En el principio era la palabra
 

 

En tiempo de Jesús, la profecía no era corriente. Había sido sustituida por las Escrituras y la cadena de tradiciones interpretativas. Y en nuestro tiempo, ¿qué pasa? El Concilio ha recordado que la Iglesia tiene una misión profética y que cualquiera de sus miembros puede participar de ella (LG 35). En nuestro tiempo se necesitan voces que proclamen como Pedro y los apóstoles: Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5,29). O como Pablo: ¡Ay de mi, si no anuncio el evangelio! Si yo lo hiciera por propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio (1 Co 9,16-17).

  


                                                         

¡Bendigo a Aquel que cambia
el rumbo de la vida
y surge en mi horizonte
como aparece el sol!
Llamado desde el seno,
pues no fue cosa mía,
de Cristo soy apóstol
por voluntad de Dios.

Yo no ambiciono puestos,
poder, dinero, fama;
más bien, se me señala
el último lugar.
Prefiero en el desierto
ser sólo voz que clama
con fuerza, como llama
que no puedo apagar.

Y cuando llegue el día
del último viaje
y esté al partir la nave
que pronto volverá,
me encontraréis a bordo,
ligero de equipaje,
casi desnudo como
los hijos de la mar.