (Mc 13,2). Anuncia también la destrucción de Jerusalén: “Vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán”, “no dejarán piedra sobre piedra”. Jesús no es colaboracionista del imperio romano, quiere lo mejor para su pueblo, llora por la ciudad, cegada por el nacionalismo. No comprende lo que conduce a la paz, va al desastre: “¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está oculto a tus ojos” (19, 41-44). Hubo que esperar cuarenta años para que se viera cumplida la palabra del Señor. Hoy a muchos escribas les parece increíble que Jesús lo anunciara y ponen la redacción de los evangelios después del año 70, cuando las tropas de Tito toman Jerusalén.

     

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