En el principio era la palabra
 
33. LA JUSTICIA DEL REINO DE DIOS
Dichosos, felices

1.    La justicia del reino de Dios es proclamada por Jesús en la enseñanza del monte: "Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó y sus discípulos se le acercaron" (Mt 5,1-2). Lo primero que llama la atención es que el mensaje de Jesús no es para unos pocos, sino para la muchedumbre. No es para cuatro beatos que se alejan del mundo, sino para muchos que pueden transformarlo. De una forma especial, es para la comunidad de discípulos, que ahí tiene su carta magna. Y es para el mundo, que -con esa sal- necesita ser preservado de la corrupción y -con esa luz- necesita ser liberado de la oscuridad: “Vosotros sois la sal de la tierra”, “vosotros sois la luz del mundo” (5,13-16).
2.    Dichosos, felices...Así, hasta nueve veces. La verdadera felicidad no se encuentra por los caminos del poder, del dinero y de la fuerza, sino por los del servicio, la generosidad, la humildad, la misericordia, la sinceridad de corazón, la lucha por la paz y la justicia. Jesús anuncia la llegada del reino de Dios en medio de felicitaciones.
3.    No hay que esperar más. Jesús no sólo llama a un cambio, sino ante todo anuncia un don: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la buena nueva” (Mc 1,15). El Evangelio se anuncia como don a quienes por sí mismos ni siquiera pueden cumplir la ley. No es sólo el anuncio de dicha para la otra vida, sino también para ésta, porque “el reino de Dios está en medio de vosotros” (Lc 17,21). El reino de Dios “se parece a un tesoro escondido en el campo; el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo aquél" (Mt 13,44). El ir, el vender, el comprar se debe a la alegría de haber descubierto en la propia vida la acción de Dios. Esa alegría subyace a todas las decisiones y también a todas las renuncias. Brota en medio de los insultos y de las persecuciones y se hace incontenible cuando el discípulo experimenta el poder de la buena nueva que anuncia. Por encima de todo el verdadero motivo de la alegría es éste: "Vuestros nombres están escritos en los cielos" (Lc 10,20).
4.    El Evangelio es buena noticia para los pobres: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (6, 20). La comunidad de discípulos es una comunidad pobre: “Dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre” (Sof 3,12), “no podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24), “¡qué difícil es que un rico entre en el reino de Dios!” (Lc 18,24). Como los “santos” (1 Co 16,1), los “pobres” son los miembros de la comunidad (Ga 2,10). No basta ser pobre, hay que tener espíritu: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los humildes, porque ellos poseerán la tierra (Sal 37,11). Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.  Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos, pues de esa manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros” (Mt 5,2-12).
5.    En este contexto se sitúa la moral del hombre nuevo, que nace de la palabra de Dios y vive conforme a ella. El Decálogo no es abolido, sino llevado a su plenitud: "No penséis que he venido a abolir la ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" (Mt 5,17). El mensaje de Jesús es percibido como peligroso, subversivo. Se le acusa de que viene a destruir la ley y los profetas, el fundamento mismo de la identidad social y religiosa del pueblo creyente. Jesús se defiende de ello. Su mensaje no supone la destrucción de la ley, sino su más profundo cumplimiento. Así sucede cuando proclama la superioridad del hombre sobre el sábado (Mc 2,23-27), la fidelidad del corazón (Mt 5,27-28), la sinceridad fraterna (5,33-37), el amor al enemigo (5,38-48). En este aspecto difiere totalmente Jesús de la comunidad de Qumrán: “El día en que caigan los kittim (opresores) habrá una gran batalla…guerra de exterminio de los hijos de las tinieblas” (Regla de la Guerra, I, 9-10). El mundo, atenazado entre “guerras preventivas” y “guerras santas”, necesita cambiar.
6.    Eso sí, el Evangelio hace un barrido de leyes. La tradición judía tiene 613 leyes positivas, 365 prohibiciones y 248 prescripciones; en total, 1226. Y el Código de Derecho Canónico tiene más: 1752. Entonces surge la pregunta: ¿viene el Evangelio a destruir el Decálogo? La sospecha está en el ambiente y Jesús se ve obligado a precisar. No penséis que da todo igual. Subiendo al monte, como un nuevo Moisés, Jesús se explica. No se trata de una conversación informal, sino de una catequesis básica, fundamental: la justicia del reino de Dios.
7.    La justicia del reino de Dios supera la justicia de escribas y fariseos (moral religiosa)  y la de publicanos y gentiles (ética común): “Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (5,20), “si amáis a los que os aman…¿qué hacéis de particular?, ¿no hacen eso mismo también los gentiles?”, “sed perfectos como es perfecto vuestro padre celestial” (5,46-48).
8.    Anunciando la palabra de Dios, Jesús revisa la tradición recibida. Su estilo es éste: Habéis oído que se dijo... pues yo os digo... Al escuchar su mensaje, la muchedumbre queda asombrada. Les enseña “como quien tiene autoridad, y no como sus escribas” (7,28). Con relación al Decálogo, el Evangelio aparece como un no sólo...sino que... El Decálogo no sólo es cumplido "hasta la última i" (5,18), sino también superado:

•    No sólo no tendrás otros dioses (Dt 5,7), sino que buscarás por encima de todo el reino de Dios y su justicia (Mt 6,33).
•    No sólo no jurarás en falso (Dt 5,11), tampoco en modo alguno (Mt 5,33-34).
•    No sólo guardarás el sábado (Dt 5,12-15), sino que el sábado está al servicio del hombre (Mc 2, 27), serás alimentado con el pan de vida (Jn 6,35-51).
•    No sólo honrarás a tu padre y a tu madre (Dt 5,16), sino que aquellos que escuchan la palabra de Dios serán tu familia (Mc 3,31-35).
•    No sólo no matarás (Dt 5,17), sino que amarás a tu enemigo (Mt 5,43-46).
•    No sólo no cometerás adulterio (Dt 5,18), ni desearás la mujer de tu prójimo (Dt 5,21), sino que serás fiel de corazón (Mt 5,27-30).
•    No sólo no robarás (Dt 5,19) ni codiciarás los bienes ajenos (5,21), sino que compartirás tus bienes (Lc 19,8-10; ver Mt 6,24; Lc 18,24-27).
•    No sólo no darás falso testimonio contra tu prójimo (Dt 5,20), sino que disculparás y perdonarás (Mt 18,21-22).

9.    Un fariseo le pregunta a Jesús: Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la ley? Lo hace para ponerle a prueba. Los fariseos acusan a Jesús de no guardar el  sábado (12,1-14). La respuesta la sabe cualquier judío. Jesús responde: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón”. Y añade: “El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús vincula el primer mandamiento no tanto con la observancia del sábado, sino con el amor al prójimo: “De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas” (22,34-40). Cuando el joven rico le pregunta: Maestro, ¿qué he de hacer para conseguir vida eterna?, Jesús responde: “Guarda los mandamientos”. Y le cita los referidos al prójimo: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre” (Lc 19, 16-19).
10.    Lo mismo dice San Pablo: “A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera” (Rm 13,8-10).  

•    Diálogo: ¿Se necesita la justicia del reino de Dios?