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Salimos fuera de la ciudad, donde había un sitio para rezar. Empezamos a hablar a las mujeres que habían concurrido. Una de ellas, que adoraba a Dios, nos escuchaba. El Señor le abrió el corazón (Hch 16,11-15). Glorifica al Señor, Jerusalén. El ha bendecido a tus hijos dentro de ti (Sal 147).