En el principio era la palabra
 

 

EL ACONTECIMIENTO DEL CONCILIO
Viento de renovación
 

atti1. El Concilio Vaticano II no se reduce a unos documentos. Por encima de todo, es un acontecimiento profético, viento de renovación, viento del espíritu. Quizá fue más allá de lo que se esperaba: "El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va" (Jn 3,8). A 50 años del Concilio es algo que debe recordarse. Es preciso volver a la experiencia comunitaria de los orígenes como clave de renovación eclesial. En la foto, ejemplar de los Hechos de los Apóstoles, regalo de Pablo VI (1969).
2. Desde el primer momento, el anuncio del Concilio supuso para muchos la respiración de una atmósfera nueva, extraordinaria, creada por el viento del espíritu, viento de renovación. No puede hacerse un buen diagnóstico del tiempo posconciliar, si nunca se ha respirado, o si ya no se respira, aquella atmósfera. Evocamos aquí aquel momento, la génesis inmediata del Concilio, así como la esperanza eclesial que despertó.
Acontecimiento profético
3. “La idea del Concilio, dice Juan XXIII, no ha madurado en mí como el fruto de una meditación prolongada, sino como la flor de una inesperada primavera” (H. Fesquet, Las florecillas del Papa Juan, Estela, 1964, 108). En efecto, el 20 de enero de 1959 se ve sorprendido por una gran gracia; por  ella le parecen “como sencillas y de inmediata ejecución algunas ideas nada complejas, sino sencillísimas, pero de vasto alcance y responsabilidad frente al porvenir, y con éxito inmediato”. Se trataba, en el fondo, de “acoger las buenas inspiraciones del Señor simple y confiadamente”.
4. “El primer sorprendido de esta propuesta mía fui yo mismo, sin que nadie me hiciera indicación al respecto. Y decir que luego todo me pareció tan natural en su inmediato y continuo desarrollo. Después de tres años de preparación laboriosa, aquí estoy ya a los pies de la santa montaña. Que el Señor me sostenga para llevar todo a buen término” (Juan XXIII, Diario del alma, Cristiandad, Madrid, 1964, 406-407).
5. Juan XXIII anuncia la celebración del Concilio el 25 de enero de 1959, en la basílica de San Pablo, en el marco de una ceremonia con la que concluye la semana de oración por la unidad de los cristianos. El 13 de noviembre de 1960 comienza la fase preparatoria del Concilio. Dice Juan XXIII: “La obra del nuevo Concilio Ecuménico tiende toda ella verdaderamente a hacer brillar en el rostro de la Iglesia de Jesús los rasgos más sencillos y puros de su origen y a presentarla, tal y como su Divino Fundador la hizo: sin mancha ni arruga” (Juan XXIII, Un Señor, una fe, un bautismo, 13-11-1960).   
6. La empresa no era fácil y hacía falta valor. A Juan XXIII le corresponde levantar los ánimos: “Debemos llenarnos de valor... No, Cristo, Hijo de Dios y Salvador nuestro, no se ha retirado del mundo que ha redimido, y la Iglesia, fundada por El, una, santa, católica y apostólica, continúa siendo su cuerpo místico, del cual El es la cabeza, con el cual cada uno de nosotros está relacionado, al cual pertenecemos”.
7. Convocando a la renovación, Juan XXIII hace actuales las esperanzas proféticas: “¿No os parece oír el eco de una voz lejana que llega a nuestros oídos y nuestros corazones? Arriba, resplandece, Jerusalén, que ha llegado tu luz y la gloria del Señor sobre ti ha amanecido (Is 60,1). El lejano Isaías nos ofrece las notas para el primer canto triunfal, que recoge los ecos del melodioso fervor que se eleva de entre todas las lenguas, tribus y pueblos”. En efecto, desde el anuncio del Concilio “el mundo cristiano ha notado que una corriente de espiritualidad conmueve las almas con vibraciones insólitas” (Juan XXIII, Alocución papal, 14-11-1960).
8. A un embajador que preguntó a Juan XXIII qué esperaba del Concilio, éste le respondió: “¿El Concilio? - dijo, acercándose a la ventana y haciendo gesto de ir a abrirla -. Espero de él un poco de aire fresco... Hay que sacudir el polvo imperial que se ha acumulado sobre el trono de San Pedro desde Constantino” (Fesquet, 109). Ciertamente, para muchos una locura; para muchos también, una verdad que purifica el templo y que, por tanto, renueva a la Iglesia.
9. De una forma especial, en la llamada a la renovación de Juan XXIII se cumple la palabra del profeta Ageo. Su mensaje de reconstrucción del templo se convierte en mensaje de renovación eclesial. Veamos. Corre el año 520 a. C. Es el periodo posterior al destierro. El profeta Ageo llega en un momento decisivo: el nacimiento de la nueva comunidad de Palestina. Los primeros judíos vueltos de Babilonia se desanimaron enseguida. El profeta llega con la misión de despertar la esperanza y de levantar los ánimos.
10. Veamos los puntos de encuentro: el mandato de subir a la montaña y reedificar la Casa (Ag 1,8), es decir, renovar la Iglesia; la referencia al esplendor de los orígenes (2,3), es decir, a la experiencia comunitaria de los Hechos de los Apóstoles, a “los rasgos más sencillos y puros” de la Iglesia naciente; las palabras de ánimo, fundadas en la presencia de Dios (1,13 y 2,4) y en la presencia de Cristo; las dificultades creadas por la falsa prudencia, tras de la cual se ocultan poderosas resistencias: “Todavía no ha llegado el momento” (1,2); el despertar de muchos espíritus dormidos (1,8), esa “corriente que conmueve las almas con vibraciones insólitas”.
11. La palabra proclamada por Ageo se cumple también en el tiempo posconciliar. Ciro concedió la libertad a los deportados el año 538 a. C. Los judíos que regresan son, sin duda, los más entusiastas: aspiran a construir la ciudad y el templo, la Jerusalén que soñaron los profetas. Pero la realidad se vuelve bien pronto decepcionante. Las dificultades no son pocas ni pequeñas. Hay quienes viven bien y hasta muy bien: sus “casas artesonadas” contrastan con las ruinas del templo y con la situación precaria del pueblo que ha de nacer, la nueva comunidad. Han pasado casi veinte años (ahora cincuenta) y los trabajos de reconstrucción apenas han comenzado.
El lastre de la tradición
12. El pasado 23 de abril, el cardenal Rouco pedía recibir el Concilio "de forma adecuada" y criticaba duramente la visión más aperturista del mismo. El Concilio, decía, es "el gran instrumento de renovación de la Iglesia universal, que hunde sus raíces en la intensa vida cristiana de las décadas precedentes". En realidad, esto es muy ambiguo, tan ambiguo como decir que la democracia española hunde sus raíces en las décadas precedentes. Además, quienes prepararon el Concilio lo pasaron mal en el preconcilio.
13. Ahí están, por ejemplo, Teilhard de Chardin (1881-1955) con su visión dinámica del mundo y los promotores de la "nouvelle theologie", que entre los años 1930-1950 se desarrolla en dos escuelas: Le Saulchoir, dominicos de París, y La Fourvier, jesuitas de Lyon. De ahí salieron grandes teólogos que tanto influyeron en el Vaticano II. En agosto de 1950 la encíclica de Pío XII "Humani generis" paralizó el movimiento de renovación teológica y sus principales impulsores -Chenu, Congar, De Lubac- cayeron bajo censura canónica, mientras se impuso que la enseñanza de la teología debía seguir siendo la escolástica (J. Espeja, A los 50 años del Concilio, San Pablo, Madrid, 2012, 30-36).
14. Según el cardenal, hay "aspectos problemáticos" en determinadas formas doctrinales de recepción de la enseñanza conciliar que "amparándose en un Concilio que no existió, ni en la letra ni en el espíritu, han sembrado la agitación y la zozobra en el corazón de muchos fieles". El cardenal cita al Papa para explicarlo: "Ha habido dos hermenéuticas contrarias", "una ha causado confusión; la otra ha dado y da buenos frutos". Una es la "hermenéutica de la ruptura", que con frecuencia ha gozado de la simpatía de los medios de comunicación y de una parte de la teología moderna. La otra es la "hermenéutica de la continuidad".
15. Dos hermenéuticas, dos interpretaciones: "La hermenéutica de la discontinuidad tiene el peligro de acabar estableciendo una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia posconciliar", "queda radicalmente malinterpretada la naturaleza misma de un concilio, ya que, de esa forma, es considerado como una especie de asamblea constituyente, que elimina una constitución antigua y crea otra nueva".
16. La clave, dice el cardenal, está en leer "de manera apropiada" los textos conciliares y en que éstos sean asumidos "dentro de la Tradición de la Iglesia". El Catecismo de la Iglesia Católica "permite leer el Concilio según la hermenéutica de la continuidad", "la vana pretensión de construir una nueva Iglesia, distinta de la preconciliar, denota una grave crisis de fe en la Iglesia". Antes del Concilio, dice el cardenal en Salamanca, hay una Iglesia "con una gran vitalidad pastoral, tanto en el clero como en el laicado comprometido, además del testimonio de las comunidades cristianas afligidas, los nuevos mártires", "no se trataba de subvertir la Tradición de la Iglesia, sino de preservarla, despojándola de sus formas caducas" (15-11-2012).
17. Al parecer, el cardenal presenta la tradición como norma, no la Escritura. Sin embargo, en caso de discrepancia entre tradición y Escritura, debe ceder la tradición. Lo dice Jesús: "Anuláis la palabra de Dios por vuestra tradición" (Mc 7,13). Por tanto, hay que revisar la tradición a la luz de la Escritura: "No puede fallar la Escritura" (Jn 10, 35), dice Jesús.
18. Ciertamente, a la luz de la Escritura, hay que revisar también los excesos posconciliares, se den donde se den. No todo vale. El cristianismo no es liberalismo. Como dice Pablo: "Habéis sido llamados a la libertad, sólo que no toméis pretexto de esa libertad para el libertinaje" (Ga 5,43).
19. El método de consenso propio del Concilio hace que el texto aprobado sea "un trenzado (una fórmula de compromiso) de dos hilos distintos (dos tendencias)", lo que facilita después "la aparición de hermenéuticas enfrentadas" (M.Vidal, Vida Nueva, n. 2816). Sin embargo, la hermenéutica de la continuidad no puede anular la necesaria renovación de una Iglesia que tiene como Constitución el Evangelio y vuelve a las fuentes de la Iglesia naciente. El lastre de la tradición no lo debe impedir.
En desmoronamiento la vieja cristiandad
20. Jesús afronta un problema semejante. En medio del judaísmo convencional asume la llamada de Juan: "Raza de víboras,...dad frutos dignos de conversión, y no andéis diciendo en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham" (Lc 3,8). La fe no se recibe por herencia. Se requiere una respuesta personal. De modo semejante, en medio del cristianismo convencional irrumpe la llamada del Evangelio. No vale decir: "Somos cristianos de toda la vida". Hace falta otra cosa. La renovación eclesial es profundamente necesaria. El "vino nuevo" del Evangelio debe echarse en "pellejos nuevos" (Mc 2,22). La vieja cristiandad es un pellejo viejo.
21. Desde hace 50 años, se está produciendo un hecho inexorable, que para muchos puede resultar desconcertante: el desmoronamiento de la vieja cristiandad. Indicadores no faltan. Por ejemplo, en España el número de sacerdotes ha bajado un 40% en la última década. Los curas que vienen de otros países son más de 500, pero el porcentaje es muy bajo en el total de los 18.633 sacerdotes de nuestro país. En la Conferencia de Aparecida (2007) se dio el dato: "en los últimos diez años han abandonado la Iglesia unos 30 millones de católicos latinoamericanos" (Vida Nueva, nn.2798 y 2800).
22. ¿Cuál es la causa de ese desmoronamiento? El diagnóstico lo hace el Concilio:"El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero" (GS 4). Hay que "escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio". No es culpa del Concilio, ni de una interpretación inadecuada del mismo.
23. La vieja cristiandad, con sus ruinas seculares, se desmorona. No aguanta la sacudida del terremoto, los cambios profundos y acelerados del mundo contemporáneo. Lo dijo Juan Pablo I a su consejero teológico don Germano: “Tú eres testigo. El Concilio no rompió las barreras de contención, como se decía y se sigue diciendo todavía por mentes desafortunadas. No fue la causa del derrumbe de ideas y valores, de reglas, tradiciones y costumbres hasta entonces válidas e intocables. El Concilio llegó por voluntad de Dios a un mundo en rápida transformación cultural, social y religiosa” (Bassotto, 132).
24. En esa situación de crisis llega el Concilio y remite a las fuentes de la experiencia comunitaria como modelo de renovación eclesial. El Concilio ve en la experiencia comunitaria de los orígenes (Hch 2,42-47) el modelo no sólo de la vida religiosa (PC 15,1), de la de los misioneros (AG 25,1) y de los sacerdotes (PO 17,4 y 21,1), sino de todo el santo pueblo de Dios (LG 13,1;DV 10,1). Así nace, así renace, así se renueva la Iglesia: volviendo al cenáculo (Hch 1,13-14 y 21), a Pentecostés, a la experiencia comunitaria de los Hechos de los Apóstoles.
25. En realidad, ¿qué había antes del Concilio? Dice el obispo Luciani:“Una especie de subalimentación religiosa en muchas partes", "se nos contentaba con una religiosidad popular, que se nutría de prácticas y costumbres religiosas tradicionales, no vivificadas por el contacto con la liturgia y la palabra de Dios, no situadas dentro de una instrucción religiosa profunda. En la misma liturgia los laicos asistían pasivamente, como objeto y no como sujeto de los ritos santos, espectadores, no autores: en la medida en que el celebrante se distanció de la comunidad, siguiendo al altar situado cada vez más hacia el fondo del ábside, el pueblo no habló más y no pudo seguir las lecturas hechas por un lector que le volvía la espalda; el corazón de la misa, el canon, fue leído por el celebrante en voz baja, mientras, individualmente, cada cual decía una plegaria por cuenta propia sin mirar a los demás. En la Iglesia un poco se rezaba como se come en un restaurante, donde uno está en una mesa, otro en otra; uno está en la menestra, otro en la fruta. Cosa bien distinta es comer en familia, todos juntos, los padres con sus hijos, los hijos bajo la mirada de la madre. La liturgia renovada lleva al sentido de la familia, a la oración comunitaria” (Opera Omnia 4, 138-139). Hay que volver a las fuentes. Los charcos preconciliares no sirven. Un cartel lo debería avisar: "Agua no potable".
26. Hay que permanecer atentos a los signos de los tiempos, discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos de los cuales participamos juntamente con nuestros contemporáneos "los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios", dice el Concilio (GS 11). Ahora, 50 años después, tenemos perspectiva. Lo que está sucediendo (en todas las Iglesias) está dentro del plan de Dios. El juicio de la vieja cristiandad está en acción. Quedará un resto: "Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde", "el resto de Israel" (Sof 3,12). Afecta a todas las Iglesias. Cada confesión cristiana ha de revisar su propia tradición a la luz del Evangelio. La movilidad del mundo contemporáneo nos lleva a encontrarnos. Ahora podemos constatar el lastre de cada tradición. Ahora podemos verificar lo que el viento se llevó. Ahora podemos compartir la experiencia del Evangelio.
La comunidad
27. En medio del diluvio que viene, hacen falta barcas, es decir, comunidades vivas. Es algo obvio, pero conviene decirlo con oportunidad y sin ella, "a tiempo y a destiempo" (2 Tm 4,2): cuando venga el diluvio, flotarán las barcas. Lo cantamos muchas veces: "No es, no, la Iglesia inerte,/ que ve con desaliento/ en desmoronamiento la vieja cristiandad,/ es la que se convierte / y vuelve hacia las fuentes / de la Iglesia naciente,/ siendo comunidad".
28. Por tanto, no continuidad, sino ruptura, denuncia del templo, juicio inminente, llamada a la conversión: "Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles" (Lc 3,9). Hace falta un nuevo templo (Jn 2,14-19): "Se acercaba la pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos". La pascua ya no es lo que era, "el paso del Señor". Ahora es "la pascua de los judíos". Jesús sube a Jerusalén y topa con el viejo templo. Coge un látigo y fustiga la tradición establecida: "No hagáis de la casa de mi padre una casa de mercado". Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: "El celo de tu casa me devora". Es una señal profética.
29. Los judíos piden a Jesús una señal que justifique su acción. No perciben la señal que está dando. Le dicen: ¿Qué señal nos muestras para obrar así? Es decir, ¿con qué autoridad haces esto? Jesús les responde: "Destruid este santuario y en tres días lo levantaré". Los judíos replican: Cuarenta y seis años se han tardado en construir este santuario ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él habla del santuario de su cuerpo. Cuando resucita Jesús, los discípulos recuerdan sus palabras. La resurrección es la señal que justifica a Jesús. Por lo demás, en la Nueva creación que inaugura el Evangelio "templo no vi ninguno, porque el Señor es su templo" (Ap 21,22), y la tierra es "el escabel de sus pies" (Mt 5,35).
30. Los judíos tampoco perciben la que viene después: "En tres días lo levantaré". El viejo templo no sirve. No sólo debe ser denunciado, no sólo debe ser purificado, debe ser sustituido. Con la experiencia de la resurrección, con su presencia nueva, Jesús inaugura un nuevo orden religioso, un nuevo templo, la comunidad de discípulos: "Vosotros sois el cuerpo de Cristo" (1 Co 12,27), "piedras vivas" del nuevo templo (1 P 2,5).

* Diálogo: ¿Vemos el Concilio Vaticano II como acontecimiento profético? ¿Qué supone el viento de la renovación? ¿Qué vemos en los signos de los tiempos?