En el principio era la palabra
 

12. LA TRADICIÓN DEL JUDAISMO

La obra del cronista

1. En la etapa posterior al destierro, una vez más, Israel quiere explicarse en una obra histórica, que aparece en los libros de Crónicas, Esdras y Nehemías. Es la obra del cronista. La obra abarca desde Adán (1 Cr 1,1) hasta los tiempos de Nehemías, que gobierna la provincia de Judea entre 445-433 a.C., y de Esdras, que llega desde Babilonia a Jerusalén en el año 397 a.C. La obra se escribe durante el imperio persa, época que goza de mayor tranquilidad política. En la obra del cronista aparece una realidad nueva: la tradición del judaísmo. En el mapa, Palestina durante la época persa.

2. Ante la obra del cronista surgen algunos interrogantes. Por ejemplo, ¿qué supone la doctrina de la retribución?, ¿cómo aparece la figura de David?, ¿cómo aparece el rey esperado?, ¿qué juicio merece la disolución de matrimonios con mujeres extranjeras?, ¿qué supone el legalismo?, ¿en qué consiste el judaísmo?, ¿qué supone el antisemitismo?, ¿qué supone el antijudaísmo?, ¿la gloria del olivo, símbolo del pueblo judío, aparece en la experiencia del Evangelio y en las primeras comunidades cristianas?

3. La obra deuteronomista (del siglo VI a.C.) constituye la base sobre la que escribe el cronista. Por regla general, el deuteronomista transmite intactos los textos de la tradición. Sin embargo, el cronista trata con mayor libertad las fuentes: “Unas veces omite o añade algo, otras veces las corrige o invierte el orden de los sucesos. Pero con estos retoques no ha logrado una mayor unidad interior a la obra”, “el lector echa de menos una coherencia en la exposición. No es posible evitar la impresión de un cierto agotamiento espiritual” (Von Rad, 426-427).

4. La doctrina de la retribución. En la historia de los reyes, el cronista (como hace el deuteronomista) trata de mostrar una relación existente entre pecado y castigo, pero eleva esa relación al máximo: ninguna desgracia sin pecado, ningún pecado sin castigo. Por ejemplo, en el quinto año de Roboam, el faraón Sisaq saqueó Jerusalén (1 R 14,25-26), pero el cronista (superando al deuteronomista) declara que un año antes Roboam “se había apartado de la ley del Señor” (2 Cr 12,1). El rey Asa cayó enfermo en su vejez (1 R 15,23); una vez más, el cronista supera al deuteronomista y afirma que en la guerra contra el rey Basa no confió en el Señor y metió en la cárcel al profeta que le criticó por ello (2 Cr 16,7-8). Azarías tuvo que dejar su regencia debido a la lepra (2 R 15,5), tras un grave abuso cultual (2 Cr 26,16-17). El malvado Manasés reinó más tiempo que cualquier otro, pero el cronista lo explica por su conversión y por la reforma cultual que llevó a cabo (2 Cr 33,11-12). La doctrina de la retribución está en la mentalidad de mucha gente. Y así se dice: ¿Qué habré hecho yo para merecer esto?

5. El deuteronomista no tenía inconveniente en mostrar que las maldades de los reyes podían tener consecuencias lejanas, aún después de la muerte. Sin embargo, el cronista se esfuerza por mostrar que el juicio de Dios alcanza a cada generación en particular. Ciertamente, esta posición presenta graves inconvenientes. No parece tener en cuenta lo que puede deberse simplemente a condición humana. “Ni él pecó ni sus padres”, dice Jesús del ciego de nacimiento (Jn 9,3). Otra cuestión es que cada generación tiene una relación directa con Dios y que sobrevive o sucumbe con su ungido.

6. El cronista quiere resolver un problema difícil: ¿cuál es la situación del individuo frente a Dios? El profeta Ezequiel habla de responsabilidad personal: “¿Por qué andáis repitiendo este refrán en la tierra de Israel?: Los padres comieron agraces y los hijos sufren la dentera?” (Ez 18,1). La literatura sapiencial tratará de resolver esta cuestión. La sabiduría se puede “adquirir” (Pr 4,7), “encontrar” (3,13), “procurar” (2,4), pero también se la puede “perder” o “abandonar” (8,36; 4,6). La sabiduría protege a quien confía en ella y no en su propia inteligencia (3,5-7), lo conduce y le otorga el favor del Señor (8,35). La aportación del cronista es poco satisfactoria (Von Rad, 427-429 y 537).

7. La imagen de David. El cronista empieza su exposición histórica con David. Presenta una imagen del rey muy diversa de la que hallamos en el segundo libro de Samuel. Nada se dice de su ascenso al trono, de sus aventuras por Judá y entre los filisteos, de la historia de Betsabé, de la humillación provocada por la rebelión de Absalón. Lo dijo el autor de la hipótesis documental del Pentateuco (yahvista, elohista, deuteronomista, sacerdotal), el teólogo alemán Julius Welhausen (1844-1918): “¡Hay que ver lo que han hecho de David las Crónicas! El fundador del reino se ha convertido en fundador del templo y del culto, el rey y el héroe a la cabeza de sus compañeros de armas se ha convertido en cantor y liturgo a la cabeza de una turba de sacerdotes y levitas; su figura dibujada con tanto vigor se ha convertido en una lánguida figura de santo, envuelta en nubes de incienso”.

8. El David de las Crónicas es santo, pronuncia discursos solemnes. David y Salomón no gobiernan sobre Israel, sino sobre el “trono del Señor” (1 Cr 29,23). Salomón ocupa “el trono del Señor” (2 Cr 9,8), gobierna el “reino del Señor” (13,8). El cronista quiere expresar algo que para él y su tiempo debió de ser muy importante: En aquellos días tristes y sin reyes, el cronista es el guardián de la tradición mesiánica: “Cuando él -corrigiendo una vez más sus fuentes- extiende el alcance de la profecía de Natán hasta el tiempo postexílico, lo hace porque todavía espera evidentemente que se cumpla”.

9. El rey esperado. En el modelo de David podemos ver cómo era aquel a quien se esperaba: sería un rey, que tendría la función real y la sacerdotal. No es que oficiase personalmente como sacerdote, sino que una de sus tareas sería el cuidado del santuario y la organización de los oficios sagrados. David preparó la construcción del templo: “Mi hijo Salomón es aún joven y débil, y el templo que hay que construir debe ser sumamente grandioso, para que su fama y gloria llegue a todos los países. Así que yo le haré los preparativos” (1 Cr 22, 5). Como un segundo Moisés, tenía el modelo en sus manos (Ex 25,9-40) y se lo dio a Salomón: “David entregó a su hijo Salomón el plano del pórtico y del templo, de los almacenes, las salas superiores, las naves interiores y el lugar del Propiciatorio. También le entregó el proyecto de lo que había pensado sobre los atrios del templo del Señor y los locales circundantes” (1 Cr 28,11-12). Una vez más como segundo Moisés (Ex 25,1-2; 35,4s), David invitó al pueblo a dar una contribución voluntaria: “¿Quién quiere hacer ahora una ofrenda generosa al Señor?”  (1 Cr 29,5). En la foto, templo de Salomón (Atlas de la Biblia).

10. El tabernáculo y el arca. El documento sacerdotal se ocupa de la construcción del tabernáculo, ante el cual ejercen sus funciones los descendientes de Aarón, hermano de Moisés y sacerdote. David se preocupa del arca y otorga nuevas funciones a los levitas, sus antiguos portadores. El cronista separa el arca del tabernáculo. Todavía en tiempos de Salomón, el tabernáculo se hallaba en Gabaón, ciudad cananea situada al norte de Jerusalén: “La tienda del Señor que hizo Moisés en el desierto y el altar de los holocaustos estaba en el alto de Gabaón” (1 Cr 21,29), “Salomón marchó, junto con toda la asamblea de su pueblo, al alto de Gabaón, donde estaba la tienda del encuentro de Dios”. Sin embargo, el arca de Dios había sido trasladada por David al lugar que había preparado para ella: “una tienda que le había levantado en Jerusalén” (2 Cr 1,2-4). Al ser trasladada a Jerusalén, los levitas ya no fueron portadores del arca. David les encomendó la función de cantores: “Estaban encargados del canto ante la morada de la tienda del encuentro, hasta que Salomón construyó el templo del Señor en Jerusalén” (1 Cr 6,16-17);16,1).

11. El legalismo. La obra deuteronomista quiere ser una gran confesión de culpa. Sin embargo, el cronista escribe para legitimar los oficios cultuales, establecidos por David. Para el deuteronomista, la ley es la torá, es decir, la totalidad de los preceptos por los que Dios ha manifestado su voluntad; con ella se juzga a Israel y a sus reyes. Israel fracasó respecto a esa voluntad de Dios, escrita en el Deuteronomio. Esta comprensión de la ley, que se percibe como una unidad, se encuentra también en el cronista, pero con mayor frecuencia se la considera de un modo mucho más formal y externo. Aquí se insinúa ya un sentido dudoso de la ley. Aparece una ley desmesurada, compuesta de muchas prescripciones rituales, tomadas como absolutas. Jesús choca con ese legalismo. Por ejemplo, Jesús cura en sábado (Mc 3,1-6).

12. Elección y profesión de fe. El cronista emplea once veces el verbo elegir, pero los objetos de la elección de Dios son el lugar de culto o la tribu de Leví. Para el cronista la elección de Jerusalén o la de Leví tienen más importancia que la elección de Israel. Sin embargo, sería falso hablar tan solo de su interés por lo ritual. El cronista juzga las principales figuras del pasado según este criterio: ¿confiaron en el Señor y le invocaron en sus necesidades?, ¿se dirigieron al Señor?, ¿le consultaron? Esta última fórmula es muy antigua, pero recibió un sentido radical y exclusivo en la época de los reyes, durante la lucha contra la religión cananea de la naturaleza. El “dirigirse al Señor” era una profesión de fe en el Dios de Israel, dirigirse a otros dioses era renegar de él. Pero ¿qué quería indicar con esta fórmula el cronista?

13. El templo de Jerusalén y el culto. A esta pregunta podemos responder partiendo del discurso de Abías, que reinó en Judá entre 915 y 911 a.C.: “En cuanto a nosotros, el Señor es nuestro Dios y no lo hemos abandonado: los sacerdotes que sirven al Señor son los aaronitas; y los encargados del culto, los levitas. Mañana y tarde ofrecen al Señor holocaustos, inciensos aromáticos, el pan de la proposición sobre la mesa pura y el candelabro de oro con sus lámparas para que ardan cada tarde. Nosotros observamos los preceptos del Señor nuestro Dios” (2 Cr 13,10-12). La fidelidad al Señor se manifiesta en el reconocimiento y fidelidad al santuario de Jerusalén, y en la observancia de las prescripciones cultuales, transmitidas desde antiguo. La fe de Israel ha perdido evidentemente contenido a causa de su estrecha relación con las prescripciones externas. Sin embargo, lo más grave de todo es, sin duda, el “encubrir las infamias de los santos” (Von Rad, 429,433).

14. Autor y fecha. El autor conoce tan bien el Pentateuco como los libros históricos. El Pentateuco es ya canónico, cuando escribe el cronista. El puesto relevante que tienen los levitas y los cantores en Crónicas no lo encontramos en el Pentateuco. El autor legitima estas instituciones remontándolas a David: como Moisés es el gran legislador de Israel, David es el instaurador del culto y de la música litúrgica. Posiblemente el autor de Crónicas sea uno de los levitas, comprometido en la ardua empresa de restauración. El autor tiene ante sí “una tarea difícil y urgente” y necesita “un documento simple y eficaz”. Para establecer una fecha, habría que responder a estas preguntas: ¿es obra de un solo autor u de varios autores?, ¿fue sometida a distintas relecturas la obra original?, ¿el autor de Crónicas es el mismo que el de Esdras y Nehemías?

15. Quienes aceptan la hipótesis de un solo autor dan como fecha probable los comienzos del siglo IV a.C., después de la misión de Esdras, que llega desde Babilonia a Jerusalén en el año 397 a.C. Aceptar dicha hipótesis llevaría a situar la obra del cronista en un tiempo más cercano a nosotros. En el libro de Nehemías se menciona al cabeza de familia sacerdotal Yadúa, que fue registrado en tiempos del sumo sacerdote Eliasib “hasta el reinado de Darío el Persa” (Ne 12,22). Se trata de Darío III (336-331 a. C.). Según Josefo, Yadúa fue contemporáneo de Alejandro Magno. Según esto, tendríamos que datar la composición de la obra del cronista después del 330 a.C. Es comprensible que Jerusalén y el templo ocupen un lugar central, pues el cisma samaritano se desarrolla a partir del año 350 y desemboca más tarde en la construcción del templo de Garizim. La finalidad del autor o autores habría sido doble: apoyar la reforma de Esdras-Nehemías y unir a todo Israel (no sólo a Judá) en torno al templo de Jerusalén.

16. Es posible que este conjunto de libros haya sido el resultado de un proceso en varias etapas. La primera etapa tendría la finalidad de legitimar el “segundo templo”, heredero del primero. La segunda etapa tendría como finalidad defender la actividad de Esdras como legislador e intérprete de la Ley. La tercera etapa tendría como objetivo consolidar la comunidad judía frente a las hostilidades de los vecinos y las tensiones con los samaritanos. Es muy posible que la obra conociera relecturas posteriores. La obra debió estar concluida hacia el año 180 a.C., cuando el Eclesiástico escribe el “elogio de los antepasados”, que en parte se inspira en el cronista: “Por todas sus acciones, (David) daba gracias al Altísimo, el Santo, proclamando su gloria. Con todo su corazón entonó himnos, demostrando el amor por su Creador. Organizó coros de salmistas ante el altar, y con sus voces armonizó los cantos; y cada día tocarán su música” (Eclo 47,8-10). La obra del cronista dio fruto: “La comunidad judía no perdió su identidad, supo afrontar un siglo más tarde la ola arrolladora del helenismo” (Sagrada Escritura, CEE, 553-554).

17. Esdras, el escriba. En un principio, los dos libros de Crónicas formaban un solo libro. Además, presentan “una clara unidad temática y estilística con Esdras y Nehemías”. La tradición judía lo atribuye al escriba Esdras. Los libros de Esdras y Nehemías formaban originalmente un solo rollo. Más tarde, los judíos dividieron el rollo y lo llamaron Esdras I y II. El antiguo erudito cristiano Orígenes comentó que el libro de Esdras podía considerarse un libro doble. Jerónimo, a comienzos del siglo V, señaló que esta duplicación había sido aceptada por cristianos griegos y latinos. Jerónimo rechazó la duplicación en su traducción de la Biblia del hebreo al latín (Vulgata) y, en consecuencia, todos los primeros manuscritos de la Vulgata presentan Esdras-Nehemías como un solo libro. Las Biblias Hebreas modernas llaman a los dos libros “Esdras y Nehemías”, como también lo hacen otras traducciones modernas de la Biblia.

18. Disolución de matrimonios con mujeres extranjeras. Esdras condujo a un gran número de exiliados de vuelta a Jerusalén, donde descubrió que los judíos se habían casado con mujeres extranjeras: “A los tres días se reunieron en Jerusalén todos los hombres de Judá y de Benjamín. Era el día veinte del mes noveno. Todo el pueblo se situó en la plaza del templo de Dios, temblando por la gravedad del caso y también porque llovía. Se levantó el sacerdote Esdras y dijo: Vosotros habéis prevaricado casándoos con mujeres extranjeras”, “reconoced vuestra culpa ante el Señor, Dios de vuestros padres, y cumplid su voluntad. Separaos de las gentes del país y de las mujeres extranjeras. La comunidad respondió en alta voz: ¡Así será! ¡Haremos lo que nos dices!” (Es 10,9-12). ¿Qué decir de esta medida? Jesús remite al proyecto original de Dios (Gn 2,24), que en sus líneas esenciales dice: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19, 5-6). Lo denuncia Jesús: “Habéis anulado la palabra de Dios por vuestra tradición” (Mc 7,13).

19. El judaísmo. La formación de lo que en adelante se llama judaísmo la recoge el cronista en los libros de Esdras y Nehemías. En los tiempos en que escribe, la comunidad posterior al destierro no tiene la independencia política, pero tiene lo esencial, la unidad espiritual. El templo y el culto ha sido restaurado. Se celebra con una gran fiesta: “No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza” (Ne 8,1-12). Ahora bien, la ley (con sus 613 prescripciones) “se convierte en una realidad absoluta con validez incondicional, independiente del tiempo y de la historia”. La consecuencia más grave de este proceso es que, con su comprensión de la ley, Israel sale de la historia, de esa historia vivida hasta entonces con Dios. En adelante vive “en una misteriosa región, fuera de la historia”, y allí sirve a Dios. Además, de este modo se priva de la “solidaridad con los otros pueblos”, se convierte en “algo odioso”, atrae sobre sí la grave acusación de “renuncia a unirse a otros pueblos” (Von Rad, 126-131; ver catequesis sobre el Pentateuco, 5. Después del destierro). Hoy se habla de xenofobia, es decir, odio, repugnancia y hostilidad hacia los extranjeros.

20. El antisemitismo. Según el Diccionario de la Real Academia, el antisemita es “enemigo de la raza hebrea, de su cultura o de su influencia”.  En sentido amplio, el antisemitismo se refiere a la hostilidad hacia los judíos, basada en una combinación de prejuicios de tipo religioso, social, cultural y étnico. En sentido estricto, es una forma específica de racismo, pues se refiere a la hostilidad hacia los judíos, definidos como una raza. Se diferencia del antijudaísmo en cuanto éste se refiere a la hostilidad hacia los judíos definidos como grupo religioso, cuya expresión más desarrollada ha sido, hasta el Concilio Vaticano II, el antijudaísmo cristiano. Algunos prefieren hablar de judeofobia.

21. El Concilio Vaticano II. Como es tan grande “el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos”, el Concilio “quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio”. Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Jesús, sin embargo, lo que en su pasión se hizo no puede ser imputado indistintamente a los judíos que entonces vivían ni a los judíos de hoy. La Iglesia es el Nuevo Pueblo de Dios, pero “no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios y malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras”. Finalmente, la Iglesia “deplora los odios y persecuciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos“ (Nostra aetate, 4). 

22. La gloria del olivo. En el diálogo judeo-cristiano pasar de la hostilidad a la tolerancia es un paso, pero se puede dar otro más importante, volviendo a las fuentes: pasar de la tolerancia a la comunión por la conversión al Dios vivo, que habla de muchas maneras en la historia humana. Para vivir el Evangelio, Jesús no abandona su religión judía y los apóstoles tampoco. El olivo, típico de Palestina, simboliza al pueblo judío, en el que brota la experiencia del Evangelio: “La ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad nos vienen por medio de Jesús, el Cristo” (Jn 1,17). 23.

23. Ciertamente, la gloria del olivo resplandece en Cristo. Jesús funda la comunidad de discípulos: ahí están los doce (Mt 10,1), están los setenta y dos (Lc 10,1), están las mujeres que acompañan a Jesús (8,1-3). La comunidad es la nueva familia de los discípulos: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (8,21). Las primeras comunidades cristianas son ramas del olivo judío. Las comunidades gentiles son ramas injertadas en el olivo judío (Rm 11,16-24). Como hizo Jesús con su propia tradición, nosotros hemos de revisar la nuestra a la luz de la Escritura, a la luz del Evangelio. En la foto, olivo de Getsemaní.

* Diálogo:  ¿Qué supone la doctrina de la retribución?, ¿cómo aparece la figura de David?, ¿cómo aparece el rey esperado?, ¿qué juicio merece la disolución de matrimonios con mujeres extranjeras?, ¿qué supone el legalismo?, ¿en qué consiste el judaísmo?, ¿qué supone el antisemitismo?, ¿qué supone el antijudaísmo?, ¿la gloria del olivo, símbolo del pueblo judío, aparece en la experiencia del Evangelio y en las primeras comunidades cristianas?, ¿hay que revisar la propia tradición a la luz del Evangelio?