En el principio era la palabra
 
40. NO PODEIS SERVIR A DIOS Y AL DINERO
Justicia social
 

1.  En el siglo XVI diversos catecismos presentan así el séptimo mandamiento: “No hurtarás a tu prójimo lo que es suyo”, robo es “más grave que hurto” (Felipe de Meneses, Luz del alma cristiana), “no hurtar” (Gaspar Astete), “no hurtarás” (Jerónimo Ripalda). En la encíclica “Rerum novarum” de León XIII (1891) la propiedad privada es un “derecho natural”, “inviolable”, “sacrosanto”. En el derecho romano antiguo y en el liberalismo moderno, la propiedad privada es un derecho ilimitado, sagrado, inviolable. Sin embargo, el Evangelio es buena noticia para los pobres (Lc 6, 20) y, al propio tiempo, mala noticia para los ricos (6, 24). Jesús asume el Decálogo, pero va más allá: no sólo no robarás (Dt 5, 19) ni codiciarás los bienes ajenos (5, 21), sino que compartirás tus bienes. Como Juan Bautista (Lc 3,10-14), Jesús reclama justicia social: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24). En el mundo actual se ha producido la globalización del dinero, pero no de la justicia.

2.    La Biblia subraya la dimensión social de la propiedad. Dios es el Creador y el dueño de todo. El hombre es sólo administrador de los bienes terrenos: “La tierra no puede venderse para siempre, porque la tierra es mía, y vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes” (Lv 25, 23), “no torcerás el derecho del forastero ni del huérfano, ni tomarás en prenda el vestido de la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que el Señor tu Dios te rescató de allí” (Dt 24, 17-18), “mata a su prójimo quien le arrebata su sustento, vierte sangre quien quita el jornal al jornalero” (Eclo 34, 22),  “juzgad en favor del débil y del huérfano, al humilde y al indigente haced justicia, al débil y al pobre liberad” (Sal 82).

3.    A veces se olvida. En la Biblia se prohíbe el secuestro y el tráfico de personas: “Quien rapte a una persona –la haya vendido o esté todavía en su poder- morirá” (Ex 21, 16), “si se encuentra a un hombre que haya raptado a uno de sus hermanos entre los israelitas –ya le haya hecho su esclavo o le haya vendido, ese ladrón debe morir” (Dt 24, 7). Este robo se penaliza con la muerte. No sucede lo mismo con el hurto de bienes (Lv 19, 11). Quien por necesidad tuviera que vender su propiedad o venderse como esclavo, debe poder recuperar la propiedad y la libertad. El año jubilar “proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes”, “cada uno recuperará su propiedad y cada cual regresará a su familia”  (Lv 25, 10). Lamentablemente, durante siglos, la esclavitud se ha considerado “derecho natural”. En 1888 León XIII la condena como “adversa a la Religión y a la dignidad humana”.

4.    En la sinagoga de Nazaret Jesús anuncia una palabra de liberación, “un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18). Jesús se sitúa en la línea de los profetas, defensores de los pobres. Los pobres plantean cuestiones tan vivas y universales como el pan, la salud, el trabajo, la vivienda, la educación, la justicia, la libertad. Los profetas denuncian las diferencias escandalosas entre ricos y pobres, la opresión que sufren los débiles, la rapacidad de los poderosos, la tiranía de los acreedores sin entrañas, los fraudes de los comerciantes, la venalidad de los jueces, la avaricia de los sacerdotes y falsos profetas. Una sociedad así no puede subsistir (Is 5,8; Am 8,4-6). Sin embargo, una sociedad que comparte a través de los impuestos puede superar las grandes diferencias sociales.

5.    Jesús reclama justicia social. La parábola del mal administrador, llamada también del dinero injusto (Lc 16,1-15), presenta dos figuras clave: el dueño y el administrador. Al dueño le llega la denuncia de que el administrador derrocha sus bienes.  El despido es inevitable. El administrador se puso a echar cálculos: ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo para que haya alguien que me reciba en su casa? Y empezó a hacer rebajas a los deudores de su amo. ¿Debes cien barriles de aceite? Escribe cincuenta. ¿Debes cien fanegas de trigo? Escribe ochenta. “El amo alabó al administrador injusto por la astucia con que había procedido, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz". Pero ¿cómo es posible que el amo alabe al administrador?

6.    Se enfrentan aquí el juicio del mundo y el juicio del Evangelio. Jesús plantea al discípulo si ante el dinero se sitúa como dueño o como administrador, si es un mal administrador y si tiene un dinero injusto que no es suyo sino de otro. Por eso dice: "Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas”. Al morir, el dinero se queda aquí. También dice: “Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos" (Lc 12,33). Es una invitación a compartir los bienes. Hemos de dar en buena gestión lo que supera la propia necesidad (ver 1 Tm 6,8). Al final, Jesús señala la opción: "No podéis servir a Dios y al dinero". Los fariseos, “amigos del dinero”, oyendo estas cosas se burlaban de él.

7.    En la parábola del pobre Lázaro (Lc 16,19-29), Jesús denuncia el abismo social que separa a ricos y pobres: “Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico”, “hasta los perros venían y le lamían las llagas”. Pues bien, “murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham”, “murió también el rico y fue sepultado”, “estando en el Hades, entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno”, “gritando, dijo: Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado". El rico apela a su condición de “hijo de Abraham”, pero de nada le sirve (Lc 3,8): “entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo”.

8.    El rico replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento. Le dijo Abraham: Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan. Él dijo: No, padre Abraham, sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán. Le contestó: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convertirán, aunque resucite un muerto".

9.    El dinero (en arameo “mamon”) es un dios falso e injusto, un amo insaciable: ahoga la palabra de Dios (Mt 13,22), hace olvidar su soberanía (Lc 12, 15-21), impide el camino del Evangelio a los corazones mejor dispuestos (Mt 19, 21-22). Cuando el joven rico desoye la llamada porque tenía muchos bienes, comenta Jesús a sus discípulos: "¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el reino de Dios!". Los discípulos quedaron sorprendidos. Mas Jesús les dijo: "Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja". Los discípulos se decían unos a otros: Entonces ¿quién puede salvarse? Jesús les dijo: "Para los hombres es imposible; pero no para Dios, porque para Dios nada hay imposible" (Mc 10,23-27).

10.    Jesús no exige, como en la comunidad de Qumrán (1QS I, 11-12), la entrega de las propiedades. No impone a todos la renuncia a los bienes. Hay quien lo da todo a los pobres (Mc 10,21), otro da la mitad (Lc 19,8), un tercero ayuda con préstamos (Lc 6,34-35), algunas mujeres siguen a Jesús y le sirven con sus bienes (Mc 15,41), otra hace con él un derroche que puede parecer absurdo (Mc 14,3-9). Nada está aquí legalmente reglamentado. Por eso mismo no necesita excepciones, justificaciones, privilegios ni dispensas de la ley. El Evangelio nos invita a dar señales claras de que nuestro dios no es el dinero (Mt 6,24).

11.    En la primera comunidad cristiana “nadie llamaba suyos a sus bienes” (Hch 4,32). Los primeros cristianos "vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno" (Hch 2,44-45). Las relaciones humanas, falseadas y reducidas a relaciones de amo y esclavo a causa del tener, son transformadas en relaciones de fraternidad mediante el compartir. La comunión de corazones se manifiesta en una efectiva comunicación de bienes.

12.    Las comunidades de Pablo no presentan signos tan espectaculares como la primera comunidad cristiana de Jerusalén. Sin embargo, late el mismo espíritu: que nadie pase necesidad (2 Co 8,14; Hch 4,34). Con este espíritu organiza en Corinto una colecta en favor de los hermanos de Jerusalén, que lo están pasando mal. La colecta debe hacerse según estos principios: cada uno dé conforme a conciencia y dé con alegría (2 Co 9,7; ver 1 Tm 6,18). La denuncia de Santiago es muy fuerte: “Vosotros, ricos, llorad y lamentaos”, “vuestra riqueza está corrompida“, “os habéis cebado para el día de la matanza” (Sant 5,1-5).

13.    Hay que superar las grandes diferencias sociales. Son una injusticia y, además, generan violencia. Mientras “muchedumbres inmensas carecen de lo estrictamente necesario”, otros “viven en la opulencia" (GS 63), "para satisfacer las exigencias de la justicia y de la equidad hay que hacer todos los esfuerzos posibles para que, dentro del respeto a los derechos de las personas y a las características de cada pueblo, desaparezcan lo más rápidamente posible las enormes diferencias económicas" (GS 66), “Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos” (GS 69), “a la autoridad pública toca impedir que se abuse de la propiedad privada en contra del bien común” (GS 71), “no pocos, con diversos subterfugios y fraudes, no tienen reparo en soslayar los impuestos justos u otros deberes para con la sociedad” (GS 30), “no es parte de tus bienes, dice San Ambrosio, lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece”, “la propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto” (Pablo VI, Populorum progressio, 23). El mundo es la casa de todos, todos somos hermanos, Dios es nuestro padre.

14.    Durante siglos, el mensaje social del Evangelio se fue quedando en la sombra hasta llegar a una negación total del mismo. En una situación tan lamentable surge la doctrina social de la Iglesia, con la encíclica “Rerum novarum” de León XIII. Pero es una reacción de tipo filosófico y ético más que una vuelta al Evangelio. Se intensifica poco a poco la crítica del sistema capitalista, se relativiza el valor de la propiedad privada, se acentúa la prioridad de los derechos de los trabajadores, se atenúa (poco) la cerrazón frente al socialismo. La doctrina social de la Iglesia, incluso en sus expresiones más avanzadas, es irreal frente al mundo capitalista. El Evangelio toma posición en favor de los pobres, pero “las grandes Iglesias cristianas son incapaces de interiorizarlo vitalmente, porque estructuralmente son ricas y poderosas y están comprometidas con los intereses de los ricos, que son en definitiva (de un modo más o menos adecuado, pero ciertamente significativo) sus propios intereses” (J.Mª Diez Alegría).

    * Diálogo: Ante el dinero ¿nos situamos como dueños o como administradores? ¿Somos malos administradores? ¿Tenemos un dinero injusto? ¿Damos señales claras de que nuestro dios no es el dinero?