 uando se busca la relación de Jesús con la salud, normalmente se fija la atención en su actividad sanante con los enfermos. Es cierto que "pasó haciendo el bien y curando", como dice Pedro en casa de Cornelio (Hch 10,38). Ahora bien, Cristo no se limita a arrojar espíritus inmundos, sino que introduce en el hombre un espíritu nuevo. No se limita a luchar contra el mal, sino que crea un mundo nuevo. No sólo cura enfermedades sino que las previene. Ofrece vida y vida en abundancia (Jn 10,10): a todos, no sólo a los enfermos.
La salud, más que a acciones concretas de Cristo (que, sin embargo, no podemos menospreciar) está profundamente ligada a su persona: "De él salía una fuerza que sanaba a todos" (Lc 6,19). Es agua (Jn 4,10-14), pan (6,34), luz (9,5), resurrección (11,25), camino, verdad y vida (14,6): salud de Dios para ti.
Dios se nos da a su medida y a la medida del hombre. Desciende como salvación (a la medida de Dios) ofrecida como salud (a la medida humana). Salvación y salud: dos acentos que no se excluyen, pero que no se igualan. La salvación de Dios alcanza a toda la humanidad y al hombre entero: la biografía y la historia, el cuerpo y el espíritu, la enfermedad y la curación, la vida y la salud. Siendo a la medida del hombre, la salvación se traduce también en experiencia de salud.
Ahora bien, ¿de qué salud estamos hablando? De la salud que brota de la acción de Dios, aprendiendo a vivir como hombres, asumiendo los límites de la condición humana y, al propio tiempo, llevando lo humano a su plenitud, en una nueva calidad de vida:
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La salud humana dice siempre relación estrecha con el cuerpo. Es siempre un modo de vivir el propio cuerpo. Lo cual puede ser explicado en términos de integración, de armonía, de desarrollo de las propias potencialidades, de encuentro, etc.
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Vivir en salud significa acogerse, tarea realmente difícil, pues implica también acoger la imperfección, la limitación, la incertidumbre, la fragilidad, la enfermedad, la muerte. Acecha siempre la tentación de rehuir las leyes biológicas y tomar los
atajos de la magia. Sólo un cuerpo asumido es un cuerpo salvado y sanado. Aquí radica en última instancia la razón de tanto desasosiego, de conflictos librados contra uno mismo, de búsquedas exasperadas de un bienestar a menudo imposible, de enfermedades psicosomáticas que revelan una relación equivocada con el propio cuerpo. Sólo un cuerpo asumido, sobre todo si ayuda la fe, puede ser vivido como obra bien hecha ("y vio Dios que era muy bueno"), como homenaje permanente al creador y, por tanto, con respeto agradecido, con amor que no maltrata sino que previene, cura y potencia.
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Otro modo saludable consiste en vivir el propio cuerpo como lugar de encuentro, en la soledad fecunda y en la apertura al otro. Nuestro cuerpo es la dimensión visible de lo que somos. Vivirlo saludablemente requiere saber conjugar en equilibrio la intimidad y la comunión.
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Asimismo, hemos de cultivar actitudes y valores que humanizan: la acogida, el respeto, la compasión, el amor, el afecto, la cercanía, el servicio, la escucha, la entrega. En lo que esté de nuestra parte, hemos de hacernos presentes en las instituciones y estructuras sanitarias, tratando de impregnarlas de estos valores, de modo que el Reino de Dios se vaya haciendo presente en ellas.
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Vivir saludablemente significa ofrecer el propio cuerpo en servicio de los demás, en la entrega generosa a partir de los límites impuestos por el sufrimiento y por la enfermedad.
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La experiencia acredita que una curación verdadera y profunda no es posible sin la recuperación de la dignidad perdida o injustamente usurpada. Vivir en salud significa experimentar la propia dignidad, una verdadera recomposición, no sólo de la salud del cuerpo, sino también de la biografía personal, una mirada diferente sobre sí mismo.
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A la luz de la Palabra de Dios todo es visto de modo diferente: el propio cuerpo, la salud y la enfermedad, el sufrimiento y la muerte, las realidades del mundo, Dios. Sabemos bien que las experiencias no dependen únicamente de la realidad objetiva sino también del modo de verla, de situarse frente a la misma. Pues bien, Cristo no vino para eliminar las realidades dolorosas de la vida (la enfermedad, en este caso) sino para transformar su experiencia. Para ello, es importante vivir la experiencia del Evangelio en grupo, en comunidad: el Evangelio se anuncia para ser compartido.
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Esa mirada diferente cura porque restituye la dignidad y conduce al curado a sentirse no sólo amado sino también digno de ser reconocido y respetado, condición normalmente necesaria para que los enfermos (y todos los somos de alguna forma) puedan mirarse a sí mismos de forma diferente y descubrir que el sufrimiento y la enfermedad están a menudo habitados por un fuerte dinamismo interior, capaz de desencadenar recursos desconocidos, de conducir al hombre a un sano realismo y de abrir tal vez frente a él la oportunidad de un camino, seguramente más laborioso, pero también más saludable.
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Vivir sanamente significa ir integrando, caminando hacia la unificación, reuniendo lo disperso, liberando lo alienado, reconstruyendo lo destruido, recomponiendo lo desbaratado. Tarea para toda la vida, que tiene -sin embargo- su urgencia especial en el momento de la enfermedad o en la fase final de la vida. Es entonces cuando se entiende mejor ese camino paradójico de la salud: para vivir es preciso desvivirse, dar vida e incluso la vida; para que nazca algo nuevo es necesario que algo muera; para dar fruto es necesario dejarse sepultar. Dicho de otra manera, significa encontrar la vida en el hecho de darla, experimentar la fuerza de Dios en medio de la debilidad del hombre, integrar activamente los propios límites, aceptar con confianza lo inevitable, anunciar la resurrección y la vida en medio de la muerte.
Todo creyente y, de forma especial, quien está al servicio de la salud ha de hacer suyo aquel "he venido para que tengan vida", que remite al corazón mismo de la Encarnación. Es preciso estar dispuesto a bajar, a partir desde abajo, a buscar al otro allí donde verdaderamente se encuentra, a caminar con él, a ayudarle a descubrir los caminos que llevan a la plenitud. El servicio de la salud es un servicio atravesado por la esperanza.
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