En el principio era la palabra
 

8. LA MISIÓN DE EZEQUIEL

Un sacerdote se vuelve profeta

  1. El profeta Ezequiel nace en Jerusalén, de familia sacerdotal, el año en que se descubre el libro de la ley (622 a. C.). El año 597 es desterrado a Babilonia; según Flavio Josefo, “entonces era un niño” (Ant. X, 96), quizá no tanto. Cinco años después (592), “el año treinta, quinto de la deportación”, hallándose entre los desterrados a orillas del río Kebar “se abrieron los cielos”, “vino la palabra del Señor sobre Ezequiel, hijo de Buzi, sacerdote” (Ez 1,1-3). “El año treinta” parece ser la edad del profeta en ese momento. El río es un afluente del Éufrates o un canal próximo a Nippur. Al estar desterrado, lejos de Jerusalén, Ezequiel no puede ejercer el sacerdocio. Sin embargo, por la acción de Dios, es “el hombre de lo nuevo”, que reúne “en un solo hombre elementos inconciliables”: un sacerdote se vuelve profeta (Monloubou, 64 y 86).
  2. Algunos interrogantes. ¿En qué año nace Ezequiel?, ¿en qué contexto vive?, ¿cómo surge su vocación?, ¿cuál es su misión?, ¿contra quiénes se dirige su denuncia profética?, ¿cómo se sitúa en medio de los imperios?, ¿es monárquico o republicano?, ¿dónde está la buena nueva que anuncia?, ¿en qué situaciones Dios abandona el templo?, si el pueblo de Dios es un campo de huesos ¿podrán revivir esos huesos?, ¿es posible un nuevo templo?, ¿dónde corre hoy el agua que mana del templo?, ¿es actual la experiencia de Ezequiel?
  3. Contexto. Sedecías, que había sido nombrado rey de Judá por Nabucodonosor, prepara una coalición contra Babilonia, donde se producen revueltas internas. Se cree que Jerusalén, la ciudad santa, no puede sucumbir y que el destierro durará poco. No será así, dice Ezequiel. La situación viene de lejos: “Las tensiones entre los dos grandes partidos (uno adicto a Egipto y otro a Babilonia) alcanzan cotas muy altas; las injusticias se propagan, fomentadas por uno de los reyes, Joaquín” (Schökel-Sicre II, 668-670). Los príncipes son “seres de polvo que no pueden salvar” (Sal 146); más bien, dividen y oprimen. En un primer asedio (597) Nabucodonosor, rey de Babilonia, toma Jerusalén. Son deportados “todos los jefes y notables”, “todos los herreros y cerrajeros, no dejando más que a la gente pobre” (2 Re 24, 14). En un segundo asedio (586) el ejército babilonio “incendió el templo del Señor y el palacio real y todas las casas de Jerusalén”, “derribó sus murallas”: parte de la población fue deportada, quedando los pobres “para viñadores y labradores” (25,12). Desaparece el reino de Judá.
  4. En tierra extraña. En los salmos se lamenta la ruina del templo y de Jerusalén: “Guía tus pasos hacia estas ruinas sin fin, todo en el santuario lo ha devastado el enemigo. En el lugar de tus reuniones rugieron tus adversarios, pusieron sus enseñas, enseñas que no se conocían en el frontón de la entrada”, “prendieron fuego a tu santuario, por tierra profanaron la mansión de tu nombre”, “dijeron en su corazón: ¡Destruyámoslos en bloque!, quemaron en la tierra todo lugar de santa reunión” (Sal 74), “han profanado tu sagrado templo, han dejado en ruinas a Jerusalén, han entregado el cadáver de tus siervos por comida a los pájaros del cielo”, “¡que se conozca entre las gentes!” (Sal 79). Se evoca la dura situación del destierro: “Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras. Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar, nuestros opresores a divertirlos: Cantadnos un cantar de Sión. Pero ¡cómo cantar un cántico del Señor en tierra extraña!” (Sal 137).
  5. Vocación y misión.  En el cielo de Babilonia Ezequiel se encuentra con la gloria de Dios: “se abrieron los cielos” (Ez 1, 1). Es una visión, no un sueño. Se produce en medio de una tormenta: “Vi un viento huracanado que venía del norte, una gran nube con fuego fulgurante y resplandores en torno”. La visión es impresionante. En el centro de todo había “cuatro seres vivientes”, tenían “rostro de hombre”, “rostro de león”, “rostro de toro” y “rostro de águila”, “cuando los seres avanzaban, avanzaban también las ruedas”, “donde quiera iba el espíritu, iban también las cuatro ruedas”, “sobre la cabeza de los seres  se extendía una especie de bóveda, de admirable esplendor, como de cristal”, por encima de la bóveda “había una especie de zafiro en forma de trono; sobre esta especie de trono sobresalía una figura como de hombre”, “era la apariencia visible de la gloria de Dios” (1, 4-28). El Dios vivo no está encerrado en el templo de Jerusalén. Su trono está en la bóveda del cielo y recorre la tierra “en las cuatro direcciones”. Donde nadie lo esperaba, “de repente, Dios se presenta en el cielo de Babilonia, y se escoge un profeta para hacer resonar su palabra entre los desterrados. En un momento, la situación de los desterrados ha cambiado” (Schökel-Sicre II, 684). El Dios vivo no está ligado a un templo, a una tierra, sino a un pueblo.
  6. Comentario. El texto es difícil, confuso, retocado: “Entre las varias razones de desigual valor de que se sirvió el cardenal Pacheco para obtener (dicen las recensiones de la sesión) que los Padres del Concilio de Trento prohibieran la publicación de la Biblia en lengua vulgar, figura ésta: el prelado juzgaba inadmisible que se pusiesen en manos ‘de la plebe, de los rústicos y de las mujeres’ (sic) libros ante los cuales los doctores y teólogos más consumados reconocían su ignorancia. Entre estos libros, figuraba en puesto destacado Ezequiel” (Monloubou, 51). En la visión se combinan los signos del zodíaco y la figura del arca. En el cielo de Babilonia Ezequiel percibe la presencia de Dios que no tiene residencia fija en Jerusalén: en su carro recorre toda la tierra.
  7. Los signos del zodiaco. El “ciclo zodiaco” o “rueda de los animales” es una banda celeste que se divide en doce partes iguales llamadas signos zodiacales.  En el Apocalipsis, “el primer viviente era semejante a un león, el segundo a un toro, el tercero tenía cara como de hombre, y el cuarto era semejante a un águila en vuelo” (Ap 4, 7). En la antigüedad el signo de Escorpio fue sustituido por el Águila en vuelo. El Acuario significa “portador de agua” (figura de hombre). En la astronomía babilonia “Tauro fue una constelación zodiacal del equinoccio de primavera; Leo, la del solsticio de verano; Escorpio (Águila), la del equinoccio de otoño, y Acuario, la del solsticio de invierno”. Los babilonios “veían en el cielo una superficie líquida comparable al mar (mar de cristal) y en el Zodíaco, que es el camino de los astros, un dique que sobresalía de la superficie del agua”. Los signos del Zodíaco correspondientes a los cuatro puntos principales de las estaciones eran “los guardianes de este dique” (Hennig, 177-178), verdaderos  quicios del cosmos.
  8. El arca de la alianza. El arca se trasladaba en una carroza. Está cubierta por una  tapa llamada kapporet, que se traduce por propiciatorio, sobre el que hay dos querubines (Ex 37,1-15): “el arca es sólo el trono de Yahvé que tiene su asiento en ella, invisible, sobre las alas de los querubines” (1 Sm 4,4), el arca “es escabel de los pies de nuestro Dios (Sal 99,5;132,1), sentado sobre querubines” (Van Imschoot, 479-482).  Cuando las tropas babilonias destruyen la ciudad y el templo, “el pueblo se pregunta por el paradero del arca” (Schökel-Sicre II, 684). Los portadores del trono de Dios son “querubines” (Ez 10, 1-14). En la foto, pintura del arca, de una sinagoga de Cafarnaúm, siglo III (Atlas de la Biblia).
  9. Devora el libro. En medio de la tormenta Ezequiel escucha la palabra de Dios, pero ¿qué le dice? Veamos: Abre la boca y come lo que te voy a dar. Yo miré: vi una mano que estaba tendida hacia mí y tenía un libro enrollado. Lo desenrolló ante mi vista; estaba escrito por el anverso y por el reverso; había escrito: Lamentaciones, gemidos y ayes” (2,8-10). Hay una mediación: “una mano”, alguien cuya identidad no se dice, le entrega “un libro enrollado”. Ezequiel devora el libro. Su contenido está lleno de denuncias y lamentos, pero le sabe “dulce como la miel” (3,3). Ha de anunciar a un pueblo rebelde la palabra del Señor, palabra de juicio: “No tengas miedo de sus palabras, si te contradicen y te desprecian, y si te ves sentado entre escorpiones” (2,6), “la casa de Israel no quiere escucharte a ti porque no quiere escucharme a mí” (3,7), “hago tu rostro duro como su rostro y tu frente dura como su frente” (3,8).
  10. Tres acciones simbólicas. El asedio: “Coge un ladrillo, póntelo delante y graba sobre él la ciudad de Jerusalén. Diseña obras de asalto, apisona un terraplén, instala ante ella campamentos y emplaza arietes alrededor. Coge una plancha de hierro y ponla como muro de hierro entre ti y la ciudad. Dirige tu rostro contra ella porque va a ser sitiada” (4, 1-3). El hambre: “Toma ahora trigo, cebada, habas, lentejas, mijo y espelta: échalo todo en una vasija y hazte de comer”, “cada día comerás a la misma hora una cantidad fija”, “comerás una torta de cebada, que comerás a la vista de todos sobre excrementos humanos”. El uso de excrementos para hacer fuego no era raro entre la gente pobre: “Así deberán comer los hijos de Israel un pan inmundo en medio de las naciones por donde los voy a dispersar” (4, 9-13). La muerte y deportación: “Toma una cuchilla afilada, úsala como navaja de barbero y pásale por tu cabeza y por tu barba y divide en tres partes el pelo cortado”. Una parte “la quemarás al fuego en medio de la ciudad”, otra parte “la sacudirás con la espada en torno a la ciudad” y otra “la esparcirás al viento”, “todo esto se refiere a Jerusalén” (5, 1-5).
  11. Centralización del culto. La denuncia se dirige también contra los montes de Israel, pero ¿por qué los montes? Dice el Señor: “¡Atención!, que yo mando la espada contra vosotros para destruir vuestros altozanos, serán arrasados vuestros altares y todos vuestros cipos” (6, 34). Los montes eran lugares donde el pueblo cananeo daba culto a dioses de la vegetación. La reforma de Josías (+ 609) impone una centralización del culto en Jerusalén. Frente a muchos altozanos, queda un solo monte “escogido por Dios para habitar en él” (Sal 68, 17).
  12. Un resto quedará: “Con todo, dejaré entre las naciones un resto de los que escapen a la espada cuando os disperse entre las naciones. Los que sobrevivan se acordarán de mí en las naciones adonde serán llevados cautivos. Quebrantaré su corazón adúltero que se apartó de mí. Y sus ojos adúlteros, que se volvieron a sus ídolos, y tendrán horror de sí mismos por las maldades y acciones detestables que cometieron” (Ez 6, 8-10).
  13. Dios abandona el templo. El profeta contempla en una visión las grandes abominaciones que se cometen en él: “Hijo de hombre, ¿ves lo que hacen estos, las graves acciones detestables que comete aquí la casa de Israel para que me aleje de mi santuario?”, “¿no le bastan a la casa de Judá las acciones detestables que aquí cometen, que colman el país de violencias, indignándome más y más con sus ritos idolátricos?”. Y encima andan diciendo: “El Señor no lo ve” (8, 6-17). La gloria del Señor “salió levantándose del umbral del templo” (10, 18), “bien conozco lo que os pasa por la mente. Habéis multiplicado los muertos en esta ciudad, habéis llenado sus calles de cadáveres”, “os sacaré de la ciudad, os entregaré en la mano de extranjeros y pondré por obra mi juicio contra vosotros”, “la gloria del Señor se elevó sobre la ciudad y fue a situarse sobre el monte al oriente de la ciudad” (11, 5-23).
  14. Un hombre vestido de lino. Ezequiel contempla en una visión el juicio de la ciudad. Aparecen seis hombres. Cada uno empuña una maza. En medio de ellos está un hombre vestido de lino, con una cartera de escriba a la cintura. Se le dice al hombre vestido de lino: “Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén y marca una cruz en la frente a todos aquellos que gimen y se lamentan por las abominaciones que se cometen dentro de ella”. A los otros les dijo: “Recorred la ciudad detrás de él, golpeando sin compasión y sin piedad”, “pero no os acerquéis a ninguno de los que tienen la señal” (9,1-6). Ciertamente, es dura esta visión del hombre vestido de lino y de sus acompañantes, los de la maza. Su función exterminadora recuerda el éxodo (Ex 12), pero choca con el espíritu del Evangelio. La túnica de lino es vestido sacerdotal (Lv 16, 4). Jesús pregunta a la gente acerca de Juan: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento?, ¿Un hombre elegantemente vestido? (Lc 7, 24-25). La caña es una especie de junco. Sin embargo, la palabra griega “zelos” (celo), de la raíz hebrea “qana” designa el rubor que sube al rostro de un hombre apasionado, celoso, violento. De forma velada, Jesús puede aludir al “zelote” y, en el hombre elegantemente vestido, puede aludir al miembro de Qumrán, vestido de lino. La dura visión puede ser una interpolación posterior.
  15. El gesto del deportado. Ezequiel escucha esta palabra que se le dirige: “Hijo de hombre, vives en medio de un pueblo rebelde: tienen ojos para ver, y no ven; tienen oído para oír, y no oyen”, “prepara tu equipaje, como hacen los deportados, de día, ante sus ojos, y sal en pleno día, a la vista de todos”, “a la vista de todos abre una brecha en la pared y saca por allí tu equipaje”, “hago de ti una señal para la casa de Israel” (12,2-11). Esa es la suerte que aguarda a los habitantes de Jerusalén. Habrá un segundo asedio y una segunda deportación.
  16. Falsos profetas. Los adversarios rechazan la palabra del profeta mediante la burla: “Los días pasan y la visión no se cumple”, “las visiones de este van para largo. A largo plazo profetiza”. Pues bien, así dice el Señor: “Ya no habrá más dilación para ninguna de mis palabras. Lo que yo hablo es una palabra que se cumple”, “¡ay de los profetas falsos que siguen sus inspiraciones sin haber visto nada!”, “tus profetas, Israel, son como chacales entre las ruinas”, “tienen visiones falsas, vaticinan mentiras” (12,21-13, 6). Los falsos profetas extravían al pueblo diciendo: ¡Paz!, cuando no hay paz: ”No invitan al pueblo a construirla cuanto antes desde dentro de sí mismos, a elaborar esa paz” (Monloubou, 38). Jesús dirá: “Dichosos los que trabajan por la paz” (Mt 5, 9). Los falsos profetas no trabajan por la paz. Lo que hacen es tapar las grietas del muro abombado. Pues bien, así dice el Señor: “Derribaré el muro que habéis recubierto de argamasa, lo echaré por tierra, pereceréis en medio de él”, “desahogaré mi ira contra el muro y contra los que lo recubren de argamasa” (Ez 13,14-15). Se os caerá encima. Jesús comentará el caso de aquellos “sobre los que cayó la torre de Siloé” (Lc 13, 4).
  17. Historia simbólica de Jerusalén. La primera vez que el Señor pasó junto a ella era una niña abandonada, expuesta en pleno campo nada más nacer. El Señor le dijo: “Vive” (Ez 16,6). La segunda vez que pasó era joven: “Hice alianza contigo” (Ez 16,8). La tercera vez que pasó junto a ella era una prostituta: “Entregaste tu cuerpo a todo transeúnte” (16,25), egipcios, sirios y mercaderes caldeos (16,26-29). Inmolaste a tus hijos, “haciéndoles pasar por el fuego” (16,21). Ezequiel evoca los orígenes paganos de Jerusalén: era una ciudad cananea, ocupada por los jebuseos, antes de que David hiciera de ella la ciudad del Señor. Dios la colmó de dones extraordinarios. La ciudad se puso a celebrar cultos idolátricos, que terminaban con escenas de prostitución. A ello se añadió lo que denuncia Jeremías: “Han construidos los altos de Tófet, que está en el valle de Ben Hinnom, para quemar a sus hijos e hijas en el fuego” (Jr 7, 31).
  18. El águila y el cedro. Ezequiel recibe esta palabra del Señor: “El águila grande, de grandes alas, de enorme envergadura, de espeso plumaje abigarrado, vino al Líbano y cortó la punta de un cedro, arrancó la punta más alta de sus ramas, la llevó a un país de mercaderes y la colocó en una ciudad de comerciantes”. El profeta dice a la casa de Judá: “¿No entendéis lo que esto significa?”, “el rey de Babilonia fue a Jerusalén, y cogiendo a su rey y a sus príncipes se los llevó a Babilonia. Tomando a uno de estirpe real, hizo con él un pacto y lo comprometió con juramento”. Ezequiel intenta que Sedecías no se rebele contra Nabucodonosor: “Pero se rebeló contra él y envió mensajeros a Egipto pidiendo caballos y tropas numerosas. ¿Tendrá éxito?, ¿escapará con vida el que hizo esto?” (Ez 17, 1-4 y 12-15). En el año 597 Nabucodonosor colocó a Sedecías como rey vasallo en Judá, el cual hizo juramento de fidelidad al rey de Babilonia, pero el año 588 Sedecías rompió el juramento y pidió ayuda al faraón egipcio.
  19. La guía del cedro. Dios aprovecha el cedro antiguo y hace una nueva plantación: “Cogeré una guía del cogollo del cedro alto y encumbrado, del vástago cimero arrancaré un esqueje y yo lo plantaré en el monte encumbrado de Israel. Echará ramas, se pondrá frondoso y llegará a ser un cedro magnífico; anidarán en él todos los pájaros”, “yo, el Señor, humillo el árbol elevado y elevo el árbol humilde” (17, 22-24). Jesús compara el reino de Dios a un grano de mostaza, que “tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas” (Lc 13,19).
  20. Responsabilidad personal. Se formula una objeción: No es justo el proceder del Señor, ¿por qué han de pagar justos por pecadores?, ¿los padres comieron el agraz y los hijos sufren la dentera? Vuestro pecado es actual, responde Ezequiel. Cada cual es responsable de sus propios actos: “Apartaos de todos los delitos que habéis cometido y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ez 18,31).
  21. Muerte de la esposa. El profeta escucha esta palabra del Señor: “Hijo de hombre, voy a quitarte de golpe el encanto de tus ojos. Pero tú no te lamentarás, no llorarás, no te saldrá una lágrima. Suspira en silencio, no hagas duelo de muertos, ciñe el turbante a tu cabeza, ponte tus sandalias en los pies”, “yo hablé al pueblo por la mañana, y por la tarde murió mi mujer; y al día siguiente por la mañana hice como se me había ordenado. El pueblo me dijo: ¿No nos explicarás qué significado tiene para nosotros lo que estás haciendo?”. Se compara la muerte de la esposa con la toma de Jerusalén. Así dice el Señor: “He aquí que yo voy a profanar mi santuario, orgullo de vuestra fuerza, encanto de vuestros ojos, pasión de vuestras almas. Vuestros hijos y vuestras hijas, que habéis abandonado, caerán a espada. Y vosotros haréis como yo he hecho” (Ez 24, 15-22).
  22. El cocodrilo del Nilo. Le dice el Señor a Ezequiel: “Hijo de hombre, entona una elegía sobre Faraón, rey de Egipto. Le dirás: Leoncillo de las naciones, estás perdido. Eras como un cocodrilo en los mares, chapoteabas en tus ríos, enturbiabas el agua con tus patas, agitabas su corriente. Así dice el Señor: Yo echaré sobre ti mi red entre una asamblea de pueblos numerosos, en mi red te sacarán. Te dejaré abandonado por tierra, te tiraré sobre la haz del campo, haré que se posen sobre ti todos los pájaros del cielo, hartaré de ti a todas las bestias de la tierra” (Ez 32, 2-4).
  23. El profeta como centinela. El profeta tiene la responsabilidad de avisar, es centinela de la espada que viene: “Hijo de hombre, te he puesto como centinela de la casa de Israel; cuando escuches una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte. Si yo digo al malvado: Malvado, eres reo de muerte, pero tú no hablas para advertir al malvado para que cambia de conducta, él es un malvado y morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. Pero si tú adviertes al malvado que cambie de conducta, y no lo hace, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado de la vida” (33, 7-9), “yo no quiero la muerte de malvado, sino que se convierta y viva” (33, 11).
  24. Toma de Jerusalén. El ejército babilonio toma Jerusalén por segunda vez (586). La ciudad es una olla hirviendo, como se le dijo a Ezequiel: “Prepara una olla”, “debajo, amontona leña en círculo, hazla hervir a borbotones” (24,3-5). El país es arrasado. El destierro se prolonga por tiempo indefinido. El desconcierto es total. Un fugitivo de Jerusalén, “el año duodécimo de nuestra deportación”, da la noticia al profeta: “¡La ciudad ha sido tomada!”. Dios, se dice, ha abandonado a su pueblo. Sin embargo, Ezequiel, rompiendo su silencio, levanta su voz: “Desde la tarde anterior y hasta que el fugitivo llegó por la mañana había estado sobre mí la mano del Señor. Entonces me devolvió el habla y dejé de estar mudo” (33,21-22).
  25. Malos pastores. Cuanto ha acontecido no se explica sólo por el afán de dominio de los diversos imperios (Babilonia, Egipto), tampoco se explica por la avidez económica de otros (Tiro y Sidón). El destino de un pueblo se funda en la propia responsabilidad. Tras la destrucción de Jerusalén, Ezequiel denuncia a los principales responsables del desastre: los jefes del pueblo son malos pastores que sólo piensan en aprovecharse del rebaño. Por ello, así dice el Señor: “Yo arrancaré mis ovejas de su boca y no serán más su presa” (34,10), “les daré un pastor que las apaciente” (34,23). Dice Jesús: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11), “las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (10, 3-5).
  26. Gog y Magog. Gog, rey de Magog, es un personaje misterioso. Se le ha identificado a veces con un poderoso rey de Lidia del siglo VII a.C. Magog aparece en la lista de naciones (Gn 10, 2). Para Ezequiel la completa derrota de Gog es señal del poder divino. El juicio de las naciones (25-32) es sólo un aspecto de una lucha más profunda contra el poder del mal que concibe y ejecuta planes perversos: “Aquel día te vendrán pensamientos y concebirás planes perversos: Invadiré un país abierto y atacaré a gente pacífica que habita confiada en ciudades sin murallas, sin cerrojos y sin puertas, para entrar a saco y alzarme con el botín”. Además, los traficantes están a la espera. Te dirán:¿Conque vienes a saquear? ¿Has reclutado tu ejército para alzarte con el botín?” (38, 10-13). Pues bien, se le dice a Gog: “Sobre los montes de Israel caerás tú y todas tus tropas, y las naciones que están contigo. Te entrego como alimento a las aves de rapiña y a las bestias salvajes” (39, 4). Jesús dirá de la desolación de Jerusalén: “Donde esté el cadáver, allí se reunirán los buitres” (Mt 24, 28).   
  27. Una alianza nueva. A pesar de todo hay esperanza: “Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo y os daré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos” (36, 24- 27), “haré con ellos una alianza de paz, una alianza eterna” (37, 26).
  28. Un campo de huesos. Ahora bien, la situación del pueblo de Israel en el destierro es la de un campo de huesos: ¿podrán revivir estos huesos? (37,2-3). Han de escuchar la palabra de Dios (37,4), ha de venir el espíritu de cada punto cardinal, de los cuatro vientos (37,9), para que el pueblo de Dios vuelva a su tierra, a su lugar, a su casa. Volver a casa es resucitar: “Os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo a la tierra de Israel” (37,12). Entonces se entonará el canto del regreso: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar” (Sal 126).
  29. Una sola vara en tu mano. Se le dice a Ezequiel: “Hijo de hombre, toma una vara y escribe en ella: Judá y los hijos de Israel que están con él. Toma luego otra vara y escribe en ella: José y la casa de Israel que está con él. Junta luego la una con la otra de modo que formen una sola vara en tu mano”. Dios reunirá los dos reinos de Israel y de Judá en un solo cetro, en una sola mano: “Mi siervo David será su príncipe eternamente. Concluiré con ellos una alianza de paz, que será para ellos una alianza eterna”, “seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Ez 37, 15-.27).  Los desterrados son gente de Judá, pero en el corazón del pueblo sigue latente la aspiración a la unidad de todos los descendientes de Jacob, “tanto los del reino de Israel como los del reino de Judá” (Wiéner, 19). En la foto, cuadro de Almudena.
  30. La función del notario. Ezequiel conoce el peligro que supone la existencia de un rey con poderes absolutos. Samuel lo avisó: “Este es el fuero del rey que reinará sobre vosotros” (1 Sm 8, 11). Se comprende por qué a Ezequiel se le hace tan arduo atribuir el título de rey a nadie y por qué se limita a conceder sólo “el de príncipe”. Sin embargo, Ezequiel “no abandona la idea de que un jefe humano sea establecido a la cabeza de su pueblo”, “al lado del Pastor que es el Dios de Israel, hay sitio para otro pastor”. Con su formación sacerdotal, Ezequiel cumple la función del notario: “El sacerdote era en cierto modo para el mundo religioso de su tiempo lo que en nuestra sociedad secularizada viene a ser el notario: guarda los documentos que testimonian los derechos y justifican los deberes, comenta su sentido a los interesados, se preocupa de su continuidad, de su competencia, de su regularidad” (Monloubou, 171-173 y 69).
  31. El destierro. No es un tiempo perdido. Se recogen, completan y estudian los textos antiguos. Se escriben dos grandes libros, salidos probablemente de ambientes distintos: la “historia deuteronómica” (libros históricos, desde Josué hasta los Reyes) y la “historia sacerdotal” (textos metidos en el Pentateuco, desde la creación hasta la muerte de Moisés). El sábado y la circuncisión aparecen como signos distintivos. Se lee la escritura en reuniones de enseñanza, de reflexión y de oración, lo que más tarde ofrecen las sinagogas (Wiéner, 9-10).
  32. Nuevo templo, nueva tierra. Son tres momentos distintos: La gloria de Dios llega a Babilonia, entre los desterrados (1-3); abandona el templo de Jerusalén (8-11); vuelve al templo renovado (40-46). Se trazan los planos del nuevo templo: “Había allí un hombre que parecía de bronce. Tenía en la mano una cuerda de lino y una vara de medir” (40,3). Morando en el templo, el Señor vive en medio de su pueblo: “este es el sitio de mi trono” (43, 7). El templo tiene sus servidores y su culto (40, 45-46). El agua que mana del templo se hace un torrente que fecunda el desierto y purifica el Mar Muerto. Las aguas “bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas pútridas y lo sanearán” (47,1-12). Es todo un símbolo. Se describe la división y reparto de la tierra (48, 1-23).
  33. Comentario. En el nuevo templo los levitas son degradados por “los actos que cometieron”, no podrán oficiar como sacerdotes, quedarán “para servir en el templo en todos los trabajos que sean necesarios”. En cambio, los “sadocitas”, que “estuvieron al servicio de todo mi santuario”, “estarán en mi presencia para ofrecerme la grasa y la sangre” (44, 13-15). Sin embargo, no era eso lo que decía Ezequiel: “Sus sacerdotes han violado mi ley y profanado las cosas santas” (22, 26). Por tanto, aquí hay otra mano. En el nuevo templo sigue habiendo sacrificios “por la culpa y por los pecados” (46, 20). Los saduceos, descendientes del sumo sacerdote Sadoc, de la época de Salomón (1 Re 2, 35), son el alto clero. Su origen como grupo está en el destierro de Babilonia.
  34. Voz que clama. En las cercanías del Mar Muerto, en el desierto, se sitúa el movimiento profético de Juan. Se le dirige la palabra de Dios y va por toda la región del Jordán proclamando “un bautismo de conversión”. Se cumple la Escritura. Es la voz que clama: En el desierto preparad el camino del Señor” (Is 40, 3). Juan bautiza a Jesús. El bautismo de Juan prepara a Jesús para llevar adelante su misión. Juan bautiza “con agua” (Jn 1,26), Jesús bautiza “con espíritu santo” (1,33), da el “agua viva” del verdadero conocimiento de Dios (Jn 4,10). En el nuevo sacerdocio de Cristo lo que cuenta es esto: “No quisiste sacrificios ni holocaustos”, “heme aquí que vengo para hacer tu voluntad” (Hb 5,10). 
  • Diálogo: ¿Es actual la experiencia de Ezequiel?

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