En el principio era la palabra
 

 

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INTRODUCCIÓN

000 años después, celebramos en la Iglesia el nacimiento de Jesús de Nazaret, la entrada de Cristo en la historia: "el Verbo se hizo carne", "la Palabra se hizo hombre" (Jn 1,14). Estas palabras del evangelio de San Juan se escriben a finales del siglo I. Por supuesto, el evangelista siente la ausencia de Jesús (¡ha pasado ).tanto tiempo!),  pero anuncia su presencia en la historia. Como en aquella primera pascua, en plena faena (recogiendo una pesca abundante) proclama con inmenso gozo el anuncio central del evangelio: "¡Es el Señor!" (21,7
A la luz de esta buena noticia, lo vivimos todo, también el lado oscuro de la realidad: el dolor humano que, de diversas formas, se sitúa y reacciona frente a Dios; los límites de la razón humana, que no consigue facilitar el encuentro entre Dios y el dolor humano; las actitudes de muchos creyentes, que tampoco van mucho más allá; asimismo, buscamos la luz de la Palabra de Dios sobre el origen del mal, sobre el sufrimiento y la enfermedad, sobre lo que significa Jesús como Palabra de Dios hecha hombre, como salud de Dios para nosotros. 
Cuando se busca la relación de Jesús con la salud, normalmente se fija la atención en su actividad sanante con los enfermos. Es cierto que "pasó haciendo el bien y curando", como dice Pedro en casa de Cornelio (Hch 10,38). Ahora bien, Cristo no se limita a arrojar espíritus inmundos, sino que introduce en el hombre un espíritu nuevo. No se limita a luchar contra el mal que hay en el mundo, sino que crea un mundo nuevo. No sólo cura enfermedades sino que las previene. Ofrece vida y vida en abundancia (Jn 10,10): a todos, no sólo a los enfermos.
En el contexto del segundo milenio del nacimiento de Cristo, con estos materiales de educación en la fe pretendemos:

  • Acercarnos al mundo de la salud y de la enfermedad, descubriendo en el hombre de hoy su sufrimiento y su enfermedad, sus reacciones ante el dolor, su deseo de vivir.
  • Reflexionar sobre lo que aporta la Palabra de Dios y, especialmente, el Evangelio de Cristo a la humanización del mundo de la salud y de la enfermedad.
  • Plantearnos qué podemos hacer por promover esa humanización, que es parte esencial del anuncio del Evangelio.
Los destinatarios de estos materiales son, en primer lugar, los enfermos y sus familias, cuantos trabajan en el mundo de la salud y de la enfermedad, las parroquias y comunidades cristianas, los grupos de voluntariado, la sociedad en general.

l dolor  lleva a muchas  personas a la rebelión contra Dios y, también, a la negación de su existencia. Les resulta imposible conjugar ambas realidades: Dios y el dolor. Veamos tres ejemplos, tomados del campo de la literatura, que - desde presupuestos y talantes distintos -  concuerdan en la mutua exclusión de Dios y el sufrimiento humano.
  • Baudelaire experimenta la quiebra del optimismo moderno. Respira el tedio universal, el sinsabor y el naufragio de una realidad dominada por el dolor y la muerte. Percibe la "carroña infame" en todas las esquinas de su vida y de la sociedad. Vive a fondo el dolor físico: "Decid si todavía le falta una tortura a este cuerpo sin alma". En medio de su angustia se pregunta: "¿Dónde está Dios? ¿Por qué no escucha?". Ante su silencio no le queda más que la soledad y el abismo: sin Dios, porque "merece ser negado", pero también contra Dios porque "la blasfemia flota sobre la nada". En "Las flores del mal" recoge poemas atroces que alcanzan un tono blasfematorio: habla del Dios que, de modo insolente, se adormece al sonido de las blasfemias y de los gemidos humanos.
  • Camus adopta otro tipo de rebelión, la de quien se niega a comprender o a ponerse de rodillas, porque la única actitud digna es la de luchar contra todo tipo de peste: "La rebelión nace del espectáculo de la sinrazón, ante una situación injusta e incomprensible". Esa sinrazón acontece en Orán, cuando se extiende una peste que de modo súbito e imparable va provocando multitud de víctimas, lo que conduce al aislamiento de la ciudad. La virulencia de la situación provoca actitudes y reacciones diversas. El P. Paneloux, exponente de la actitud religiosa, recurre a la idea de castigo: "Hermanos míos, lo habéis merecido...Dios ha hecho que la plaga os visite como ha visitado todas las ciudades de pecado". Pero este intento de justificar el horror desde un Dios airado y distante se diluye cuando ve morir a un niño entre estertores porque "este, por lo menos, era inocente". El doctor Rieux no puede aceptar esa fe. Ante la situación de peste recurrir a Dios resulta absurdo e inútil: como Dios no existe, hay que reaccionar "luchando contra la creación tal como es". Sólo un ciego o un cobarde se resignaría a la peste. No hay que buscar comprender. Hay que curar. Esa es la realidad del amor. No se trata, por tanto, de buscar culpables o pecadores. No hay más que víctimas que padecen la violencia o la injusticia. La realidad del amor y la dignidad del hombre se muestran en la cercanía a las víctimas.
  • Dostoievsky da un paso más radical en "Los hermanos Karamazov". Iván, representante del hombre moderno, autónomo y racional, se niega a aceptar lo que considera inhumano e irracional. Ciertamente rechaza el mundo creado por Dios, y a Dios en consecuencia, pero niega además la posibilidad de la reconciliación que permita el encuentro de los verdugos y las víctimas. Para ello basta apelar al sufrimiento de los niños. Le basta recordar un hecho reciente. Un señor feudal entrega a los perros rabiosos al hijo de una mujer que se negó a aceptar sus deseos. Este horror deposita en la historia una herida que no puede cicatrizar, un dolor inmenso que no puede ser redimido, en el que Dios ni se encuentra ni puede encontrarse. Aunque los verdugos vayan al infierno, aunque la madre llegue a abrazar al verdugo, aunque Dios pueda perdonar al criminal..."renuncio por completo a la armonía suprema". Esa armonía no vale la lágrima de un solo niño martirizado. Y no vale, porque las lágrimas quedaron sin redimir: "¿Hay en el mundo un ser que pudiera y tuviera derecho a perdonar? No quiero la armonía, por amor a la humanidad no lo quiero. Prefiero quedarme con los sufrimientos no vengados". Aliosha, el hermano menor, que encarna lo más tierno y sensible del cristianismo, pretende echar un bálsamo en el alma torturada de su hermano: "Hay en el mundo un ser con derecho a perdonar, y puede perdonarlo todo, a todos y por todo, pues él mismo derramó su sangre por todos y por todo".

nte tales experiencias e interrogantes la razón no ha podido mantenerse al margen y ha tomado postura. Seleccionamos tres filósofos que, desde planteamientos distintos, no consiguen facilitar el encuentro entre Dios y el dolor humano.
  • Leibniz intenta  justificar a Dios ante la tragedia provocada por el terremoto de Lisboa. La providencia y la existencia misma de Dios quedaron cuestionadas por la multitud de víctimas. Salió Leibniz en defensa de Dios intentando mostrar que no había que denunciar a Dios como culpable. Dios es el gran arquitecto que evalúa todos los elementos que deben formar parte del gran edificio del mundo. Si encontró unas criaturas racionales que podrían abusar de su razón, pero a pesar de todo las creó, ello se debe a que está de acuerdo con el mejor plan posible del universo. Vivimos en el mejor de los mundos posibles, por lo que todo (aun los terremotos) debe encontrar un sentido positivo y coherente. Dios no quiere el sufrimiento de modo absoluto, pero sí de modo relativo, como pena debida a la culpa, como medio para evitar el pecado, como enmienda o ejemplo o advertencia, como pedagogía para posibilitar una mayor perfección en quien lo padece. Dios ha de estar siempre feliz y contento porque en definitiva se somete a una ley racional que explica la armonía y el equilibrio del conjunto.
  • Kant representa la actitud de la resignación ante lo incomprensible. Precisamente por su análisis de la razón y por el establecimiento de sus límites es por lo que reduce al hombre al silencio ante el mal y el sufrimiento. Intentar comprenderlo o conjugarlo con la existencia de un Creador sabio resulta un ejercicio presuntuoso por parte de una razón alocada que pretende rebasar sus propios límites. Esta idea la desarrolla en un breve tratado: "El fracaso de toda teodicea filosófica". Queda frustrada la posibilidad de toda defensa de Dios porque el pecado aniquila la santidad de Dios, el dolor físico niega la bondad de Dios y la inadecuada distribución de los males en el mundo contradice la justicia de Dios. Por ello la actitud más coherente es que la razón reconozca humildemente que los planes de Dios son un libro cerrado. Tal fue la actitud de Job que se somete al carácter inescrutable de los designios de Dios. Sin embargo,  Dios queda lejos del dolor y el ser humano abandonado en la soledad de su sufrimiento.
  • Hegel es el filósofo  que con mayor convicción ha pretendido una visión global de la realidad porque, aun reconociendo sus fisuras, aspira a alcanzar la reconciliación como resultado final. Hasta lo negativo y el sufrimiento encuentran su función y su sentido en la totalidad. No deja sin embargo de reconocer la inmensidad de la aflicción humana: "La historia no es el terreno de la felicidad". La historia concreta puede ser considerada "como ese ara sobre el que se ha sacrificado la dicha de los pueblos". Pero sería un signo de superficialidad no ver más que lo malo. La filosofía ayuda a descubrir que el mundo real es lo que debe ser, que Dios (la Razón) gobierna realmente el mundo, que la historia no es un acontecer loco e insensato, que hasta lo que parece injusto se transfigura en racional. Ni los "inauditos sacrificios" ni los "sufrimientos monstruosos" han acontecido en vano: la libertad y la razón se han ido abriendo camino a pesar de todo, y ese es el verdadero sentido de la historia.

a actitud de muchos creyentes es la de salir en defensa del Dios acusado. Saben que el mal es utilizado frecuentemente para cuestionar su bondad o para negar su existencia. Angustiados o escandalizados por la osadía del adversario, se aferran al principio de la sabiduría y de la bondad divinas. Pero esa reacción tan rápida y convencida tiene sus riesgos. El creyente, con sus conceptos aprendidos, se sitúa en el centro y, lo que es peor, no deja espacio ni ocasión para escuchar al hombre que sufre y al Dios que se revela. No escucha el grito trágico del hombre ni lo que de escándalo hay en su experiencia. No tiene paciencia suficiente para captar el sentido de su protesta, pues debajo de ella puede haber un amor decepcionado, una esperanza frustrada o, tal vez, una nostalgia. Por eso queda bloqueada la insinuación de que quizá la imagen de Dios que se presenta no deje ver su verdadero rostro. Porque no siempre el creyente transmite el sentido genuino de la fe. Colocarse subjetivamente de parte de Dios no implica necesariamente dejar que hable realmente Dios. El Dios que se presenta (en el fondo, el Dios de la razón) tampoco responde desde el dolor compartido. El Dios sabio y omnipotente no se encuentra con el dolor del hombre.
Una solución muy extendida considera que Dios no quiere el mal sino que lo permite. Las razones que se aducen son diversas: respetar la libertad del hombre, conseguir bienes mayores...La permisión supone una concepción del poder de Dios al que se atribuye la capacidad de eliminar el mal. Lo cual, precisamente, acentúa el escándalo de un Dios que permite (aun pudiendo evitarlo) la tortura del niño destrozado por los perros. Además mantiene la distancia y deja al hombre en las afueras de Dios y a Dios en la soledad de su transcendencia. La ambigüedad de la permisión no oculta, por  tanto, la acción positiva de la voluntad de Dios. Por ello puede derivar fácilmente hacia un lenguaje más fuerte y crudo. Así, por ejemplo, ante determinadas enfermedades o catástrofes naturales, se termina diciendo: "Dios lo ha querido así", "es un castigo de Dios", etc.
Otro recurso es apelar a lo incomprensible, es decir, reconocer que el problema del mal nos desborda. Es indudable que en esta actitud existe un fondo de verdad. Pero no debe significar simplemente el silencio. Ese silencio no se puede producir demasiado pronto, sino que debe acontecer al ritmo de la dinámica de la fe. La fe no es simplemente aceptación de lo incomprensible, sino ante todo acogida de la acción de Dios tal y como se manifiesta en la historia. La actitud del creyente no excluye, en principio, colocarse del lado de la pregunta de los hombres, de su protesta y de su interpelación. A partir de esa opción se debe escuchar la respuesta de Dios y se debe percibir el lugar desde el que habla Dios.
CUESTIONARIO

 


El dolor, la enfermedad y el mal llevan frecuentemente a una reacción humana (pregunta, protesta, interpelación) dirigida a Dios. En estas ocasiones ¿cuál es nuestra actitud?
  • salimos en defensa del Dios acusado
  • no dejamos espacio ni ocasión para escuchar a la persona que sufre
  • decimos que Dios no quiere el mal, sino que lo permite
  • reconocemos que el problema del mal nos desborda
  • nos colocamos del lado de la pregunta humana
  • escuchamos la respuesta de Dios
  • acogemos su acción en la historia

  • el amor se muestra en la cercanía a las víctimas

 


a historia de la salvación es la respuesta de Dios a la situación de desgracia de los hombres. Más aún, las primeras páginas de la Biblia surgen como respuesta a la pregunta que se levanta desde la desgracia humana. Los textos más antiguos del Génesis fueron provocados por el interrogante que se arrastra en la historia de la humanidad: cómo se puede explicar la situación de desventura de los hombres si estos han salido de las manos de  Dios.
El relato del Génesis (capítulos 2 y 3) es una primera respuesta: Dios no es responsable de tal situación. Entre el mundo de nuestra experiencia y la creación original no hay una continuidad perfecta: en un momento dado se produce una ruptura. En un mundo, que es bueno al salir de las manos de Dios (Gn 1 y 2) y que queda en manos del hombre ("Llenad la tierra y sometedla", se introduce un elemento perturbador: el pecado humano (Gn 3).

El relato del Génesis pone al descubierto que el hombre y la mujer, en su más profundo error, evitan la presencia de Dios. Se ocultan. Dios tiene la costumbre de pasear por el jardín de la historia humana. Pero el hombre y la mujer piensan que Dios no les interesa para vivir, que Dios es envidioso, enemigo de su felicidad y de su vida: "Se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (3,5). Dios aparece no ya como una ilusión, sino como una mentira, una opresión de la que es preciso librarse. Ellos mismos sabrán y decidirán por propia cuenta lo que es bueno y lo que es malo. Todo queda afectado: la relación con Dios, la relación con los demás (casa, trabajo), la forma en que se vive la muerte (sin esperanza).

Lo que Dios hubiera querido, el proyecto de Dios, es la situación y el estado descritos en la creación original. La armonía con la naturaleza, el equilibrio interior, la relación adecuada con Dios y con los demás hombres recogen las características fundamentales de esa situación ideal. Tal armonía, efectivamente, se ha roto: el sufrimiento y la soledad, la ruptura interior y la acusación mutua, el homicidio y las armas, el enfrentamiento entre los pueblos...todo ello irá configurando la situación humana, que (con mayor precisión) queda definida así: entre la gracia y la desgracia.
Testimonio

 

"A mi padre, al cual no veíamos desde hace casi dos años, le han diagnosticado un cáncer de páncreas. Mis padres están separados desde este tiempo y nos llega la noticia a través de la compañera que vive con él. Uno de mis hermanos recibe la noticia y rápidamente se pone en contacto con nosotros. Somos nosotros los que le damos la noticia a mi madre. En nuestros corazones no existe el menor rencor, y sentimos el deseo de acompañar a mi padre en todo lo necesario. Encima tiene una fuerte depresión y no come casi nada. En unos días nos hemos movilizado y hemos estado viendo las posibles soluciones en relación con el acompañamiento de mi padre, para que no esté solo. Su compañera se tiene que ausentar dos semanas por motivos de trabajo. Hay un acompañamiento del Señor, que yo estoy sintiendo y que, al compartirlo en la comunidad, lo estamos percibiendo todos. Ahora a mi madre se le vienen encima muchos problemas que vamos a tener que solucionar, cuestiones de tipo económico y otros bienes que tienen en común. Hay muchas cuestiones pendientes, puntos vacíos y oscuros que están sin solucionar y que vamos a tener que plantear y que buscar remedio cuanto antes, lo que supondrá mucho dolor, trauma, tensiones...Ruego que el Señor escuche nuestra oración y que mi padre reciba su misericordia. Ruego también al Señor que le dé fuerzas a mi madre, que sienta el paso de Cristo en su espíritu, y también ruego para que nos dé fuerzas a nosotros, sus hijos, para que no desfallezcamos. Ruego por mi, porque por las circunstancias, tengo que ser la que lleve su luz en medio de esta oscuridad e incertidumbre, para que sea él quien me guíe en todo momento"
(M.L.)

a figura de Job supone una profunda reflexión sobre el sufrimiento humano. El problema fundamental que se plantea es el siguiente: si es cierto que Dios premia a los buenos y castiga a los malos en esta vida ¿por qué sufren los justos? ¿ por qué triunfan los malvados? ¿Es que pagan justos por pecadores? ¿Por qué sufre Job, si es justo?
Los amigos de Job (Elifaz, Bildad y Sofar) son tres personajes importantes que viven en distintas localidades, todas ellas situadas en la región de Edom, patria de hombres sabios. Al llegar y ver a Job, quedan profundamente impresionados: ni siquiera parece él. En principio, lo que hacen es el duelo por un muerto. Se quedan mudos. Les parece que la palabra podría resultar vana, vacía, casi hiriente. 
Job es el primero en romper el largo y tenso silencio. Y lo hace con una queja o lamento, describiendo su dolor. Incluso reniega del día en que nació (Job 3,3). Los amigos  argumentan desde la doctrina tradicional de la retribución en esta vida: Dios es justo, la felicidad de los malvados es efímera, el sufrimiento siempre responde a pecados cometidos por el que sufre, aunque no se recuerden o se ignoren. Incluso no tienen inconveniente en inventar pecados de Job con tal de que quede a salvo la justicia de Dios.
Job advierte la palabrería de sus amigos. Si se cambiaran las tornas, también él sería capaz de componer bellos discursos y sentirse tan seguro. Pero las palabras que no salen de un corazón capaz de aproximarse a la desgracia del otro no sirven para nada. Se lo echa en cara: "vosotros, en vez de consolar, atormentáis" (16,2). 
Elihú aparece como un personaje joven, bastante creído en su ciencia religiosa. Le mueve a hablar el hecho de que Dios queda como culpable. Ha escuchado a Job esta afirmación: "Soy puro, no tengo pecado; soy inocente y no hay culpa en mí; pero Dios halla pretextos contra mí y me considera su enemigo; me tiende trampas a cada paso y vigila todos mis movimientos" (33,9-11). Al final, Elihú arremete contra Job: "A su pecado añade la rebelión, se burla de nosotros y multiplica sus palabras contra Dios" (34,37).
Ante el fracaso de los sabios, incapaces de consolar a Job en su desgracia, Dios responde a Job desde el seno de la tempestad. Con la evocación de la naturaleza y, en especial, del mundo animal, tan misterioso para el hombre, Dios lleva a Job a reconocer la vaciedad de su sabiduría: "He hablado a la ligera: ¿qué voy a responder?" (40,4). Y también: "Era yo el que empañaba el consejo con razones sin sentido...Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos" (42,2-6). Job se encuentra con Dios y esa profunda experiencia religiosa supera la doctrina tradicional de todos aquellos, que hablan mucho de Dios, pero poco con Dios.
CUESTIONARIO

 



1)  ¿Qué enseñanza aporta la figura de Job sobre el sufrimiento humano?
2) ¿Cómo afrontamos la enfermedad?
  • acudiendo al médico
  • como condición humana
  • como chequeo de toda la persona
  • como señal del mal
  • como castigo de Dios
  • con rebeldía ante Dios
  • como negación de Dios
  • a la luz de la Palabra de Dios
  • recurriendo a la oración

  • haciendo lo que hizo Jesús: pasó curando.
Testimonio
"Tras un año escolar física y moralmente agotador, pasé las vacaciones como encargada de tres campamentos y una colonia. Al regreso no pude resistir más  y sufrí un principio de depresión bastante grave. Tuve que permanecer inactiva durante cuatro meses. Los caminos de Dios son misteriosos y el quebranto de la salud me ha facilitado el encuentro con Cristo. Profundizando cada vez más, he llegado al convencimiento de que todo lo que había realizado hasta entonces no tenía sentido, porque había prescindido de El. Es cierto que he tenido responsabilidades en la parroquia y que en el barrio se me conoce como mujer abnegada. Pero hoy comprendo que si no he sido realmente feliz es porque quise llevar mi vida sola. Dedicaba a Cristo y al Padre una o dos horas semanales, pero no intervenían en mi vida. He encontrado a Cristo, vuelvo a encontrarlo diariamente, en cada minuto de mi existencia. El da sentido a todo acontecer, feliz o aciago. Gradualmente me ha revelado al Padre con su plan de amor a los hombres, a ese Padre atento a cada uno, con amor inquebrantable"
(Profesora)

 


l Evangelio de San Juan canta (al comienzo) la inmensa aventura de la Palabra de Dios en la historia de la salvación, una epopeya que ha seguido estas grandes etapas: el mundo y el hombre, el pueblo elegido, Cristo.
En primer lugar, la Palabra vino al mundo: "En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció" (1,10). El universo es como un libro abierto: nos habla de Dios. Más aún, el universo está inspirado: Dios nos habla a través de la  creación. Pero el mundo, pagano, no le conoció.
Ante la indiferencia general, Dios elige un pueblo, al que pudiera hablar de una manera más clara y más íntima. Dios llama a todos en cualquier momento y situación: "¿No está llamando la Sabiduría? Y la Prudencia, ¿no alza su voz? A vosotros, hombres, os llamo...escuchad: voy a decir cosas importantes" (Prov 8,1-6). Además, "la Sabiduría se ha hecho una casa,...ha mezclado su vino, ha aderezado también su mesa" (9,1-2).  En vano. El pueblo elegido, en su conjunto, no escuchó la Palabra de Dios.
"Y la Palabra se hizo hombre y puso su tienda entre nosotros" (1,14). La Palabra de Dios se hizo hombre, para que los hombres pudiéramos entender el lenguaje de Dios. El cuerpo de Cristo es la tienda del encuentro del hombre con Dios (Ex 40,34-35), el lugar de su presencia en medio de nosotros. Se cumple así la voluntad de Dios, que dijo: "Pon tu tienda en Jacob" (Eclo 24,8).
La Encarnación es el momento culminante de un movimiento que atraviesa toda la historia de la salvación: Dios busca al hombre. Y en ese movimiento baja, se anonada, la eternidad entra en el tiempo, el absoluto se hace relativo, el señor se hace esclavo, lo divino se hace humano.
Además, la Encarnación nos enseña un nuevo realismo: el hombre es solamente hombre. Es una lección que aprender a lo largo de la vida. Es preciso dejarse diagnosticar y dejarse curar de la perniciosa pretensión de ser como Dios (Gn 3,5) y, en el extremo opuesto, de la tentación de vivir al dictado de la simple condición biológica. Nos enseña, por tanto, a ser criaturas y a aceptar los límites inherentes a nuestra existencia. No viene a liberarnos del cuerpo, sino a ayudarnos a vivirlo sanamente.
No hay fundamento bíblico  que justifique dualismos ni visiones peyorativas en torno al cuerpo. Cuando cuerpo (o carne) se contrapone a espíritu, no se trata normalmente de la diferencia entre cuerpo y alma, sino de la diferencia entre criatura y creador. En la Encarnación esa antítesis no es eliminada, sino superada. Tomar la carne humana significa bajar, asumir una condición de inferioridad con respecto a Dios y confirma la inutilidad de la pretensión de la criatura humana de salvarse por sí misma.
A partir de la resurrección, el cuerpo de Cristo desaparece del horizonte visible de nuestra existencia. En este sentido, ya no podemos encontrarnos con Dios en el cuerpo histórico de Jesús. Pero no por ello se pierde la dimensión corporal del encuentro (por medio de Cristo) entre Dios y los hombres. La Iglesia, animada por el Espíritu, es ahora el Cuerpo de Cristo, la comunidad que le “da cuerpo” prolongando a lo largo de la historia su presencia corporal en el mundo: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es miembro” (1 Co 12,27). Se trata de una realidad que cualquiera puede vivir. Cristo, como dice el concilio Vaticano II, “constituyó a su Cuerpo, que es la Iglesia, como sacramento universal de salvación” (Lumen Gentium 48).

uando se busca la relación de Jesús con la salud, normalmente se fija la atención en su actividad sanante con los enfermos. Es cierto que "pasó haciendo el bien y curando", como dice Pedro en casa de Cornelio (Hch 10,38). Ahora bien, Cristo no se limita a arrojar espíritus inmundos, sino que introduce en el hombre un espíritu nuevo. No se limita a luchar contra el mal, sino que crea un mundo nuevo. No sólo cura enfermedades sino que las previene. Ofrece vida y vida en abundancia (Jn 10,10): a todos, no sólo a los enfermos.
La salud, más que a acciones concretas de Cristo (que, sin embargo, no podemos menospreciar) está profundamente ligada a su persona: "De él salía una fuerza que sanaba a todos" (Lc 6,19). Es agua (Jn 4,10-14), pan (6,34), luz (9,5), resurrección (11,25), camino, verdad y vida (14,6):  salud de Dios para ti.
Dios se nos da a su medida y a la medida del hombre. Desciende como salvación (a la medida de Dios) ofrecida como salud (a la medida humana). Salvación y salud: dos acentos que no se excluyen, pero que no se igualan. La salvación de Dios alcanza a toda la humanidad y al hombre entero: la biografía y la historia, el cuerpo  y el espíritu, la enfermedad y la curación, la vida y la salud. Siendo a la medida del hombre, la salvación se traduce también en experiencia de salud.
Ahora bien, ¿de qué salud estamos hablando? De la salud que brota de la acción de Dios,  aprendiendo a vivir como hombres, asumiendo los límites de la condición humana y, al propio tiempo,  llevando lo humano a su plenitud, en una nueva calidad de vida:
  • La salud humana dice siempre relación estrecha con el cuerpo. Es siempre un modo de vivir el propio cuerpo. Lo cual puede ser explicado en términos de integración, de armonía, de desarrollo de las propias potencialidades, de encuentro, etc.
  • Vivir en salud significa acogerse, tarea realmente difícil, pues implica también acoger la imperfección, la limitación, la incertidumbre, la fragilidad, la enfermedad, la muerte. Acecha siempre la tentación de rehuir las leyes biológicas y tomar los atajos de la magia.  Sólo un cuerpo asumido es un cuerpo salvado y sanado. Aquí radica en última instancia la razón de tanto desasosiego, de conflictos librados contra uno mismo, de búsquedas exasperadas de un bienestar a menudo imposible, de enfermedades psicosomáticas que revelan una relación equivocada con el propio cuerpo. Sólo un cuerpo asumido, sobre todo si ayuda la fe, puede ser vivido como obra bien hecha ("y vio Dios que era muy bueno"), como homenaje permanente al creador y, por tanto, con respeto agradecido, con amor que no maltrata sino que previene, cura y potencia.
  • Otro modo saludable consiste en vivir el propio cuerpo como lugar de encuentro, en la soledad fecunda y en la apertura al otro. Nuestro cuerpo es la dimensión visible de lo que somos. Vivirlo saludablemente requiere saber conjugar en equilibrio la intimidad y la comunión.
  • Asimismo, hemos de cultivar actitudes y valores que humanizan: la acogida, el respeto, la compasión, el amor, el afecto, la cercanía, el servicio, la escucha, la entrega. En lo que esté de nuestra parte, hemos de hacernos presentes en las instituciones y estructuras sanitarias, tratando de impregnarlas de estos valores, de modo que el Reino de Dios se vaya haciendo presente en ellas.
  • Vivir saludablemente significa ofrecer el propio cuerpo en servicio de los demás, en la entrega generosa a partir de los límites impuestos por el sufrimiento y por la enfermedad.
  • La experiencia acredita que una curación verdadera y profunda no es posible sin la recuperación de la dignidad perdida o injustamente usurpada. Vivir en salud significa experimentar la propia dignidad, una verdadera recomposición, no sólo de la salud del cuerpo, sino también de la biografía personal, una mirada diferente sobre sí mismo.
  • A la luz de la Palabra de Dios todo es visto de modo diferente: el propio cuerpo, la salud y la enfermedad, el sufrimiento y la muerte, las realidades del mundo, Dios. Sabemos bien que las experiencias no dependen únicamente de la realidad objetiva sino también del modo de verla, de situarse frente a la misma. Pues bien, Cristo no vino para eliminar las realidades dolorosas de la vida (la enfermedad, en este caso) sino para transformar su experiencia.  Para ello, es importante vivir la experiencia del Evangelio en grupo, en comunidad: el Evangelio se anuncia para ser compartido.
  • Esa mirada diferente cura porque restituye la dignidad y conduce al curado a sentirse no sólo amado sino también digno de ser reconocido y respetado, condición normalmente necesaria para que los enfermos (y todos los somos de alguna forma) puedan mirarse a sí mismos de forma diferente y descubrir que el sufrimiento y la enfermedad están a menudo habitados por un fuerte dinamismo interior, capaz de desencadenar recursos desconocidos, de conducir al hombre a un sano realismo y de abrir tal vez frente a él la oportunidad de un camino, seguramente más laborioso, pero también más saludable.
  • Vivir sanamente significa ir integrando, caminando hacia la unificación, reuniendo lo disperso, liberando lo alienado, reconstruyendo lo destruido, recomponiendo lo desbaratado. Tarea para toda la vida, que tiene -sin embargo- su urgencia especial en el momento de la enfermedad o en la fase final de la vida. Es entonces cuando se entiende mejor ese camino paradójico de la salud: para vivir es preciso desvivirse, dar vida e incluso la vida; para que nazca algo nuevo es necesario que algo muera; para dar fruto es necesario dejarse sepultar. Dicho de otra manera, significa encontrar la vida en el hecho de darla, experimentar la fuerza de Dios en medio de la debilidad del hombre, integrar activamente los propios límites, aceptar con confianza lo inevitable, anunciar  la resurrección y la vida en medio de la muerte.

  • Todo creyente y, de forma especial, quien está al servicio de la salud ha de hacer suyo aquel "he venido para que tengan vida", que remite al corazón mismo de la Encarnación. Es preciso estar dispuesto a bajar, a partir desde abajo, a buscar al otro allí donde verdaderamente se encuentra, a caminar con él, a ayudarle a descubrir los caminos que llevan a la plenitud. El servicio de la salud es un servicio atravesado por la esperanza.

Testimonio
"Nuestro padre se fue tan rápido, que todavía no lo podemos creer. Nos parece que en cualquier momento va a volver...Pasó con buen ánimo todas las pruebas que le hicieron, esperando los resultados que nunca llegaron. No dio un problema en el hospital, no se quejó; hasta el final nos dio ejemplo de valor, esperanza y entrega; se dejó querer, aceptando lo que vivía cada uno de los 17 días que duró su estancia en el hospital y, la última noche, llamando por dos veces a Dios y Dios se hizo presente. La vida para nuestro padre no era fácil, pero siempre luchó, trabajó y vivió por nosotros. Eramos, junto con nuestra madre, lo más importante de su vida y, aunque no lo expresaba con palabras, nos dio todo lo que era y tenía. Ahora nos queda decirte: gracias por mamá; por todo lo que somos; por tus ratos, tu trabajo, tus historias, tu austeridad, tu buen y mal humor, porque con todo hemos aprendido algo siempre; por el último mes y tu entrega final; gracias por estar ahí incluso ahora. Sin ti no podríamos haber escrito esto"
(Tus hijos)

CUESTIONARIO


    1.- ¿Qué aporta la Palabra de Dios y, especialmente, el Evangelio de Cristo a la humanización del mundo de la salud y de la enfermedad?
  • nos responde a la pregunta que se levanta sobre la desgracia humana.
  • nos ayuda a tener una relación sana con Dios.
  • nos ayuda a asumir la propia responsabilidad.
  • nos libera de la perniciosa pretensión de ser como Dios.
  • nos invita a hacer lo que hace Jesús: no sólo cura, ofrece vida en abundancia.
  • nos invita a llevar lo humano a su plenitud.
    2.- ¿Qué podemos hacer para promover esa humanización, que es parte esencial del anuncio del Evangelio?
  • promover una relación sana con el cuerpo.
  • asumir las propias limitaciones.
  • vivir el cuerpo como lugar de encuentro, en la soledad fecunda y en la apertura al otro.
  • cultivar actitudes y valores que humanizan: la acogida, el respeto, la compasión, el amor, el afecto, la cercanía, el servicio, la escucha, la entrega.
  • en lo que esté de nuestra parte, hacernos presentes en las instituciones y estructuras sanitarias, tratando de impregnarlas de estos valores.
  • ofrecer el propio cuerpo, la propia vida,  en servicio de los demás.
  • experimentar o recuperar la propia dignidad, quizá perdida o injustamente usurpada.
  • buscar la transformación de la propia experiencia a la luz de la Palabra de Dios.
  • vivir la experiencia del Evangelio en grupo, en comunidad.
  • descubrir que el sufrimiento y la enfermedad están a menudo habitados por un fuerte dinamismo interior, capaz de desencadenar recursos desconocidos.

  • bajar, partir desde abajo, buscar al que sufre donde verdaderamente se encuentra.

ORACIÓN

Gracias, Señor,
porque eres la luz,
porque viniste para darnos vida
y vida en abundancia,
porque ensanchas nuestro corazón
y das alas a nuestra libertad,
porque curas nuestras heridas,
nos invitas a servir a los demás,
a vivir sanamente
el dolor y la enfermedad.
Gracias, Señor,
por recorrer nuestro camino,
por amarnos hasta el final,
por revelarnos que sólo el amor

sana y salva.

BIBLIOGRAFIA
  • ALVAREZ F., Encarnación: misterio terapéutico y saludable, Madrid 1999.
  • BUENO DE LA FUENTE E., Teología del dolor en Dios, Madrid 1999.
  • IAMMARONE G., Encarnación, en AA.VV., Diccionario teológico enciclopédico, Estella, 1995.
  • LOBATO FERNANDEZ J.B., La experiencia del sufrimiento en Job, Madrid 1999.
  • PAGOLA J.A., La Palabra de Dios se hizo carne: el gesto sanador de Dios, San Sebastián, 1999.

CONFERENCIA EPISCOPAL
Departamento de Pastoral de la Salud
Añastro, 1 * 28033 Madrid