En el principio era la palabra
 

- LA MISION DE LOS DOCE
En nombre de Jesús

1.    Cuando evangeliza, Jesús no está solo, está con los discípulos que le acompañan: de una forma especial, está con los doce (Mt 10,1), su círculo íntimo. La misión de los doce es fundamental. Anuncian lo mismo que Jesús, el reino de Dios y su justicia, las señales del Evangelio: "Id proclamando que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios" (Mt 10,7-8). De este modo, son la "sal de la tierra" y la "luz del mundo" (Mt 5,13). Anuncian la voluntad de Dios, la justicia del reino de Dios, la justicia que supera la de los escribas y fariseos (5,20), llevando a su cumplimiento "la ley y los profetas" (5,17).

2.    En el grupo de los doce (10,2-4) aparece primero Simón, llamado Pedro, en el conjunto de dos pares de hermanos (Simón y Andrés, Santiago y Juan), los cuatro primeros discípulos (Mt 4,18-22). El grupo de los doce es heterogéneo, complejo: dentro de una procedencia común galilea, hay nombres griegos y nombres judíos, sencillos pescadores y personas con otras profesiones y opciones: un publicano como Mateo, un celota como Simón, discípulos anteriores de Juan el Bautista como Santiago y Juan.

3.    El horizonte de la misión está delimitado. Los doce son enviados "a las ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mt 10,6) que andan dispersas y errantes, "como ovejas que no tienen pastor" (9,36). Ahora tienen la oportunidad de reunirse en torno a la voz del buen pastor (Ez 34). Lo que importa no es abarcar mucho sino cumplir la voluntad de Dios en el horizonte determinado por él. Más adelante, se abrirá la puerta a los gentiles: "Vendrán de oriente y occidente" (Mt 8,11).

4.    El anuncio del Evangelio es gratuito: "Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento" (10,8-10). Los enviados dejan en casa la alforja para llevar provisiones de comida, vestidos de repuesto y otras cosas. Van ligeros de equipaje. Tendrán lo necesario.

5.    Es decisiva la acogida dada a los enviados (10,11-13). Cuando una casa o una ciudad rechace el anuncio de los mensajeros, no deben lamentarse ni culparse a sí mismos, denunciarán la ruptura total de comunión, sacudiendo el polvo de sus pies (10,14). El día del juicio, cuando el hijo del hombre se siente en su trono de gloria rodeado de sus mensajeros (Mt 25,31; Dn 7,14.26.27;Za 14,5), "habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad" (10,14-15). Los doce comparten con él la función de juzgar: "Os sentaréis también vosotros en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel" (19,28). El rechazo y la muerte de los enviados acarrea el juicio de Dios: "Se pedirá cuenta" (Mt 23,34;Lc 11,51;ver Jr 7,25-26).

6.    Jesús envía a sus discípulos "como ovejas en medio de lobos" (10,16). Han de ser conscientes del peligro, sin exponerse a él con temeridad: "Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas" (10,17). Se requiere prudencia, pero también sencillez. Los doce sufrirán, como Cristo, la oposición violenta de los hombres; corren, pues, grandes riesgos: "Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles" (10,17-18). El testimonio dado en esas circunstancias tendrá un valor único.

7.    En el momento peor, los discípulos tendrán la luz y la fuerza del espíritu de Dios: "Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el espíritu de vuestro padre el que hablará en vosotros" (10,19-20).

8.    La persecución vendrá incluso de la propia familia: "Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán" (10,21). La división alcanzará a parientes próximos: "Enemigos de cada cual serán los de su casa" (10,36). La opción por la causa de Jesús está por encima de la familia: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí" (10,37). Se requiere una perseverancia a prueba de todo: enemistades, decepciones, fracasos (10,22).

9.    Los discípulos deben aprovechar la posibilidad de huir y evitar exponerse al peligro por un falso heroísmo: "Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra" (10,23). No obstante, la persecución es algo que distingue al discípulo: "Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuanto más a sus domésticos!" (10,25). El dueño de la casa es el mismo Jesús, se le ha calumniado, se le ha acusado de tener un pacto con el diablo (9,34). Los discípulos han de contar con calumnias y difamaciones, injurias e insultos.

10.    "No tengáis miedo", dice Jesús. El temor no debe impedir vuestro testimonio. Es preciso hablar francamente y sin temor: "No hay nada encubierto que no haya de ser descubierto" (10,26). El poder de los hombres sólo puede afectar al cuerpo: "No temáis a los que matan el cuerpo" (10,28). El discípulo supera incluso el miedo a la muerte. Ni un pajarillo cae en tierra sin el consentimiento de Dios: "No temáis, vosotros valéis más que muchos pajarillos" (10,33).

11.    "Quien a vosotros recibe a mí me recibe y quien me recibe a mí, recibe a aquel que me ha enviado" (10,40). Esto se dice también de todos aquellos que comparten la misión de anunciar el Evangelio (Lc 10,16). Recibir significa no sólo dar hospitalidad, sino acoger la palabra proclamada por el discípulo. Todo ello será recompensado: "Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por ser discípulo, os aseguro que no quedará sin recompensa" (Mt 10,41-42).

12.    Los pequeños son los discípulos de Jesús. En cierta ocasión le preguntaron, e incluso discutieron (Mc 9,34), sobre quién era el mayor. El llamó a un niño, le puso en medio y les dijo: "Quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos" (Mt 18,4; ver Mc 9,41-42). Ser discípulo es hacerse pequeño, insignificante a los ojos del mundo. El juicio final se decide en la acogida de Jesús y de sus mensajeros. Las naciones serán juzgadas por la actitud asumida ante los discípulos que anuncian el Evangelio: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40), "porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme" (25,35-37).

13.    El Evangelio supone un barrido de leyes (613 tenía el código legal judío). Jesús y sus discípulos tienen problemas con diversos preceptos (ver Mt 9,14;15,3). Sin embargo, el Evangelio no hace tabla rasa de la voluntad de Dios manifestada en la ley y en los profetas. Dice Jesús: "No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" (Mt 5,17). Lo que queda abolido son los preceptos humanos que anulan la palabra de Dios (15,1-9). El evangelio cumple la voluntad de Dios hasta la última letra: "El cielo y la tierra pasarán antes de que pase una letra o un solo acento de la ley" (5,18). Además, no importan sólo los grandes mandamientos del Decálogo (Ex 20), sino también los mandamientos más pequeños del Evangelio.  

* Diálogo: Sobre lo que nos parezca más importante.