En el principio era la palabra
 

2. LA TRADICIÓN DE ELISEO

El manto de Elías

1. Corre el siglo IX a.C. La tradición de Eliseo comienza cuando Elías es arrebatado en un carro de fuego, “¡carro de guerra de Israel y su tiro de caballos!” (2 R 2,12). Eliseo recoge su manto (2,14). Cincuenta hombres de la comunidad de los profetas se quedaron enfrente, a cierta distancia. A partir de ese momento, le ven distinto, transformado: “¡El espíritu de Elías se ha posado sobre Eliseo!” (2,15). Van a su encuentro diciendo: “Hay entre tus siervos cincuenta hombres valerosos, que vayan a buscar a tu señor”. Él les dice: “No mandéis a nadie”. Tanto le insisten que finalmente les dice: “Mandad”. Mandaron cincuenta hombres que le buscaron durante tres días, pero no lo encontraron. Cuando volvieron donde él, les dijo: “¿No os dije que no fuerais?” (2,16-17).

2. Algunos interrogantes: ¿Quiénes forman parte de la comunidad de los profetas?, ¿tienen un peculiar estilo de vida?, ¿qué rasgos presentan?, ¿son precursores de los esenios y de la comunidad de Qumrán?, ¿prefiguran la comunidad de discípulos de Jesús y las primeras comunidades cristianas?, ¿anticipan quizá el modelo de vida conventual? Eliseo tenía su propio trabajo ¿estaba integrado en la sociedad agrícola y sedentaria de su tiempo?, ¿qué nos parecen sus milagros?, ¿hay elementos legendarios?, ¿superan el nacionalismo cerrado?, ¿tienen una perspectiva universal?, ¿qué nos parece su mediación política?, es valiosa su tradición?, ¿la revisa Jesús?

3. La comunidad de los profetas. Grupos de profetas, “discípulos (o hijos) de los profetas”, los encontramos en algunos lugares al sur del reino de Israel y podemos suponer que están en relación con santuarios locales. Así aparece uno de estos grupos en Ramá en torno al profeta Samuel (1 Sm 19,20). Sin embargo, la profecía clásica de Israel comienza con Elías y Eliseo. La comunidad de los profetas tiene un peculiar estilo de vida. Eliseo es maestro, los discípulos le llaman “padre” (2 R 6,21). En alimentación, vivienda y vestido llevan una vida pobre. Veamos algunos detalles. Eliseo dice a su criado: “Coloca una olla grande y cuece un potaje para la comunidad de los profetas” (4,38). La comunidad de los profetas dice a Eliseo: “Mira, el lugar en el que residimos bajo tu guía es demasiado estrecho para nosotros. Iremos al Jordán, tomaremos una viga cada uno y nos construiremos allí un lugar donde habitar” (6,1-2). Elías iba “con manto de pelo y con una faja de piel ceñida a la cintura” (2 R 1, 8). De forma semejante, Juan el Bautista “iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura” (Mc 1,6).

4. Los profetas son radicales, es decir, vuelven a las raíces de su fe. Son libres, independientes. De Elíseo se dice: “Cuando Elías fue arrebatado en el torbellino, Eliseo se llenó de su espíritu. Durante su vida ningún príncipe le hizo temblar. Nadie pudo dominarlo” (Eclo 48,12). Comenta Von Rad: “Ahí (en esa radicalidad) se pusieron los cimientos de aquella misteriosa independencia social y económica, de aquella libertad frente a toda consideración de rango o posición social, que había de ser el presupuesto indiscutible de la aparición de los profetas posteriores”. La idea de lo que significa ser profeta o “hablar en nombre de Dios” fue acuñada entonces: “Amós e Isaías no tuvieron más que entrar en ese mundo”.

5. Los descubrimientos de las cuevas del mar Muerto nos proporcionan “una visión exacta de las ordenanzas rigurosas de su vida comunitaria”  gracias al documento llamado Regla de la secta, “muestran bajo nueva luz los relatos referentes a las fraternidades de profetas de la época de Eliseo, pues el fenómeno se sitúa ahora dentro de un marco mucho más amplio, sociológicamente hablando. No es que podamos considerar a esas comunidades de profetas como precursores de los esenios, pero se ha ido haciendo más claro que existían en Israel, de vez en cuando, grupos religiosos radicales, y que para un grupo de cismáticos (como eran aquellos esenios) resultaba lógico agruparse en esa forma de comunidad de vida conocida desde muy antiguo, para salvar de ese modo su especial patrimonio religioso” (Von Rad, 42-44).

6. La vocación de Eliseo. Volviendo Elías del Horeb, encontró a Eliseo, hijo de Safat, que se hallaba arando. Frente a él tenía doce yuntas de bueyes; él estaba con la duodécima. Pasó Elías a su lado y le echó su manto encima. Entonces Eliseo abandonó los bueyes, corrió tras Elías y le dijo: “Déjame ir a despedir a mi padre y a mi madre y te seguiré”. Le respondió: “Anda y vuelve, ¿quién te lo impide?”. Eliseo volvió atrás, tomó la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio. Con el yugo de los bueyes asó la carne y la entregó al pueblo para que comiera. Luego se levantó, se fue tras de Elías y se puso a su servicio (1 R 19, 19-21). En el evangelio, Jesús será más radical. A uno le dijo: “Sígueme”. Le respondió: “Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre”. Le contestó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios” (Lc 9,59-60).

7. Milagros, señales. En la religiosidad tradicional se entiende por milagro “acto del poder divino, superior al orden natural y a las fuerzas humanas”. Sin embargo, en la Biblia no se plantea la relación que un hecho tiene con la naturaleza (mentalidad griega), sino la relación que un hecho tiene con Dios. Si el contexto religioso del hecho nos resulta significativo, entonces hablamos de señales: Dios habla, Dios actúa. En ninguna parte del Antiguo Testamento se narran tantos “milagros” en tan poco espacio. En ninguna otra parte se encuentra una alegría tan radiante por las “señales” del profeta: “Nada era imposible para él, incluso muerto, su cuerpo profetizó. Durante su vida, realizó prodigios, y después de muerto fueron admirables sus obras” (Eclo 48, 13-14).

8.Multiplicación del aceite: “La mujer de uno de la comunidad de los profetas clamó a Eliseo diciendo: Tu servidor, mi marido, ha muerto. Sabes que tu siervo temía al Señor y ahora viene mi acreedor a llevarse a mis dos hijos. Eliseo le preguntó: “¿Qué puedo hacer por ti? Dime, ¿qué tienes en casa?”. Ella respondió: “Tu sierva no tiene en casa más que una orza de aceite”. Él le dijo: “Anda y pide fuera vasijas a todas tus vecinas, vasijas vacías, no te quedes corta. Entra luego y cierra la puerta tras de ti y tras de tus hijos. Vierte (aceite) en todas las vasijas, poniendo aparte las llenas”. Así lo hizo y el aceite fue llenando las vasijas. Fue ella a decírselo al hombre de Dios, que dijo: “Anda y vende el aceite y paga a tu acreedor, tú y tus hijos viviréis de lo restante” (2 R 4,1-7).

9. La sunamita y su hijo. Pasó Eliseo un día por Sunem. Vivía allí una mujer principal que le insistió en que se quedara a comer. Después, siempre que pasaba, iba allí a comer. Ella dijo a su marido: “Estoy segura de que es un santo hombre de Dios el que siempre viene a casa. Vamos a hacerle una pequeña habitación en la terraza y le pondremos una cama, una mesa, una silla y una lámpara, y cuando venga por casa, que se retire allí”. Vino él un día, se retiró a su habitación, y se acostó. Dijo a su criado: “¿Qué podemos hacer por ella?”. Respondió el criado: “Por desgracia no tiene hijos y su marido es viejo”. Eliseo dijo a la mujer: “El próximo año, por estas fechas, abrazarás un hijo”. Concibió la mujer y dio a luz un hijo. Creció el niño y un día se fue donde su padre junto a los segadores. Dijo a su padre: “¡Mi cabeza, mi cabeza!”. El padre dijo a un criado: “Llévaselo a su madre”. Así lo hizo. Estuvo sobre las rodillas de su madre hasta el mediodía y murió. Subió y le acostó sobre el lecho del hombre de Dios. Fue ella y llegó donde el profeta, al monte Carmelo. Llegó Eliseo a la casa, subió a la habitación, cerró la puerta y oró al Señor. Se recostó sobre el niño hasta siete veces. El niño estornudó y abrió sus ojos. Llamó a su criado y le dijo: “Llama a la sunamita”. Entró ella y salió llevándose a su hijo (2 R 4, 8-37).   

10. Multiplicación de panes. La gente solía buscar al hombre de Dios en días de luna nueva o en sábado (2 R 4,23). Un hombre llevó al profeta primicias de pan, veinte panes de cebada y grano fresco en espiga. Dijo Eliseo: “Dáselo a la gente para que coman”. Su servidor dijo: “¡Cómo voy a dar esto para cien personas?”. Él dijo: “Dáselo a la gente para que coman, porque así dice el Señor: Comerán y sobrará”. Se lo dio, comieron y dejaron de sobra (2 R 4,42-44). La cifra de cien no es nueva. Cuando Jezabel exterminó a los profetas del Señor, Abdías, mayordomo de palacio y temeroso de Dios, ocultó en una cueva a cien de ellos, en dos grupos de cincuenta, alimentándolos con pan y agua (1 R,18,4).

11. Curación de Naamán. Naamán era jefe del ejército del rey de Siria, un hombre poderoso, pero tenía lepra. En este caso, se puede hablar de una enfermedad de la piel, pues no interrumpe las relaciones sociales. Por tanto, no se trata de la terrible enfermedad. Unas bandas de arameos habían hecho una incursión trayendo de la tierra de Israel a una muchacha, que pasó al servicio de la mujer de Naamán. Dijo ella a su señora: “Ah, si mi señor pudiera presentarse al profeta que hay en Samaría, él lo curaría de su lepra”.  Fue Naamán y se lo comunicó al rey de Siria, el cual le dijo: “Vete, que yo enviaré una carta al rey de Israel”. Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras diciendo: “¿Acaso soy yo Dios para dar muerte y vida?, pues este me manda que cure a un hombre de su lepra. Reconoced y ved que me busca querella”. Cuando Eliseo se enteró, envió a decir al rey: “¿Por qué has rasgado tus vestidos? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel”.

12. Remedio natural. Llegó Naamán ante la casa de Eliseo y este le envió un mensajero para decirle: “Ve y lávate siete veces en el Jordán”. Naamán se puso furioso y se marchó diciendo: “¿No son mejores los ríos de Damasco que todas las aguas de Israel?”. Sus servidores se le acercaron para decirle: “Padre mío, si el profeta te hubiese mandado una cosa difícil, ¿no la habrías hecho?”. Bajó, pues, y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra del hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio”. Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Dijo Naamán: “Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Recibe, pues, un presente de tu siervo”. Eliseo no quiso aceptar nada. Naamán se llevó tierra del país, la carga de un par de mulos, porque no pensaba ofrecer sacrificios más que al Señor. Bueno, cuando el rey de Siria va a adorar en el templo de su dios, se apoya en su brazo y le tiene que acompañar: “Que el Señor me perdone por ello”. Eliseo le dijo: “Vete en paz” (2 R 5,1-18).

13. Relatos populares. En cierta ocasión, subiendo a Betel, unos muchachos se burlaron de Eliseo diciendo: “¡Sube, calvo, sube, calvo!”. Él se volvió, se les quedó mirando y los maldijo en el nombre del Señor. Salieron dos osos del bosque y despedazaron a cuarenta y dos de ellos” (2 R 2,23-24). Tras la curación de Naamán, el hombre de Dios no quiso aceptar nada. Sin embargo, el criado de Eliseo corrió tras Naamán pidiendo en nombre de Eliseo una recompensa, que ampliamente consiguió. Al hombre de Dios le pareció mal y le dijo: “La lepra de Naamán se pegará a ti y a tu descendencia para siempre” (2 R 5,19-27).

14. El mal que va a hacer Jazael. Eliseo aparece en Damasco, cuando Ben Hadad, rey de Siria, se encuentra enfermo y quiere consultar al Señor si sobrevivirá a la enfermedad. El rey encarga a Jazael que se lo pregunte al hombre de Dios. Así lo hizo y Eliseo respondió: “Ve y dile: Puedes vivir. Pero el Señor me ha revelado que de cierto morirá”. Se inmovilizaron sus facciones quedándose rígido en extremo y se echó a llorar. Dijo Jazael: “¿Por qué llora mi señor?”. Le respondió: “Porque sé el mal que vas a hacer a los israelitas: pondrás fuego a sus fortalezas, matarás a sus jóvenes a espada, aplastarás a sus pequeños y abrirás el vientre a sus embarazadas”. Dijo Jazael: “Pues ¿qué es tu siervo?, ¿Cómo un perro hará cosa tan enorme?”. Respondió Eliseo: “El Señor ha hecho que te vea como rey de Siria”. Dejando a Eliseo, regresó junto a su señor. Éste le preguntó: “¿Qué te ha dicho Eliseo?”. Respondió: “Me ha dicho que puedes vivir”. A la mañana siguiente, Jazael tomó una manta, la empapó en agua, presionó sobre el rostro del rey y murió. Reinó en su lugar (2 R 8,7-15). Es posible que este relato del encuentro entre Eliseo y Jazael sea legendario: “El narrador cree posible que el influjo de Eliseo haya actuado incluso en Damasco, cuando subió al trono el usurpador Jazael. La historicidad de este suceso no se puede confirmar” (Von Rad, 45).

15. Unción de Jehú. El profeta Eliseo llamó a un discípulo de los profetas y le mandó ir a Ramot de Galaad para ungir a Jehú, que era jefe del ejército, como rey de Israel. El joven derramó aceite sobre su cabeza mientras decía: “Te unjo rey de Israel. Derrotarás a la casa de Acab, tu señor”, “a Jezabel la comerán los perros en el campo de Yizreel, sin que nadie la entierre”. Luego abrió la puerta y huyó. Yizreel, que significa “Dios siembra”, es el nombre de la llanura de Galilea (en griego, Esdralón; ver mapa). Cada uno de los servidores del rey se apresuró a poner su manto a los pies de Jehú. Luego gritaron: “Jehú es rey” (2 R 9, 1-13).

16. Muerte de Joram. Joram, rey de Israel, fue al encuentro de Jehú y le preguntó: “¿Hay paz, Jehú?”. Éste respondió: “¿Qué paz puede haber mientras siguen las prostituciones de tu madre Jezabel y sus muchas hechicerías?”. Jorám huyó diciendo a su hijo Ocozías: “¡Traición!”. Jehú tensó el arco en su mano y la flecha le atravesó el corazón. Jehú dijo a su escudero: “Llévale y arrójale en el campo de Nabot”. Así dijo el Señor: “Yo le devolveré lo mismo en este campo”. Ocozías, rey de Judá, también huyó. Jehú partió en su persecución: “¡También a él! ¡Matadle!”. Le hirieron, se refugió en Meguiddó y murió allí. Sus servidores le llevaron a Jerusalén y le sepultaron en la ciudad de David (2 R 9,22-29).

17. Muerte de Jezabel. Jehú fue a Yizreel. Nada más enterarse, Jezabel se pintó los ojos, se adornó la cabeza y se asomó a la ventana. Cuando Jehú llegó a la puerta, ella gritó: “¿Todo va bien, asesino de su señor?”. Jehú alzó su rostro hacia la ventana y dijo: “¿Quién está conmigo, quién?”. Se asomaron hacia él dos o tres eunucos y él les dijo: “¡Tiradla abajo!”.  La tiraron y su sangre salpicó los muros y también los caballos, que la pisotearon. Cuando fueron a enterrarla, no hallaron más que el cráneo, los pies y las palmas de las manos. Se lo comunicaron a Jehú y dijo: “Es la palabra que el Señor había dicho por boca de su siervo Elías: En el campo de Yizreel comerán los perros la carne de Jezabel” (2 R 9,30-36).

18. Baño de sangre. Tenía Acab setenta hijos en Samaría. Jehú envió una carta a los jefes de Samaría diciendo: “Ved quién es el mejor y el más justo de los hijos de vuestro señor y ponedle en el trono de su padre”. Pero ellos tuvieron miedo y dijeron: “Somos siervos tuyos; haremos cuanto nos digas; no proclamaremos rey a nadie; haz lo que parezca bien a tus ojos”. Jehú les envió una segunda carta diciendo: “Si estáis de mi lado y escucháis mi voz, tomad a los jefes de los hombres de la casa de vuestro señor y venid a mí mañana a esta hora, a Yizreel”. Los setenta hijos del rey estaban con los magnates de la ciudad que los criaban. En llegando la carta, tomaron a los setenta hijos del rey y los degollaron. Luego pusieron sus cabezas en cestas y se las enviaron a Yizreel. Jehú mandó poner las cabezas en dos montones a la entrada de la puerta y dijo a todo el pueblo: “El Señor ha hecho lo que dijo por boca de su siervo Elías”. Y Jehú mató a todos los que quedaban de la casa de Acab en Yizreel, a sus magnates, sus familiares, sus sacerdotes, sin dejar ni uno con vida (2 R 10,1-11).   

19. Profetas de Baal. Reuniendo luego a todo el pueblo, Jehú les dijo:“Acab dio poco culto a Baal; Jehú le dará mucho más”, “convocadme a todos los profetas de Baal y a todos sus sacerdotes. Que no falte ninguno, pues voy a hacer un gran sacrificio a Baal. Quienquiera que falte, no sobrevivirá”. El templo de Baal se llenó de un extremo al otro Dijo entonces al encargado del vestuario: “Saca las vestiduras para todos los fieles de Baal”. Así lo hizo. Jehú había apostado fuera a ochenta de sus guerreros. Cuando terminó de ofrecer el holocausto, mandó a la guardia y a sus oficiales: “Entrad y matadlos. Que no escape ni uno”. Y los pasaron a filo de espada. Luego penetraron hasta el interior del templo, sacaron la estatua de Baal y la quemaron. Entonces el Señor comunicó a Jehú: “Por haber actuado bien, haciendo lo recto a mis ojos, y por cumplir con la casa de Acab todo lo que yo tenía en mente, hijos tuyos hasta la cuarta generación ocuparán el trono de Israel”. Pero Jehú no guardó la enseñanza del Señor con todo su corazón (2 R 10,18-31). Este parece ser el contexto histórico de la matanza de los profetas de Baal, que en otro lugar se atribuye a Elías: “Les hizo bajar al torrente Quisón y allí los degolló” (1 R 18,40).

20. Comentario. La unción de Jehú y la caída de la dinastía reinante “se encuentra bajo la clara luz de la historia”. Eliseo fue “quien designó como rey a ese celador de la más pura fe yahvista, y es muy difícil imaginar que el profeta no hubiera previsto que Jehú, en su lucha contra Baal y sus adoradores, iba a pasar por un mar de sangre” (Von Rad, 46). Según el relato, había previsto el mal que iba a hacer Jazael y lloró por ello. El relato tiene un lado oscuro, inaceptable: ¿Cómo se puede decir que esas matanzas se realizaron en nombre de Dios?

21. Revisión de Jesús. Ante la mala acogida de un pueblo samaritano, Santiago y Juan, a quienes Jesús llama los “hijos del trueno” (Mc 3,17),) reaccionan de forma tremenda: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?”. Los discípulos recuerdan la tradición de Elías, que “hizo caer fuego tres veces” (Eclo 48, 3): una vez sobre el holocausto en la asamblea del Carmelo (1 R 17,38), otra cuando un jefe de cincuenta con sus hombres quiere hacerle bajar de la montaña por orden del rey (2 R 1,10), la situación se repite (1,12). A veces se dice: “¡Mal rayo te parta!”. Pues bien, Jesús los corrigió: “los regañó” (Lc 9,54-55).

22. Suele decirse: “Dios castiga sin piedra ni palo”. En realidad, Dios juzga la historia. En el momento crítico del arresto, Jesús dice a Pedro: “Mete la espada en la vaina” (Jn 18,10). En su opción mesiánica, Jesús no quiere imponerse por la fuerza y renuncia a la violencia, sin condenar el derecho a la legítima defensa. Al propio tiempo, enuncia una ley de la historia: “Quien a hierro mata a hierro muere” (Mt 26,52). Jesús aparta a sus discípulos del círculo infernal de la violencia. No hay “guerras santas” ni tampoco “cruzadas”.

23. En la sinagoga de Nazaret, Jesús proclama el pasaje de Isaías: “El espíritu de Dios está sobre mí” (Is 61,1). Todo iba bien, hasta que Jesús toca la fibra del nacionalismo cerrado y fanático de Nazaret: “Ningún profeta es bien recibido en su tierra”. Y cita a Elías y a Eliseo, enviados respectivamente a una viuda fenicia y a un sirio, ¡dos extranjeros!: “En Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio”. Todos en la sinagoga se pusieron furiosos contra él y querían despeñarlo (Lc 4,24-29).

* Diálogo: ¿Es valiosa la tradición de Eliseo?, ¿hay que revisarla?, ¿revisa Jesús la tradición de Elías y Eliseo?, ¿en qué aspectos?