En el principio era la palabra
 

EL SALMO DE MIGUEL DELIBES

 

El 9 de diciembre de 2007 se publicó en El País Semanal una entrevista que el periodista Juan Cruz hizo a Miguel Delibes. Me llamó la atención lo que decía el escritor sobre Angeles, "la Señora de rojo sobre fondo gris" que inspiró la obra del mismo título y aparece pintada en el famoso cuadro: "Cuando murió mi mujer, Dios me ayudó, sin duda. Tuve esa sensación durante varios años, hasta que logré salir del pozo", "en el 46 nos casamos y en el 73 la perdí". El periodista preguntó: "¿Cómo la ve ahora?". "Muy próxima", respondió. El escritor hablaba "de la proximidad con que aún la siente".

Lo comenté con Carlos Muñoz. Me sugirió enviarle a través del amigo Ramón un ejemplar de "Memoria histórica", que se había publicado aquel año. Así lo hicimos. No recuerdo bien lo que puse en la dedicatoria. Probablemente le deseaba señales de lo que dice el Evangelio: "los muertos resucitan", son "como ángeles", viven como Cristo vive. Por así decirlo, señales de rojo, de plenitud, sobre el fondo gris de lo cotidiano.

Dos días después de salir aquella entrevista, tuve en el Ateneo de Plasencia una conferencia sobre la muerte y la figura del Papa Luciani. En cierto modo, la conferencia sería el esbozo de mi nuevo libro, del que hablaremos después. Por cierto, Delibes nació un 17 de octubre, como Luciani. En el caso de mi padre la coincidencia es mayor: nació el mismo día, el mismo mes y el mismo año que Juan Pablo I.

Poco antes, el 12 de septiembre, me llamó Ricardo Blázquez, entonces presidente de la Conferencia Episcopal. Quedamos el día después en su despacho de la calle Añastro. El encuentro fue cordial. Me regaló su libro "Iglesia ¿qué dices de Dios?". Yo le entregué "El día de la cuenta", una visión crítica del pontificado anterior. Le dejé también "Memoria histórica. ¿Cruzada o locura?", que plantea una cuestión todavía candente: ¿Qué dice la Iglesia de la Guerra Civil?

Fue una grata sorpresa. Dos meses después, en su discurso de apertura de la Conferencia Episcopal, el 19 de noviembre, el presidente se manifestaba abierto a revisar la posición de la Iglesia durante la República y la Guerra Civil, definía la contienda como "guerra fratricida" y deseaba se hiciera "plena luz sobre nuestro pasado". Obviamente, lo destacaron los medios de comunicación.

La vez anterior que coincidimos fue en 1993. Me encontré con Ricardo en los pasillos de la Conferencia. Entonces era obispo de Palencia. Quedamos a comer el día siguiente. Le entregué unos libros que quizá no tenía: "Se pedirá cuenta. Muerte y figura de Juan Pablo I", "Los comienzos de la fe", el libro europeo del catecumenado, y "Venecia en el corazón", el libro de Camilo Bassotto que aquí habíamos traducido y prologado. "Literatura herética", comentó en broma Ricardo a José Manuel, sacerdote abulense y amigo común que estaba también a la mesa. Era (también) 19 de noviembre. El encuentro me pareció providencial.

Ha pasado el tiempo. La segunda edición de mi libro "Juan Pablo I. Caso abierto" ha salido con antelación. El pasado 2 de marzo me dijo el editor que tardaría quince días. Sin embargo, el día 12 llegaron los ejemplares pedidos. La nueva edición de este libro, que en el siglo XVI habría sido quemado lo mismo que su autor, coincidía con la muerte de Miguel, cuya última obra lleva por título "El hereje".

Es una vieja estrategia. Delibes ponía en novela lo que no le dejaban poner en el periódico. A su manera, él también revisó su tradición y su pasado. Comenta el escritor: "La Reforma protestante me inquietó siempre", "me atrajo la reacción de un pequeño grupo luterano en Valladolid", "para novelar su eco inventé un tipo, Cipriano Salcedo, que es el que imprime a la narración un carácter novelesco".

Cuando Cipriano llegó al grupo, todos miraban expectantes al Doctor y a su madre, en lo alto del estrado. Doña Leonor carraspeó y advirtió que se abría el acto con la lectura de un hermoso salmo: "Bendecid al Señor en todo momento, / su alabanza estará siempre en mi boca./ Mi alma se gloría en la alabanza del Señor, / que lo oigan los miserables y se alegren". La segunda estrofa decía: "Alabad conmigo al Señor./ Ensalcemos todos juntos su nombre; /porque busqué al Señor y me ha respondido,/ me ha librado de todos los temores".

La reunión versó sobre las reliquias y otras supersticiones. El Doctor terminó hablando de las indulgencias y del dinero que había de por medio. Al recién llegado le emocionó la reunión en sí misma: "Era una reunión de hermanos alentada por la fe y el temor, como la de los primitivos cristianos en las catacumbas". En el fondo, "tenía conciencia de que se hallaba al comienzo de algo". La eucaristía era "el momento culminante de la reunión".

Según las crónicas de la época, más de sesenta personas fueron llevadas ante el tribunal de la Inquisición, acusadas de pertenecer al foco luterano de Valladolid. El doctor Cazalla y otros terminaron en la hoguera el 21 de mayo de 1559. Un crimen de lesa humanidad, un espectáculo vergonzoso y un detalle inquietante: "A medida que los reos iban llegando al Campo crecían la expectación y el alborozo", "el humo de freír churros y buñuelos se difundía por el quemadero".

Esto evoca lo que el historiador Tuñón de Lara sitúa en el marco de la Guerra Civil: "En Valladolid las escuadras especiales ejecutaron diariamente durante los primeros meses de la guerra un promedio de cuarenta personas". En el campo de San Isidro, situado en lo que entonces eran afueras de la ciudad, "fue tal la afluencia de público que llegó a instalarse una churrería ambulante para que desayunaran los asistentes a tan macabro espectáculo".

El 13 de marzo, día del entierro de Miguel, era sábado. En la comunidad de Ayala comenzamos la eucaristía con el salmo 34, que se leía en todas las iglesias. Empezamos, claro, por las primeras estrofas. Braulio lo proclamó con ardor: "¡Es, precisamente, el salmo de Delibes!". De este modo, celebramos su presencia nueva entre nosotros. Además, la comunidad de la Reforma y la comunidad de Ayala aparecían unidas por el mismo salmo. Al fin y al cabo, la Iglesia siempre necesita de reforma, de renovación, ahí está el Concilio. Compartimos también otro detalle. Al parecer, el escritor formuló en cierta ocasión este epitafio: "Espero que Cristo cumpla su palabra". Por lo que hemos visto, la palabra está cumplida: "Busqué al Señor y me ha respondido".

Ese mismo día se dio la noticia de que Ricardo había sido nombrado arzobispo de Valladolid. En su saludo a la diócesis el nuevo arzobispo pidió para Miguel "el descanso eterno". En cierto modo, pensé, a Ricardo le están dando vela en este entierro y, también, en el otro, el entierro de la Guerra Civil: "Las matanzas no tuvieron lugar sólo en las zonas donde hubo resistencia. Cabe destacar que en lugares donde el golpe militar triunfó inmediatamente las muertes violentas se contaron por miles", dice el historiador Paul Preston. En Valladolid, añade, hubo 3.430 ejecuciones.

No es fácil romper el muro de silencio, pero tampoco es posible callar. Lo dice Pedro en la primera lectura propia de este domingo: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5,29). A los ojos de muchos, la posición de la Iglesia sigue siendo parcial, beligerante, escandalosa. Se beatifica a unos y ni palabra se dice de los otros. Si los anteriores callaron, algo tendrá que decir el nuevo arzobispo. No se puede olvidar. Un pequeño detalle, el humo de freír churros, lo recuerda.

 

Madrid, 17 de abril de 2010

Jesús López Sáez