En el principio era la palabra
 

9. LA TRADICIÓN DE ISAÍAS (II)

Voz que clama

  1. El autor de los capítulos 40-55 de Isaías, que se conoce con el nombre de Segundo Isaías, vivió 200 años después, en el siglo VI. No conocemos su nombre ni el lugar de su actuación. Es una voz que clama (Is 40, 3). Probablemente, el autor pertenece a la tradición de Isaías, toma las tradiciones de elección (éxodo, David, Sión) y las actualiza; además, toma la tradición del siervo de Dios y la actualiza (los cuatro cantos del siervo). Los profetas “aparecen unidos a determinadas tradiciones”, que les habían sido dadas de antemano (Von Rad, 300). En el mapa, Palestina en la época persa.
  2. Algunos interrogantes. ¿Quién es el Segundo Isaias?, ¿cuál es el lugar de su actuación?, ¿en qué contexto vive?, ¿cuál es su mensaje?, ¿es un individuo o una colectividad?, ¿es el pueblo de Israel con su misión universal?, ¿qué papel tiene el persa Ciro?, ¿qué significa la figura del siervo de Dios?, ¿de quién se trata?, ¿del propio profeta?, ¿de Cristo?, ¿estamos ante un nuevo éxodo?, ¿ante una nueva Jerusalén?, ¿ante una voz que clama?
  3. Ante el avance del persa Ciro, el rey de Lidia, Creso, envió un mensajero para consultar al oráculo de Delfos. El oráculo le respondió que, si conducía un ejército hacia el Este y cruzaba el río Halis (en Capadocia), destruiría un imperio. Creso preparó una coalición con Babilonia, Egipto y Esparta, pero las fuerzas persas derrotaron a la coalición junto al río Halis (547 a.C.) y cayó el imperio lidio. Poco después, Ciro pone fin al imperio babilónico (538 a. C.). Nace una nueva época: un nuevo éxodo se abre para el pueblo desterrado en Babilonia.
  4. Nuevo éxodo. El Señor recuerda la elección de Israel y de Abraham: “Y tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi escogido, estirpe de Abraham, mi amigo, a quien escogí de los extremos de la tierra, a quien llamé desde sus confines, diciendo: Tú eres mi siervo, te he elegido y no te he rechazado. No temas, porque yo estoy contigo” (Is 41, 8-9). El Señor anuncia un nuevo éxodo: “Y ahora esto dice el Señor, que te creó, Jacob, que te ha formado Israel: No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío”, “no temas, porque yo estoy contigo. Desde Oriente traeré a tu estirpe, te reuniré desde Occidente. Diré al norte: Devuélvelo. Y al sur: No lo retengas Haré venir a mis hijos desde lejos, y a mis hijas del extremo de la tierra” (43, 1-7), “no recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto, corrientes en el yermo” (43, 18-19).
  5. Nueva Jerusalén. El nuevo éxodo lleva a una nueva Jerusalén, que está en ruinas y será reconstruida: “Ahora, escucha, Jacob, siervo mío, Israel, mi elegido. Esto dice el Señor que te hizo, que te formó en el vientre y te auxilia: No temas, siervo mío, Jacob, a quien corrijo, mi elegido; derramaré agua sobre el suelo sediento, arroyos en el páramo; derramaré mi espíritu sobre tu estirpe y mi bendición sobre tus vástagos. Brotarán como en un prado, como sauces a la orilla de los ríos”, “yo confirmo la palabra de mi siervo y hago que triunfe el proyecto de mis mensajeros”, “digo a Ciro: Tú eres mi pastor, y él cumplirá todo mi designio. Digo de Jerusalén: Será reconstruida, y del templo: Echa los cimientos” (44,1-28). El profeta menciona sólo una vez las promesas hechas a David: “Sellaré con vosotros una alianza perpetua, las amorosas y fieles promesas hechas a David” (Is 55, 3).
  6. El primero y el último. Dice el Señor: “Yo soy el primero y el último, fuera de mí no hay dios” (44, 6), “yo soy el Señor, que hace todas las cosas. Despliego los cielos por mí mismo, pongo los fundamentos de la tierra” (44, 24), “mi mano cimentó la tierra, mi diestra desplegó el cielo, cuando yo los llamo se presentan juntos. Reuníos todos y escuchad: ¿quién de ellos ha anunciado estas cosas? Mi amigo cumplirá mi designio sobre Babilonia y la estirpe de los caldeos. Yo mismo le he hablado, le he llamado y le he hecho que venga y triunfe en sus empresas” (48, 12-15).
  7. Ciro, ungido del Señor. Es sorprendente que el Señor llame a Ciro “su ungido”. Para la tradición de David es un aguijonazo, es alguien que no es descendiente de David: “Esto dice el Señor a su ungido, a Ciro: Yo lo he tomado de la mano, para doblegar ante él las naciones y desarmar a los reyes, para abrir ante él los batientes, de modo que no queden cerradas las puertas”, “por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título de honor, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro, fuera de mí no hay dios. Te pongo el cinturón, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí” (45, 1-6).
  8. Una voz clama: “En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor y toda criatura a una la verá, pues la boca del Señor ha hablado”, “súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión, clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: Ahí está vuestro Dios” (40, 3-9), “¡qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: ¡Ya reina tu Dios!” (52, 7).
  9. El siervo de Dios. El profeta está al servicio de Dios. Su figura aparece en cuatro cantos. En el primer canto Dios mismo le presenta: "He aquí mi siervo, a quien yo sostengo, mi elegido a quien prefiero. He puesto mi espíritu sobre él: dictará ley a las naciones. No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz. Caña quebrada no partirá, y mecha mortecina no apagará. Lealmente hará justicia; no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho y su instrucción atenderán las islas". La misión del siervo no tiene fronteras. Ha de implantar el derecho y la ley de Dios, dar a conocer su voluntad, hacer justicia. No se impondrá por la fuerza ni avasallará, pero tampoco se callará ni desmayará. El siervo, colaborador de Dios y obra de sus manos, cumple un destino recibido de Dios: "Yo, el Señor, te he llamado en justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas" (Is 42, 1-7). Esta palabra se cumple en el bautismo de Jesús (Mc 1,11).
  1. Misión universal. En el segundo canto la misión del siervo llega a los confines de la tierra. La llamada de Dios se realiza desde el seno materno. El siervo habla en primera persona: "¡Oídme, islas, atended, pueblos lejanos! El Señor desde el seno materno me llamó, desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre. Hizo mi boca como espada afilada, en la sombra de su mano me escondió; me hizo como saeta aguda, en su carcaj me guardó. Me dijo: Tú eres mi siervo (Israel) de quien estoy orgulloso. Pues yo decía: Por poco me he fatigado, en vano e inútilmente mi vigor he gastado"... La boca del siervo, que proclama la palabra de Dios, es espada afilada y saeta aguda, arma para cerca y arma para lejos que el Señor utiliza en el momento oportuno. Por un tiempo, la espada está escondida en la sombra de su mano y la saeta guardada en su aljaba. Pero no es tiempo perdido ni trabajo inútil. El fracaso del siervo es sólo aparente. No se trata sólo de reunir a las tribus de Jacob. Su misión alcanza a los confines de la tierra: "Te voy a poner por luz de las gentes para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra" (Is 49, 1-6). Dios prepara en el escenario de la historia un acontecimiento universal, visible para todas las naciones. Estemos atentos.
  2. Una palabra alentadora. En el tercer canto el siervo habla también en primera persona. Aparece con la misión de escuchar y anunciar una palabra alentadora, a pesar de los golpes que pueda recibir: "El Señor me ha dado lengua de discípulo, para que haga saber al cansado una palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como los discípulos". El siervo tiene lengua de discípulo. Con su palabra, que recibe de Dios, sostiene al cansado. Cada mañana está pendiente del Señor, que le despierta el oído. Desterrado, insultado, azotado, escupido, abofeteado..., sabe obedecer al Señor y sabe aguantar: "Y yo no me resistí, ni me hice atrás. Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos". El siervo tiene su confianza puesta en el Señor: “El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado” (Is 50, 4-7).
  3. Como cordero llevado al matadero. En el cuarto canto del siervo se habla de él en tercera persona. Ha sido asesinado, como cordero llevado al matadero: "Creció como un retoño delante de él, como raíz en tierra árida. No tenía apariencia ni presencia... Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro". El siervo carga sobre sí el pecado humano, que se hace patente en su propio sufrimiento: "Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz... Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado y de sus contemporáneos ¿quién se preocupa?". Sin embargo, el mismo Dios, que hizo fecundo el seno de Sara, dará descendencia a su siervo: "Verá descendencia, alargará sus días y lo que plazca al Señor se cumplirá por su mano... justificará a muchos" (Is 53, 1-12). ¡Lo que no consiguieron los holocaustos y sacrificios!
  4. ¿De quién se trata? ¿Es un individuo o una colectividad?, ¿es el pueblo de Israel con su misión universal? Esta interpretación es antiquísima. Lo muestra esta interpolación: “Tú eres mi siervo, Israel, de quien estoy orgulloso” (Is 49, 3). Sin embargo, la interpretación colectiva tiene grandes dificultades. El sufrimiento de Israel no es tan inocente: “Ha recibido doble paga por sus pecados” (Is 40, 2). San Jerónimo afirma en su traducción de la Vulgata que los hebreos consideraban estas partes del libro como una profecía autobiográfica de Isaías mismo. Según las tradiciones rabínicas, “acusado de profetizar falsamente, Isaías huyó y se refugió en el tronco de un cedro o de un algarrobo”, “Manasés ordenó talar el árbol e Isaías fue aserrado por la mitad”. El siervo de Dios tiene una función en Israel: “Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y hacer volver a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra” (Is 49, 6). Se ha encomendado al siervo de Dios restablecer a las tribus de Jacob y hacer volver a los supervivientes de Israel en un nuevo éxodo. La novedad que anuncia es el horizonte universal de su misión. Entonces ¿de quién se trata?  Eso es lo que pregunta el peregrino etíope, que vuelve de Jerusalén, cuando se encuentra con Felipe: ¿De quién dice esto el profeta?, ¿de sí mismo o de otro?
  5. Felipe y el etíope. Felipe pertenece al sector griego de la comunidad de Jerusalén. Como el Evangelio, el sector griego ha hecho un barrido de leyes y sobre ese sector recae especialmente la persecución: "Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la buena nueva de la palabra" (Hch 8,4). Pues bien, en este contexto, un mensajero, un "ángel del Señor", habló a Felipe diciendo: "Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza" (8,26). Se levantó y partió. El etíope, eunuco, ministro del tesoro, hombre piadoso, volvía de adorar en Jerusalén, sentado en su carro, leyendo la Biblia. El espíritu (sin mediación alguna) le dice a Felipe: "Acércate y ponte junto a ese carro" (8,29). Felipe corrió hasta él y le oyó leer al profeta Isaías. Le dijo: "¿Entiendes lo que vas leyendo?". El contestó: ¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía? Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él. El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: "Fue llevado como oveja al matadero"... (Is 53,7). El etíope preguntó a Felipe: "¿De quién dice esto el profeta? ¿De sí mismo o de otro?". Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle "la buena nueva de Jesús" (Hch 8,34-35). Todo lo que ha sucedido ese día tiene un sentido, nada ha sucedido por casualidad. La clave de todo es Jesús, crucificado precisamente en ese lugar de donde vuelve el peregrino.
  6. Despierta, levántate. Jerusalén está dormida, aletargada, cautiva: "¡Despierta, levántate, Jerusalén! Tú, que has bebido de mano del Señor la copa de la ira, el cáliz del vértigo lo has bebido hasta vaciarlo (Is 51,17), ¡Despierta, despierta! ¡Revístete de tu fortaleza, Sión! ¡Vístete tus ropas de gala, Jerusalén, ciudad santa! Porque no volverán a entrar en ti incircuncisos ni impuros. Sacúdete el polvo, levántate, cautiva Jerusalén. Líbrate de las ligaduras de tu cerviz, cautiva hija de Sión. Porque así dice el Señor: De balde fuisteis vendidos y sin plata seréis rescatados" (Is 52,1-3). Es una palabra dirigida hoy a las grandes iglesias cristianas.
  7. Con amor de madre. La ciudad santa está en ruinas y sin habitantes, pero el Señor anuncia su reconstrucción: "Pobrecilla, azotada por los vientos, no consolada, mira que yo asiento en carbunclos tus piedras y voy a cimentarte con zafiros. Haré de rubí tus baluartes, tus puertas de piedras de cuarzo y todo tu término de piedras preciosas" (54,11-12). El Señor responde a su queja de sentirse abandonada: "¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues, aunque esas llegaren a olvidar, yo no te olvido. Mira, en las palmas de mis manos te tengo tatuada, tus muros están ante mí perpetuamente" (49,15-16).
  8. Ensancha el espacio de tu tienda. Jerusalén es la ciudad santa, pero también la esposa. Ayer desolada, abandonada y estéril, escucha ahora una promesa maravillosa. Va a tener que hacer sitio para los hijos que le vienen de todo el mundo. Su esposo está ahora con ella para siempre: "¡Grita de júbilo, estéril que no das a luz, rompe en gritos de júbilo y alegría, la que no ha tenido los dolores!, que más son los hijos de la abandonada, que los hijos de la casada, dice el Señor. ¡Ensancha el espacio de tu tienda!" (Is 54,1-2). Es un canto a la renovación profunda de la Iglesia.
  1. La voz que clama. El lugar que elige Juan es simbólico. En ese lugar, frente a Jericó, Josué conduce al pueblo para entrar en la tierra prometida cruzando el Jordán (Jos 4,13.19). Hay que volver al principio, empezar de nuevo. Todo está corrompido. La crisis es profunda. Hace falta una nueva alianza, un nuevo pueblo. En ese lugar Elías fue arrebatado “en un carro de fuego” (2 R 2,1-18). Por ese lugar pasa una importante vía de comunicación. Juan es el mensajero que va por delante, “el que ha de preparar el camino del Señor” (Ex 23,20; Mal 3,1), la voz que clama: “En el desierto preparad el camino del Señor” (Is 40,3; Mt 3,3)
  2. El nuevo éxodo. ”Que el desierto y el sequedal se alegren, regocíjese la estepa y florezca como flor, estalle en flor y se regocije hasta lanzar gritos de júbilo. La gloria del Líbano le ha sido dada, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Se verá la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ¡Ánimo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene vengador; es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo. Pues serán alumbradas en el desierto aguas, y torrentes en la estepa”, “habrá allí un camino recto, vía sacra se la llamará; el impuro no pasará por ella ni los necios por ella vagarán”, “los rescatados la recorrerán. Los redimidos del Señor volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones; y habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría los acompañarán! ¡Adiós, penar y suspiros!” (Is 35,8-10). Este texto, que habla del retorno de los desterrados, parece actualizado en el siglo VI.
  3. Las señales esperadas. La misión de Jesús se realiza no sólo con palabras, sino también con obras. Jesús anuncia una palabra acompañada de señales y signos: enseña y cura, dice y hace. A la pregunta de los discípulos de Juan el Bautista, responde con el lenguaje de los hechos, las señales esperadas, las señales del Evangelio: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la buena nueva” (Mt 11,5). Cuando evangeliza, Jesús no está solo, está con los discípulos que le acompañan: los doce (Mt 10,1) y, más allá de este círculo íntimo, el grupo que sigue a Jesús (8,21), los setenta y dos que envía Jesús en misión (Lc 10,1). La comunidad es la nueva familia del discípulo donde se vive el amor fraterno (Mc 4,34; Jn 13,35), la escuela donde se recibe la enseñanza especial del evangelio, el centro desde el cual se difunde el evangelio recibido.

 

  • Diálogo: ¿Quién es la voz que clama?, ¿qué enuncia?, ¿qué significa la figura del siervo de Dios?, ¿de quién se trata?, ¿del propio profeta?, ¿de Cristo?, ¿estamos ante un nuevo éxodo?, ¿ante una nueva Jerusalén?, ¿ante una voz que clama?