En el principio era la palabra
 
18. Y VOSOTROS QUIEN DECIS
La confesión de fe
  
  1. Los interrogantes se repiten: ¿quién es Jesús de Nazaret?, ¿un mito?, ¿un profeta?, ¿un revolucionario?, ¿un hermano para cada hombre?, ¿alguien que actúa en nuestra vida?, ¿aquel sin el cual nada tendría sentido? Y vosotros ¿quién decís? Nos acercamos a la figura de Jesús avanzando poco a poco, desde los datos más externos (incluso contrarios) hasta los aspectos más profundos, que sólo pueden conocerse en una experiencia de fe y conducen a la confesión de Cristo.
  2. Datos más externos. Jesús de Nazaret aparece entre nosotros "como un hombre cualquiera" (Flp 2,7). Nace en Belén (Mt 2,1; Lc 2,4) en tiempo del emperador Augusto y del rey Herodes, pero es en Nazaret, donde se ha criado (Lc 4,16). Es “el albañil (en griego, tékton; en latín, faber), el hijo de María” (Mc 6,3), “según se creía, el hijo de José” (Lc 3,23), “de la casa de David” (1,27). Bautizado por Juan hacia el año quince del emperador Tiberio (3,1-22), comienza su misión, cuando tiene "unos treinta años" (3,23). Se considera a sí mismo profeta (Mc 6,5). Muere crucificado hacia el año 30, siendo Poncio Pilato procurador de Judea.
  3. Fuentes no cristianas. Hacia el año 90, el historiador judío Flavio Josefo habla de la lapidación, el año 62, de Santiago, el "hermano de Jesús, llamado el Cristo" (Antigüedades judías XX, 9,1; ver Hch 12,2.17). El Talmud, que recoge la tradición oral judía, dirá después: “La víspera de la Pascua colgaron a Jesús… porque practicaba la magia y sacaba del buen camino al pueblo" (Sanhedrín 43a). El historiador romano Tácito (hacia 55-120) habla de Cristo al tratar de la persecución de los cristianos en tiempo de Nerón (años 64-67): "Este nombre viene de Cristo, que el procurador Poncio Pilato había condenado a muerte bajo el reinado de Tiberio. Esta odiosa superstición, reprimida durante algún tiempo, se extendió de nuevo, no sólo en Judea, donde el mal había nacido, sino también en Roma adonde confluye todo lo detestable y deshonroso que el mundo produce y donde ella ha encontrado numerosos adeptos" (Anales 15,44). Una carta del gobernador de Asia Menor, Plinio el Joven, al emperador Trajano (año 110), dice, entre otras cosas, que los cristianos se reúnen con fecha fija en una comida ordinaria y que, aparte de negarse a dar culto al emperador, "cantan un himno en honor de Cristo, como si fuera Dios" (Cartas 10,96; ver también Suetonio, Vida de Claudio 25,4).
  4. Fuentes cristianas. Ante la figura de Jesús las reacciones son diversas. La gente que le sigue percibe en él un profeta (Mt 16,14), “un profeta poderoso en obras y palabras” (Lc 24,19). Es "por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec" (Sal 110; Hb 5,6), pero no es sacerdote levítico. Jesús enseña "como quien tiene autoridad" (Mc 1,22), enseña y cura (Mt 4,23), forma comunidad (Lc 10,1), la nueva familia de los discípulos (8,21). Cuando los discípulos de Juan le preguntan si es el que ha de venir, Jesús se remite a las señales: "Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la buena nueva" (Mt 11,5). Su mensaje es este: "Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1,15). Su libertad es insólita: por encima del pan (Lc 4,4), por encima del tener (9,58), por encima del poder (13,31-33), por encima de la familia (8,19), incluso renuncia a una vida conyugal (Mt 19,12).
  5. Nicodemo, magistrado judío, sabe que Jesús viene de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que realiza, si Dios no está con él (Jn 3,2). El funcionario real cuyo hijo está gravemente enfermo cree en la palabra que le dice Jesús y en aquella hora queda curado su hijo (4,46-53). La samaritana percibe en él un profeta y se pregunta: ¿No será el Cristo? (4,29). Los samaritanos le reconocen como “el salvador del mundo” (4,42). Ante la tempestad calmada los discípulos quedan asombrados y se dicen: ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen? (Mt 8,27). En el encuentro con Jesús, Zaqueo, “jefe de publicanos y rico”, revisa su posición y comparte: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”, dice Jesús (Lc 19,1-10).
  6. Reacciones contrarias: el escándalo, el desprecio, el rechazo. Así reaccionan familiares y paisanos. Llegó a su pueblo y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía extrañada: ¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del albañil? Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: "Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta" (Mt 13,54-57). Sus parientes decían: "Está fuera de sí" (Mc 3,21). Sus paisanos le echan fuera de la ciudad e intentan despeñarle (Lc 4,29). Los adversarios le acusan de hablar como profeta, pero sin vivir como profeta: sus discípulos no ayunan (Mc 2,18), es "un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores" (Mt 11,19), "quebranta el sábado" (Jn 5,18), "se endiosa"(10,33), "está endemoniado" (8,48). Los endemoniados manifiestan una profunda repulsa (Mt 8,29). Jesús pasa curando (Lc 13,32). En medio de problemas que desbordan, aparece como el "más fuerte" (Mt 12,28-29).
  7. Cuando Jesús pregunta a sus discípulos: Y vosotros ¿quién decís?, Pedro responde: "Tú eres el Cristo" (Mc 8,29). ¿Respuesta acertada? En realidad, Jesús corrige la esperanza nacionalista de Pedro, que es para él una tentación: “Les conminó a que no hablasen con nadie acerca de esto”, el Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: “Aléjate de mí, Satanás. Tú piensas como los hombres, no como Dios” (8,30-33). Jesús es el Cristo bajo la figura del siervo, no se impone por la fuerza, renuncia a la violencia: "Mirad a mi siervo, a quien elegí, mi amado en quien se complace mi alma" (Mt 12,18). Cuando Jesús pone una mesa para cinco mil, quieren hacerle rey, pero él evita la estrategia nacionalista de la multitud: “Muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él” (Jn 6,60-66).
  8. Jesús, el profeta de Galilea (Mt 21,11), no quiere que le confundan con los que han venido delante (Jn 10,8). Los zelotes anuncian el reino de Dios, pero pretenden imponerlo por la fuerza. Estos no encuentran en Jesús palabras de apoyo, sino de crítica: entregan a los suyos a ser degollados por los romanos (Lc 13,3), ven venir al lobo y huyen, son asalariados, no entran por la puerta, son ladrones y salteadores, roban, matan y destruyen (Jn 10,1-21). Aunque alguno de sus discípulos hubiera sido zelote, como Simón (Lc 6,16), Jesús no lo es. No va armado. Es "el buen pastor" (Jn 10,14). Sus armas son las señales del reino de Dios. Jesús anuncia la palabra (Mc 2,1). Probablemente, Judas Iscariote (quizá deformación de sicariote, asesino asalariado) tenía un pasado zelote, y se sintió defraudado por Jesús. Manipulado por los sumos sacerdotes, le traicionó (Mc 14,10-11).
  9. En el fondo, la causa de Jesús es de tipo religioso, pero tiene sus consecuencias sociales. Jesús se enfrenta al sistema religioso, social y político, simbolizado en el templo (Mc 11,17). La jerarquía sacerdotal recibe su cargo por herencia y no goza de la simpatía popular. En dependencia del poder romano de ocupación, el alto clero comparte su poder con otros grupos influyentes: los saduceos, los escribas, los fariseos, los legistas, los ricos. Jesús condena su papel social y religioso (Mt 23; Lc 11,39-54; 6,24). Y opta por los pequeños (Lc 9,48), anuncia la buena noticia a los pobres (4,18), la muchedumbre sometida por los poderosos (Mt 9,36). Por supuesto, Jesús no enseña la vieja teología saducea. Los saduceos buscan el pacto con el imperio, creen que Dios abandona al mundo a su destino y que la resurrección es una novedad sin fundamento.
  10. Muchos decían: "Este es verdaderamente el profeta". Otros decían: "Este es el Cristo" (Jn 7,40-41). La expresión hebrea Mesías (en griego, Cristo, que significa Ungido) alude al rey esperado, que reemplazaría el dominio extranjero por la soberanía de Dios. Es lo que esperan muchos, también discípulos (Lc 24,21). En el proceso que se le hace, Jesús precisa su posición: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido" (Jn 18,36). A pesar de todo, se le condena como subversivo. Lo dice el letrero de la cruz: "rey de los judíos" (19,19). Enseñando en el templo, Jesús plantea la cuestión del Mesías, del Cristo: ¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es el hijo de David? David mismo dijo movido por el espíritu santo: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha". El mismo David le llama Señor: ¿cómo entonces puede ser hijo suyo? (Mc 12,35-37; ver Sal 110). Si el Cristo es hijo de David, ¿por qué David le llama Señor? Cristo es algo más que David, más que Salomón, más que Jonás (ver Lc 11,31-32).
  11. Ante la muerte de Lázaro en la plenitud de la vida, Jesús anuncia la resurrección (Jn 11,24). Más aún, le dice a Marta: "Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí, aunque muera, vivirá", "¿crees esto?". Responde Marta: "Yo creo que tú eres el Cristo, el hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo" (11,26-27). Otras expresiones de Jesús: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre” (6, 51), “si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí” (7,37), “yo soy la luz del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (8 12), “yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). El centurión, al ver lo sucedido en la muerte de Jesús, glorificaba a Dios diciendo: "Ciertamente este hombre era justo" (Lc 23,47).
  12. Jesús se acepta como profeta (Mc 6,5), como Cristo, pidiendo reserva (8,30). Además, se define a sí mismo como el hijo del hombre. ¿Qué significa esto? En los evangelios esta expresión aparece siempre en boca de Jesús (Mc 10,33; Jn 9,35). Se cumple la profecía de Daniel. Al pueblo creyente, oprimido por poderes bestiales, se le anuncia una esperanza: “como un hijo de hombre que viene sobre las nubes del cielo”, “se le da un reino que no será destruido jamás" (Dn 7,13-14). La historia es juzgada ante el trono de Dios y del hijo del hombre. Dios entrega su reino al hijo del hombre, que viene “sobre las nubes del cielo” (en nombre de Dios) a juzgar la historia. “Has de ver cosas mayores”, dice Jesús a Natanael, “veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el hijo del hombre” (Jn 1,50-51). En el sueño de Jacob (Gn 28), mensajeros de Dios suben y bajan sobre el templo de piedra, ahora lo hacen sobre Jesús: el hijo del hombre es el templo de Dios. La resurrección y el juicio son las "obras aún mayores" (Jn 5,20) que realiza Jesús: “llega la hora (ya estamos en ella) en que los muertos oirán la voz del hijo de Dios, y los que la oigan vivirán” (5,25), Dios “le ha dado el poder para juzgar, porque es el hijo del hombre” (5,27). En el momento culminante del proceso de Jesús, pregunta el sumo sacerdote Caifás: "Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el hijo de Dios". Jesús responde en impresionante desafío: "Tú lo has dicho", "a partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la derecha del poder y venir sobre las nubes del cielo" (Mt 26,63-64). Para Caifás, una blasfemia (26,65). Para la Iglesia naciente, la confesión de fe (Ef 4,5-6; 1 Tm 2,5).
  13. Jesús se define también como hijo de Dios (Jn 10,36). En la Biblia, esta expresión indica una relación especial con Dios. Es hijo de Dios el justo (Sb 2,18), el pueblo de Israel (Ex 4,22), el rey (2 Sa 7,24; Sal 89) y, sobre todo, el rey prometido (Sal 2,7). Son hijos de Dios los que reciben la palabra de Dios (Jn 1,12-13), los que trabajan por la paz (Mt 5,9), los que aman a sus enemigos (5,45), los que resucitan (Lc 20,36). Sin embargo, Jesús es "el Cristo, el hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). “Hijo de Dios” es un título mesiánico. Jesús es "el hijo" (Mc 13,32), el mesías, el rey del reino de Dios. En el bautismo de Jesús (Mc 1,11) y en el pasaje de la transfiguración (9,7) Dios le llama "mi hijo amado". En la parábola de los viñadores homicidas (12,6) y en otros pasajes Jesús se presenta a sí mismo como "el hijo" (Mt 11,27; 24,36). La comunión de Jesús con Dios es total: "El padre y yo somos uno", dice Jesús (Jn 10,30; ver 5,16-18), dice también: "el padre es más que yo" (14,28). Con sus raíces humanas (Lc 3,23-38), el nacimiento de Jesús es obra de Dios (Mt 1,18; Sal 119,73). En el bautismo de Jesús se cumple el salmo 2: "Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy". Es un salmo de entronización real.
  14. La Iglesia naciente considera como lo esencial de su fe la confesión de Cristo. Lo proclama Pedro el día de Pentecostés: "A Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales...vosotros le matasteis clavándole en una cruz por mano de los impíos...A este Jesús Dios le resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del padre el espíritu santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís... Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 22-36). Veamos qué significa esto.
  15. En primer lugar, Dios le resucitó. Jesús vive a pesar de la muerte. Su modo de presencia es distinto. Los discípulos tardan en reconocerle. Es reconocido en circunstancias ordinarias de la vida, en medio de acontecimientos que se convierten en señales de su presencia. María Magdalena reconoce a Jesús en la palabra que le dirige (Jn 20,15-18). Los caminantes de Emaús le reconocen al partir el pan (Lc 24,13-32). Los discípulos le reconocen en aquella pesca abundante: "Es el Señor" (Jn 21,7). Tomás retira las condiciones que había puesto para creer lo que dicen los demás: “Hemos visto al Señor”. Lo que sucede en aquella reunión, le lleva a reconocer la presencia del Señor, que vive a pesar de la muerte, y la acción de Dios, que lo ha resucitado: "Señor mío y Dios mío" (20,24-28). En el Nuevo Testamento la palabra “Dios” se refiere al padre: “Dios es uno, y uno sólo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús” (1 Tm 2,5).
  16. Jesús no es un resucitado más: es el Señor. Durante su misión, a Jesús se le llama señor (Mc 7,28; Mt 8,8) como señal de respeto. Pero, tras su muerte y resurrección, se cumple plenamente el salmo 110: “Dijo el Señor (Dios) a mi Señor (Cristo): Siéntate a mi derecha” (Hch 2,34-35; 1 Co 15,25; Col 3,1; Ef 1,20; Hb 1,13). Jesús de Nazaret ha sido constituido Señor de la historia. El reino de Dios se hace presente en la persona de Jesús. El crucificado es rey, Cristo, sentado a la derecha de Dios, es el rey del reino de Dios. Es el salvador: “Bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos” (Hch 4,12). El Señor colabora con los discípulos, confirmando la palabra con las señales que la acompañan (Mc 16,20).
  17. Jesús es el hijo de Dios, “nacido del linaje de David según la carne, constituido hijo de Dios con poder por su resurrección de entre los muertos" (Rm 1,4). Todo el Evangelio se ordena a esto: "que creáis que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios" (Jn 20,31). Jesús viene de Dios: “He salido y vengo de Dios” (Jn 8,42), “salí del padre y he venido al mundo, ahora dejo el mundo y voy al padre” (Jn 16,28). En él “la palabra se hizo carne” (Jn 1,14), se hizo hombre; “siendo de condición divina” (hijo de Dios, mesías, rey del reino de Dios), “se despojó de su rango”, “por lo cual Dios le exaltó y le dio el nombre sobre todo nombre”, “para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble” (le rinda homenaje), “y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2,6-11), es “imagen de Dios invisible”, “primogénito de toda la creación”, “todo tiene en él su consistencia”, es el “primogénito de entre los muertos” (Col 1,15-20; ver Lc 20,36; Jn 14,9-10). Jesús es superior a Abrahán: “Antes que naciera Abrahán, existo yo” (Jn 8,54). Según la tradición rabínica, “siete cosas fueron creadas antes de que el mundo lo fuera: la Ley, el Arrepentimiento, el Paraíso, el Trono de Gloria, el Santuario y el Nombre del Mesías”, es decir, eran “parte del designio originario de Dios para el universo que se proponía crear” (Dodd, 104). Del Mesías se dice: “Su nombre sea bendito para siempre, que dure tanto como el sol, en él se bendecirán todas las familias de la tierra” (Sal 72; Gn 12,3).
  18. La confesión de fe se expresa en fórmulas breves: "Jesús es Señor" (1 Co 12,3), "Jesús es el Cristo" (1 Jn 2,22), "Jesús es el hijo de Dios" (Hch 8,37; 1 Jn 4,15; Hb 4,14). No lo olvidemos, necesitamos que nos lo diga el mismo Dios: "Nadie conoce bien al hijo sino el padre" (Mt 11,27), “nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en espíritu santo” (1 Co 12,3). La oración de la Iglesia naciente: Ven, Señor (maranatha: 1 Co 16,22; Ap 22,20) es una confesión de fe. La comunidad cristiana invoca el nombre del Señor y experimenta su presencia misteriosa. Los cristianos son “los que invocan el nombre del Señor”. Pablo llama creyentes a “cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor, Jesús, el Cristo” (1 Co 1,2). Y anuncia claramente: “Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo... Pues todo el que invoca el nombre del Señor se salvará” (Rm 10,9-13).
  19. En los primeros siglos el pez, en griego IXTHYS, es un símbolo secreto, una confesión de fe incluida en el famoso acróstico: Jesous, Xristós, Theou Uiós, Soter, es decir, Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador. Tertuliano (160-220) escribe en su tratado sobre el bautismo: “Nosotros, pececillos que tenemos nuestro nombre de nuestro pez (Ichthys), nacemos en el agua” (c.1). El monograma de Cristo se compone de dos letras griegas, la X (Ch) y la P (que es la R), entrelazadas. Son las dos primeras letras de la palabra griega Christós, es decir, Cristo. El monograma comenzó a aparecer en las monedas romanas después del edicto de Milán (313), que estableció la libertad de culto para los cristianos. Con el edicto de Tesalónica (380), el cristianismo se convirtió en la religión oficial del imperio romano.
  20. Es fundamental la experiencia de fe, que supone el encuentro con Cristo. Somos alcanzados por él (Flp 3,12). Cambia el propio sentido de la vida. Es la experiencia de Pablo: Dios "tuvo a bien revelar en mi a su hijo" (Ga 1,15-16), "para mi vivir es Cristo" (Flp 1,21), "vivo, pero no yo, es Cristo quien vive en mi" (Ga 2,20). Lo que Jesús dijo e hizo, incluso toda la Escritura, se convierte en un testimonio en favor de él. Lo dijo Jesús a los judíos: "Vosotros investigáis las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí" (Jn 5,39). Es “la resurrección y la vida” (Jn 11,26), viene a juzgar la historia ya en el presente: “Veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene sobre las nubes del cielo” (Mc 14,62).
  21. Tradición dogmática. Se apartaron de la Escritura y se pusieron a especular. ¿Qué pasó? La gente lo dice así: “Se armó la de Dios es Cristo”. Frente a Pablo de Samosata (hacia 200-272), la Iglesia afirma que “Jesucristo es hijo de Dios por naturaleza y no por adopción”. El Concilio de Nicea (año 325) confiesa que el Hijo de Dios es “engendrado, no creado, de la misma sustancia que el Padre” y condena las afirmaciones de Arrio (hacia 256-336): “el Hijo de Dios salió de la nada”, “de una sustancia distinta de la del Padre”. Nestorio (hacia 386-451) ve en Cristo una persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. El Concilio de Éfeso (año 431) afirma que “el Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre”. La persona divina del Hijo de Dios asume la humanidad de Cristo en su concepción. Por ello María es “madre de Dios”. Según Cirilo de Alejandría (378-444) en Cristo hay sólo una naturaleza, la divina, que asume la humana. El Concilio de Calcedonia (451) afirma: “Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas”. Por tanto, dos conocimientos y dos voluntades (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 465-467, 472-475). Sin embargo, dice Jesús: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 5,30). Desde niño, Jesús “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52). Hay que revisar la tradición a la luz de la Escritura.

                       * Diálogo: ¿Quién es Jesús de Nazaret? ¿Quién dice la gente? Y vosotros ¿quién decís? ¿Es preciso revisar la tradición a la luz de la Escritura?