En el principio era la palabra
 

EL DINERO INJUSTO

1. Parece evidente: lo que es de uno es de uno. Sin embargo, según el Evangelio, la propiedad privada no es para nadie un derecho incondicional y absoluto. Que esto es así, lo podemos ver en la parábola de San Lucas sobre el mal administrador o, también, sobre el dinero injusto (Lc 16,1-15). Seguramente, al escuchar la parábola, hay una serie de cosas que no se entienden y surgen interrogantes: ¿No se tratará de un despido improcedente? ¿Es justa la astucia del administrador que hace favores con dinero que no es suyo? ¿Qué significa eso de hacerse amigos con el dinero injusto? ¿Acaso tenemos un dinero que es injusto?

2. Ya de entrada la parábola nos presenta dos figuras clave: el dueño y el administrador. Al dueño le llega la denuncia de una mala gestión: El administrador derrochaba sus bienes. De cara a la práctica, surgen algunas preguntas: ¿Puede uno quedar despedido (fuera de la comunión, fuera de la comunidad) por cuestiones de dinero? ¿Cómo me sitúo ante el dinero, como dueño o como administrador? O sea, lo mío ¿es mío?

3. En la parábola, la denuncia tiene fundamento y el despido es inevitable. El administrador se puso a echar sus cálculos: ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Y empezó a hacer rebajas a los deudores de su amo. ¿Debes cien barriles de aceite? Escribe cincuenta. ¿Debes cien fanegas de trigo? Escribe ochenta. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Está claro, el dueño es generoso y, además, alaba al administrador, que incluso hizo un buen negocio (ver 1 Tm 6,6 y 1 Co 3,19). Muchas veces, los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz.

4. Se enfrentan aquí el juicio del mundo y el juicio del evangelio. Si, ante lo que -según la lógica del mundo- es mío, me sitúo como dueño, entonces, cuando doy algo, doy lo que es mío. Si me sitúo como administrador, entonces, cuando doy algo, doy lo que no es mío. Por eso dice el Señor: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. Es semejante a aquel otro pasaje que dice: Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos (Lc 12,33). Es una invitación a compartir los bienes. No hay por qué escamotear este aspecto central de la parábola. Hemos de dar, en buena gestión, lo que supera la propia necesidad (ver 1 Tm 6,8).

5. "Sabido es con qué firmeza los Padres de la Iglesia han precisado cuál debe ser la actitud de los que poseen respecto a los que se encuentran en necesidad: No es parte de tus bienes -dice San Ambrosio- lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no sólo para los ricos" (Pablo VI, Populorum progressio, 23). También el Concilio Vaticano II nos invita a compartir los bienes según nuestras posibilidades y nos recuerda aquella frase de los Padres: "Alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas" (GS 69).

6. La parábola concluye con esta reflexión: El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os fiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, lo vuestro ¿quién os lo dará? Podemos preguntarnos qué es lo importante para nosotros: ¿el vil dinero o lo que vale de veras? También podemos revisar si somos de fiar en lo ajeno, o sea, en lo que no es nuestro, de modo que lo nuestro (que otros tienen) se nos dé.

7. Al final, se nos plantea una opción de fondo: Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. El dinero es un dios falso e injusto. El Evangelio nos invita a dar señales claras de que nuestro dios (nuestro dueño, nuestro amo) no es el dinero (ver Mt 6,24). Se da (hoy también) una actitud opuesta, la de los fariseos, amigos del dinero: oyendo estas cosas, se burlaban de Jesús.

8. Cuando el joven rico desoye la llamada de Dios porque tenía muchos bienes, comenta Jesús a sus discípulos: ¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios! Los discípulos quedaron sorprendidos. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios. Los discípulos se asombraron aún más y se decían unos a otros: Entonces ¿quién puede salvarse? Jesús, mirándolos fijamente, dice: Para los hombres es imposible; pero no para Dios, porque para Dios nada hay imposible (Mc 10,23-27).

9. Veamos cuál fue la práctica de Jesús y de las primeras comunidades cristianas. Jesús no exige, como en el monasterio de Qumrán, la entrega de las propiedades a la comunidad. No impone a todos la renuncia a los bienes ni la colectivización de los mismos. Hay quien lo da todo a los pobres (Mc 10,21), otro la mitad (Lc 19,8), un tercero les ayuda con préstamos (Lc 6,34-35), otras siguen a Jesús sirviéndole y atendiéndole con sus bienes (Mc 15,41), una tercera hace con él un derroche al parecer absurdo (Mc 14,3-9). Nada está aquí legalmente reglamentado. Por eso mismo no necesita excepciones, justificaciones, privilegios ni dispensas de la ley.

10. Tampoco la comunidad cristiana primitiva practicó de forma generalizada la renuncia a los propios bienes. Ahora bien, nadie llamaba suyos a sus bienes (Hch 4,32). Los primeros cristianos se vuelven "locos": vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno (Hch 2,44-45). Las relaciones humanas, falseadas y reducidas a relaciones de amo y esclavo a causa del tener, son transformadas en relaciones de fraternidad mediante el compartir. El dinero pierde su significado opresor y se convierte en medio, instrumento y señal de comunión. La comunión de corazones se manifiesta en una efectiva comunicación de bienes.

11. Las comunidades de Pablo no presentan signos tan espectaculares como la primera comunidad cristiana, la comunidad de Jerusalén. Sin embargo, late el mismo espíritu: que nadie pase necesidad (2 Co 8,14; Hch 4,34). Con este espíritu organiza en Corinto una colecta en favor de los "santos" de Jerusalén, que lo pasan mal. La colecta debe hacerse según estos principios: que cada uno dé conforme a conciencia y que dé con alegría (2 Co 9,7; ver 1 Tm 6,18). Pablo hace una advertencia sobre algunos abusos que se dan en la comunidad de Tesalónica: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma (2 Ts 3,10).

12. La Didaché, enseñanza catequética tal vez anterior al año 70, es un rico testimonio de la experiencia cristiana primitiva: "A todo el que te pida, dale y no se lo reclames; pues el Padre quiere que a todos se dé de sus propios bienes. Bienaventurado el que, conforme al mandamiento diere, pues es inocente. Pero ¡ay del que recibe! Pues si recibe por estar necesitado, será inocente; mas el que recibe sin sufrir necesidad, tendrá que dar cuenta de por qué recibió y para qué. Será puesto en prisión, se le examinará sobre lo que hizo y no saldrá de allí hasta haber pagado el último cuadrante" (I,5). Las comunidades han de compartir, pero también han de discernir: "Que tu limosna sude en tus manos hasta que sepas a quién das" (I,6). Las comunidades han de estar alerta frente a la picaresca: "Todo el que llegare a vosotros en el nombre del Señor, sea recibido; luego, examinándole, le conoceréis, pues tenéis inteligencia, por su derecha y por su izquierda. Si el que llega es un caminante, ayudadle en cuanto podáis; sin embargo, no permanecerá entre vosotros más que dos días, o, si hubiere necesidad, tres. Mas si quiere establecerse entre vosotros, teniendo un oficio, que trabaje y así se alimente. Mas si no tiene oficio, proveed conforme a vuestra prudencia, de modo que no viva entre vosotros ningún cristiano ocioso. Caso que quisiera hacerlo así, es un traficante de Cristo. Estad alerta contra los tales" (XII,1-5).