En el principio era la palabra
 

 


sepediraCuando murió Albino Luciani, Papa Juan Pablo I - en 1978, al mes de su elección - quedaron sin verdadera respuesta interrogantes tan elementales como éstos: ¿De qué murió Juan Pablo I? ¿Cuál fue realmente su figura? 
     El problema sigue vivo, como herida cerrada en falso, y no se resuelve encubriendo o reprimiendo el asunto, sino intentando de corazón comprender. Datos, indicios y signos abundan por doquier. Y estaría justificada una investigación judicial en cualquier Estado de Derecho. 
     El conjunto de datos (hechos, indicios y signos) apunta a esta conclusión: muerte provocada, en el momento oportuno. Si la muerte de Juan Pablo I se produjo por causas naturales, entonces hay muchas cosas que resultan inexplicables. Sin embargo, si se produjo de forma provocada, entonces se entiende todo. 
    Ello no quiere decir que haya necesariamente eclesiásticos implicados en el asesinato. Organizaciones poderosas, como la logia Propaganda Dos, son capaces de penetrar incluso en cárceles de máxima seguridad. 
     Evidentemente, lo que está en juego es muy grave: ¿Dónde ha habido más negocios? ¿En el mercado vaticano o en el viejo templo denunciado por Jesús? ¿No son demasiadas las muertes que han acompañado a esos negocios? ¿Se le ha hurtado a la Iglesia y al mundo la causa de la muerte de Juan Pablo I? ¿Se ha distorsionado su figura? 

 

     Si no se responde adecuadamente a estos interrogantes, la nueva evangelizaci6n quedará desacreditada. Será una vieja comedia, desgraciada y estéril. La gente que espera la luz del Evangelio no está dispuesta a comulgar con piedras de molino.Según una encuesta realizada en Italia (Ya, 8-10-1987), el treinta por ciento de los italianos está convencido de que Juan Pablo I murió asesinado; o sea, más de quince millones de personas. 
     El problema es grave y delicado. Sin embargo, a cada generación se le pedirá cuenta de la sangre de sus profetas. Hay que poner la luz sobre el candelero. Aunque no parece probable que lo haga, Roma tiene la palabra.

 

(Ed. Orígenes, Madrid, 1990)

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