En el principio era la palabra
 

- VESTIDA DE NOVIA
 La nueva Jerusalén

1. Juan contempla un mundo nuevo, la nueva Jerusalén, vestida de novia. ¿Qué mundo? ¿Qué Jerusalén? ¿Qué novia? ¿Una mujer simboliza a Jerusalén? Dice Juan: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado y el mar no existe ya. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo” (Ap 21,1-2). En la foto, aparición de Jesús a María Magdalena (Tiziano, Noli me tangere).

-2. Es un mundo nuevo, distinto, transfigurado por la relación con Dios. Se renueva la alianza: “Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos". El mar (de donde sale la bestia) no existe ya: "Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni fatiga. Porque lo de antes ha pasado”. Y el que está sentado en el trono dijo: “Hago un mundo nuevo" (Ap 21,3-5; Ez 36,26-28), un mundo nuevo que tiene por centro a la  nueva Jerusalén: “Dios está en medio de ella” (Sal 46), es “la ciudad del gran Rey” (Sal 48), se cumple lo que soñaron los profetas: “Mi morada estará junto a ellos, seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Ez 37,27), “hará el Señor a todos los pueblos en este monte un banquete”, “consumirá a la muerte para siempre”, “enjugará las lágrimas de todos los rostros” (Is 25,6-8). En la Biblia la primera palabra de Dios es: ¡Hágase! (Gn 1,3) y la última es semejante: “Hago un mundo nuevo”.
3. Y añadió: “Estas son palabras ciertas y verdaderas”, “hecho está: yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin”. Dios está al comienzo y al final. Su palabra se cumple. Es una invitación: ”Al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la vida gratis”. Esta será la herencia del vencedor: “Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo”. Es don de Dios, pero depende también de la respuesta humana. No todo vale: “Los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicarios, los que hacen venenos, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago de fuego” (Ap 21,5-8). El lago de fuego es símbolo del juicio.
4. Uno de los ángeles que tenían las siete copas le muestra a Juan la novia, “la esposa del cordero” (Ap 21,9). Dios es el esposo de Jerusalén (Is 54,5), pero aquí el esposo es Cristo (Jn 3,29; Mt 22,1). ¿Y la esposa? Es el contrapunto de la gran ramera, cuyos rasgos se describen  ampliamente (Ap 17,1-18). Una mujer simboliza a Roma y una mujer simboliza a la nueva Jerusalén. Por lo que sea, los rasgos de la esposa no aparecen. Se nota un vacío. Sin embargo, es la novia del Cantar, “refulgente como el sol” (Cc 6,10), “vestida del sol” (Ap 12,1). Es, como nadie, María Magdalena que sigue a Jesús (Lc 8,2; ver Jn 12,3; 11,5; Lc 7,37), está junto a la cruz (Jn 19,25), mientras huyen todos (Mc 14,50); llorando, busca a Jesús en el sepulcro y no lo encuentra (Cc 3,1-3), lo encuentra resucitado. Es la primera testigo, enviada a anunciarlo a los demás (Jn 20,11-18; Mc 16,9; Mt 28,1-10) y, por ello, “apóstol de los apóstoles”. Es la comunidad a quien es arrebatado el novio (Mt 9,15), pero espera que venga al banquete de boda (Mt 25,1-13), es la novia presentada a Cristo (2 Co 11,2) que se hace “una sola carne” con él (Ef 5,31-32). ¿Y María? María es “la madre de Jesús” (Jn 2,5). Llamarla “esposa de las bodas eternas” (EG, 288) se presta a confusión. Hay que revisar esa tradición.
5. La novia es la nueva Jerusalén: “Me llevó en espíritu a un monte grande y elevado, y me mostró la ciudad santa de Jerusalén, que bajaba del cielo”, “tenía la gloria de Dios” (Ap 21,10-11). La nueva Jerusalén desciende del cielo, es don de Dios. Juan tiene delante el pasaje de Ezequiel. La mano del Señor le pone “sobre un monte muy alto”, en cuya cima “estaba edificada una ciudad”. Un hombre “de aspecto semejante al del bronce” (para Juan, Cristo) “tenía en la mano una cuerda de lino y una vara de medir, y estaba de pie en el pórtico”, “por el exterior de la casa había un muro, todo alrededor” (Ez 40,1-5), “la gloria del Señor llenaba la casa” (Ez 43,5). La ciudad “tenía una muralla grande y elevada, tenía doce puertas y, sobre ellas, doce ángeles y nombres grabados que son los nombres de las doce tribus de Israel". La muralla se asienta sobre doce piedras y, sobre ellas, “los nombres de los doce apóstoles" (Ap 21,12-14; Ez 48,31-34). Sus puertas están abiertas a todos los pueblos de la tierra. La nueva Jerusalén incluye la presencia conjunta de Israel y de la Iglesia.
6. La nueva Jerusalén acoge a las naciones que buscan al verdadero Dios: “El que hablaba conmigo usaba como medida una caña de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muralla. La ciudad se asienta sobre un cuadrado; su longitud es igual a su anchura. Y midió la ciudad con la caña: doce mil estadios (2.400 kms); su longitud, altura y anchura son iguales. Y midió su muralla: ciento cuarenta y cuatro codos (65 metros), con medida humana, que era la del ángel”  La ciudad está hecha con “piedras preciosas” (Ex 28,15-21; Is 54,11-12): “la plaza de la ciudad era de oro puro como vidrio traslúcido”. Antes se midió el viejo templo (Ap 11,1). Ahora se mide la nueva Jerusalén. En ella “no vi santuario alguno, porque el Señor, el Dios todopoderoso, y el cordero es su santuario”.  La ciudad entera es morada de Dios y de Cristo (21,15-22).
7. Se cumple lo que anuncia Jesús en la fiesta de las tiendas, la luz y el agua (Jn 8,12; 7,37): “La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el cordero. Las naciones caminarán a su luz" (Is 60,1), “nada profano entrará en ella, ni los que cometen abominación y mentira, sino solamente los inscritos en el libro de la vida” (Ap 21,23-27). “Luego me mostró el río de agua viva (Ez 47,1-12), brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del cordero en medio de la plaza. A una y otra margen del río, hay árboles de vida, que dan fruto doce veces, una vez cada mes; y sus hojas sirven de medicina para los gentiles. Y no habrá ya maldición alguna (Za 14,8). El trono de Dios y del cordero estará en la ciudad y los siervos de Dios le darán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente”, “reinarán por los siglos de los siglos" (Ap 22,1-5).
8. Testimonio del ángel dado a Juan: “Estas palabras son ciertas y verdaderas; el Señor Dios que inspira a los profetas, ha enviado a su ángel (Jesús) para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto. Mira, vengo pronto. Dichoso el que guarde las palabras proféticas de este libro”. Testimonio de Juan: “Yo, Juan, fui el que vi y oí esto. Y cuando lo oí y vi, caí a los pies del ángel que me había mostrado todo esto, para adorarle. Pero él me dijo: No, cuidado: yo soy un siervo como tú y tus hermanos los profetas”, “a Dios tienes que adorar" (22,6-9; Tb 12).
9. Y me dijo: “No selles las palabras proféticas de este libro, porque el tiempo está cerca”. Juan no debe sellar el libro, es decir, no debe guardarlo en secreto. Las iglesias lo deben conocer. El mensaje es actual, no cabe el plazo más largo: “el tiempo está cerca”. Dice Jesús: “Vengo pronto y traigo mi recompensa conmigo para pagar a cada uno según su trabajo. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin” (Ap 22,10-13; 1,8).
10. Dice también: “Dichosos los que laven sus vestidos, así podrán disponer del árbol de la vida y entrarán por las puertas en la ciudad. ¡Fuera los perros, los que hacen venenos, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo el que ame y practique la mentira!” (22,14-15). En la Biblia se prohíbe la prostitución sagrada: “No habrá prostituta sagrada entre las israelitas, ni prostituto sagrado entre los israelitas. No llevarás a la casa del Señor don de prostituta ni salario de perro, sea cual fuere el voto que hayas hecho, porque ambos son abominación para el Señor” (Dt 23,18-19). “No deis lo santo a los perros ni echéis vuestras perlas a los puercos”, dice Jesús (Mt 7,6). Según Tertuliano en su tratado sobre el bautismo (18,1), “perros” son los que pretenden ser cristianos, pero en realidad profanan y manchan el nombre de Cristo.
11. Conclusión: "Yo, Jesús, he enviado a mi ángel (Juan) para daros testimonio de lo referente a las iglesias. Yo soy el retoño y el descendiente de David, el lucero radiante de la mañana", "el espíritu y la novia dicen: Ven. Y el que oiga, diga: Ven. Y el que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida". Una advertencia: no se puede añadir ni quitar algo a las palabras de este libro profético  (Ap 22,16-19; Is 55,1). Como despedida, dice el que da testimonio de todo esto: “Sí, vengo pronto" (Ap 22,20). Jesús repite lo que, en la última cena, dice a sus discípulos: “No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis” (Jn 14,18-19; “vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón” (Jn 16,22). Cuando se reúne para celebrar “la cena del Señor” (1 Co 11,20), la comunidad espera como novia la llegada del esposo. Y dice en el espíritu de Dios: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20-21; 1 Co 16,22).

* Diálogo: ¿Es actual ya el mundo nuevo y la nueva Jerusalén, vestida de novia? ¿Una mujer simboliza a Jerusalén?