En el principio era la palabra
 

 

ENSAYO CONSERVADOR
Aprobado vaticano
jp iMarco Roncalli (Bérgamo, 1959), ensayista, sobrino-nieto de Juan XXIII, ha publicado una gruesa biografía de Juan Pablo I (San Paolo, 2012, 734 páginas), tras cinco años de investigación. "La parábola humana y espiritual de Albino Luciani", dice el autor, "esperaba desde hace tiempo una reconstrucción completa, ausente en los volúmenes piadosos del Papa de la sonrisa, en los panfletos de color amarillo que han novelado la muerte, y hasta en tantas poderosas historias de la Iglesia" (p.5). Medios conservadores la presentan como "la primera biografía completa y crítica". Pero cabe preguntarse: ¿la primera?, ¿completa?, ¿crítica? El diario "L'Osservatore Romano" da el aprobado vaticano, incluso "cum laude": "páginas muy intensas e históricamente irreprochables" (5-7-2012). 
En realidad, la obra elude la cuestión crucial de cómo murió Juan Pablo I y, además, deforma su figura. Así se vuelve aceptable al Vaticano, conservadora, tradicional: "en el signo de la obediencia y de la humildad" (p.7). En el fondo, el proceso de beatificación hace lo mismo. En su momento, le avisamos al obispo de Belluno, Vincenzo Savio: "un proceso de beatificación que eludiera el modo de la muerte estaría viciado de raíz", "el magistrado Pietro Saviotti, titular de la diligencia relativa a la muerte de Juan Pablo I, ha reabierto el caso en la Fiscalía de Roma" (29-8-2002). De nada sirvió. El autor, dócil y aplicado, supone sin prueba alguna la mala salud de Juan Pablo I (p. 658), a pesar de lo que dice su médico: "El Papa estaba bien". Sobre su muerte natural "no tiene dudas" (p. 659). En fin, son cosas que pasan: al Papa Roncalli le ha salido un epígono conservador. Analizamos algunos aspectos más importantes.
Era joven entonces
En su tierra, dice el autor, Luciani vive "el acercamiento impalpable a Rosmini" (p. 145). En 1947 defiende su tesis doctoral, que trata sobre el origen del alma humana según Antonio Rosmini (1797-1855). Sus obras estaban en el seminario de Belluno. Las había donado el Papa Gregorio XVI, que había apoyado al pensador italiano (p.53).
La obra más importante de Rosmini, Las cinco llagas de la Santa Iglesia, fue incluida en el Índice de los Libros Prohibidos durante más de cien años. Era precisamente el emperador de Austria, José II, el que entonces maniataba a la Iglesia y el que resultaba denunciado. En 1966, la Congregación para la Doctrina de la Fe autorizó su publicación. Con el Concilio Vaticano II el filósofo y teólogo italiano fue rehabilitado.
Luciani fue crítico con Rosmini: “El estudio concienzudo de su obra me ha convencido —a mi pesar— de que Rosmini, grande en otros aspectos, en éste por mí examinado del origen del alma humana, no es grande (…) La doctrina de Rosmini sobre el origen del alma humana no es conforme con la enseñanza de la Iglesia” (Opera omnia 1, 84-85 y 226).
Juan Pablo I acogió cordialmente al obispo auxiliar de Roma Clemente Riva, seguidor de Rosmini, "el Papa manifestó su devoción a Rosmini" y "se comprometió a revisar, de cara a su revocación, las condenas" que habían caído sobre él (p. 608).
Sin embargo, es importante destacarlo, el autor no lo hace. Juan Pablo I dirá de su tesis a don Germano Pattaro: “La he vuelto a leer y no me ha entusiasmado. Era joven entonces. No deseo que se vuelva a publicar” (Bassotto, 144). En Rosmini es grande su visión de la Iglesia, necesitada de profunda renovación. En este sentido, su mensaje cala muy hondo en el futuro Papa Luciani. Es la semilla que cae en tierra y da fruto: “la palabra de Dios no vuelve de vacío” (Is 55,11).
No es un sílabo de errores
Medios conservadores destacan que el obispo Luciani hizo (como Pío IX) un "pequeño sílabo" (p. 258) o lista de errores, lo que reforzaría su imagen conservadora. En realidad, una gran preocupación de Luciani fue la defensa de la fe: “A mí (...) inclinado por naturaleza a evitar molestias y fastidios, llevado más bien a simpatizar con los teólogos, de cuyo grupo provengo y que estimo por la gran función que tienen en la Iglesia, me urgen las palabras de san Pablo: Si quisiera aún agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo (Ga 1,10). Pero otro pensamiento me urge: la fe del pueblo no está comprometida sólo por aquellos que escriben y difunden errores, sino también por aquellos que callan y no escriben, cuando deberían hablar”.
En septiembre de 1967 dice el obispo Luciani a los sacerdotes que el año de la fe "es positividad", "no es un sílabo de errores". En cuanto recoge algunas tendencias erróneas, puede aparecer "casi como un sílabo en la forma": "Por tanto, ¡no un silabo que os meta en el cuerpo la pasión del heresiólogo, que busca el error para lanzar después el anatema, o la del cruzado en guerra contra los infieles, del exorcista a la caza de brujas!. ¡Un silabo que, poniéndoos delante el error, a veces existente, os enamore de la verdad y de la verdad os lleve a propagarla de modo más adaptado y persuasivo!" (Opera omnia 4, 48).
Luciani distingue oportunamente entre pluralismo legítimo y falso: “Está el pluralismo legítimo. La misma, idéntica fe católica puede, de hecho, ser presentada en modos diversos”. Pero también está el falso pluralismo: “Las dificultades del pluralismo comienzan cuando se pone en peligro o, más aún, se niega la fe” (Opera omnia 5, 504-505).
A unos les parece conservador; a otros, sin embargo, demasiado avanzado. Luciani recuerda en la homilía que tuvo con ocasión de la muerte de Carlo Zinato, obispo de Vicenza: “Una vez, cuando estábamos en el concilio, me puso las manos sobre la cabeza, diciendo a otros obispos vénetos: 'Quiero mucho a este joven obispo, pero debo tenerlo bajo custodia y preservarlo, de otro modo se desvía y se me hace medio protestante'. A él, de hecho, algunas tesis discutidas en el aula conciliar y por mí aceptadas le parecían avanzadas y arriesgadas” (Opera omnia 6, 368).
Según el filólogo y crítico literario Vittore Branca, Pablo VI consideraba a Luciani "uno de los teólogos más lúcidos" (p. 324).
En 1972, Pablo VI pone su estola papal sobre los hombros del patriarca Luciani y le dice: "Es una inspiración, usted merece esta estola" (Bassotto, 152). El autor cita el hecho, pero omite el testimonio y, como otras veces, minimiza la figura de Luciani. Un gesto, dice, "cargado de gran valor simbólico:casi una indicación profética, quizá más simplemente un signo de la estima papal por el patriarca y el anuncio de la púrpura cardenalicia que Pablo VI le otorga algún mes después" (p. 356).
¿Era conservador Albino Luciani? Una vez elegido Papa, responde así su hermano Eduardo: “Este titulo de conservador no corresponde a mi hermano. Él sabe siempre adaptar las propias decisiones a las exigencias del momento” (Huber, 56).
Evolución política
Medios conservadores, leyendo al autor, suponen en Luciani una posición política conservadora que le acompaña toda su vida. Sin embargo, en relación a la política, Luciani cambia su posición con el concilio Vaticano II.
No es lo mismo hablar de 1948 que de 1975. En las elecciones de 1948 concluye en Italia la posguerra. Sobre 574 escaños en la cámara de los diputados, la Democracia Cristiana consigue 306, mientras el Frente Popular (comunista-socialista) se queda con 183. “Cuando en Belluno se hicieron públicos los resultados del distrito electoral del noreste de Italia —dice don Auxilio da Rif, que fue vicario general de la diócesis— don Albino abrió de par en par la puerta de su habitación y gritó: ‘¡Venecia y Padua, democristianas!” (Kummer, 188-189). Para Luciani, como para cualquier eclesiástico italiano de entonces, las elecciones de 1948 ponen en juego el destino de Italia. Sólo la Democracia Cristiana daba garantías de un desarrollo político y social bajo el signo de la libertad.
Con el Concilio Vaticano II, como hicieron muchos obispos, moderó y renovó su posición. Cuando política y religión se comprometen a seguir los mismos principios (salvaguarda de la dignidad de la persona humana, respeto de los derechos humanos, etc.), entonces se da una mutua colaboración, cada cual en su campo. Es la posición del Vaticano II: autonomía legítima y sana colaboración entre Iglesia y comunidad política (GS 76,43 y 42).
En 1968, en la clausura del año de la fe, dice el obispo Luciani: "El concilio mismo se ha propuesto la reforma de la Iglesia en sus estructuras humanas, que se manifiestan superadas. Sin embargo, la reforma exige tiempo y prudencia", "además, la experiencia dice que hay que preparar bien los ánimos antes de cada reforma. ¿Se cambia, por ejemplo, y se introduce la lengua viva en la liturgia? Se grita que ha sido desgarrada la túnica de Cristo. ¿Los obispos inician una prudente, cauta y parcial separación de la política? En la derecha se reprocha la separación, en la izquierda se protesta porque la separación es muy cauta, muy prudente y muy parcial" (Opera omnia 4,196).
En 1969, el vaticanista Giancarlo Zizola escribe tras un encuentro con Luciani: "Me hablaba de qué significaba ser obispo en Italia, después del Concilio. Para él era esto: nada de compromisos con la política". El primado había que darlo "a la liturgia y a la pobreza en la Iglesia, procurar la preparación teológica de los curas, a costa de dejar los antiguos manuales". Lo recoge el autor (p. 288).
En junio de 1975 dice el cardenal Luciani a los sacerdotes: "La Octogessima Adveniens habla explícitamente de la orientación de los cristianos hacia las corrientes socialistas; no lo rechaza a priori, siempre que sean asegurados los valores, sobre todo de libertad, de responsabilidad, de apertura a lo espiritual" (OA, 31). Los obispos estarían muy contentos si esto sucediera in Italia. Pero, a su juicio, no ha sucedido aún", "no por casualidad el tema de la libertad en peligro es un punto repetidamente tocado por los obispos en estos últimos meses. Me sea lícito retomarlo aquí con una cita de Solzenitsyn: 'Nos ha faltado el amor a la libertad. Y, más aún, antes de esto, la conciencia de la real situación...Sencillamente hemos merecido lo que vino después'. Quede claro: lo que Solzenitsyn dice de sus compatriotas rusos, no pretendo de ninguna manera decirlo de ningún sacerdote nuestro, al contrario, pido disculpas por la cita. Sin embargo, no podemos ocultarnos que un grave peligro acecha hoy a la libertad en nuestro país. Que el Señor nos ayude a todos" (Opera Omnia 7, 93).
En diciembre de 1975, en la fiesta de Santa Lucía, habla el cardenal Luciani sobre cristianismo y marxismo: “El concilio y Pablo VI han dicho: Una misma fe puede llevar a compromisos diversos" (GS 43;OA 50). Entonces ¿un católico puede lícitamente ser democristiano y otro puede lícitamente ser comunista? "Mi respuesta, dice Luciani, es: sí, dos católicos pueden tomar compromisos diversos, pero a condición de que en cada uno la fe sea la misma” (Opera omnia 7, 208).
La evolución es clara. Juan Pablo I sigue el concilio de los papas Juan y Pablo.
El Concilio, escuela y conversión
Marco Roncalli recoge el testimonio del obispo Luciani. El Concilio fue para él "escuela y conversión": "Soy un aprendiz, estoy aprendiendo de nuevo la teología, la que hemos estudiado ya no sirve", "yo soy un convertido del Concilio" (pp. 208 y 211).
Algunos se preguntan si, tras los entusiasmos del Concilio, Luciani conoce en los años del postconcilio una involución, se hace un "duro conservador" o, como se ha dicho, "en Vittorio Véneto pisa el acelerador y en Venecia el freno". Luciani, dice el autor, sigue "una línea decidida, pero prudente, de fidelidad al Vaticano II, declinada en los tres conceptos claves del pontificado de Pablo VI: la reforma, el diálogo, la defensa de la fe", "no es Luciani el que cambia, sino el contexto" (pp. 276-279).
Sin embargo, el autor no lo destaca suficientemente. Luciani tiene conciencia de que “el mundo está sujeto a cambios cada vez más veloces” (La vita spirituale dei laici, 162). Lo dice el Concilio: “El género humano se halla hoy en un periodo nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero", "como ocurre en toda crisis de crecimiento, esta transformación trae consigo no leves dificultades” (GS 4).
Comenta el obispo Luciani: “He oído a alguno hacer un cuadro sombrío de la Iglesia posconciliar: ‘¡Qué confusión! —decía—. ¡Cuanta inseguridad e indisciplina!’. Y terminaba así: ‘¡Todo culpa del Concilio!”.
El autor omite lo que el Papa Luciani dice a don Germano, su consejero teológico: “Tú eres testigo. El Concilio no rompió las barreras de contención, como se decía y se sigue diciendo todavía por mentes desafortunadas. No fue la causa del derrumbe de ideas y valores, de reglas, tradiciones y costumbres hasta entonces válidas e intocables. El Concilio llegó por voluntad de Dios a un mundo en rápida transformación cultural, social y religiosa” (Bassotto, 132).
Por lo demás, ¿qué había antes? Responde el obispo Luciani. Entre otras cosas, "una especie de subalimentación religiosa en muchas partes" (Opera omnia 4,138-139).
Regulación de la natalidad
El Concilio habló de "paternidad responsable" (GS 50 y 51). Como dice Luciani, "no había afrontado el tema de la de regulación de la natalidad, pero había hablado con acentos nuevos del amor conyugal" (Bassotto, 84).
El autor recoge la posición de Luciani sobre el control de la natalidad. Durante los meses que preceden a la publicación de la encíclica "Humanae vitae" de Pablo VI, cuya enseñanza asume con prontitud, Luciani es moderadamente "liberal" respecto a la píldora anticonceptiva: "Esperamos que el Papa pueda dar una palabra liberadora", dice en una conferencia en Mogliano Véneto.
¿Qué significa moderadamente liberal? Siempre que no dañe, por ejemplo, al óvulo fecundado, o esterilice los espermatozoides o impida la anidación del óvulo fecundado en la pared del útero. Y siempre que sea usada con una "intención recta", o sea, con el propósito de traer al mundo el número de hijos que se puedan mantener y educar.... El médico ha de asegurar que el uso de la píldora no compromete la salud de la mujer. A la objeción de que era contraria a la ley natural, respondía: "La naturaleza quiere, por ejemplo, que nosotros seamos más pesados que el aire: sin embargo, hacemos bien en viajar en avión imitando el principio natural según el cual vuelan los pájaros" (pp. 250-251).
La salud de Luciani
El autor interpreta a su favor las palabras enigmáticas de Pecorelli sobre la salud de Luciani. Pocos días antes de morir, el semanario OP de Mino Pecorelli salía con un título inquietante: Santidad, ¿cómo está?. El artículo empezaba así: "Juan Pablo I no goza de buena salud, aunque en el fondo tenga la fibra notoriamente robusta del campesino véneto. Achaques viejos y nuevos se han sedimentado lentamente en su persona haciéndole difícil el sumo encargo...Noticias filtradas por fuentes vénetas y vaticanas dicen que Albino Luciani, joven seminarista, sufrió tuberculosis" (pp. 15 y 640). "En suma, dice el autor, un cuadro no confortante" (p. 641), aunque ha reconocido antes que no era tuberculosis: "en realidad era una fea pulmonía" (p. 111).
Miembro arrepentido de la P2 (no "piduista", de la P2, como dice el autor: p.623) y vinculado a los servicios secretos, Pecorelli recoge un ambiente que le es hostil al Papa y que es alimentado (precisamente) por personas que pueden ser removidas de sus cargos. Podemos reconocer aquí el runrún de Marcinkus, Poletti y compañía: “parece agotado”, “particularmente angustiado”, “tiene el corazón destrozado”...
Sin embargo, el autor no recoge lo que Pecorelli escribe después sobre los cambios que el Papa puede realizar: "En Venecia muchos recuerdan que, apenas tomó posesión de la sede patriarcal, hizo una limpia de monseñores y sacerdotes curiales, mandándoles a hacer de párrocos en la provincia. Con tal precedente, hoy en el Vaticano muchos tiemblan, y no solamente monseñores y sacerdotes, sino también obispos, arzobispos y cardenales” (OP, 26 de septiembre-1978, 26).
El artículo enigmático de Pecorelli sobre la salud de Juan Pablo I resulta más significativo si tenemos en cuenta que dos semanas antes había publicado la reveladora historia de un Papa, que muere asesinado tras un breve y tempestuoso pontificado (OP, 12 de septiembre 1978, 2-3). De esto tampoco dice nada el autor.
Otros aspectos:
3aos* El autor supone la "débil salud" de Luciani desde la más tierna infancia (p. 32). Sin embargo, veamos la foto de Albino a los tres años. Tiene en la mano la pipa de su padre. El niño es hermoso y su aspecto saludable, en una época en la que morían muchos niños.
* El autor recoge el invento de que "Luciani sufría de hipertensión" (p. 660), también recoge lo que, según Camilo, sor Vincenza dice a Juan Pablo I: "Santo Padre, usted sabe que el corazón ha estado siempre fuerte, el peligro para usted es la tensión" (p. 647).
El autor ignora lo que el profesor Giovanni Rama, del Policlínico de Mestre, dijo a David Yallop sobre la tensión de Luciani: “El profesor Rama —dice Yallop, me hizo notar que Luciani tenía la tensión baja; en condiciones normales oscilaba entre 120 y 80.” La tensión baja, según los especialistas consultados, está considerada como “el mejor diagnóstico posible para una expectativa de vida” (Yallop, 350).
* Sobre el coágulo en el ojo izquierdo el autor recoge lo que oye decir, habla del "ojo derecho" y recoge lo que Luciani habría comunicado a su sobrina Pía: "Si el émbolo se hubiera parado en otra parte, habría muerto al instante, sin enterarme" (p.442).
En noviembre de 1975, Luciani tuvo un coágulo en la vena central de la retina de su ojo izquierdo, al parecer, como consecuencia de un cambio de presión atmosférica (agente externo) al volver de Brasil en avión. No hizo falta ninguna intervención quirúrgica. El profesor Giovanni Rama dijo a Yallop:
“El tratamiento que se le hizo sólo fue de carácter general y estaba basado en hemocinesis, anticoagulantes, algún suave medicamento para dilatar los vasos sanguíneos y, sobre todo, unos pocos días de descanso en el hospital. El resultado fue casi inmediato, con una recuperación completa de la vista y una mejora general. Luciani nunca fue lo que se dice un coloso desde el punto de vista sanitario, pero era un hombre sano y los exámenes a los que fue sometido nunca revelaron ninguna dolencia cardiaca” (Yallop, 349-350).
* Joaquín Navarro Valls, que fue director de la Sala de Prensa del Vaticano, periodista y doctor en medicina, manifestó a John Cornwell no estar de acuerdo con el diagnóstico que en su día dieron los médicos vaticanos: “Mire usted, la muerte fue instantánea y sin dolor. Tal forma de muerte no encaja con la teoría del infarto de miocardio... Hay documentos que atestiguan que Luciani sufrió una embolia en el ojo en 1975. También sabemos que tenía los tobillos extraordinariamente hinchados... Lo que es más que probable es que sufriera una embolia pulmonar la noche en cuestión, y como resultado la muerte fue instantánea” (Cornwell, 37).
El Dr. Francis Roe, que fue jefe de cirugía vascular en el Hospital London de Connecticut, corrigió al portavoz vaticano: “Dicho sea de paso, su Navarro Valls habla de un émbolo en el ojo que ocasiona una posible embolia pulmonar. Muchos médicos cometen un error tan común como relacionar émbolos de esta manera, pero se producen a causa de dos razones muy diferentes, que no tienen nada que ver. El del ojo proviene de la arteria carótida en la parte del cuello. La embolia pulmonar es el resultado de coagulación venosa en la parte inferior del cuerpo” (Cornwell, 150).
* Con fecha 19 de agosto de 1980, Lorenzi escribe al político italiano Giulio Andreotti lo siguiente: "Me apresuro, por lo demás, a asegurarle que Juan Pablo I tenía funcionando los dos pulmones" (p. 659). Es de agradecer. También lo es que el autor recoja una carta de Luciani a Capovilla (3-4-1964) en la que dice estar a punto de entrar en una clínica y someterse "a una operación de cálculos en el hígado" (p. 198).
* El autor habla de "una predisposición genética a enfermedades imprevistas, común a otros miembros de su familia muertos prematuramente (como había sucedido a una hermana y a dos tías, con poco más de sesenta años, sin ningún aviso" (p.658). En el fondo, recoge lo que en 1985 dijo Eduardo: "Mi hermano ha muerto de un viejo mal hereditario", "las muertes imprevistas son frecuentes en nuestra familia. El bisabuelo y dos tías mías murieron de repente, sin haber tenido nunca un malestar...Tenían todos 65-66 años" (En Gente, 21-6-1985).
Ahora bien, hablar de muertes imprevistas es poco preciso. En realidad ¿de qué murieron? Se trata de tres casos dentro de un ámbito familiar muy amplio (cuatro generaciones), que alcanza al siglo anterior; son, pues, otros tiempos con otras condiciones sanitarias: muchos morían de enfermedades respiratorias. La salud era más bien precaria y la vida breve (Humilitas 1, 1984,3). La muerte de Amalia (1901-1939) y de Pía (1902-1969), sordomudas, se produce pronto, pero ambas son hijas del primer matrimonio del padre, que se casó en 1900 con Rosa Fiocco, una prima carnal (p. 30). Sin embargo, Eduardo y Antonia, hijos del segundo matrimonio como Albino, han superado los noventa.
* El autor cita el testimonio del superior general de los javerianos Gabriele Ferrari. El 2 de mayo de 1978, Luciani le pidió que predicara en el funeral por Dante Battagliarin, veneciano, obispo emérito de Khulna (Bangladés). Luciani le dijo: "Le agradezco que me haya sustituido en la predicación, porque yo desde hace algún tiempo no estoy bien y me fatiga mucho el predicar". Mientras lo decía, se tocó el pecho con la mano y añadió: "Desde hace tiempo tengo un gran mal aquí”. Estos síntomas, dice el javeriano, "revelaban un problema de angina de pecho" (p.526).
Lo que no dice el autor es que el obispo muerto era javeriano y que, por tanto, el superior general conocería mejor su "vida y milagros".
Según el doctor Rafael Cabrera, del Instituto Nacional de Toxicología, "un dolor en el pecho puede ser debido a causas muy diversas; por ejemplo: neumonía, hernia de hiato, angina de pecho, catarro o simples gases".
Además, en su momento, Mario Senigaglia le dijo a Yallop: "Nunca advertí en Luciani ningún síntoma de insuficiencia cardiaca. Al contrario. A instancia mía, después de mucho insistirle, se hizo un electrocardiograma en 1974, sin que le notaran nada irregular. Inmediatamente antes de partir para el cónclave, en 1978, y después de visitar el Instituto Stella Maris, le hicieron un chequeo médico completo. Los resultados fueron favorables en todos los aspectos" (Yallop, 351-352).
* Sorprende que el autor en su extensa biografía no incluya este testimonio de Senigaglia: “Albino Luciani no estaba enfermo del corazón. Un enfermo de corazón no escala montañas, como hacía el patriarca conmigo todos los años. Ibamos a Pietralba, cerca de Bolzano, y subíamos al Corno Bianco, desde los 1500 hasta los 2400 metros, a buena velocidad” (Yallop, 351).
* Sor Vincenza, dice el autor citando a Camilo, "sabía que en los primeros meses del 78 el dolor de cabeza se había acentuado y sabía que el insomnio le acompañaba muchas noches", "sabía que después de la elección, le había vuelto el insomnio y también el dolor de cabeza" (p. 585). Lo que no dice el autor es lo que Juan Pablo I comenta después: "Llevo unas pocas noches que me despierto entre las dos y las tres y ya no logro volver a coger el sueño y así estoy leyendo hasta la hora de levantarme" (Bassotto, 208).
Según los expertos, el insomnio es uno de los trastornos del sueño más comunes y tiene orígenes diversos. Por otro lado, para quien se acuesta hacia las 9 de la noche y se levanta a las 4:30 de la mañana, despertarse entre las dos o las tres "unas pocas noches" no tiene mayor importancia. Además, las causas graves de los dolores de cabeza son muy raros.
* El autor recoge un apunte del Dr. Da Ros en su tercera visita (de rutina) al Vaticano: "Condiciones de salud. Eran siempre buenas. Estaba en contacto con sor Vincenza Taffarel, enfermera que estaba junto a Su Santidad" (p. 640). El doctor dice "haber llamado él mismo al apartamento papal en torno a las 21, haber hablado con el pontífice y con sor Vincenza sin que ninguno le hiciera referencia al dolor en el pecho revelado por los dos secretarios años después" (p. 661).
Sin embargo, el autor omite el testimonio que el doctor Da Ros da en 1993, tras quince años de silencio: “Todo era normal. Sor Vincenza no me habló de problemas particulares. Me dijo que el Papa había pasado la jornada como acostumbraba. Aquella tarde yo no le prescribí absolutamente nada, cinco días antes lo había visto y para mí estaba bien. Mi llamada fue rutinaria, nadie me llamó a mí” (30 Giorni 72, 1993, 53-54).
* El autor recoge repetidamente el testimonio tardío de los dos secretarios sobre el dolor en el pecho que Juan Pablo I habría tenido en la tarde del 28 de septiembre (pp. 648-649, 659 y 660-661).
Lo hemos comentado otras veces. Un dolor en el pecho puede ser debido a causas muy diversas. Según los expertos, aunque los efectos tóxicos de algunas sustancias químicas son muy característicos, muchos síndromes de envenenamiento pueden simular otras enfermedades. El propio Camilo, que había publicado el testimonio tardío de Lorenzi, me comentó: "Es un invento, inconcebible, inexplicable inventó".
Escándalos económicos
El autor habla del caso Antoniutti (pp. 172-175), también de la Banca Católica del Véneto. El IOR había ofrecido al Ambrosiano "una banca local particularmente fuerte, que había adquirido una dimensión pluriregional, caracterizada hasta aquel momento por una gestión prudente y fiel al propio nombre y mandato. Una banca orientada al servicio de una laboriosa clientela media y pequeña, donde eran consideradas con toda atención las exigencias de los obispos y del clero de la región - en cuanto a préstamos, intereses, ayudas- como después ya no sucedería".
El autor reconoce que "la gestión de las finanzas vaticanas, a partir del IOR de Marcinkus, esperaba orden" (p. 14). El cardenal Egidio Vagnozzi se lo comenta a Benny Lay: "Me han dicho que (Luciani) no ama a Marcinkus, el cual ha vendido la Banca Católica del Véneto que dirigían los obispos de la región. Y cuando ha venido a Roma a protestar Marcinkus lo ha tratado de manera exagerada" (pp. 345-347).
Tras la muerte de Pablo VI, el cardenal Vagnozzi, presidente de la Prefectura para los Asuntos económicos, informa a los cardenales que "la situación económica de la Santa Sede es, de año en año, más difícil". El cardenal Pietro Palazzini pregunta a Vagnozzi por los asuntos del IOR, pero Villot recuerda a los cardenales "la independencia del IOR", "el tema no puede ser valorado por el colegio cardenalicio y es dejado de lado", "el tema terminará pocas semanas después en el escritorio del nuevo pontífice" (p.543). Observadores imparciales afirman que "el nuevo papa habría retirado a Marcinkus de la dirección del IOR". Según Marcinkus, el encuentro con Juan Pablo I fue bien: "Fue el encuentro más cordial que habría podido tener. Me agradeció la información que le había facilitado. Dijo: Nos encontraremos de nuevo", "en cuanto a las finanzas, no mostró algún interés", "me agradeció todo el trabajo que había hecho y me dijo que esperaba que permaneciera" (pp. 593-594).
Sin embargo, lo veremos después, el autor no recoge el informe de la persona de Roma, con decisiones tan importantes como la destitución del presidente del IOR, Marcinkus, y la abierta toma de posición frente a la masonería y a la mafia.
"No es esta la sede, dice el autor, para seguir los hilos de la telaraña- que une Nueva York, Luxemburgo, la capital de las Bahamas Nassau y la Ciudad del Vaticano- tejida por Marcinkus, Sindona, Calvi y fortalecida gracias a la logia P2 hasta el gran crack del Ambrosiano ni damos por buena toda una literatura hecha de panfletos sensacionalistas que mezcal elementos de ficción y realidad" (p. 346). Nos gustaría saber los libros que el autor despacha como panfletos. Lo cierto es que ignora los de Almerighi, Bonsanti, Coen, Domenech, Di Fonzo, Flamigni, Gurwin, Modolo, Piazzesi, Sisti.
Según Lorenzi, "la existencia de una masonería clerical fue objeto de conversaciones entre la ministro Tina Anselmi y el patriarca Luciani durante los años venecianos" (p. 588).
El Papa estaba solo
El autor recoge en su libro diversos datos del "archivo Capovilla", que en general son interesantes. Uno de ellos es la soledad de Luciani no sólo como patriarca, sino como Papa. Al parecer, Luciani no se encuentra bien acompañado por sus secretarios Senigaglia y Lorenzi.
Mario Senigaglia había sido secretario del patriarca anterior y estuvo siete años "de forma provisional" con Luciani, mientras encontraba otro. En carta de 20-8-1975, Senigaglia expresa a Capovilla "un cierto malestar personal". Espera una parroquia, parece que el que suscribe no esté todavía "maduro", le han prometido una "en el campo": "No tengo muchas ambiciones, también porque esta Iglesia posconciliar me ha decepcionado y a menudo puesto en crisis. En cuanto a la parroquia, cierto, puede ser la salvación del cura, pero también puede ser la definitiva ruina" (p. 438).
En carta de 14-3-1978, Senigaglia se desahoga con Capovilla y manifiesta un profundo malestar en relación al patriarca Luciani: "Aquí todo duerme (por no decir que todo muere). A veces tengo ganas de dejarlo todo: a las espaldas está el vacío. ¿La base? No existe. ¿El vértice?¿Pero qué vértice? ¡Y mientras tanto una diócesis, aun válida, muere! ¿Pero sabe que incluso curas no sospechosos se preguntan si no sería honesto pedir al Papa un 'cambio'? Ocho años de servicio pastoral no han revelado aún ni una línea pastoral ni una opción ni un intento de renovación. ¡Me disculpe el desahogo!" (p. 522). Este profundo malestar en relación a Luciani lo pude constatar el 3 de octubre de 1988 en la visita que le hicimos Camilo y yo a Senigaglia en la parroquia de Santo Stefano, de Venecia. Ciertamente, me sorprendió escuchar al que fue secretario palabras que recordaban las de Marcinkus, según el cual la elección de Luciani había sido "un despiste del Espíritu".
Al parecer, Diego Lorenzi no sintonizaba con el patriarca Luciani. Dice Capovilla: "Estoy convencido que estima a su Superior, reconoce sus cualidades pero no preveo sintonía de pensamientos y actividades, como si hubiera entre ellos un muro divisorio. En ningún caso impresión negativa, pero el temor que esa unidad tan necesaria en una tarea tan delicada y ardua, estuviera lejana", "Lorenzi sostiene que nunca le fueron encomendadas tareas arduas o delicadas" (p. 489).
En los días posteriores a la elección de Juan Pablo I, dice el cardenal de Guatemala Mario Casariego, se me mostró turbado y preocupado: "El Papa está solo e intimidado. Parece que va a tientas" (p. 618). "Lo mismo me dijo monseñor Giuseppe Carraro, obispo de Verona, antecesor de Luciani en Vittorio Véneto, de paso en Loreto después de haber encontrado en el Vaticano al nuevo Papa: 'El Papa está solo. Tiene necesidad de tener junto a sí alguien de confianza. Le siento muy preocupado'.... Pregunté tímidamente al obispo Carraro sobre el entorno de la casa papal: 'Le repito, el Papa está solo'....Cortó y dijo con fuerza: 'Pida audiencia. Vaya a encontrarlo. Con usted se confiará'. No podía acoger la propuesta y lo sentí", escribe Capovilla (pp. 600-601).
Es sabido. Una mañana, sor Vincenza escuchó sin querer al secretario Diego Lorenzi, que le decía al Papa insistentemente: “Santo Padre, ¡usted es Pedro! ¡Usted tiene la autoridad! ¡No se deje amedrentar ni intimidar!”. Sin embargo, dice sor Vincenza, “cuando él realmente creía que debía hacer una cosa, no había santo que pudiera detenerle” (Cornwell, 115).
“La Secretaría de Estado se le ha cerrado como un capullo”, comentó el cardenal Vagnozzi. “No sé cuánto durará este estado de cosas porque tiene sus ideas y querrá aplicarlas. Me han dicho que no quiere a Marcinkus: una vez vino a Roma para dar su opinión sobre la venta de la Banca Católica del Véneto y Marcinkus lo trató bruscamente. Veremos cómo terminará” (Lai, 159).
La alternativa Wojtyla estaba en el ambiente. El cardenal Villot le tenía como candidato papal. El autor recoge el testimonio de Giovanni Gennari: "Llegó el cónclave. Hacía de secretario ocasional, en los días precedentes, del cardenal Michele Pellegrino, y mientras íbamos a Asís, en coche, hacia el Ferragosto, me dijo esta frase que me quedó grabada: Si no nos ponemos de acuerdo sobre un italiano, entonces el papa será el cardenal Wojtyla" (p.560).
Loris Capovilla, que conocía el tercer secreto de Fátima y era amigo de Albino Luciani, declaró el 13 de mayo de 2000 que "el Papa de la sonrisa" en el texto del secreto "había creído leer algo que le afectaba". Por tanto, Juan Pablo I se dio por aludido. El dato lo recoge Andrea Tornielli en su libro "Fátima. Il segreto svelato" (Gribaudi, 2000, 62). Es un dato que omite Marco Roncalli. Podemos suponer por qué.
Una vez, Juan Pablo I le dijo al secretario John Magee, amigo de Marcinkus: “¿Por qué me han elegido a mí? Debían elegir a otros más preparados que yo. Debían elegir al cardenal que en la Sixtina estaba de frente a mí”. Y algún día antes de morir añadió: “Yo me marcharé y él ocupará mi lugar”. El episodio se lo contó Magee al obispo de Belluno, Maffeo Ducoli, que a su vez dice: “Juan Pablo II, al cual le he comentado la cosa, me ha confirmado que, en el momento de la elección, él se encontraba casi de frente a Luciani” (Cornwell, 115.
De hecho, Luciani dio su voto a un cardenal extranjero, el brasileño Lorscheider. De hecho también, según el testimonio de don Germano, Luciani sabía a los pocos días de pontificado quién sería (y, además, pronto) su sucesor: el cardenal Wojtyla (Bassotto, 122). Esto es realmente sorprendente. Como sorprende lo que dice Magee: “Estaba constantemente hablando de la muerte siempre recordándonos que su pontificado iba a durar poco. Siempre diciendo que le iba a sustituir el extranjero” (Cornwell, 190).
La referencia al extranjero manifiesta las dificultades que Luciani está encontrando dentro del Vaticano. La referencia a Wojtyla, cuando Luciani había dado su voto a Lorscheider, muestra que la candidatura del cardenal polaco estaba presente en el entorno del Papa Luciani. Sin ir más lejos, en el cardenal Villot, secretario de Estado, que poco antes de la muerte de Pablo VI se felicitaba por la candidatura de Wojtyla. Todo esto lo ignora el autor.
Sin embargo, aporta un dato interesante y sorprendente: el cardenal Wojtyla, tras el cónclave que eligió a Luciani, "antes de volver a Polonia intentó en vano encontrarse con Juan Pablo I", "pero la Secretaría de Estado le hizo saber que era mejor volver a su patria y que sería convocado en tiempos más tranquilos" (p. 652-653).
Hallazgo del cadáver
Evitando detalles, el autor dice de forma sumaria y global que sor Vincenza "entró en la estancia, descubriendo el cuerpo del Papa sin vida -parece que en su lecho- y llamando en seguida a los secretarios" (p. 655).
Sorprende que el autor no incluya el testimonio fundamental de sor Vincenza, la religiosa que encontró muerto a Juan Pablo I. Camilo recibió este testimonio directamente de ella años antes de que, en agosto de 1988, John Magee reconociera públicamente que no fue él, sino una monja quien encontró el cadáver:
“Juan Pablo estaba acomodado sobre el fondo del lecho, apoyado sobre los almohadones, la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante, los ojos cerrados, los labios ligeramente abiertos, los brazos abandonados sobre los flancos. Una leve, levísima sonrisa, se había quedado sobre su rostro. En la mano derecha tenía unos folios, sobre el rostro tenía las gafas. Todo estaba en orden sobre el lecho y la estancia” (Bassotto, 209).
El cuadro encontrado indica que no ha habido lucha con la muerte. El autor omite este testimonio directo y, sin embargo, da espacio suficiente al supuesto, según el cual Juan Pablo I habría muerto en el escritorio, tal y como lo imaginan la sobrina de Luciani y el político Giulio Andreotti (p. 662).
El autor se pregunta qué tenía entre las manos el Papa y reconoce que "también aquí ha habido confusión y se han desmentido declaraciones oficiales" (p. 656). Pero se queda en el río revuelto, en la confusión, e ignora el testimonio de don Germano Pattaro, ilustre sacerdote veneciano, llamado por Juan Pablo I a Roma como consejero: “Los apuntes que Luciani, muerto, tenía en la mano, eran unas notas sobre la conversación de dos horas que el Papa había tenido con el Secretario de Estado Villot la tarde anterior (por tanto, no La imitación de Cristo ni la serie de otras cosas, apuntes, homilías, discursos, etc., indicados por Radio Vaticano: demasiadas cosas y heterogéneas para poder ser tenidas entre dos dedos” (Zizola, Il Papa che non volle farsi re, 171). Es decir, eran unos apuntes sobre los cambios que pensaba realizar.
Hace años, lo explicó así el corresponsal vaticano Antonio Pelayo: "No todos los reflejos funcionaron en esos trágicos momentos de forma perfecta y se cometieron algunos errores. Errores que han sido explotados sin la más mínima consideración" (Ya, 28-9-1988). Más o menos, el autor dice lo mismo: "Su pontificado concluía, pero comenzaba inmediatamente el caso de la muerte misteriosa de Luciani tras un liado comunicado de prensa que omitía explicar que había sido encontrado muerto por una monja, en otras palabras por una mujer, junto a pequeñas mentiras e imprecisiones que generaron después las tesis del complot y del envenenamiento" (pp. 15-16).
Figura deformada
Camilo Bassoto me lo dijo con profunda convicción: “La figura del Papa Luciani ha sido maliciosamente deformada”. Uno de los aspectos más importantes que han sido ocultados bajo el celemín vaticano ha sido su dimensión profética. Tenía un programa de cambios y estaba en el camino de la profecía.
* El autor no recoge el informe de la persona de Roma, con decisiones tan importantes como la destitución del presidente del IOR, Marcinkus, y la abierta toma de posición frente a la masonería y a la mafia.
En el informe de la persona de Roma aparecen algunas decisiones importantes y arriesgadas que Juan Pablo I pensaba tomar:
– revisar toda la estructura de la Curia, ese aparato que quería gobernar para no verse condicionado.
– publicar cuatro cartas pastorales, no tres como dice el autor (p. 17): sobre la unidad de la Iglesia, la colegialidad de los obispos, la mujer en la sociedad y en la Iglesia, la pobreza en el mundo.
– destituir al presidente del IOR y reformar íntegramente el Banco Vaticano, para que no se repitan experiencias dolorosas del pasado, que el Papa Luciani sufrió ya de obispo y que de ningún modo quiere que se repitan siendo Papa.
– tomar abierta posición, incluso delante de todos, frente a la masonería y la mafia (Bassotto, 227-247).
* Tampoco recoge el autor el testimonio de don Germano Pattaro, llamado por Juan Pablo I a Roma como consejero:"El Papa estaba en el camino de la profecía". Don Germano tuvo tres diálogos con Juan Pablo I “El Papa Luciani me hablaba con pleno dominio de sus pensamientos. Se veía que los tenía en el corazón. Formaban parte del patrimonio de sabiduría que había heredado del Concilio. Estaba en el camino de la profecía... Sabía que estaba en el surco bueno del Concilio y quería dar pruebas de ello. Vi al Papa Luciani sereno, en paz, firme y decidido en sus propósitos. Tenía plena conciencia de ser él el Papa” (Bassotto, 138).
En su último encuentro don Germano le dijo a Camilo: “Muchos se maravillarán de mis ideas sobre Albino Luciani, Obispo y Papa. Debo decirte en plena conciencia que mis convicciones sobre Luciani han cambiado especialmente después de los tres diálogos que tuve con él. Es mi intención hablar y dar testimonio de ello, a pesar de que estoy seguro de que esto suscitará en muchos, aquí en Venecia y en Roma, profundo estupor. Mi testimonio contrasta sin duda con la opinión, difundida, por acá y por allá, de que Luciani fuera un hombre muy insignificante y no imaginable para aquel puesto” (Bassotto, 140).
* Sin embargo, el autor asume sin inmutarse la obra del inglés John Cornwell, que consuma la mayor distorsión de la figura de Juan Pablo I. Las conclusiones son lo peor del libro. Lo mejor, las entrevistas. En ellas hablan por fin personas que durante años habían callado. Sin embargo, el inglés, cuya investigación ha durado un año, parece ignorar la biografía de Juan Pablo I. Además, con todo el respaldo del Vaticano, no ha conseguido una información médica elemental sobre Albino Luciani y, sin embargo, se permite afirmar que el Papa "estaba enfermo de gravedad". En las conclusiones se consuma la mayor distorsión de la figura de Juan Pablo I, el cual se habría dejado morir (abandonando la medicación) por no considerarse capacitado para ser Papa (Cornwell, 262 y 265).
Marco Roncalli contrapone la obra de Cornwell a la de Yallop y a la mía, también a la novela de Luis Miguel Rocha. Contra estas "operaciones editoriales" el autor cita en primer lugar la investigación de Cornwell que "desmonta la tesis del asesinato pero describe una curia vaticana tan cínica que hacer morir al Papa de aflicción" (p.655).
La persona de Roma
El autor dice revelar, gracias al testimonio de Capovilla, la fuente anónima que ha tenido Camilo Bassotto para escribir gran parte de su libro y, especialmente, los diálogos entre Luciani y Villot. Según Capovilla, la persona de Roma es de Vittorio Véneto: "Camilo Bassotto me dice, hoy, al teléfono: 'La fuente de estas páginas es mons. Carlo Bolzan de Vittorio Véneto, prelado de honor de S. S. desde 1973. No lo he revelado nunca a nadie. He prometido callar hasta la muerte de mons. Bolzan. 30-XII-1994. Loris Francesco Capovilla'. Apunto en el volumen Il mio cuore è ancora a Venezia, p. 227, bajo el título 'Pensieri e propositi del papa a Villot'. Archivo Capovilla (p. 591).
Aquí hay algo que no cuadra. Por diversos motivos:
* La persona de Roma es de Roma, no de Vittorio Véneto: "Debo dar las gracias desde lo más profundo del corazón a la persona de Roma que ha querido confiarme, por su libre voluntad los pensamientos e intenciones que el Papa le había confiado", dice Camilo Bassotto al final de la Premisa de su libro.
* Según Capovilla, Camilo se lo dice el 30 de diciembre de 1994. Sin embargo, en carta que Camilo envía a Pironio casi tres años después, el 8 de octubre de 1997, afirma: "Nessuno conosce il nome di quella persona che io ho consegnato al mio confessore sotto il sigillo della confessione". Es decir: "Ninguno conoce el nombre de aquella persona que yo he consignado a mi confesor bajo el sello de la confesión". Tengo copia de esta carta. Me la envió Camilo.
* Es posible que haya un error y que sea realmente el otro libro de Camilo, "Io sono il ragazzo del mio Signore", que recoge "pensamientos autógrafos" de Luciani y que ha contado con la colaboración y con la Presentación de Capovilla, el que tenga su origen en Carlo Bolzan, "uno de sus secretarios en Venecia", a quien Juan Pablo I avisa y encarga que recoja en Venecia "sus libros y documentos que le concernían de cerca y especialmente los cuadernos y notas personales", "la tarde del 8 de septiembre llegaron al Vaticano los libros desde Venecia", "el Papa rogó a don Carlo que se quedara en Roma unos días para ayudarle en la colocación de los libros en su despacho", "los cuadernos, un centenar, densos de la diminuta escritura de Luciani, después de su muerte fueron retenidos en el Vaticano". El Papa "era reacio a despedirme, dice don Carlo. Al día siguiente tuve que insistir para que me dejara marchar", "ese día su aspecto aparecía sufriente y preocupado. Era jueves, 14 de septiembre del 78" (Bassotto, 168).
* Como he dicho otras veces, un análisis del documento y de la carta adjunta nos lleva a pensar que la persona de Roma es el cardenal Pironio. Se lo dijimos a él en sendas cartas (24-12-1990 y 25-9-1997). Los datos que configuran el perfil de la persona de Roma y que coinciden en él son los siguientes (El día de la cuenta, pp. 74-75, Juan Pablo I. Caso abierto, pp. 291-293):
- se trata de un cargo, que no le permite revelar su identidad, un cargo importante: Juan Pablo I revela sus intenciones al cardenal Secretario de Estado y a él (Bassotto, p. 227).
- reside en Roma (p. 227 y Premessa);
- el documento manifiesta una gran sintonía entre Juan Pablo I y Pironio: Juan Pablo le tiene "gran estima y confianza", le llama "el obispo de la esperanza", dice que necesita hablarle, quiere que le acompañe a Puebla, valora su condición de haber sido "secretario de Medellín", dice que le será "de gran ayuda";
- consta que Juan Pablo I habló con Pironio a mediados de septiembre, el día 14; la persona de Roma dice que "habían pasado ya tres semanas" del nuevo pontificado (p. 228); al parecer, también habló Juan Pablo I con Pironio el 24 de septiembre "media mañana y casi toda la tarde".
- aparecen referencias latinoamericanas (Medellín, Puebla, CELAM, Lorscheider, Pironio, representación de obispos de América Latina, Romero) y, además, tales referencias son favorables a la orientación del CELAM (época de Medellín); de Lorscheider, entonces presidente del CELAM, dice Juan Pablo I que le conoce desde hace años, le dio su voto en el cónclave y "es un gran obispo"; todo ello encaja bien en la personalidad de Pironio.
- al final, el encendido elogio del arzobispo mártir Oscar Romero, al que justamente se compara con Tomás Becket (pp. 246-247), se explica en Pironio, no en el mundo romano que le rodea; por cierto, en el pliego que le enviamos comparamos con Becket a Juan Pablo I
- la referencia al cardenal Martini (p. 246), cuya orientación abierta y renovadora todo el mundo conoce, no encaja en el ambiente conservador de la curia romana, en Pironio sí;
- el documento encaja perfectamente con la semblanza que de Juan Pablo I dio Pironio. en el momento de su muerte: "Ha abierto caminos nuevos. Ha iniciado un periodo de fuerte renovación de la Iglesia" (Infiesta, p. 282);
- en la carta que la persona de Roma envía a Camilo encontramos expresiones que nos son muy queridas, como hacer justicia a Juan Pablo I o proclamar su testimonio;
- los contactos de Pironio con Camilo (Camilo ha hablado con él, le ha enviado su libro) son datos pertinentes a la hora de atribuir a Pironio la identidad de la persona de Roma;
- el jesuita Pedro Miguel Lamet, buen conocedor del mundo romano, comparte nuestra opinión. Sin que previamente yo le indicara nada, me dijo certeramente en enero del 91 acerca de la identidad de la persona de Roma: "Pironio. No puede ser otro; en Roma no hay otro";
- en la carta de la persona de Roma encontramos palabras que Pironio repite mucho, como serenidad, sereno, serenamente. Son su muletilla, es decir, su firma no consciente. Por ejemplo, en su libro Alegres en la esperanza (y en otros);
- al enviarle estos datos en mi carta del 24-12-90, diciéndole que tal vez la persona de Roma pudiera ser él, Pironio. no responde explícitamente a la carta, pero me envía unas felicitaciones de Navidad (del 91 al 94), que implícitamente algo dicen al respecto.
Un gran esfuerzo
Se dice al principio. El autor pretende "hacer emerger el perfil de Luciani de los diferentes contextos en el que se ha encontrado actuando con diversas funciones y responsabilidades. Por tanto, una historia sobre todo como investigación, conocimiento: exposición de los hechos, incluyendo detalles en apariencia insignificantes, con el esfuerzo de comprenderlos. Sin pretensiones ni altivez, pero en la más amplia libertad. También aquella de no elegir a toda costa entre un juicio y otro...En la libertad de presiones institucionales, académicas, devocionales" (p.18).
No cabe duda, el autor ha hecho la biografía que ha querido, también cuando ha decidido omitir testimonios importantes, o cuando ha decidido ignorar la libertad profética de que gozaba Juan Pablo I, según el testimonio de don Germano Pattaro. Para el autor, la transformación de Luciani no es la libertad profética que manifiesta como Papa, sino esta otra que coincide con la versión curial: "Apareció visiblemente oprimido por el peso de tanta responsabilidad no deseada y no prevista. Al mismo tiempo estaba alegre" (p. 575), con "el ánimo abatido por el pensamiento del tremendo ministerio" (pp. 575-576).
En su momento Yallop denunció la “maloliente campaña” de la Curia romana. Se lo dijo al cardenal Benelli, gran elector del Papa Luciani. Benelli le respondió: “Me da la impresión de que su objetivo —el de la Curia— tenía dos sentidos. Minimizar las dotes de Luciani serviría en primer lugar para que disminuyera la sensación de haber experimentado una gran pérdida, y se redujeran, por tanto, las exigencias de que se practicara la autopsia. En segundo lugar, la Curia se preparaba para el inminente cónclave y quería un Papa salido de sus filas. Un Papa de la Curia” (Yallop, 331-332).
En medio de una mezcla variopinta de opiniones diversas, el autor incluye el parecer de George Weigel, biógrafo de Juan Pablo II : "Aunque aparecía tan vital en público, Juan Pablo I era un hombre enfermo", "padecía desde hace mucho tiempo problemas circulatorios, sobre los cuales sus electores no estaban informados durante el cónclave y que Luciani descuidó una vez elegido Papa", "sentía fuertemente el peso de la responsabilidad de su ministerio, un peso agravado por la escasa familiaridad con la burocracia eclesiástica, que según algunos ninguno se apresuró a aligerar" (p. 604).
El autor asume en gran medida la distorsión curial. Su visión difiere mucho del estudio serio de la personalidad de Luciani que hizo Joaquín Alegret, ya fallecido, profesor del Departamento de Medicina Legal de la Universidad Complutense de Madrid.
alegret-estudioEn su estudio Albino Luciani aparece como "hombre muy inteligente, con una personalidad dinámica, segura, sencilla, renovadora; las cosas viejas las hace nuevas; gran fluidez y velocidad mental; con una notable profundidad de ideas, consigue penetrar en el conocimiento de las cosas, personas y situaciones; gran espíritu de observación y captación del detalle; hábito de razonar y calcular debidamente las consecuencias, derivaciones y circunstancias de sus acciones, lo que le hace prudente y no impulsivo; fantasía e imaginación, pero controladas; sentimientos profundos, extraordinariamente delicados, llenos de ternura, de comprensión, de generosidad; busca de continuo la armonía, la paz en la convivencia, así como entender a los demás; notablemente emotivo, pero con la capacidad de saber actuar y dar siempre una respuesta adecuada según las circunstancias; de conciencia y comportamiento muy honrado y recto, pero no ingenuo ni excesivamente condescendiente; firme en sus principios, dispone de los suficientes medios para defender su honorabilidad y rectitud; radical en su actividad, tanto mental y discursiva como práctica y ejecutiva; agresivo a veces, pero con ese componente de la modestia, que no es falsa humildad ni tampoco manifestación de timidez, sino rasgo propio de una personalidad que arraiga en lo esencial de la vida".
En carta de 16-12-1988 Camilo Bassotto me comenta así el estudio del profesor Alegret: ”Estoy entusiasmado, es bellísimo y es verdadero en todo; es una fotografía precisa de la personalidad de Albino Luciani. La he dado a leer a un profesor de la Universidad de Venecia, ha quedado maravillado por la precisión del examen y por la capacidad introspectiva amplia, segura y rica en detalles. Por todo lo que yo conozco de Luciani el estudio es una extraordinaria confirmación”.
Camilo no pudo incluir en su libro el estudio de Alegret. Con fecha 29 de agosto de 1990, me escribe lo siguiente: “Mis penas, mis afanes y mis riesgos por mi libro no terminan nunca. Me he visto obligado a quitar alguna cosa que llevaba muy en el corazón y a suavizar algunos pasajes. No tenía otra opción. De otro modo no habría tenido la ayuda para publicar el libro. Es esto todo hasta ahora. Alguno ha rehusado darme el apoyo al que se había comprometido. Yo he hecho imprimir el libro lo mismo. Espero lograr difundir el libro y recuperar lo necesario para pagarlo. El libro dará que hablar y discutir. No he podido introducir en el libro el análisis psicográfico del profesor Alegret. No puedo decirte por escrito las razones. Te hablaré por teléfono. Lo siento muchísimo. Te enviaré una de las primeras copias. No te escondo que estoy preocupado, inquieto y amargado”.
Así se escribe la historia. El autor no cita suficientemente los esfuerzos que le precedieron, por ejemplo, la obra de Regina Kummer, la de Camilo Bassotto y, en cierto modo, la mía, donde ha podido encontrar, entre otras cosas, numerosas citas de la "edición compuesta de nueve volúmenes prácticamente ilocalizable" (p. 5), es decir, las obras completas (Opera omnia) de Albino Luciani.
A pesar de todo, un gran esfuerzo, sin duda, pero también en este sentido. Durante años, a pesar de todos los indicios, la muerte de Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano, se consideró suicidio. Pero la familia no se resignó y en 1997 el fiscal del Estado, Giovanni Salvi, ordenó la detención de Pippo Calò y Flavio Carboni, acusados de haber sido los inductores directos del asesinato de Calvi. La investigación no alcanzó a los responsables políticos: "Los indicios que señalan hacia los comitentes políticos no son, en honor de la verdad, en absoluto escasos. No es preciso tener un olfato especialmente fino para percibirlos. Pero digámoslo también al revés: no querer verlos requiere poner a contribución un gran esfuerzo" (Blondiau-Gümpel, 94). En cierto sentido, ese esfuerzo por no ver lo encontramos también en este ensayo conservador, hecho a la medida clerical.
Jesús López Sáez