En el principio era la palabra
 

DIVORCIADOS VUELTOS A CASAR
Corrección fraterna


El papa Francisco  ha abordado en su catequesis semanal (5-8-2015) “cómo cuidar de aquellos que, después de un fallo irreversible de su unión matrimonial, han comenzado una nueva unión”, es decir, cómo atender a los divorciados vueltos a casar. ¿Qué es lo que ha dicho el papa?, ¿qué dice la gente?, ¿qué dice Jesús?
Veamos algunas reacciones: “Los divorciados que inician otra relación no están excomulgados”, “el papa pide acogida fraterna, aunque añade que su situación contradice el sacramento cristiano”, “no están excomulgados, son parte de la Iglesia”, “si no están excomulgados, pueden comulgar”, “en esa situación, no pueden comulgar”.
¿Qué dice el papa? “La Iglesia sabe bien que esta situación contradice el sacramento cristiano, pero con corazón de madre busca el bien de las personas”. El papa reconoce que esa situación “contradice el sacramento cristiano”,  es decir, el matrimonio, también la eucaristía (Juan Pablo II, Familiaris consortio, 84), pero la Iglesia “con corazón de madre” busca el bien de sus hijos. Sin embargo, si no damos frutos de conversión, de nada sirve decir: somos “hijos de Abraham” (Lc 3,8) o “hijos de la Iglesia”.

La Iglesia, dice el papa, “siente el deber de discernir bien las situaciones, diferenciando entre quienes han sufrido la separación y quienes la han provocado”. Nada que oponer a tal discernimiento. También lo hace Jesús cuando dice: “Todo el que repudia a su mujer, salvo el caso de unión ilegal (porneia), la induce al adulterio”. Y añade: “el que se casa con la divorciada comete adulterio” (Mt 5, 32). El papa da por hecho el “fallo irreversible” del matrimonio, ¿no cabe la “reconciliación”?, ¿no cabe la “separación” sin más? (1 Co 7,11).
Los pequeños, dice el papa, “son quienes más sufren estas situaciones”, “si se mira a la nueva unión desde los niños pequeños vemos la urgencia de una acogida real hacia las personas que viven estas situaciones”, “¿cómo podríamos pedirles a estos padres que eduquen a sus hijos en la vida cristiana si los tenemos alejados de la vida de la comunidad”, “no se deben añadir otros pesos a aquellos que los hijos en estas situaciones ¡ya deben cargar!”, se necesita una acogida fraterna y atenta “hacia los bautizados que han establecido una nueva convivencia tras el fracaso del matrimonio sacramental”.
Sin giros ni circunloquios, el papa pide “acogida fraterna” a los divorciados vueltos a casar en atención a los niños pequeños y de cara a su educación. El argumento es novedoso y sensible, pero no tiene fundamento evangélico. Ante un pecado grave (por ejemplo, el adulterio), Jesús pide “corrección fraterna” (Mt 18, 15-18), no acogida fraterna. Si el hermano en cuestión desoye la corrección, es decir, si no se convierte, queda separado de la comunidad: “sea para ti como el gentil o el publicano”, “lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo”. Las palabras “atar” y “desatar” significan separar de la comunidad y recibir de nuevo en ella.
Estas personas, dice el papa, “no están excomulgadas”, “forman parte siempre de la Iglesia”. El papa se atiene al Código de Derecho Canónico (1983), que aplica la excomunión a algunos casos, como el apóstata, el hereje, el cismático (c. 1364), quien procura el aborto (c. 1398). Sin embargo, el homicida, el asesino común, no está excomulgado. Excomulgar quiere decir separar del cuerpo de la Iglesia (c. 1331).
En la catequesis papal, prevalece el Código por encima del Evangelio. Además, el lenguaje canónico es equívoco. En el lenguaje común, quien no está excomulgado, puede comulgar. En el lenguaje canónico, no necesariamente. El papa parece olvidar elementales referencias evangélicas y apostólicas, que inspiran la práctica penitencial de los primeros siglos, donde pecados graves como el adulterio, el homicidio y la apostasía suponen ruptura de comunión, separación de la comunidad y conversión (segunda conversión) antes de acoger al hermano en la comunidad. Hay que revisar el Código a la luz del Evangelio.
San Jerónimo, en su libro “De viris ilustribus”, nos presenta a San Paciano (310-391), obispo de Barcelona, que escribió una exhortación penitencial, hablando de los pecados que requieren penitencia pública: “Estamos sometidos a muy pocos preceptos, pero éstos, ineludibles, facilísimos de observar”. Estos preceptos se refieren a los tres pecados capitales: idolatría, homicidio y adulterio (Hch 15, 29): “Es necesario que os abstengáis de las carnes inmoladas a los ídolos (idolatría), del homicidio (sangre) y de la fornicación (adulterio)”. El espíritu santo “solamente nos legó estos pecados bajo pena capital. Los restantes pecados se remedian compensándolos con obras buenas” (Paraenesis, 3 y 4; PL 13, 1083 y 1084).   
A los divorciados vueltos a casar, dice el papa, hay que acogerles y animarles, “para que desarrollen su pertenencia a Cristo y a la Iglesia con la oración, con la escucha de la palabra de Dios, con la frecuencia a la liturgia, con la educación de los hijos, con la caridad y el servicio a los pobres, con el compromiso por la justicia y la paz”, el icono del Buen Pastor (Jn 10,11-18), que da la vida por las ovejas, es “un modelo también para la Iglesia”, “todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial” (ver Juan Pablo II, FC, 84).   
En el fondo, el papa parece favorecer una Iglesia de cristiandad, masiva, en la que se va a misa, pero no se comulga. En el principio no fue así. Si no se está en comunión, no se va a misa: primero, la reconciliación (Mt 5, 23-24). La Iglesia que se renueva vuelve a la experiencia de las primeras comunidades (Hch 2,42-47). El Evangelio se vive en comunidad. La comunidad es “luz” y “sal” en medio de la sociedad (Mt 5, 13-14), si no lo es, no sirve para nada. La imagen del Buen Pastor, que da la vida por las ovejas, se aplica mejor a otras situaciones. Tratando de los divorciados vueltos a casar, el papa no cita los pasajes pertinentes, donde aparece la posición de Jesús (por ejemplo, Mc 10,11) o donde Pablo recuerda el mandato del Señor (1 Co 5,11; 6,9; 7,10-11). ¿Cómo explicar esa omisión? “No todos entienden este lenguaje”, dice Jesús (Mt 19,11). En el judaísmo de su tiempo y en la sociedad actual, Jesús anuncia el Evangelio para quien lo quiera seguir. No lo impone.
El sábado 8 de agosto, comentamos estas cosas en la eucaristía de la comunidad. En la primera lectura (1 R 19,4-8) el profeta Elías camina hacia el Horeb, el monte de Dios. El pueblo cojea con los dos pies (18, 21), juega con dos barajas, da culto a Dios, pero cede ante la cultura dominante. Elías queda solo como profeta del Señor y acechan contra su vida (Rm 11,3). Entonces camina hacia el Horeb, vuelve a las fuentes, proclama la Alianza. Por nuestra parte, la decisión la tomamos hace cuarenta años: volver a las fuentes, escuchar la palabra de Dios, vivir el Evangelio en comunidad.


Jesús López Sáez